Luego de tres años en el Vilardebó por un crimen que cometió sin consciencia, Jorge García siente que transita el mejor momento de su vida. Como él, miles con trastornos psiquiátricos graves tienen cada vez más oportunidades de reinsertarse en la sociedad. Contención, terapia, talleres, y una salida laboral parecen ser la clave.
Hay un mañana? Cuando Jorge García estaba internado y sedado en la sala de seguridad del Hospital Vilardebó, la pareja y madre de su hijo se preguntaba cosas así. Mientras esperaba el informe del psiquiatra, se largó a llover sobre esos patios en damero del hospital: el blanco y negro simbólico, quizás, de la distancia histórica entre locos y cuerdos.
¿Realmente hay un mañana después de lo que pasó? El futbolista había sido procesado como autor inimputable por el crimen de su padre, y Estefanía Mayer, la novia de toda su vida, sospechaba que había pasado el límite de lo recuperable. El diagnóstico recibido: "Esquizofrenia paranoide". ¿Acaso aquel jugador ex Danubio y Cerro, excapitán de la selección uruguaya sub 20 y que estuvo a punto de fichar para el Chelsea inglés, jugaría ahora en las baldosas negras de la irrealidad?
Selva Tabeira es auxiliar de enfermería del Vilardebó desde hace 15 años. Mide 1,46 metros de estatura. Había visto a Estefanía en televisión y se le acercó esa tarde de lluvia, en marzo de 2014. Y le dio una respuesta: "No importa lo que haya sucedido. Siempre hay un después".
Hoy, Jorge y Estefanía viven en ese mañana. El futbolista de 30 años ha vuelto a entrenar e integra la "B" de Huracán del Paso de la Arena. Es cierto que van últimos en la tabla y encima García se lesionó en el primer partido, seguramente por los nervios, pero él es especialista en revanchas y quiere ponerse en forma para la segunda mitad del año.
Después de 20 meses de internación, García salió de Vilardebó y vive desde el año pasado en una casa asistida con otros compañeros en situación similar. Liderados por Selva Tabeira, abrieron la cooperativa Dodici (12 en italiano) y montaron un lavadero industrial que inauguraron el jueves pasado en Democracia y Hocquart. Estefanía, Jorge y el hijo de 11 años de ambos, tienen además el proyecto de vivir juntos otra vez en un apartamento en la segunda planta del lavadero. "No quiero fortuna, ni auto, ni gloria. La vida que tengo hoy no la cambio por nada", asegura el futbolista.
En momentos en que se debate una ley que busca terminar con los asilos psiquiátricos, la importancia de la rehabilitación cobra protagonismo. ¿Cuánto se puede esperar de estos procesos de recuperación?
Dejar de ser.
Se estima que el 25% de las personas padece, ha padecido o padecerá una alteración psiquiátrica. La gran mayoría son pasajeras, como la depresión o los ataques de pánico. A otros cuadros se les llama trastornos mentales graves y persistentes. Se trata de las psicosis (con la esquizofrenia a la cabeza), trastorno bipolar y algunos otros menos frecuentes.
La incidencia de estos padecimientos graves y crónicos no llega al 1% de la población. Junto a las patologías vinculadas a la adicción, componen prácticamente la totalidad de los diagnósticos de quienes residen en las archicriticadas colonias y las "camas de asilo" en el Vilardebó, y que suman poco más de 1.000 personas.
Pero desde hace años y cada día más, están funcionando alternativas al manicomio. Se trata de emprendimientos públicos, privados o comunitarios, pequeños o más grandes, con métodos parecidos o diferentes, más o menos aceptados o criticados, pero enfocados todos a reinsertar a las personas familiar y socialmente y a que desarrollen un proyecto de vida. "Rehabilitar implica que el individuo logre el máximo dentro de sus capacidades y circunstancias", define el presidente de la Sociedad de Psiquiatría, Rafael Sibils.
Vicente Pardo, psiquiatra también, dirige el Centro PsicoSocial Sur Palermo con ese objetivo. "Al escuchar de esta enfermedad, la gente piensa enseguida en personas agresivas, y la realidad es que del total de hechos violentos en la sociedad, solo una ínfima parte es cometida por esquizofrénicos", asegura.
La esquizofrenia aparece entre los 15 y los 35 años y produce deterioros muy importantes en lo familiar, social y laboral. Tiene síntomas "positivos" (delirios, alucinaciones y pensamiento desorganizado), pero sobre todo se caracteriza por los "negativos": apatía, tendencia al aislamiento y vulnerabilidad al estrés.
Contra el primer grupo de síntomas, los fármacos que se indican de por vida son muy efectivos. Pero para contrarrestar las manifestaciones negativas, el único camino es la rehabilitación. Los métodos incluyen psicoterapia, talleres y actividades de todo tipo (plástica, música, escritura, huerta, cocina...) y trabajos de integración con la familia. La rehabilitación suele ser lenta, pero en casi todos los casos, segura.
Volver a ser.
A 80 kilómetros de Montevideo, en el pueblo Ituzaingó de San José, vive Juan Carlos, de 65 años y artesano de toda la vida. Gran contador de anécdotas.
En la década del 90, sin recordar muy bien las circunstancias, Juan Carlos quedó en la calle. Hubo una pelea con su hermana, distanciamiento de su esposa y un problemático apego al alcohol.
Seguramente, alguien lo denunció en uno de esos días de borrachera a la intemperie y Juan Carlos inició lo que se conoce como "el proceso de institucionalización". Un psiquiatra le diagnosticó esquizofrenia e indicó su internación. Estuvo cinco años en la Colonia Etchepare, donde todos los días hizo lo mismo: tomar mate con los funcionarios de mantenimiento. Juan Carlos se llevaba mejor con los empleados que con sus compañeros del pabellón 30, uno de los que fue derrumbado hace poco por condiciones incorregibles de habitabilidad.
Desde 2013 Juan Carlos vive en un hogar asistido porque otro psiquiatra dispuso que estaba en condiciones de egreso. Dejó el alcohol y parte de la pensión que recibe del BPS la invierte en vivir en la casa de Bety, una de las cuidadoras del pueblo que da residencia a varios pacientes.
La población total de Ituzaingó asciende a unos 1.000 habitantes y, entre ellos, 120 son personas con diferentes problemas mentales, desde retraso a trastornos severos y persistentes.
Un grupo de cuidadoras del pueblo gestiona el centro RBC (Rehabilitación Basada en la Comunidad) donde entre 80 y 100 personas acuden a talleres de música, plástica, escritura, huerta o cocina. A Juan Carlos le gusta los de escritura y plástica.
Ahora está reconciliado con su hermana y volvió a las buenas migas con su esposa. Están pensando en casarse otra vez. Es religioso y acude a misa los domingos. La empleada de la verdulería adonde va a hacer las compras, gusta de sus anécdotas.
Daniela Fernández, cuidadora y líder de RBC, asegura: "Para nosotros, rehabilitación es que recuperen su vida".
Pero las experiencias en hogares sustitutos no están exentas de críticas. "He visto casas de familia donde tienen a tres mujeres en el living durmiendo. Funcionan como minimanicomios", asegura Paula Correa, psicóloga e integrante de la Asamblea Instituyente por Salud Mental.
RBC y Sur Palermo se financian por un aporte extraordinario que da el BPS a aquellos que ya tienen una pensión por incapacidad laboral y a la vez inician procesos de rehabilitación. La pensión es de $ 8.000 y este suplemento no llega a los $ 3.000.
"En todos los casos se puede rehabilitar", dice Sandra Romano, docente grado 5 de Psiquiatría. Para ella, los principales desafíos en salud mental de los próximos años serán cómo multiplicar estructuras en todo el país —con equipos multidisciplinarios y espacios acordes—, y de dónde van a salir los fondos, porque a priori la rehabilitación es más cara y compleja que el asilo.
En la actualidad, el principal rehabilitador es el Centro Martínez Visca, que depende del Patronato del Psicópata. No hay estadísticas, pero son cientos las personas que pasan por allí. En Sur Palermo hay unos 300 usuarios. Desde el cierre del Musto en 1996, ASSE abrió varios centros diurnos que también trabajan en este sentido, tanto en Montevideo como en el interior.
En números gruesos, más de 2.000 personas tienen contacto con algún tipo de experiencia de rehabilitación. "Hay muchos esfuerzos a nivel público para rehabilitar. Pero no sucede lo mismo en lo privado", advierte Romano.
Salvo excepciones, las mutualistas no contemplan este tipo de prestación. Su atención se reduce al acceso a los especialistas, un máximo de 30 días de internación, sesiones con psicólogo si son indicadas y hasta por tres años. Nada más.
Querer ser.
Tabeira trabaja en rehabilitación en el Vilardebó desde 2008. Con pacientes judiciales, que habían cometido un delito, armó una especie de brigada de mantenimiento que remodeló la enfermería, construyó la morgue y el museo.
El recorrido institucional de estas personas es el siguiente: ingresan a sala de seguridad nº 11 del Vilardebó, luego pasan a media seguridad (sala 10), y a medida que responden al tratamiento pasan a la sala 12, que es abierta. Allí, con su 1,46 metros de estatura pero una personalidad de mayor talla, los espera la enfermera Tabeira.
Con apoyo del Patronato del Psicópata, en 2011 abrió el taller sala 12, donde un cupo de hasta 15 internos se dedican a trabajos de carpintería, artesanía y albañilería. Todos los días, ocho horas, es gente que está ocupada en el Vilardebó. "En lugar de fumar y tomar mate, trabajan", dice la enfermera. La compensación puede ser en dinero, ropa o gustos. Hay quien quiere volver a comer una milanesa después de años y kilómetros de fideos de hospital.
Pero para trabajar con ella hay condiciones. Primero: apego a la medicación. Jorge García, por ejemplo, toma todas las noches su dosis de clozapina, que es un antipsicótico de uso muy extendido para casos como el suyo. Segundo: ganas de trabajar y aprender. Tercero: querer salir del Vilardebó. Y una cuarta implícita: del delito que cometieron no se habla.
Con reglas claras y disciplina, la enfermera y los suyos avanzaron a siguientes pasos. El año pasado abrieron la casa El Trébol, donde hoy viven nueve exinternos, incluyendo a García. Cada uno de ellos paga $ 3.000 para los gastos funcionales. Se distribuyen los roles hogareños: cocina, limpieza, mandados. Todo está reglamentado y hay un referente que reside con ellos. Al siguiente casillero llegaron estos días con la apertura del lavadero, cuyo primer cliente es el hospital Vilarderbó. Ahora trabajan "de verdad".
Según el psiquiatra Pardo, no es fácil la reinserción laboral de quien padece esquizofrenia dada su vulnerabilidad al estrés.
Nada está exento de polémica en el mundo de la salud mental. Dentro del Vilardebó hay quienes critican a Tabeira por lo selectiva que es con sus pacientes y porque ha sabido moverse muy bien políticamente. José Mujica, Raúl Sendic y otras figuras del gobierno anterior y del actual la apoyaron con calor desde el primer día. También agradece a Tenfield, Daecpu y al Pato Celeste Gustavo Torena, quien se comprometió con su causa apenas la conoció.
Hay otra enfermera, de nombre Nancy, que desde hace años trabaja una huerta en los fondos del Vilardebó junto a los internados. Dueña de una gran timidez o consciente de que también puede exponerse a ser criticada, prefirió no dar una entrevista. Hay muchos otros rehabilitadores en Vilardebó y en las colonias. Son psicólogos, docentes, músicos, monjas o estudiantes... básicamente, gente con vocación para mitigar el sufrimiento agudo.
En la radio.
Olga integra el colectivo Vilardevoz, una radio comunitaria que nació en 1997 en los pasillos del hospital a impulso de varios psicólogos. Además, ofrece talleres de escritura y otras actividades. Todos sus participantes, que han sido cientos, ganaron en salud y rehabilitación.
Hace 20 años, por disposición judicial y tras una confusa agresión a otra mujer, Olga terminó en el Vilardebó. Su relato es de horror: "Estuve atada, con prohibición de visitas". Critica el recurso del electroshock y un trato desalmado. Después de mucho tiempo en la radio, hoy está recuperada. Trabaja y maneja dinero. Toma medicación, pero solamente sedante, para dormir en las noches.
Gabriela, de 21 años, tiene el diagnóstico de trastorno bipolar. Iba a un centro diurno de ASSE, pero la "dopaban". "Pasaba todo el día dormida". Se integró a la radio y a otros talleres y mejoró su calidad de vida.
La psicóloga Mónica Giordano, una de las coordinadoras de Vilardevoz, critica la labor de los psiquiatras. Las internaciones prolongadas, el uso y abuso de fármacos o del electroshock, y un trato a veces deshumanizado le hacen dudar de "la mirada médica".
Vilardevoz y otras instituciones integran la Comisión nacional por una ley de salud mental en clave de derechos humanos. Tienen reparos sobre el texto que cuenta con media sanción.
Salir a ser.
Jorge García recuerda poco y nada de sus momentos de crisis de enfermedad. El asesinato de su madre en El Borro, ocurrido en 2013 y nunca aclarado, más el hecho de haber quedado libre en el Cerro, lo llevaron a perder el rumbo. Tenía 27 años: la enfermedad se despertaba y cocinaba en su interior lo que se conoce como el brote psicótico. Es una crisis de ruptura con la realidad, un delirio que puede darse en la esquizofrenia no tratada y donde solo en un mínimo porcentaje se acompaña de una reacción agresiva. Fue lo que le tocó en suerte en aquel marzo de 2014.
"Mi consejo es que si ven a alguien muy retraído o con un problema de drogas, que lo lleven al Portal Amarillo o a algún profesional. Es un segundo: se te da vuelta la tapita. A cualquiera le puede pasar", dice.
En su etapa anterior como futbolista había días en que tenía un buen partido y los periodistas lo esperaban para hacerle una nota. Pero él los esquivaba. No le gustaba. "Era un plancha hablando", dice ahora entre risas. En cambio hoy piensa que tiene cosas más importantes para decir frente a un micrófono o una cámara.
Mientras se discuten las formas, él prefiere hablar del contenido. "Hay un mañana. Incluso de lo peor. La gente tiene que saber que se puede salir".
Un ley aplaudida y cuestionada.
El proyecto de ley de salud mental que está a consideración del Parlamento ha generado una gran polémica, pero no entre los políticos. De hecho, el Senado ya le dio media sanción con apoyo unánime de todos los partidos. Hoy está a estudio de Diputados.
Son los especialistas y representantes de organizaciones vinculadas a la salud mental quienes enfrentan sus puntos de vista. Se trata de un proyecto a iniciativa del Poder Ejecutivo, que sustituye la llamada "ley del psicópata" de 1936, y prohíbe el ingreso a las colonias y al Vilardebó de futuros pacientes al tiempo que fomenta la creación de "unidades de psiquiatría" en hospitales generales y centros rehabilitadores en todo el país.
La Sociedad de Psiquiatría apoya la iniciativa, aunque tiene reparos. "Estamos dispuestos a ceder para que el proyecto salga. Cada día que pasa, lo pagan los pacientes", dice su presidente, Rafael Sibils.
Sin embargo, la Comisión nacional por una ley en salud mental, que nuclea a más de 50 organizaciones, reclama: que se ponga fecha de cierre a los manicomios; que cambie la denominación de "trastorno" mental a "usuario de salud mental"; que las decisiones de tratamiento se tomen con un equipo interdisciplinario y no con el liderazgo psiquiátrico; que se limiten las internaciones involuntarias, y que el organismo de contralor esté fuera del Ministerio de Salud. Para la psicóloga Paula Correa, el actual proyecto es un "maquillaje" de la realidad existente y, de aprobarse, el país pierde la oportunidad de "un cambio profundo".
Las organizaciones fueron recibidas por la Comisión de Salud de Diputados y sus miembros están evaluando introducir cambios.
Centro Ciprés: otro paradigma para lo mismo.
Ciprés, "laboratorio uruguayo de habilitación psicosocial" según se define, es otro centro de rehabilitación con un paradigma diferente. Allí también funcionan diversos talleres, pero el núcleo de su propuesta es la terapia multifamiliar: se producen "asambleas" de varias familias con integrantes que tienen esquizofrenia. Eva Palleiro, coordinadora del centro, explica que la esquizofrenia no debe tomarse como un problema del individuo que la padece, sino de toda la trama familiar. En total, unas 60 familias acuden a este centro, que es gratuito y honorario para sus técnicos. Palleiro evalúa que la reducción de síntomas ha sido notoria. Ella es psiquiatra. Hizo la carrera docente e incluso llegó a grado 4, pero reconoce que renunció porque su visión "no era compartida" por sus colegas.
Jorge García, el futbolista que va por la revancha.
Jorge García nació para jugar a la pelota. En el barrio Borro, donde se crió, demostró sus habilidades desde el baby fútbol. Zurdo habilidoso, de niño jugó en el Flores Palma y su generación 1986 obtuvo por primera vez para la historia de ese club un título nacional en la cancha del Velódromo municipal.
Era delantero y recuerda con nitidez que hizo dos goles en aquella final, y que cuando se lesionó el golero, entró al arco y atajó tres penales. Más gloria en una cancha no se puede vivir.
Las juveniles las hizo en Danubio y en todos los puestos, hasta que se consolidó como lateral o volante por izquierda.
En 2004 debutó en primera. A los 17 lo convocaron a la selección juvenil y estuvo a punto de fichar para el Chelsea inglés. Viajó con su familia, estuvo un mes allí pero no prosperó el pase porque en la pesquisa de ancestros no le daban los apellidos para obtener el pasaporte comunitario y no había cupo para extranjeros.
Luego fue capitán celeste de la Sub 20. "La fama me llegó muy rápido y me enfermé. La joda y la noche te llevan por un mal camino. Estaba errado, pero era un gurí y no me daba cuenta", rememora.
Jugó 25 minutos en la selección nacional mayor, dirigida por Tabárez. Fue en un amistoso ante Venezuela el 18 de octubre de 2006. Uruguay ganó 4 a 0.
A Estefanía Mayer, su pareja, la conoce desde niña; eran vecinos. Él estaba perdidamente enamorado pero ella no dio el brazo a torcer hasta los 15. Son padres de un niño de 11 años.
"Hoy trato de disfrutar mucho de mi señora y mi hijo. Antes estaba con la cabecita en otro lado: plata, auto. Tuve varios autos y una camioneta. Pero no disfrutaba de nada. Hoy disfruto mucho de ellos. El otro día fuimos a ver una película al cine. Me di cuenta de que nunca habíamos hecho eso".
Mayer cree que Jorge nunca ha sido tan responsable y maduro como hoy.
Su último club fue Cerro, de donde quedó libre en 2013. Tenía 27 años y por ese entonces la enfermedad era evidente. Estefanía recuerda que tenía serios problemas para dialogar con él. "O decía incoherencias o no hablaba directamente".
Del día crítico en el que agredió de muerte a su padre, no recuerda nada. Es un agujero negro. Fue en marzo de 2014. La jueza Graciela Eustachio lo declaró inimputable.
Jorge García nunca fue religioso hasta que llegó al Vilardebó. "Cuando caí en el hospital me aferré mucho a Dios y él me ayudó mucho. En la sala 11 yo corría y me entrenaba. Tenía el sueño de volver al fútbol. Lo conseguí. Me siento bien en Huracán, estoy muy contento por la oportunidad y por la familia que me ve bien. Tengo 30 años. Si Dios quiere, tres o cuatro años más voy a poder jugar. Depende de mí, de ponerme bien físicamente y en eso estoy con los profes".
Lo que más disfruta de este regreso es el vestuario. "Llegar, hacer bromas. Para mí el vestuario es sagrado", cuenta.
Durante todo el proceso de rehabilitación, el futbolista estuvo también acompañado por muchos de sus colegas deportistas. Nombra especialmente a Fabián Pumar, exsecretario de la Mutual, institución que desde el primer día le puso un psicólogo.
El futbolista también hará un turno en el lavadero luego de los entrenamientos. Jorge García sabe que juega su revancha y la quiere aprovechar.
"Yo me enfermé. Lo digo de corazón: a mi padre lo amo con toda mi alma y lo extraño. Igual que extraño a mi madre. Pero me enfermé".
EL DÍA DESPUÉS DE LA LOCURA