La ex Colonia Etchepare por dentro: así es el lugar íntimo y sagrado donde internos crean obras de “arte loco”

Crónica de un día en el taller de pintura del Centro de Rehabilitación Médico Ocupacional y Sicosocial (Ceremos), ex Colonia Etchepare. Estas son las historias de los internos que crean la colección de “art brut”.

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Un participante del taller de arte de la ex Colonia Etchepare mira la exposición “Arte Nuestro” en el Espacio Dínamo en Atlántida.
Un participante del taller de arte de la ex Colonia Etchepare mira la exposición “Arte Nuestro” en el Espacio Dínamo en Atlántida.
Foto: Victoria Brusich.

Por Victoria Brusich
A unos 70 kilómetros del Centro de Montevideo y muy cerca de Pueblo Nuevo, en el departamento de San José, hay un enorme terreno de 372 hectáreas al borde de la ruta 11. Una mañana de setiembre el cielo azul hace de telón de fondo para los largos caminos de tierra que atraviesan el césped sobre los que aparecen algunas edificaciones bajas salpicadas. Alrededor de estas estructuras se alzan los protagonistas del entorno: unos pasillos interminables de árboles frondosos, casi idénticos entre sí y simétricamente separados unos de otros. Entre el orden de los árboles y el trazo perfecto de los caminos se ven, enmarcadas en una ventana, cuatro caras iluminadas por una intensa luz amarilla que se asoman a mirar hacia afuera. Las expresiones se distinguen rápido: cuatro pacientes del Centro de Rehabilitación Médico Ocupacional y Sicosocial (Ceremos), ex Colonia Etchepare, saludan eufóricamente.

La luz amarilla corresponde al edificio en el que se lleva a cabo el taller de arte de Ceremos. Inés González, egresada de Bellas Artes y responsable del curso hace casi 20 años, mantiene su lugar sagrado con las paredes tapizadas de cuadros del techo al piso, las mesas repletas de láminas, crayolas, témperas y revistas y los estantes a punto de desbordar, construyendo una especie de universo paralelo al afuera.

Los cuatro observadores que se distinguían a través de la ventana ahora ocupan distintos lugares en las mesas del taller, un viernes después de las nueve de la mañana. Algunos están enfocados en las obras que ellos mismos están produciendo, otros prefieren conversar mientras avanzan de a poco su pintura del día.

Colonia Etchepare
Colonia Etchepare.

De los cerca de 460 usuarios que residen en Ceremos en la actualidad (ver recuadro más abajo), una pequeña parte frecuenta el taller de arte. Esta mañana, por ejemplo, solo hay seis. Existen algunas opciones recreativas más en el centro: informática, carpintería y un aula hospitalaria que hace las veces de escuela en la ex Colonia Etchepare.

González dice a El País que el arte es fundamental para la vida y admite, claro, que desearía que fuera tomado más en cuenta por el cuerpo de psiquiatras, psicólogos y enfermeros de Ceremos.

Para los usuarios del centro, pintar un cuadro “es un momento de poder expresarse, es un momento íntimo, un momento suyo”, explica la tallerista. Y pregunta: “¿Cuántos de esos momentos pueden llegar a tener?”.

Inseparables en la ex Colonia Etchepare

Lorena y Nery están sentadas en la mesa que está más al fondo, delante del pizarrón lleno de anotaciones en el que aún se lee una lección que tiene como fecha 2021. Ellas son muy amigas aunque tienen edades distintas. La primera es muy charlatana y no tiene menos de 30 años de edad. Nery es más silenciosa y, si bien hace poco cumplió los 80 años, insiste en querer tener 90.

González explica que el taller también es una excusa para ayudar a los usuarios a generar vínculos. Lorena y Nery ya eran cercanas. De hecho, Lorena vivía hasta hace poco en uno de los pabellones de pre egreso pero pidió cambiarse al que está alojada Nery para cuidarla porque se había enfermado. Sin embargo, hay muchos usuarios a los que les cuesta interactuar entre sí, asegura la tallerista. En la medida que le es posible, ella intenta que este espacio también sea un lugar donde construir modales y sobre todo vínculos. Esto porque, según un relevamiento realizado por Ceremos a fines de 2023, el 58% de los usuarios ingresados no recibe visitas.

Exposición vinculada al taller de arte del Centro de Rehabilitación Médico Ocupacional y Sicosocial.
Exposición vinculada al taller de arte del Centro de Rehabilitación Médico Ocupacional y Sicosocial.
Foto: Victoria Brusich.

La intención de González se ve reflejada más que nunca en momentos como el cumpleaños de la tallerista. Richard, usuario de la excolonia que frecuenta más el taller de carpintería que el de arte, visita el salón esta mañana para contarle a todos acerca del festejo organizado por el grupo de artistas para el cumpleaños. Saca su celular y muestra más de diez fotos en los que se ve a varios participantes de los talleres posando frente a la cámara abrazados, junto al profesor de carpintería y la tallerista. En frente a ellos se aprecia una mesa larga llena de comida. Richard relata que él se ocupó de encargar los sándwiches, y cada uno de los usuarios también hizo su esfuerzo para conseguir algún aperitivo para el festejo. González, entre risas, agrega que encargaron más de 100 sándwiches y que todo fue una sorpresa para ella: la retuvieron un rato fuera del salón mientras terminaban de ordenar las cosas y luego compartieron un rato juntos.

El festejo fue la semana pasada pero hoy ella está más ocupada de lo normal. Mientras atiende las consultas de sus alumnos, dibuja con precisión el escudo de Nacional en una matera de madera. Mariana, vestida por completo con un equipo deportivo de Peñarol, acompaña a su amiga Marianella, que lleva el pelo corto y viste una campera varios talles más grandes del que necesitaría. Ambas miran a la tallerista pintar, atentas.

Esa matera es muy importante, cuenta Marianella, porque al día siguiente ella y su “hermana del corazón” se van a comer tallarines a Montevideo con otra amiga, y necesita sí o sí llevar su matera consigo.

CAMBIOS

La supuesta fecha de cierre en 2025: ¿qué pasará?

La ley de salud mental promulgada en 2017 dispone el cierre definitivo antes de 2025 de todos los establecimientos asilares, entre los que se encontraba la Colonia Etchepare. Para evitar el cierre del centro, la dirección transformó la colonia en el Centro de Rehabilitación Médico y Sicosocial (Ceremos). Se deja atrás la estructura asilar y se vira a un centro de rehabilitación.

Centro de Rehabilitación Médico y Sicosocial (Ceremos)
Centro de Rehabilitación Médico y Sicosocial (Ceremos).

Hoy, a menos de un año de que la fecha límite se cumpla y luego de diversos debates en torno a la posibilidad de cierre, en Ceremos tienen otros planes. Según el director Federico Sacchi, “se está trabajando en generar los espacios para que los usuarios puedan reinsertarse en la sociedad respetando los tiempos de cada uno”. De hecho, en Ceremos pasaron de vivir 2.000 personas en 2008, a 460 en la actualidad.

Miguel Hirigoyen, enfermero que trabaja en la colonia desde 2008, no ve tan claro que se esté dando la transformación que plantean las autoridades. Si bien admite que ha mejorado la atención a los pacientes así como su calidad de vida, afirma que esto se debe en gran parte a la disminución en la cantidad de usuarios. Reconoce la intención de la dirección y de la mayoría de los funcionarios de acatar lo que dispone la ley, pero entiende que para ser capaces de rehabilitar a los pacientes se necesita esfuerzo y dinero. Algunos proyectos propuestos por funcionarios, cuenta, no se han llevado a cabo. Por ejemplo, el que planteaba la posibilidad de que algunos de los pacientes acudieran a distintas instituciones públicas a cumplir tareas acordes a sus posibilidades y así acercar al usuario y a Ceremos a la sociedad, generar nuevos hábitos y habilidades en los pacientes y agregar valor a su proceso de rehabilitación.

Hasta julio del año pasado existían 300 cupos entre casas de medio camino, hogares asistidos y otros recursos que propone la legislación para impulsar la desinstitucionalización y el vaciamiento de los establecimientos asilares y monovalentes. Una casa de medio camino es, según el MSP, un “dispositivo sanitario de rehabilitación de mediana estadía, con equipo técnico las 24 horas”. El plazo en el que los usuarios pueden residir es de seis meses a dos años. Mientras, los hogares o residencias asistidas cuentan con supervisión las 24 horas y están pensados para una mediana estadía. La diferencia está en que las personas derivadas padecen “trastornos mentales graves, con un nivel de autonomía que no permite la vida en una vivienda autónoma”.

Halloween y la diversidad

Los artistas de la excolonia divisan a través de la ventana a otro usuario que pasa de visita. Si bien dentro del taller hay una radio tipo “huevito” que reproduce música noventosa en inglés, Elbio carga entre los brazos su propio parlante con luces de colores. Lleva colgada una mochila con motivo infantil mientras del aparato suena salsa a todo volumen. Desde la ventana Elbio mira hacia adentro del taller mientras baila en su lugar y se dibuja, sin parar y con una mano, una línea horizontal en la frente. Según cuenta González y confirman el resto de los usuarios, el visitante tiene el deseo de parecerse a Frankenstein. De hecho, no tardará mucho en aparecerse por el interior del taller a preguntar si, en efecto, lo ven parecido. Cuando todos le contestan al unísono que sí, la profesora recuerda que un par de octubres atrás ella misma lo maquilló como su personaje favorito para festejar Halloween.

El 31 de octubre no es la única fecha por la que se han interesado los usuarios de Ceremos. Una vez, cuenta González, Richard había querido organizar una marcha de la diversidad dentro del centro. La tallerista dice que es importante que los usuarios puedan reconocer sus sentimientos y comprender su sexualidad a pesar de las circunstancias en las que se encuentran. De hecho, esta mañana Mariana pasa el tiempo sola escribiendo en el único banco que está junto a la ventana. González le había cedido un cuaderno hace unos días para que utilizara como su diario íntimo y plasmara los sentimientos que estaba descubriendo hacia otra persona de Ceremos.

Este viernes, en específico, Mariana le pide a Inés que lea en voz alta algunos pasajes donde no solo describe los cuestionamientos acerca de su sexualidad que ha vivido dentro del centro, sino también da cuenta de situaciones de violencia del pasado, previo a su ingreso a la excolonia.

Inés González, egresada de Bellas Artes y responsable del curso hace casi 20 años, junto a Mercedes.
Inés González, responsable del taller de arte de Ceremos, junto a Mercedes
Foto: Victoria Brusich.

Antes de que González termine de pintar el escudo que ya luce casi por completo fresco y brillante sobre la madera, Horacio entra al salón. Con la cara y las manos ensangrentadas, se acerca a observar el proceso de la matera. La tallerista, desde su silla, le indica que vaya a limpiarse la sangre al baño. Él acata el mensaje y desaparece por la puerta. Al cabo de unos segundos, vuelve en silencio, así como había ingresado al taller la primera vez. Marianella no deja de agradecerle el favor a la tallerista y ahora sí, junto a Mariana, una con su matera de Nacional y la otra con su conjunto de Peñarol, salen del salón conversando sobre el artículo estrella que la tricolor va a llevarse a Montevideo. Atrás las sigue Horacio, todavía en silencio. En su recorrido los tres pasan al lado de José, quien recién vuelve de fumar, tararea la música de fondo y hojea una revista de Marvel Comics.

José es el creador de “Pocho”, una caricatura ilustrada por él mismo que representa su “alter ego”. Pocho tiene la misma edad que José y también vive en Ceremos, luce unos lentes cuadrados al igual que su dibujante, solo que los suyos son muchísimo más grandes. Sobre la mesa del caricaturista hay varias carpetas con tomos de historietas en las que Pocho es el protagonista y vive su vida haciendo las actividades cotidianas de un usuario de la colonia.

Este viernes es especial para José porque es su última clase antes de participar, por primera vez, en el Montevideo Comics, la convención anual de historietas. Esta vez Ceremos habilitó su salida para que concurra al evento.

Lo que más le gusta es dibujar, le fascinan los superhéroes y los cómics: dice que los leyó todos. En su pabellón conserva una gran colección de historietas y hoy incluso tiene algunas de ellas sobre la mesa, que hojea con regularidad. La tallerista, ahora un poco más lejos de la mesa de José, confiesa que el mayor deseo de él para la convención es conocer a un dibujante al que pueda mostrarle Pocho, su gran creación.

Cuadros pintados por participantes del taller de arte de la ex Colonia Etchepare
Cuadros pintados por participantes del taller de arte de la ex Colonia Etchepare.
Foto: Victoria Brusich.

“Callate vos, no peliés”, le dice Nery a Lorena cuando esta última le hace un chiste. Justo ahí Miriam llama desde otra mesa a Nery para mostrarle su cuadro. Al grito de “sorda”, Nery se da vuelta para apreciar la primera obra de Miriam, que hasta ahora solo venía dibujando en láminas y no sobre lienzo.

Al lado de la incipiente artista está Daniel, quien pinta en silencio sin apartar la mirada de su creación. González cuenta que así es como trabaja él: muy concentrado, crea cuadros en lienzos de gran tamaño que se componen de diferentes escenas, con personajes de todo tipo dispersos por la obra. Hoy, casi inmóvil, lleva más de una hora dibujando bocetos hasta que da dos trazos más y apoya el lápiz sobre el escritorio. Se levanta, se coloca un gorro y acomoda la silla debajo de la mesa. Pero pasan unos segundos, vuelve a enfrentarse al lienzo, toma el lápiz y continúa con su obra; ahora, de pie. Agrega un par de detalles a mano alzada y se retira del salón en silencio.

El segundo en retirarse, a eso de las dos de la tarde, es Richard, quien en realidad había pasado todo el viernes en el taller de carpintería, pero quería despedirse. Saluda con un beso a González y a la cronista de El País. Y advierte: “Yo soy bisexual, ¿sabías?”. Tras preguntar a los presentes en el salón si saben lo que significa ser bisexual y aprobar la respuesta, se va todavía con el delantal puesto.

El "art brut"

Cuando se retira Richard, aparece Carlitos. Es otro usuario de Ceremos y alumno del taller de arte; este viernes, sin embargo, no asistió a la clase pero también pasó a saludar a los que estaban. Viste un sombrero blanco tipo pescador, carga un mate hecho de un vaso rojo y una bombilla fina mientras señala los distintos elementos de sus obras que están expuestas sobre una de las mesas del taller. Lo que caracteriza a Carlitos, más allá de las figuras reiteradas en sus cuadros (camiones, mujeres y caballos), es su risa que brota cada dos palabras e inunda el espacio.

Carlitos llega riendo y se va riendo.

José junta sus cosas mientras González le desea suerte en su visita al Montevideo Comics y, así, el creador de Pocho también abandona el taller. Miriam es la siguiente en pedir ayuda para levantarse de su asiento y abrigarse: se afirma en el andador y culmina la jornada de pintura. Nery y Lorena advierten que en unos minutos será la hora en la que tienen que tomar su medicación. Cada una ordena sus útiles de trabajo y, cuando ya está todo en su lugar, Lorena ayuda a Nery a pararse. Ambas agradecen a González, con la charla incesante de Lorena hacia Nery, quien la escucha en silencio mientras caminan.

González aprovecha la hora de cierre del taller para abrir el conservatorio, que está en el segundo piso del edificio. Cuando empuja la puerta de metal, ingresa a un salón frío, con todas las cortinas cerradas, iluminado solo por un par de tubos de luz. Apoyadas contra la pared, a lo largo de todo el suelo, se despliegan filas de cientos de cuadros. Ella explica que en ese salón se atesoran obras que han sido producidas por diferentes usuarios de Ceremos a lo largo de los años. Dice que es una colección de “arte loco” o “art brut”. Este último es el término adecuado para referirse al arte creado por personas sin formación artística académica, grupo del que especialmente forman parte las personas con trastornos de la salud mental. El concepto fue acuñado en 1945 por el pintor y escultor francés Jean Dubuffet. Ella cuenta que incluso galerías de París se han interesado por las obras que se conservan en la excolonia.

A eso de las tres de la tarde ya no queda ningún usuario en el taller. El silencio reina por primera vez en el salón, en fusión con la música de fondo. La luz amarilla sigue iluminando el espacio desordenado, abarrotado de cuadros de colores, pinceles, hojas, dibujos con dedicatorias de cariño hacia González. Para la tallerista, “pintar un cuadro es un lugar de pertenencia”. ¿Cuál es el lugar de pertenencia de estos usuarios que ahora emprendieron su viaje al afuera más gris y menos desordenado? ¿Por qué acuden a este lugar? ¿Qué los hace volver todos los días al entrevero de colores y conversaciones? Si bien la profesora tampoco tiene una respuesta certera a estas preguntas, el siguiente lunes los usuarios regresarán desde su universo exterior para adentrarse en estas cuatro paredes que parecen ser un oasis desafiando al desierto. Uno no tan árido, sino más bien lleno de árboles en perfecta sincronía que se interrumpen y se dan de lleno contra el sendero que guía al taller de arte de Ceremos.

SITUACIÓN

La soledad de los pacientes de la excolonia Etchepare: lo que cuentan los funcionarios

Tanto Inés González, tallerista de arte en Ceremos, como Miguel Hirigoyen, enfermero del centro, y Valentín García, médico de guardia en la excolonia, coinciden en que los usuarios —cada uno a su manera— han construido su vida y han adoptado al establecimiento como un hogar. Es decir, varios tienen novias y novios, llaman tío, tía, mamá o papá a los funcionarios, además de que memorizan sus horarios de trabajo para saber cuándo esperar que los visiten, y tienen su propio anecdotario.

De acuerdo a un relevamiento realizado por Ceremos a fines del año pasado, el 58% de los usuarios ingresados no recibe visitas. Por otro lado, entre el 42% que sí es visitado, Hirigoyen explica que es muy común que algunas familias, a pesar de planificar salidas y hacer visitas regulares, no estén preparadas para cuidar a una persona con una patología psiquiátrica.

También sucede, apunta el enfermero, que hay un núcleo cercano que aparece de manera regular o irregular en el tiempo, a veces motivados por la conveniencia de la pensión por discapacidad que a cada usuario le corresponde (cercana a los 15.000 pesos), pero que, a la hora de plantearles que su familiar se retire de Ceremos para vivir con ellos, ponen excusas y disminuyen las visitas.

Colonias Etchepare
Ex Colonia Etchepare.

La falta de visitas no le es indiferente a los usuarios, asevera García. Sobre todo en momentos puntuales, como en las fiestas, aparecen casos de cuadros depresivos y de angustia. “Incluso los que tienen familiares se ponen demandantes: quieren hablar con la familia, quieren volver”, reflexiona el médico.

La psicóloga Cecilia Baroni, integrante de la Comisión Nacional de Contralor de la Atención en Salud Mental, que redactó la ley de salud mental, indica que, incluso, una forma en la que esta situación puede afectar a los usuarios es generando una falta de conciencia. El no tener a nadie a quien recurrir, o el haber tenido una familia o amigos que hoy ya no están por ningún lado, es una realidad tan fuerte de asumir para una persona que hasta puede provocar la incapacidad de, justamente, asumirla.

Si bien no todos los pacientes pasan por el taller de arte, González insiste en que “recordar a los fallecidos es la mejor manera de hacerlos presentes”. Comparte esa filosofía con Carlitos, un usuario de Ceremos que frecuenta el taller de arte hace años y que se empeña en rememorar pequeños detalles de sus compañeros. Sucede que no hay lugar para un velorio ni una instancia en la que los usuarios puedan intentar asimilar la pérdida y despedirse de un paciente con el que tal vez pasaron gran parte de sus vidas.

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