En un año 86 bebés fueron abandonados o separados de sus padres en el hospital: las duras historias detrás

Bruno y Clara son dos de los casi 90 recién nacidos judicializados en 2022. Son hijos de madres (y padres, cuando están presentes) con problemas de adicción y violencia. ¿Qué camino legal se sigue?

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Un bebé en un hogar del INAU.
Foto: Fernando Ponzetto.

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Por Florencia Pujadas
Bruno nació en el Hospital Pereira Rossell. Pesó casi tres kilos, midió 51 centímetros y heredó los bochones marrones de su madre. El día de su nacimiento gritó y lloró con fuerza, como si quisiera que todo el hospital escuchara que había llegado al mundo. Nació en la mañana de invierno más dura que su madre recuerde. No por el frío ni por las dos horas de trabajo de parto sino porque Jennifer pensó que no lo iba a volver a ver. La joven madre recién había cumplido 21 años, no tenía estudios, trabajo ni relación con su familia. Vivía con un hombre mayor que la dejaba dormir en su casa a cambio de que mantuviera relaciones sexuales con él o sus “amigos”.

Ella no sabía quién era el padre de Bruno y no quería que ese niño tuviera su vida, no podía criarlo.

Bruno es uno de los 86 bebés recién nacidos judicializados en 2022, según los datos del Instituto del Niño y el Adolescente del Uruguay (INAU) a los que accedió El País. Como en otros casos, un equipo técnico de psicólogos, médicos, asistentes sociales y asesores legales tuvo que intervenir en su vida porque sus padres no podían cuidarlo.

La situación de Bruno fue derivada a un Juzgado de Familia Especializado para que un juez determinara su destino y qué sistema de protección era el más adecuado para su crianza. “Estos procesos comienzan cuando se identifica algún tipo de fragilidad o riesgo de desprotección”, relata Alejandro Vera, quien dirige la Unidad de Derivaciones y Urgencias del INAU. “Se hace un informe, se solicita la valoración de la situación familiar y se actúa”.

En estos casos, los jueces deciden si la mejor alternativa para el recién nacido es regresar con su familia de origen, si debe ir a un lugar de acogida —donde tiene una estadía transitoria— o si queda bajo el amparo estatal en centros del INAU. El presidente del INAU, Pablo Abdala, dice a El País que se busca “fortalecer el sistema de protección y transitar gradualmente hacia un sistema de base familiar comunitaria”. Esto quiere decir “que desde el día que un bebé o niño se vincula al hogar, trabajamos para intentar alcanzar su revinculación familiar”.

A la espera de una resolución judicial, la mayoría de los bebés vive en la sala de la Fundación Canguro, un lugar que nació en 2016 para brindar cariño y hogar a pequeños que aún no lo tienen.

Bruno pasó su primer mes ahí.

La historia de la bebé que fue abandonada en Rivera

El caso fue denunciado el 6 de enero por la viróloga Natalia Echeverría: una bebé de dos meses con VIH y síndrome de abstinencia había sido abandonada en el Hospital de Rivera. Su madre tiene deficiencias intelectuales y consumo problemático de drogas.

La Justicia debía decidir cuál era el destino de la pequeña. Los equipos del INAU afirmaron que lo mejor era que estuviera bajo su amparo a la espera de su adopción. Pero, cuando el juez pidió el amparo, la madre dijo que quería estar con su hija. Se acordó la estadía de ambas en el hospital. Ella empezó un tratamiento de rehabilitación y la evolución fue favorable. A la espera de la resolución judicial, lo más probable es que la bebé quede a cargo de su madre con la contención del INAU.

Los primeros días.

El hijo de Jennifer fue un bebé sano. Ella tiene deficiencias alimentarias y es muy delgada, pero durante el embarazo intentó cumplir con al menos dos comidas al día para cuidarlo.

Bruno nació con un buen peso y fue dado de alta médica a las 72 horas. Ahí dejó la habitación del hospital para pasar a una cuna de acrílico en la sala de la fundación donde estuvo al cuidado de los “canguros”, como le dicen a los 429 voluntarios. “En ese momento empieza nuestro trabajo. No participamos en el proceso judicial y en muchos casos ni siquiera sabemos por qué el bebé entra a la sala”, cuenta Pamela Moreira, presidenta de la Fundación Canguro.

Los voluntarios no son médicos ni enfermeros; son personas que se acercan con la intención de contener y ayudar a los recién nacidos en sus primeros días. Trabajan en una habitación que está decorada como el cuarto de un niño, pero tiene cunas para más bebés. Sus paredes están pintadas con colores pasteles: tienen dibujos de nubes y de simpáticos canguros. También hay fotografías colgadas de niños que pasaron por la fundación, un detalle que puede parecer insignificante pero no lo es.

El catedrático y referente en Neonatología Daniel Borbonet afirma que el registro del nacimiento y los primeros días de los bebés es importante para que sepan quiénes son y de dónde vinieron. El médico, que trabajó casi 40 años en el Pereira Rossell, dice que los pequeños merecen tener una identidad de origen.

“Durante muchos años, esos niños fueron dados en adopción o en situación de amparo y prácticamente no sabían de dónde venían. Necesitan saber su historia y conocer su identidad”, opina. Hoy sus historias se cuentan con fotografías, frases de los “canguros” y de sus propios padres en las paredes de la sala.

En esta habitación hay bebés que están solos, no tienen una familia que los visite ni les brinde contención afectiva. “Tenemos situaciones de madres que delegan totalmente el cuidado del recién nacido, sí, pero a diferencia de lo que se suele pensar, la mayoría de ellas quiere estar presentes. Estas mujeres desean amamantar a sus bebés, quieren salir con ellos y cuidarlos, pero no están en condiciones de hacerlo solas”, dice Moreira.

Esto ocurrió en el caso de Jennifer, la mamá de Bruno, y en el de María, una mujer de 25 años que el año pasado dio a luz a Clara. Ella siempre había querido ser madre, pero es drogadicta y padece una patología psiquiátrica que le impidió cuidar a la pequeña.

Los primeros días de Clara en el hospital fueron difíciles. En momentos de sobriedad, su madre iba a la sala de la fundación, la quería amamantar y no podía por su adicción. Pero sí la bañó, la abrazó, la escuchó llorar. Lo mismo vivió Jennifer con Bruno. Las dos madres tenían problemas con el dinero, pero los voluntarios les ofrecieron una tarjeta para viajar en ómnibus y estar con sus bebés. Ellos mismos las incentivaban y esperaban para que pudieran estar ahí cuando bañaban a Clara y Bruno. “Si no se brinda esa ayuda, es muy difícil pedirles que estén presentes, que amamanten a sus bebés o lo que se espera de una ‘buena madre’. Son situaciones complejas”, afirma la presidenta de la fundación.

Los bebés judicializados son hijos de madres y padres que viven en contextos de alta vulnerabilidad y fragilidad social. La mayoría de sus historias están vinculadas a las adicciones y la violencia. Hay madres que tienen un consumo problemático de drogas, que están en situación de calle, padecen enfermedades psiquiátricas o son menores de edad. “Son mujeres que han tenido un apego poco seguro, desorganizado, sin referentes significativos de cuidado y han sobrevivido como han podido”, explica Vera del INAU. También hay mujeres que son víctimas de violencia de género, que no tienen los recursos económicos para cuidar a los bebés o tienen problemas intelectuales. “Muchos de los casos están atravesados por la violencia en sus más diversas formas como la física y psicológica”, asegura Abdala.

Los casos son heterogéneos y el único punto en común es la vulnerabilidad de las familias, dice Borbonet. “Son tantas las causas por las cuales estos niños deben estar separados de sus madres o de su entorno familiar, que cada una de ellas requiere una mirada especial”, explica el médico.

El caso de cada bebé judicializado es particular y su experiencia en la fundación, también. Sin embargo, los médicos y voluntarios aseguran que los familiares suelen estar presentes en sus primeros días de vida. “Cuando están en la sala, nos transformamos en un actor de entrega y son ellos los que se ocupan del cuidado”, relata la presidenta de la fundación. Cuando no está la madre ni ninguno de los familiares, los voluntarios son los principales cuidadores. En esas semanas se forman rutinas y los bebés se adaptan al ritmo de la sala. “Sabemos que están ahí por un tiempo y les hablamos, les decimos que van a estar con una familia. Son bebés, pero decirlo es importante”, afirma Moreira.

El trabajo de los voluntarios se enfoca en el cuidado de los bebés y la nutrición afectiva. Este concepto se utiliza para hablar de las habilidades de inteligencia y contención emocional que se alcanzan con el afecto. “Eso es importante para nosotros y define cómo es nuestro trabajo. A los bebés les damos todo: los abrazamos, los cuidamos, como si fuéramos sus tíos o sus abuelos. Trabajamos en el apego y en el desapego”, detalla la presidenta de Canguro.

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Zapatos en un hogar del INAU.
Foto: Fernando Ponzetto.

Los médicos y equipos del INAU sostienen que el tipo de cuidado que reciben los bebés desde su nacimiento incide en la formación de sus identidades y en cómo se relacionan con el mundo. “Estos niños vuelven a tener brazos que les dan la contención que necesitan. Eso implica apostar a tener niños con infancias y adolescencias menos violentas, lo que también les permite tener una mayor inserción en la sociedad”, explica Borbonet. El neonatólogo cuenta, incluso, que la vida de los niños está marcada por las vivencias de sus madres en el embarazo y los factores ambientales. Esto se explica por la epigenética, proceso que asegura que la expresión de los genes se puede modificar aun sin que se produzca un cambio en el código del ADN.

“Hemos aprendido que hay una relación del exterior hacia el embarazo y la vida intrauterina de ese niño, que tiene una repercusión en su formación y su desarrollo neurocognitivo cuando nace. De ahí la importancia de evitar los contextos vulnerables durante el embarazo y, cuando no se puede, tener un acompañamiento como el de estos voluntarios”, sostiene Borbonet.

Los “canguros” trabajan en los vínculos afectivos entre los bebés y sus padres como en el apego y desapego de los voluntarios. “Es un trabajo emocional muy grande e importante. Tenemos muy claro que no somos su familia, pero necesitan de nosotros y les brindamos un profundo amor. Cuando hay que soltar cuesta y mucho”, confiesa Moreira.

El tiempo que están los bebés en la sala es variable. No hay un cálculo preciso, pero los voluntarios y los asistentes sociales estiman que suele ser un promedio de 35 días.

Decisión judicial.

El año pasado los voluntarios acompañaron a 86 bebés judicializados de los 32.301 nacidos en Uruguay. A eso se suma que hubo 43 niños más grandes y adolescentes cuyos destinos fueron definidos por la Justicia, según la Unidad de Derivaciones y Urgencias del INAU.

De estos casos, hubo 11 integraciones directas desde el Pereira Rossell, una de Cudam, una de Médica Uruguaya y dos del Hospital Departamental de Paysandú. Si se compara con años anteriores, el número de menores judicializados se mantiene estable.

El año pasado los voluntarios de la Fundación Canguro trabajaron con 109 bebés, entre ellos pequeños que habían sido ingresados en 2021. En 2020 la cifra se ubicó en 97 y en 2019 se atendieron 109 casos. “Con el paso del tiempo, no vemos grandes variaciones”, dice Vera.

Sin embargo, Abdala afirma que sí hay “guarismos” en la rapidez con la que se llega a una resolución judicial. “En 2019, por ejemplo, había 140 niños que aguardaban una decisión para saber si ingresaban a una residencia, si volvían a un hogar de acogida. Hoy hay 30 casos”, acota.

Las estadísticas muestran que los casos de bebés judicializados ocurren durante todo el año, pero se concentran más en el invierno. “Notamos que hay un incremento de ingresos en los meses fríos por cuadros respiratorios”, cuenta Vera. Esta tendencia se observa en los datos de 2022. En agosto hubo 24 menores judicializados y fue uno de los meses más fríos. De ellos, 14 eran recién nacidos. En estos casos, la Justicia interviene por distintas razones y de diversas formas. Hay veces en que la propia madre entiende que no puede criar a su hijo y otras en las que se actúa en base a una denuncia o la detección de una situación de gran vulnerabilidad. Hay ocasiones, incluso, en que los jueces deben decidir el destino de varios hermanos. “De repente hay una intervención de la Justicia porque se hace una denuncia, ingresa un niño y se entiende que tienen que estar todos bajo el amparo estatal. O puede pasar que llegue la madre, se identifique una vulnerabilidad y se ingresen a sus hijos”, cuenta Vera.

En estas intervenciones trabajan grupos de profesionales, que analizan los casos dentro y fuera del hospital. Los médicos, asistentes sociales, psicólogos y referentes del INAU tienen un contacto fluido. Están conectados hasta en grupos de WhatsApp donde comparten las historias, hacen evaluaciones y plantean posibles soluciones. Así se trabajó en el caso de Bruno.

Fundación Canguro
Fundación Canguro.

Mientras el bebé estaba en el hospital, un equipo del INAU se contactó con la familia materna. Hicieron varias entrevistas y hablaron con la madre de Jennifer, quien no quería tener un vínculo con su hija pero sí quería criar a su nieto. Esta posibilidad fue evaluada por el equipo de profesionales, que puso en marcha programas de apoyo y protección para garantizar el cuidado de Bruno. “Tenemos por norte el derecho a vivir y crecer en una familia. Por eso transitamos hacia un modelo donde se trabaja con ellos y se busca su revinculación”, dice Abdala.

En el caso de Bruno, el proceso de revinculación familiar fue largo e incluyó su pasaje transitorio por el cuidado de una familia de acogida. Estos hogares se especializan en la crianza de menores. En Uruguay hay 1.100 familias que trabajan con unos 2.000 niños en distintas modalidades. “La contención en la primera infancia es importante. Es mejor que la espera —que puede llevar días, semanas, meses o hasta años— se haga en un ámbito familiar y no en una residencia del INAU”, admite Abdala.

Bruno vivió en un hogar de acogida durante varios meses y Jennifer fue parte de su crianza. De hecho, ella lo acompañó cuando dejó el hospital y se mudó a la casa. La familia le brindó un espacio para que pudiera amamantarlo y abrazarlo.

Mientras tanto, un equipo del INAU trabajó con la abuela de Bruno para crear una red de contención donde se garantizaran los derechos del bebé. “No siempre se logra pero uno intenta generar un aparataje, un soporte, que implique que la abuela, que de un momento a otro se encuentra con su nieto, pueda conectar y sostener su crianza”, explica Vera.

En este caso, y en la mayoría, los equipos del INAU trabajan con programas para apoyar a las familias con la esperanza de que puedan volver a reencontrarse. “Si se identifica que hay un actor de la familia que se puede hacer cargo, nosotros le pedimos reserva a los jueces para que no ingrese al sistema de protección, le explicamos que hay un familiar y diseñamos una estrategia”, cuenta Vera.

Muchas veces se trabaja en colaboración con el Ministerio de Desarrollo Social (Mides) y el Ministerio de Salud Pública. También se hace un seguimiento de las familias en centros de referencia del INAU, que buscan brindar orientación, apoyo y seguimiento. “Esto es posible porque los jueces actúan con confianza a la hora de decidir sobre el futuro del bebé con sus padres o una familia adoptiva. Hemos mejorado el diálogo con los juzgados”, dice Abdala.

Hay momentos en que los sistemas de atención están desbordados. Desde el INAU reconocen que en ocasiones la demanda de atención en los centros locales de referencia es muy grande y no se puede brindar el apoyo a las familias como quisieran. “Puede haber un desborde por las situaciones y hay veces que no podemos tener la presencia que querríamos”, reconoce Vera. Ante esta situación, los procesos se refuerzan con otros programas y en centros como los CAIF. “El sistema tiene imperfecciones, pero la malla de contención es real”, dice Abdala.

Mamás suelen llegar solas, ellos no se hacen cargo

Es habitual que las mujeres lleguen solas a la Fundación Canguro, que no sepan quién es el padre o que él no se haga cargo. “Eso pasa en gran parte de los casos. Los hombres no están ahí y ellas se encuentran solas ante estas situaciones. Estamos hablando de una población muy dañada”, asegura Alejandro Vera del INAU.

Por estos motivos los voluntarios buscan que la sala de la fundación sea un refugio para las madres y familiares de los bebés. Dicen que es un espacio libre de estigmas y de prejuicios. “A veces es lo mejor que le puede pasar a una mamá: se siente sostenida, cuidada; la estimulan, le reconocen cosas. Hay mujeres que no han tenido esto en ningún momento de sus vidas”, sostiene Vera.

¿Abandono?

Las estadísticas sobre los bebés judicializados derriban un mito: la mayoría de las madres no quiere abandonar a sus hijos, aunque lo termine haciendo. Según los médicos, las mujeres no saben cómo cuidarlos o no quieren participar en su crianza para, de alguna manera, protegerlos. “Te quedan marcadas las miradas de madres adolescentes, de niñas de 13 o 14 años, que sienten temor, incertidumbre, angustia. No quieren dejarlos, pero no pueden estar con ellos”, dice Borbonet.

Los especialistas piden que no se juzgue a las madres, sus tiempos ni sus decisiones.

Esta condición se deja entrever en los relatos de Jennifer y de María, cuya hija hoy también se encuentra en un hogar de acogida. Ninguna quiere ser mencionada con su nombre real ni quiere poner su voz por miedo a ser juzgada y a que sus hijos piensen que los abandonaron. Ambas quieren recuperarse para ser parte de sus vidas. “Es que la primera infancia, esos 1.000 días, se van consumiendo mientras los adultos hacen el esfuerzo de recuperarse de su situación. Es dramático, desafiante y cruel”, asegura Abdala.

Aún en los casos de abandono, coinciden los especialistas, la madre está en una situación de fragilidad. “Cuando la madre se va, el retiro del hospital tiene un impacto fuerte y terrible. ¿Cómo se puede pensar que una persona se retira de un lugar sin su hijo y no siente nada?”, pregunta Vera. “Es probable que consuman, se vinculen con gente que les va a hacer mal, que las va a hacer bolsa. Eso activa algo, es una pulsión de muerte”.

SITUACIONES

Muchos terminan regresando con sus familias

La relación entre la madre biológica y su hijo es única. Los equipos del INAU trabajan para que la mujer pueda recuperarse y criar al bebé que llevó en su vientre, salvo que el vínculo pueda significar una amenaza para el pequeño. “La premisa es que la mamá se pueda fortalecer para volver a estar con su hijo. El sistema opera en ese sentido”, dice a El País Alejandro Vera, director de la Unidad de Derivaciones y Urgencias del INAU.

Los datos oficiales muestran que la mayoría de los bebés judicializados sí vuelve con su familia de origen, como ocurre en el caso de Bruno, contado al inicio de este artículo. “Dos de cada tres recién nacidos regresan con su familia biológica cuando salen del hospital, por decisión de un juez y en base a un diagnóstico del equipo de salud mental y asistencia social”, dice Daniel Borbonet, en base a los datos del Pereira Rossell.

El 28% queda bajo el amparo del INAU y el 7% ingresa al sistema de adopción. Aquí hay una precisión: hay muchos bebés que no se van del hospital con sus familias pero pasan a un hogar de acogida y, con el paso del tiempo, sí regresan con sus familiares. Básicamente, lo que ocurrió con Bruno.

Pablo Abdala
Presidente del INAU, Pablo Abdala.
Foto: Estefania Leal

El presidente del INAU, Pablo Abdala, dice que este fenómeno ocurre porque los tiempos de los bebés y los adultos no son los mismos.

“Hay veces que no calzan. Por supuesto que la madre tiene derechos y prioridad, pero si el proceso de recuperación no se ajusta con los tiempos urgentes del niño, se produce un conflicto y en ese conflicto tiene que prevalecer el interés del menor”, explica el jerarca. Mientras tanto, se busca generar un cambio en la vida de esa madre. “Se intenta que ella pueda ir a rehabilitación, si es que consume, y que tal vez ingrese a un hogar de 24 horas. Se intenta alcanzar la revinculación pero, claro, se tiene que cumplir con las garantías. Es una responsabilidad”, agrega Vera.

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