En medio de la gallera

Empezó la temporada de riñas de gallos, un juego clandestino que la Policía tolera y suele no controlar. Crónica de un día entre aves ensangrentadas, galleros enfervorizados y apostadores en un reñidero no muy lejos de Montevideo.

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SEBASTIÁN CABRERA

La sangre resbala por el pescuezo y las plumas negras se le van tiñendo de rojo. "¡Dale, Canario, dale!", grita alguien, desesperado. Y el Canario, que estaba en el suelo, se levanta y picotea a su rival. El público se para y festeja como si hubiera sido un gol. Unos cuantos se ríen y aplauden.

El Canario es un gallo de riña. Un animal entrenado para matar a otro animal. Y al que su dueño, el "gallero", le puso un pico de metal y "púas" en las patas. El Canario tiene muchas peleas ganadas pero hoy no es un buen día, la cosa viene mal. De fondo se escucha el cacareo de otros gallos que pelearán más tarde en esta "gallera" o reñidero en un embarrado camino rural en el departamento de Canelones.

Esta es una de las galleras más tradicionales y quizás la más importante del área metropolitana. Y es un lugar clandestino, claro, como todos los demás que hay en Uruguay (Qué Pasa llegó hasta aquí con la condición de no revelar la ubicación exacta ni tomar fotografías). Las riñas de gallos han existido siempre, aunque están prohibidas desde 1918 por la ley 5.657. Hay galleras más o menos formales y establecidas que abren periódicamente, como esta. La Policía sabe de ellas, pero no interviene.

Como todos los domingos de julio a febrero acá hay peleas. Faltan unos minutos para el mediodía y hay cerca de 40 personas sentadas en las gradas de madera alrededor del tambor (así se le dice al círculo de piso y paredes alfombradas donde se pelea). Algunos vienen a apostar, otros solo a mirar. Hay niños y mujeres. Hay gente de campo, con boina en la cabeza y bombacha, y muchachitos de gorro de visera con la "pipa" de Nike. Hay gente que viene de Montevideo y otra de diferentes partes del interior. Hay gente humilde y empresarios. Todos juntos en un galpón al fondo de una casa de campo igual a cualquier otra casa de campo, salvo porque al frente se ven decenas de autos.

El Canario se llama así porque es de una raza de origen de Islas Canarias. Y la tiene difícil. Hace un rato le quebraron un ala y está muy ensangrentado en la cabeza y en las patas. Lucha, pero su rival es más rápido y agresivo. Igual, el Canario sorprende y le pega otro picotazo a su rival, esta vez en el ojo. Y lo deja ciego. El público festeja otra vez. El otro gallo sigue peleando pero por momento picotea al aire, buscando una cabeza que ahora no puede ver. Parece que la pelea se puso más pareja. Los dos gallos saltan y se mueven de un lado para el otro, se picotean una y otra vez, mientras se desangran. Así casi una hora.

"¡Dale desgraciado, dale!", le gritan al Canario. Los minutos pasan y al otro gallo se lo ve más entero. Aunque está ciego, uno de cada dos picotazos van a la cabeza del Canario, que ya no da más y se desploma. Pero a los 20 segundos se vuelve a levantar. No dura mucho: al minuto cae rendido otra vez. Y ya no se volverá a parar. El juez hace la cuenta reglamentaria de 60 segundos y el gallo no reacciona. La pelea está perdida: gana un gallo del stud La Púa (sí, hay studs que se dedican especialmente a cuidar y preparar a los gallos para las riñas).

El Canario está bañado en sangre y parece muerto. Pero el gallero lo levanta y el animal mueve la cabeza. "Este se salva", dice uno. Y explica que, si se le limpian las heridas y le dan antibióticos, muchos gallos no mueren. En unas semanas están prontos para otro combate. Pero también hay galleros que prefieren sacrificar al animal si ven que no es bueno para la pelea, si es de "mala clase". Algunos lo matan ahí mismo en la gallera. No parece ser el caso del Canario, que peleó hasta el final. "El gallo bueno muere peleando", suele decirse en el ambiente.

JORNADA. La del Canario fue una de las 12 peleas del día. La primera había terminado en "tablas", empatada. "¡Aplique fuerte Colorado, muerda Colorado!", gritó durante una hora la dueña de uno de los animales. Pero no logró el efecto deseado. En la segunda pelea uno de los gallos quedó ciego enseguida y todo se liquidó rápido: no llegó a los 20 minutos.

La entrada, que cobra la sociedad de galleros que organiza los torneos en este lugar, es de 100 pesos. En un rincón del galpón hay un trofeo, que tiene un gallo de metal arriba. Se lo llevará el dueño del animal que gane en menos tiempo.

Las peleas acá no se suspenden por mal tiempo, feriados ni nada. Un fixture colgado de una pared indica todas las fechas del año (mañana, por ejemplo, está previsto un torneo importante por el que, se dice, vendrá gente hasta de Brasil). La temporada siempre cierra en febrero porque allí los gallos empiezan a cambiar su plumaje y no pelean.

El sistema es así: cada gallo que llega al lugar es pesado y solo podrá pelear contra otro con un peso similar. El dueño del animal pone 1.000 pesos y las riñas se anotan en un gran pizarrón. El botín de 2.000 pesos se lo lleva el ganador. Si hay empate, cada uno vuelve con su dinero.

Pero, además, hay apuestas entre la gente antes y durante la pelea: "Voy con 500 si gana el colorado", "pago 100 por el negro" y todo así. O también, cuando está claro que un gallo va ganando, "doy 500 a 100". Si otro acepta el duelo y pierde el gallo que venía bien, esa persona gana 500 pesos. En caso contrario, el que hizo la apuesta se lleva 100 pesos.

A medida que avanza el día, el piso del tambor se va poniendo rojo. Y cada tres o cuatro peleas alguien pasa una aspiradora para sacar las plumas, que se pegan al piso. Las riñas tienen una primera parte que dura 20 minutos, luego un corte donde los gallos son lavados y asistidos, se acomodan los picos de metal y las púas de las patas. Y otra vez a pelear, esta vez 40 minutos. Solo se considera que una pelea está ganada si uno de los animales deja de pelear durante sesenta segundos. Si no, tablas.

En el salón principal de la gallera, iluminado por bombitas de bajo consumo de esas que dan una luz bien blanca, un cartel advierte: "Cuide su vocabulario al hablarle a personas y gallos. Respete, hay mujeres". Un pizarrón anuncia el plato del día en la cantina que está al lado del galpón: buseca a 100 pesos. También hay milanesas al pan y empanadas. Y otro cartel anuncia que está prohibido fumar dentro del recinto. Tanto ha calado la normativa del gobierno de Tabaré Vázquez que se respeta, incluso, en un lugar clandestino.

"Pero miren que hoy se puede fumar, ¿eh?", dice un hombre mayor que es uno de los que manda. "Sí, sí… Marihuana vamos a fumar", responde otro. Y todos se ríen a carcajadas. Lo cierto es que nadie fuma adentro durante todo el día. Y nadie toma alcohol: la cerveza y el whisky están prohibidos alrededor del tambor. Hay que ir a tomar a la cantina.

En otro salón contiguo al galpón principal están los cajones, algo así como unas pequeñas celdas de madera con un agujero en el frente, donde se guardan los gallos antes de las peleas. Y allí se alimenta a los animales, generalmente con bananas, durante la espera.

POLICÍA. En un momento entre pelea y pelea suena el celular de uno de los organizadores. "Es el inspector", avisa el que atiende. "¿El de la Caminera?", pregunta otro. "Sí, sí", le responde. Se aleja y se pone a hablar.

Ricardo Púrpura, representante de las protectoras en la Comisión Nacional Honoraria de Bienestar Animal que funciona en el Ministerio de Educación y Cultura (MEC), dice que los responsables de los reñideros "suelen arreglar" económicamente con la Policía y que antes "muchos comisarios viejos eran galleros". Es decir, en la Policía saben dónde hay peleas, "igual que con las bocas de pasta base". Pero, también es verdad, la Policía tiene otras prioridades que atender.

En los últimos años las protectoras de animales solo pudieron descubrir una gallera en Paysandú. "Llamé a la jefatura, hicieron un procedimiento con la jueza, los agarraron y retiraron los animales", recuerda Púrpura. A fines de julio la Policía también allanó un reñidero que funcionaba en Salto todos los domingos desde hace al menos 15 años. Pero el procedimiento se realizó tras una pelea en un boliche entre dos apostadores. Allí fueron encontrados 28 gallos, algunos muy lastimados, que fueron derivados a una protectora de animales por orden judicial.

Y en 2005 la Policía allanó un galpón en Rivera donde había riñas y apuestas de hasta 2.000 dólares, según publicó en su momento El País. Los animales fueron alojados en la Brigada de Caballería de esa ciudad y más de 20 personas declararon ante la Justicia. Pero todas quedaron libres: en Uruguay es difícil que alguien vaya a la cárcel por riña de gallos. La ley de protección animal de 2009 solo prevé como sanción multas, confiscación de animales y prohibición de tenencia.

En la comisión de bienestar animal, dice Púrpura, se ha concluido que una posible medida que ayudaría a combatir las peleas es prohibir la tenencia de gallos de riña. En Mercadolibre, por ejemplo, se venden gallos y se negocia a la vista del que quiera. Hace unos días alguien de Tacuarembó publicó: "Lindos gallos cruza con riña. Tienen seis meses. Su precio es de 100 pesos cada uno, pero si se quedan con los diez, se los llevan a 70 pesos cada uno. Consulte, no molesta".

Y un vendedor de Ciudad del Plata vendía una gallina de riña "probada con tres riñas ganadas, una empatada; no es tuerta ni tocada, tiene un año y cinco meses bajando huevera de buena sangre". También, un gallo blanco de nueve meses que sí era "tuerto de un solo ojo". La gallina valía 200 pesos, el gallo 500. Y el vendedor los llevaba a domicilio, a cualquier punto de Montevideo. Otro manda los animales por la empresa Turismar desde Durazno a Tres Cruces.

Para ir a un reñidero lo más fácil es contactar a alguien que conozca. En Montevideo, un barrio con tradición es Cerrito de la Victoria y durante mucho tiempo allí funcionó una gallera grande. En una veterinaria de la zona dijeron a Qué Pasa que en las calles Santiago Figueredo y Martín Rodríguez se suelen ver muchachos con gallos de riña.

También hay una gallera en Camino Maldonado que sigue funcionando casi cada semana. Y dentro de los cantegriles se arman peleas. "Ahí en los `cantes` se apuesta mucho", dice un gallero que pide anonimato. "Hay gente que saca hasta 10.000 o 15.000 pesos".

Uno de los lugares típicos para ver peleas de gallos es San Jacinto, zona que es considerada cuna de las riñas. También hay una gallera en Las Piedras que funciona en forma periódica. Y en casi todas las capitales departamentales, pero especialmente en el litoral (sobre todo Paysandú y Salto) y en la frontera con Brasil (Artigas, Rivera, Melo, Tacuarembó).

CRIADOR. A Roberto Díaz lo conocen como "el gallego" en la ciudad de San José. Es talabartero y gallero de toda la vida. Empezó a los 12 años con un casal (un gallo y una gallina). Hoy tiene 73 años y en 2007 dejó de ir a las riñas. Pero vende gallos, de 800 a 2.000 pesos cada uno. En el fondo de su casa hay cerca de 100. Lo que hace no es un delito: en Uruguay no está penado criar gallos de riña.

Cuando peleaba, casi nunca perdía Díaz. Al menos eso dice él, pero se puede intuir que exagera un poco. Tal vez los galleros tengan esa picardía típica de los pescadores. "En un año hacía 30 peleas. Ganaba 22 o 23, empataba seis o siete y perdía una. Cuatro años seguidos perdí solo una", relata Díaz. Tanto que, dice, muchos no querían pelear contra sus gallos. Y se enorgullece porque nunca compró: siempre criaba los animales con los que peleaba.

El mejor gallo que tuvo fue un "overo colorado, tuerto", con el cual ganó 12 peleas. "Me hacía sufrir que daba miedo", recuerda, porque siempre ganaba "cuando faltaban cuatro o cinco minutos para hacer tablas". En la última pelea un gallo blanco de Playa Pascual le "peló" el otro ojo y quedó ciego. "Pero, la puta, ciego no va a ganar", pensó Díaz aquella vez. "¡Y puede creer que el mío tiró y le arrancó el otro ojo al rival! Quedaron ciegos los dos, picando en el aire", dice hoy a las risas. El juez terminó la riña y Díaz no peleó más con ese gallo. Pero lo cuidó durante 14 años: "Nunca más lo saqué del jaulón, yo no peleo gallos ciegos". Lo triste, dice, es que todos los hijos que tuvo aquel gallo fueran hembras y no machos.

En el mostrador del negocio, Díaz habla con pasión de las riñas. Y no para. Es su vida. Cuenta que hay muchas razas de gallos de pelea, como Calcuta, Malaya, Combatiente Español o Shamo. Dice que él iba mucho al Cerrito de la Victoria, donde había una gallera "grandísima". Y a otra en General Flores y Larrañaga. Y que, cuando había peleas importantes en San José, se hablaba con el jefe de Policía y con el intendente: "Nos decían que no armemos lío y nunca pasaba nada".

Díaz muestra un diploma que le entregó en 2006 la Sociedad de Avicultores y Cunicultores Unidos Maragatos "en reconocimiento a la trayectoria de más de 50 años como criador de aves". En su casa guarda nueve copas.

-¿Por qué dejó de ir a las peleas?

-Resulta que en todas las riñas hay un trofeo que se entrega al que gana en menos tiempo. Y la última vez, en un torneo en Santa Lucía, mi gallo ganó en cinco minutos. Lo volteó al otro. Pero después un tipo me dice "no, no, vos ganaste muy ligero". Yo le pregunté: "¿No peleamos al que gana en menos tiempo? Es mío el torneo". Pero el tipo me devolvió los 100 pesos que había puesto y se lo dio a otro que había ganado en 11 minutos. Yo me agarré una rabieta bárbara y nunca más volví.

-¿Y qué actitud tenía en las pelas?

-En las riñas hablo poco, lo necesario. Nunca jugué. Yo peleo como deporte, porque me gusta ver pelear a los animales.

-¿Y qué es lo que disfruta?

-La satisfacción es que los gallos míos ganen. Que digan "fulano tiene gallos buenos".

-En una entrevista que dio al semanario San José Hoy decía que, por naturaleza, los gallos de riña pelean, que no necesitan que los "chumben". ¿Es tan así que los gallos pelean por instinto?

-Ellos pelean desde que son pollitos. Están con la madre y se matan igual peleando. Se comen la cabeza igual. Es por na-tu-ra-leza. Uno le calza las púas y el animal se defiende.

-¿Pero no se entrena a los animales para pelear?

-Se los entrena para darle estado. Es como un futbolista: si usted no lo entrena, no gana. Yo una vez por semana hacía un "toreo" con otro gallo. Pero con los picos bien tapados. Primero 15 minutos, después 30, 40, 50 minutos y así. Hay mucha gente que cuida al gallo dos meses y ya lo pelea. Yo no: mis gallos, de tres meses para arriba. Y a veces los entrenaba ocho meses antes de pelear.

-Ahora, está bien, los gallos tendrán instinto para pelear… Pero ustedes les agregan púas y picos de metal.

-Ah, claro. Lo que pasa es que con las púas de ellos no se hacen nada, no se hieren. Entonces usted no gana la pelea. Y acá gana el que hiere más.

-¿Y usted a quién le vende gallos?

-A la muchachada. Acá hay mucha gente que pelea así medio clandestino. Se juntan ocho o diez, tienen gallos y pelean en las casas mismas. Usted acá va por los barrios, en las orillas, y todos tienen gallos… Todos tienen gallos.

Quizás alguno de los gallos que vendió Díaz esté ahora peleando en la gallera de Canelones. Dentro del galpón, el representante del stud Sacrificio festeja porque uno de sus gallos destrozó al rival, un animal de plumas naranjas que lo habían llevado desde Lascano. El hombre le habla al gallo triunfador: "¿Viste cómo se podía? ¿Viste?". La cabeza del gallo de Lascano es pura sangre. Un niño, de 10 u 11 años, sonríe y festeja porque "la cabeza le quedó hecha una coladera". Todos contentos. Y a la próxima pelea.

También con perros

Igual que con los gallos, se sabe que hay peleas de perros, sobre todo en la frontera con Brasil y en la periferia montevideana. "Pero no hemos podido agarrar ninguna aún", dice Ricardo Púrpura, de la Comisión de Bienestar Animal. Y cuenta que hace algunos días fueron incautados en una casa en Ciudad de la Costa animales con heridas provocadas por otros perros. "Hay lugares donde crían perros pitbull y bóxer y hay un recambio permanente. Y están lastimados... Es obvio que se usan para riñas".

100

pesos cuesta la entrada a una gallera que funciona en el Canelones rural.

1.000

pesos pone cada dueño de gallo al pelear. El dinero se lo lleva el que gane.

EN EL MUNDO

Desde Texas a Andalucía

Las peleas de gallos se pueden ver en todo el continente americano y fueron traídas por los colonizadores españoles. Se trata de una práctica milenaria que, se supone, se originó en India y China, desde donde se exportó a Europa.

En México, por ejemplo, es legal y suelen ponerle navajas en las patas a los gallos. Eso también se hace en otros países centroamericanos como Guatemala, Nicaragua y Honduras. En ese caso, las peleas duran tan pocos minutos que "no tiene gracia, los gallos mueren enseguida", dice un gallero uruguayo.

En Perú, República Dominicana y Puerto Rico también están permitidas. Lo mismo en Cuba, donde es un juego muy popular. El gobierno cubano permite que funcionen los lugares de riña, aunque prohibe que haya apuestas. En Costa Rica está prohibido y la asociación de criaderos de gallos se encuentra en campaña para que se legalice. En algunos estados brasileños también son legales, mientras que en Argentina está prohibido en todos lados, salvo en la provincia de Santiago del Estero, donde hay una ley provincial que deja que funcionen los reñideros.

En Estados Unidos hay reñideros vinculados a la comunidad latina, sobre todo en Texas, pero en rigor son ilegales. En España solo están permitidas en Islas Canarias y en la Comunidad de Andalucía.

APUNTE

"¿Qué estoy haciendo acá?"

Sebastián Cabrera

"Si querés ver riñas buenas, andá ahí. Llueva o truene, se hace", me habían dicho, cuando me pasaron el dato de un lugar de pelea de gallos en el departamento de Canelones, en el campo. Y allá fui, en una mañana lluviosa de domingo. Lo que me sorprendió es que había varios niños mirando en primera fila y que los padres de esos niños pensaban que estaba bien llevar a su hijo a un espectáculo que es realmente violento.

La primera pelea que vi terminó -obvio- con los gallos ensangrentados. Y me impresionó bastante. No la pasé bien. "¿Qué estoy haciendo acá?", me pregunté varias veces.´

Un par de horas después, ya con la tercera pelea en curso, podía ver cómo se desangraban los dos gallos sin que se me moviera un pelo. Ya no me afectaba y hasta esperaba con cierta expectativa el resultado, para ver qué gallo ganaba. Entonces pensé que para esta gente, que se crió mirando riñas, esto es totalmente normal. Es parte de su vida ver cómo dos animales se matan. Les parece gracioso, así como en España es normal ir a la plaza de toros. Pero no deja de ser un espectáculo bastante cruel.

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