En pie de guerra

| Un hecho de violencia en la UTU de Artigas resultó ser una de las batallas entre barras de muchachos de esa ciudad. Se juntan a tomar caña y fumar marihuana pero se atacan, con armas caseras, cada vez que se cruzan. Un conflicto que ya se cobró tres vidas.

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César Bianchi, En Artigas

Carlos había recibido un diploma de la escuela industrial el día de su muerte. Ya hacía unos meses que "El Pincho" había encarrilado su vida. Estaba trabajando en una gomería del barrio y estudiando en la ex UTU, las cosas parecían estar mejorando. Pero aquella tarde del 15 de mayo de 2008 paró a charlar con sus amigos de la barra Los Pinos. Le contaron que venían de tirotearse y apedrearse contra los de la barra "del taller". Los de Los Pinos cuentan hoy que unos minutos después los del taller del barrio Zorrilla volvieron por la revancha y que "El Pincho" no pudo zafar.

Le había dicho a su madre por celular que salía para su casa a llevarle el certificado y tomar unos mates con ella, como todas las tardes de su nueva vida. No pudo ser. Murió a los 20 años cuando esa tardecita le dispararon por la espalda. Y eso que él no integraba Los Pinos, más bien era de la barra "de la biblioteca".

Un año después, Cata, la mamá, cuenta que otro hijo suyo iba por el mismo camino que su hermano, así que lo mandó a hacer changas a Maldonado. Damián (19) también se llevaba muy bien con las barras de Los Pinos y de "la biblioteca" y por quedarse a mirar una pelea entre algunos de Los Pinos y otros de la barra de "los encapuchados" del Ayuí se ligó un botellazo que le partió el rostro. Le cosieron 17 puntos en la cara. Le habían advertido que iba a terminar en un ataúd, como su hermano.

Carlos, "El Pincho", es sólo una de las tres víctimas fatales que se ha cobrado la guerra de pandillas en la ciudad de Artigas desde 2002, un fenómeno más asociado con los maras salvadoreños o las favelas cariocas que con una localidad uruguaya del interior.

DE DIVERTIRSE A MATARSE. Las barras juveniles están en los barrios más populosos y carenciados de Artigas, una ciudad de 40.000 habitantes a 600 kilómetros de Montevideo y limítrofe con la brasileña Quaraí.

Las integran adolescentes de entre 12 y 20 años que abrumados por el ocio se identifican con los colores del cuadro del barrio y la escola do samba más cercana. Y los defienden a punta de cuchillo o revólver.

Son casi una decena las barras de "amigos" que se juntan en una esquina, una plaza o frente a una biblioteca para pasar el rato charlando, fumando marihuana y tomando caña brasilera. Así empiezan.

Los enfrentamientos con otras barras llegan solos. Basta que coincidan en la plaza Batlle o en un boliche y un cruce desafiante de miradas hará el resto. Enseguida llegará la Policía, el enemigo en común de todas las barras.

Hace 15 días, una patota agredió brutalmente a un chico de 16 años que estaba en el curso de mecánica automotriz de la UTU. Fue en pleno patio del centro educativo: los de "la capilla" del barrio Rampla versus Los Tumberos del barrio Pirata. Gerardo Saldaña, de "la capilla", llevó la peor parte. Una piedra le fracturó el cráneo, se dijo, y debió ser internado de urgencia en el hospital Maciel de la capital. La guerra de pandillas de Artigas llegó así a la prensa nacional.

Ya repuesto en su casa y vestido con los colores de Peñarol, Gerardo contó a Qué Pasa su versión frente a sus padres, Julio César, un vendedor ambulante y Solange, dedicada a "labores", como dijo. Gerardo dijo que salían del salón de informática para ir a buscar sus mochilas y la banda rival los agredió a pedradas y cadenazos. Una piedra lo golpeó sobre la sien derecha y cayó desmayado. "Nos fueron a buscar porque somos `de la capilla`, del Rampla. Por la rivalidad nomás".

Gerardo dijo que apenas conocía de vista al "Cano", el otro menor que lo agredió. Lo conocía de enfrentamientos previos, pero no había nada personal entre ellos, aseguró. Es sólo que uno es de "la capilla" y el otro es "pirata".

"¿Qué hacemos en la capilla? Escuchamos cumbia o la radio. Salimos en moto o bici por ahí. Mis compañeros fuman, yo no. Tomamos cerveza, vino, caña no tanto. Cuando hay plata y hace frío compramos un (whisky) Black Stone", narró Gerardo en un sillón, debajo de un cuadro con la figura del también artiguense Carlos Bueno -criado en el mismo barrio Rampla- abrazado a la gallina inflable con los colores de Nacional en una foto trucada.

"No creo que mi hijo ande metido en vicios. La barra de ellos no es una barra mala, no tienen antecedentes. Cuando hay un asalto nunca se dice `fue un gurí de la capilla`. Se juntan a fumar algo, tomar un trago, tocar timbre en una casa… cosas de gurí", minimizó el papá.

A la noche y sin los padres, Gerardo y sus amigos de barra contaron que andan armados de antenas de autos para defenderse -faltaba más- de otras barras, y alguno posó para la foto simulando un revólver con los dedos de una mano. El joven, además, confesó que estuvo en el programa Promisec del Inau para menores infractores, acudiendo a sesiones con un psicólogo, luego de haberse tomado a golpes con adultos en un ensayo de la escola do samba del Rampla. Cosas de gurí.

Claudia Pereira, profesora de secundaria y UTU, intentó explicar el fenómeno: "Nadie se la agarra con otro que no esté identificado con una barra. Para ellos, pertenecer a una barra ya es una justificación para la agresión", dijo.

Pereira sabe de lo que habla; es la presidenta del club Centenario del mismo barrio, de donde es oriunda la barra llamada Los Finos. Todos los días se esmera por recuperar algunos jóvenes violentos. Por ejemplo, ha integrado la barra a la escola do samba Académicos, del barrio, en un ala específica que se llama Los Finos, precisamente. "Ellos hacen sus propios trajes y bailan. Ahí uno los puede controlar".

La docente y titular del club albiceleste donde juegan Los Finos contó que se juntan a tomar vino y caña desde los 13 años en una esquina, y también fuman marihuana. No conocen la Velho Barreiro, todo un lujo para ellos; beben una caña sin marca que cuesta 12 pesos el litro. Ahí todavía no llegó la pasta base.

"Ellos se pelean y no saben ni por qué lo hacen. `Le pegué porque él me pegó antes`, te dicen. Le preguntás qué había pasado antes y te dicen `nosotros le habíamos pegado`. ¿Y por qué? `Porque los vimos pasar`, te dicen".

Eso sí, cada barra tiene sus códigos propios. Los Finos, por ejemplo, no le pegan a otros muchachos que vayan pasando con criaturas o mujeres. Los propios Finos se jactaron de no utilizar nunca armas ("a mano limpia, o agarramos pedazos de baldosas y se los tiramos por la cabeza") y que no tienen integrantes que sean hijos de policías o militares, como los "tumberos". Estos últimos, según dijeron en una esquina oscura del barrio Pirata, se reivindican como los únicos que de veras no andan armados (ver recuadro) y señalan que la Policía les ha incautado armas caseras a sus rivales Los Finos.

"Nosotros no entramos a una sala de estudios a buscar a nadie y no matamos", aclara "Guigo" Da Rosa, "fino" de 22 años. "Hace poco fuimos a la plaza del centro y ni bien pisamos la plaza estaban los de Los Pinos y se armó. Ya evitamos salir de acá para no tener líos".

Otra cambio positivo es que ya no roban, a instancias de la presidenta del cuadro, quien los aleccionó. Estaban robando garrafas de gas para provecho de "alguien" que luego les pagaba poco por ellas. Cuando supieron del malestar de Pereira le preguntaron si estaba enojada con ellos. Ella les dijo que estaba dolida y al mejor estilo "Peluca" Valdez les aconsejó: "¿Ustedes son tarados? ¿cómo van a robar, que está mal, y encima en el barrio? Se están quemando". Y dejaron de hacerlo.

Mientras el viernes Los Finos esperaban más compañeros para jugar un partido de fútbol en la plaza del vecindario, "Guigo" contó que la de ellos es la segunda generación, y que Los Finitos, púberes de 12 y 13 años, ya hacen sus primeras armas. Por ahora no toman caña ni fuman porro. Pero miran a los más grandes y aprenden. "Es cuestión de tiempo", reconoció con una mueca de resignación.

El muchacho, arquero del club Wanderers de Artigas, negó que algún "fino" cobrara peaje a quien quisiera pasar por esas cuadras. Dijo que piden monedas para el vino como en cualquier lado. "No le ponemos un cuchillo en la garganta a nadie. Hacemos relajo pero con orden", bromeó. "Pero si nos cruzamos con otra barra, seguro hay problema".

Por lo pronto, cuentan con heridos de guerra: Arturo, de 19, fue apuñalado por uno de Los Pinos. Es uno de los que pudo zafarle al ocio y a las escasas posibilidades laborales; está trabajando en la zafra de naranjales de Paysandú.

Por el sólo hecho de pertenecer a una barra los jóvenes artiguenses tienen muy acotado el mercado laboral. Además, su nivel educativo no se los permite: la mayoría apenas terminó la escuela y no muchos sortean segundo de liceo. Los más afortunados consiguen empleo en las zafras de cítricos del litoral, como Arturo y cuatro "finos" más.

CERCA DE LOS LIBROS. Cuando a Pereira un alumno le dijo que pertenecía a la barra de la biblioteca, se asombró. No podía creer que esos chiquilines compartieran en grupo el placer de la literatura. Ahí nomás le aclararon que se juntaban en la biblioteca del barrio Éxodo, pero del lado de afuera.

Todas las noches se reúnen para tomar "cuba" o "batida" (caña con jugo de durazno o frutilla), fumar y jugar a las cartas. La noche del jueves 7 prendieron una vela para recordar el primer aniversario del homicidio del "Pincho".

"Acá se juntamos (sic) para pasar la hora, no tenemos nada que hacer, entonces para no estar acostados venimos acá", dijo Tiano, de 16 años.

Maikol (17) afirmó: "Nosotros no buscamos lío con ninguna barra, pero si nos buscan sí".

Nada originales, los de la biblioteca aseguran que sólo pelean para defenderse, ellos nunca atacan primero.

Por lo menos lo sostuvieron hasta que Tiano hizo autocrítica colectiva. "Cantando la justa, cualquier una empieza. Si vas pasando por una barra (con la) que tenés bolo -explicó en su típico lenguaje de la frontera-, uno le dice algo a alguno de nosotros, y empieza el relajo".

"Y aparte, si uno tiene problemas, los demás, por ser amigos, no lo vamos a dejar tirado", agregó. He ahí uno de los códigos o "valores" propios de las barras, según apuntó Pereira: la solidaridad con el compañero caído.

Ivana, una jovencita de 17 años que va a tercero del liceo 2, confesó su agresividad, por ahora, reprimida. "Con los Chuquis y los del Ayuí está todo mal. Ellos buscan y disparan. No aguantan la paliza. Yo cago a palos a cualquiera; claro que no voy a pelear contra un varón, pero si hay una gurisa y se da, la reviento a palos. Hoy en día los gurises están así -reflexionó-, buscan y se creen mejor que uno. Hay que agacharlos a palos", dijo y festejaron todos.

Tiano ayudó a entender el asunto entre las barras. Tradujo la cuestión a un duelo: se pelean a ver cuál es la que tiene más "aguante", al mejor estilo barrabrava de un club de fútbol.

Luego dijo que él tiene un "casero" en su casa. Es una suerte de revólver como si fuera hecho con el manual de Macgyver: un trozo de canilla, una bombilla para la propulsión, una gomita, un resorte y una bala. "Las balas se consiguen", se limitó a decir.

Los "de la biblioteca" parecen bebés de pecho al lado de sus compinches Los Pinos, a pocas cuadras de ahí, en 20 de Setiembre y Larrobla, debajo de los championes colgados de los cables que indican una boca de venta de pasta base y al lado de... dos pinos.

Los Pinos tienen mala fama. Cuando en Artigas se quiere hablar de la guerra de pandillas, enseguida se piensa en ellos.

Pasada la medianoche del viernes hay sólo tres "pinos" en la esquina, porque los demás se aburrieron tanto que se fueron. Ellos sí andan armados y lo dicen sin rodeos: nada de "caseros", revólveres comprados en el mercado negro.

Andrés tiene 16 años y ningún empacho en revelar los pormenores de qué significa ser un verdadero "pino" por estos días. Sus únicas condiciones son no quitarse la bufanda que le tapa casi todo el rostro y no revelar su apellido. "Cuando nos cruzamos con una barra y se hacen los guapos y nos insultan, nos quemamos la cabeza y bueno...".

Ronald Viera, de 17, dice que toman "lo que venga", fuman porro y cuando hay plata o "fiesta", hay cocaína o pasta base. Y repite lo que otros: que sus amigos no lo van a dejar solo si "pinta bolo". Es curiosa la asociación de este muchacho: "somos como la Policía, pasa algo con uno y vamos todos".

Andrés, algo así como el Ze Pequeno de Ciudad de Dios pero en versión Los Pinos de Artigas, sigue contando: a los menores se les vende cualquier bebida alcohólica en el barrio 25 de Agosto ("acá no hay eso de que `no te vendo porque sos menor`"), y están expectantes a escuchar las bombas brasileras que explotan en Quaraí, para avisar que llegó la droga a la frontera.

Hace unos meses se les dio por robar en el barrio. Cualquier cosa: un televisor, un dvd, celulares, ropa de la cuerda. La cuestión era poder vender las cosas después para tener para la bebida o la droga. Hasta que lo discutieron y pararon. "Fue como un mes de corrido, pero cortamos eso porque era por peleia, zafados por peleia, rapaz", fala Andrés.

-Cuando ustedes van a un baile como el Zorrilla, el Deportivo o el Tas Positivo y hay otra barra, ¿hay combate seguro?

-Claro. A la hora que nos veamos, antes de entrar, adentro o a la salida. Mirá, no estamos para cagarnos. Si quieren pelea, se la vamos a dar hasta el fin. Y si somos nosotros los que queremos pelea, con más razón nunca vamos a parar. Cuando vamos al centro, la Policía nos empieza a babosear y nos provoca. Te dicen: `ponete gallina, abrí las piernas, hacete el guapo ahora`. Cuando nos buscan, pinta revolución...

A veces los policías andan "bien locos", dice Ronald, y la cuestión se complica cuando van acompañados del grupo GEO. Esos mismos policías casi no entran al 25 de Agosto, porque ellos saben -se ufanan- que en su territorio mandan Los Pinos. "Ahí corren ellos".

Ronald estaba con Los Pinos cuando hace un año se dio el enfrentamiento con "los del taller" del barrio Zorrilla. Una pedrada le dio en un ojo y él salió corriendo a pedir ayuda. Llegaron otros "pinos" y se armó la batahola, sin víctimas.

A la noche, alguien presuntamente "del taller" salió de la oscuridad donde se escondía y terminó matando al "Pincho", el hijo de Cata. Pero la bala no era para él. El asesino se confundió: a quien querían era al Tony de los Santos, por una pica anterior.

Como Tony sabía que lo andaban buscando, hizo lo mismo que Damián, el hijo de Cata: se fue a trabajar en la construcción a Maldonado. El 21 de diciembre pasado habló con su madre, Lourdes, y le prometió que al día siguiente estaría con ella para esperar la Navidad. Lourdes se sentía sola porque había quedado viuda pocos meses antes. Al otro día, en lugar de recibir a su hijo, recibió a un policía con una mala noticia: habían matado a Tony.

Lo vieron solo en el este, sin sus amigos de barra artiguense, y no dejaron pasar la oportunidad. La venganza estaba consumada. Antes habían matado al Pincho por error, y ahora sí habían dado con la víctima buscada.

"El día que mataron al Pincho era para cualquier uno (sic)", recuerda Ronald, que protagonizó la pelea.

Andrés parece uno de los más bravos de los nuevos Pinos (los viejos tienen más de 20 años, y ya están esperando su turno Los Pinitos, de 12 o 13). Promete sangre hablándole al grabador:

-¿Van a vengar la muerte del Pincho?

-Más bien que tenemos ganas. Es sólo esperar que se regalen y van a ver lo que les pasa. Era de la biblioteca, pero amigo de nosotros.

MADRES CON VOZ. Pincho y Tony eran amigos, aunque ningunos angelitos, como admiten sus madres con pena.

Cata y Lourdes cuentan sus desgracias compartidas en la misma plaza donde se reúnen los de la biblioteca, pero a media tarde. Están unidas por el dolor de la pérdida de sus hijos, y por la impotencia de no poder sacar de las mismas barras a otros vástagos que siguieron sus pasos.

Lourdes, la madre del fallecido Tony, un día llegó a su casa y se enteró que habían baleado a otro hijo suyo, Junior, de 19 años. Fue en una pelea contra "los encapuchados" del Ayuí, una de las barras de peor estofa de la ciudad.

Junior, que trabaja en un motel, vive con la bala alojada en el esternón. El doctor le dijo que si intenta sacarla se puede morir.

El adolescente del barrio Ayuí que hirió a Junior es el mismo que antes le había desfigurado el rostro al hijo de Cata. "Lo tuvieron un rato en el Inau, y al poco tiempo lo largaron", dice Lourdes, indignada.

María (16) es la novia de Junior y quiso acompañar a su suegra a la cita pactada por terceros con "el periodista que vino de Montevideo". La jovencita -pelo teñido, ojos claros, mirada de niña y postura de mujer- suele acompañar a los varones de la biblioteca y Los Pinos cuando se reúnen.

Cuenta que no pueden bajar hacia el centro por la calle 20 de Setiembre porque se cruzan con Los Chuquis (con quienes tienen una rivalidad irreconciliable) y tampoco por las calles laterales porque podrían encontrarse con "los encapuchados" del Ayuí.

Es el mismo dilema que tienen las demás barras: en determinadas calles o lugares como plazas, locales bailables o centros educativos, con certeza habrá enfrentamientos. Por eso -dicen los de la capilla del Rampla, Los Finos del Centenario, los de la biblioteca o Los Pinos- terminan optando por quedarse en su lugar.

María y Lourdes defienden a Los Pinos como si fueran integrantes de la barra. "Siempre dicen que la culpa es de Los Pinos y es mentira. Ellos salen, toman y juegan entre ellos", excusa María.

Cata reconoce que fuman marihuana y algunos inhalan cola de zapatero. Claudia Pereira, la docente y "madrina" de Los Finos, confirmó que esa es otra de las adicciones de algunas barras.

Lourdes dice que la Policía discrimina a Los Pinos. Que muchas veces Los Chuquis los agredieron y de inmediato hicieron la denuncia como si fueran ellos los agredidos. La historia siempre termina igual: a Los Chuquis no les pasa nada; y alguno de Los Pinos marcha detenido.

Antes de su "ajusticiamiento", Lourdes tuvo que ir a buscar seis o siete veces a su hijo Tony a la comisaría por riñas callejeras. También le pasó lo mismo a Cata, e incluso a los padres de Gerardo, el chico de "la capilla" que fue duramente castigado a la salida de la UTU. También debieron ir a buscarlo a la seccional.

Una fuente de la Policía que además es madre de un integrante de una barra -que solicitó no ser identificada por temor- reconoció que "para algunos colegas (policías) Los Pinos son mala palabra". Dijo que hay "buenos" y "malos" policías, y entre los últimos abundan los que tienen nula tolerancia con la barra del 25 de Agosto. "Otros les hablan bien y ellos entienden".

Ésta no fue la única acusación desde una barra o allegados observando una conducta policial distinta en un caso que en otro, según cuál sea la barra en cuestión.

Mario Ledesma de Los Finos y Gerardo Saldaña de "la capilla" coincidieron en señalar que la banda de Los Tumberos del barrio Pirata goza de ciertos privilegios porque en ellas hay hijos de policías y ex militares.

"Sabemos que cuando la Policía va a caer en determinado lugar a modo de razzia, les avisan a ellos para que se vayan antes", dijo Ledesma.

Lamentablemente fue imposible conocer la opinión de las jerarquías policiales de Artigas con respecto a la realidad de las barras juveniles en la ciudad norteña.

El jefe de Policía departamental, Hugo Ferreira, se excusó por no hablar a pedido del Ministerio del Interior, dijo. Agregó que la propia ministra Daisy Tourné se referiría al tema en conferencia de prensa.

La noche del viernes 8 Tourné se limitó a decir que para que no se repitan casos como el de Gerardo Saldaña, el chico agredido en la UTU artiguense, solicitaba la "colaboración" de los padres para evitar otros episodios de violencia. "Los padres también tienen responsabilidad", sostuvo la ministra. Quizás Cata, Lourdes o los padres de Gerardo puedan "colaborar".

El martes 12 el encargado de comunicación del Ministerio del Interior, Enrique Rivero, consultó al jefe de Policía de Artigas. El inspector Ferreira le comunicó -dijo Rivero a Qué Pasa- que prefería no hablar del tema.

Mientras Tourné le pide ayuda a los padres de los menores y el jefe de Policía de Artigas prefiere quedarse callado, las barras juveniles se siguen juntando a tomar caña de 12 pesos el litro, fumar "porro" o inhalar cola de zapatero. Eso como previa del baile o la plaza Batlle.

Los "bolos" están asegurados. Y algunas barras tienen deudas de sangre que cobrarse. u

Cambia a los 18

"Acá todos cumplen la mayoría de edad y cambian", dijo Ronald, de 17, integrante de Los Pinos. "Los menores podemos meter lío tranquilos y hacer relajo que no nos pasa nada", completó Andrés, de 16. "Después hay que sentar cabeza", concluyó Rafa, de 18.

Todo empezó por culpa de "el sartén"

Rafa (18), otro hijo de Lourdes allegado a la barra de Los Pinos, dijo que el lío "grande" entre barras tiene un nombre: "El Sartén". Así llaman a Edward, un muchacho que desde 2002 fue líder natural de Los Pinos. Crecido en el barrio Las Flores, se ennovió con una menor del 25 de Agosto y cuando iba a visitarla tenía problemas con Los Pinos. Hasta que pasó a vivir en el barrio y los conquistó. "Yo iba para todos lados con él, siempre peleábamos por él, porque nos daba manija: `temos una briga (pelea) la com aqueles` y allá íbamos nosotros. Nos hacía la cabeza y lo seguíamos. Hasta que empezó a ensuciarse con algunos de acá y dejaron de darle bolilla", dijo. "El Sartén" embarazó a su novia y se terminó mudando del barrio. Los combates más duros contra otras barras se dieron bajo su liderazgo. Hoy Rafa está algo alejado de Los Pinos. "No los abandono. Pero vengo, tomo un trago y me voy. Droga no tomo: se gasta mucho dinero..."

Pica del fútbol o el carnaval

Julio Saldaña, padre de Gerardo, el chico agredido en la UTU de Artigas a fines de abril, dice que lo que ha cambiado de "sus tiempos" a esta fecha son "las leyes". "Nosotros a la edad de mi hijo (16) jugábamos a la bolita. Lo que cambiaron fueron las leyes y el respeto por ellas y la Policía. Yo estuve dos horas declarando en el juzgado mientras que los agresores estuvieron una hora y se fueron. Antes decías `voy a llamar a la Policía` y se terminaba el lío", reflexionó. De todas formas, Saldaña dijo que la rivalidad entre chicos del Rampla y del Pirata existió siempre. "Son los barrios más grandes, y llenan el estadio, lo que no consiguen Wanderers y San Eugenio que juegan la Copa El País de OFI. También por las escolas: Piratas volvió y salió ganador de la B este año, y Rampla ganó en la A. En fútbol, Pirata está en la B y Rampla descendió. ¡El destino los cruza!"

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