La increíble historia de Gonzalo García-Pelayo, el hombre que venció a la ruleta: su receta para arrasar casinos

De visita en nuestro país, reconstruye cómo llevó a cabo la famosa proeza y revela que su grupo estudió a todos los casinos uruguayos, aunque finalmente decidió descartarlos.

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Gonzalo García-Pelayo.
Gonzalo García-Pelayo.
Foto: Francisco Flores.

El sevillano Gonzalo García-Pelayo atraviesa la Plaza Independencia con la placidez de un turista, con esa sonrisa esbozada que tienen las personas a las que no las corre un reloj. Se detiene en la puerta del Hotel Radisson y obedece las indicaciones que le da un fotógrafo. Lo guía hasta la puerta del casino y le señala un poste. Que se recueste, le pide. Entonces, cuando García-Pelayo apoya su cuerpo grácil y cruza sus brazos y la sonrisa se ensancha para la cámara, la puerta del casino se abre y de esa boca negra salen dos hombres enfundados en tristes trajes negros.

Los hombres registran la escena. Avanzan. Están a punto de soltar una advertencia, de prohibirle a García-Pelayo ser fotografiado allí mismo, en la antesala del juego, pero las palabras les quedan colgadas en la punta de la lengua.

Lo miran.
Se miran.
Se burlan.

García-Pelayo, mentón en alto, mantiene la sonrisa imperturbable para la cámara. Sabe que los hombres de la seguridad lo subestimaron. Que vieron en él a un anciano (frágil, barbudo, que vaya a saber por qué misterio alguien querría fotografiar). García-Pelayo parece un hombre inofensivo, pero no lo es.

—No tienen idea —le digo.

—No tienen idea.

—Ni se imaginan quién es usted.

—Ni se imaginan que unos años atrás les estuve vigilando el casino.

En la década de 1990, cuando Gonzalo era el líder del famoso clan familiar apodado los Pelayos, les hubiera crispado los nervios a los dos guardias, a la gerencia y a los dueños del hotel; que desesperados habrían advertido a los otros casinos de Montevideo que los españoles rompe casinos están aquí para desplumarlos. Habrían corrido la voz a lo largo de la costa, de sala en sala, advirtiendo que se cuidaran, especialmente los casinos de mayor porte en Punta del Este. Porque si García-Pelayo lo hubiera querido, habría posado sus ojos de ave astuta sobre sus ruletas y destrozado la banca, en una jugada brutal, marchándose con los bolsillos llenos, dueño de la suerte, el cuerpo eléctrico por haber vencido lo invencible.

Diez vidas en una.

Esta es la tercera vez que visita Uruguay, pero es la primera que lo hace como jurado de cine, invitado por el Festival de Cinemateca. En la biografía que figura en el catálogo, sus méritos de cineasta se desvanecen ante un párrafo improbable que lo presenta como el ideólogo de un método legal para ganar en las mesas de ruleta, que le permitió obtener grandes ganancias en los casinos de todo el mundo.

—Yo envié mi biografía y a ellos les ha gustado poner eso. Ha pasado siempre, en todos los sitios —dice García-Pelayo.

Unos años atrás, cuando el periódico francés Le Monde le dedicó una página entera promocionando una retrospectiva de su carrera en la prestigiosa galería de arte Jeu de Paume, eligió un título que refería a las “fortunas” que ganó en el juego. Lo mismo sucede cada vez que el diario español El País —empecinado en seguirle los pasos— le dedica un artículo. En 2003: “Un sueño de cine, saltar la banca”; en 2022: “Once películas en un año, el reto completado por el hombre que derrotó a los casinos”.

Aunque García-Pelayo es considerado el padre del rock andaluz y el padre del cine andaluz y además ha sido presentador televisivo y conductor radial y escribió varios libros y montó una editorial y también fue mánager de toreros y ahora produce películas, todos los logros de este hombre incansable siempre son eclipsados por haber vencido a la ruleta.

—¿Le gusta que prime esta parte suya sobre las otras?

—Todo lo que he hecho me gusta, pero si tengo que elegir una profesión, la que yo elegí con 17 años es la de director de cine.

Gonzalo García-Pelayo.
Gonzalo García-Pelayo.
Foto: Francisco Flores.

García-Pelayo dirigió 34 películas, pero nunca filmó una historia de juegos, ni de casinos, ni de azar. El cine, en cambio, sí se interesó por su hazaña. Fue recreada en un documental de The History Channel e inspiró la película The Pelayos (2012), que dirigió su coterráneo Eduard Cortés. A García-Pelayo lo interpreta Lluís Homar —uno de los actores favoritos de Pedro Almodóvar—, quien delineó un personaje contradictorio pero menos provocador que el verdadero.

El verdadero García-Pelayo suele divertirse en las entrevistas anunciando que en determinada fecha volverá a ser rico, o asegurando que podría ganarle un millón de euros en dos meses a cualquier casino que acepte el reto.

Demoler, demoler, demoler.

En la versión de The Pelayos, Gonzalo habría dedicado la mitad de su vida a estudiar maníacamente la forma de ganarle a los casinos. Pero no fue así. La realidad suele ser menos romántica que el cine.

García- Pelayo no era asiduo al juego. Pisaba alguna sala de vez en cuando, por diversión. Lo que hizo fue leer un libro de probabilidades y pasar apenas tres meses estudiando las ruletas de Madrid, mientras él mismo se encargaba de crear un programa informático para “puntualizar” el sistema con millones de simulaciones.

Hasta ahí García-Pelayo tenía el control. Pero para probar su hipótesis, la tarea requería de un confiable panel de secuaces. Y García-Pelayo los buscó en su familia, que por suerte es numerosa. Participaron sus cinco hijos —en especial el mayor, Iván— y los hijos de algunos de sus 15 hermanos. También su exmujer. Una novia. Y un cuñado. Más tarde, en el momento de mayor esplendor, el equipo incorporó a un puñado de amigos íntimos. En total llegaron a ser 12.

—Cuando le hago la propuesta a mi familia, al principio nadie me cree. Mi hijo mayor es el que menos me cree. Pero yo soy el padre y le digo que bueno, que confíe. Que si esto funciona, pues va a ser una cosa única en la historia y que vamos a pasarlo muy bien.

—Y confió.

—Confió, pero con desconfianza.

García-Pelayo le dijo a su familia que imaginara frente a sus narices 37 relojes clásicos, “de los buenos, de los suizos”. “Son 37 relojes, todos en la misma hora. ¿A que tenemos la impresión de que dentro de una semana cuando los veamos, unos habrán adelantado y otros habrán atrasado con respecto a los que estén exactos en la hora? Entonces, ¿por qué no iba a ocurrir eso con los casilleros de la ruleta? Son sólidos, pero a lo mejor están hechos con menos exactitud que un reloj”, les planteó.

Era poco probable que los 37 casilleros estuvieran perfectos, sospechaba. Pero debía descubrir la manera de demostrarlo.

—Yo creía y sigo creyendo que el croupier tiene una implicancia, y empecé estudiando eso. Pero luego vi que la influencia la tenía, y era mejor para nosotros, la propia ruleta: la propia estructura física de la ruleta.

Tenía razón.
Su sistema comprobó que algún casillero era un poquito más grande, que algún casillero tenía las paredes un poquito más flojas, que algún casillero las tenía un poquito más duras, que algún casillero estaba atornillado de una forma un poquito más blanda.

—Y eso hace que la bola, cuando rebota vaya a otro número y ese número no entre. Los números cogerán lo que le corresponde, más algunos rebotes de este que es malo.

El escuadrón Pelayo operaba así: elegía a una víctima y pasaba 15 días en el casino, pegado ocho horas a una misma ruleta, tomando nota —meticulosamente— de los números que salían. Así hasta llegar a las 5.000 bolas, porque la clave de este método está en no conformarse con el número que brilló una noche, sino en estudiar a 5.000 bolas, universo necesario para poder hacer “una radiografía del alma de la ruleta”.

Aunque más que el alma, los Pelayos le estudiaban el esqueleto. Con las variaciones relevadas, el patriarca del clan hacía sus simulaciones. Y a partir del resultado identificaba si una ruleta tenía o no números buenos y números malos.

Después, otro grupo distinto al que había hecho la investigación inicial iba al casino, se dirigía hacia la ruleta descifrada y apostaba a los números señalados por el líder. Siempre a los mismos.

El cerebro de la operación no acostumbraba a hacer la maniobra. Iban los otros. Celebraban los otros. García-Pelayo esperaba en su hogar a que la noticia dorada le llegara desde el otro lado del teléfono. Disfrutaba —dice— la sensación de “tener el control a la distancia”, como un dios o como un hacker.

—¿A qué se parece esa sensación?

—Cuando termino una película y el público, de verdad, sinceramente, aplaude mucho, me recuerda mucho a ese momento. Es un momento de satisfacción plena, porque conseguir lo que se pretende es siempre una maravilla.

Días de gloria.

La probabilidad del jugador de ruleta es que su número salga una de 37 veces. Pero, ¿qué pasaría si un casillero realmente adelantara y tuviera una posibilidad de uno en 35?

—Que cada 35 bolas tendríamos un pleno, que nos pagan 36. Entonces hemos revertido la ventaja hacia nosotros —dice García-Pelayo con una sonrisa maliciosa.

Hallar a los números que adelantaban equivalía a romper la banca, o sea: hacerse rico. Era una idea brillante, de esas que vemos en las películas. Pero en la vida corriente, un plan así tiene los días contados. Ganarle al sistema implica estar preparado para una victoria fugaz (que después sobrevive relamiendo el recuerdo de la gloria).

Ruleta.
Ruleta.

Los Pelayos fueron imbatibles por dos años. Durante ese tiempo, Gonzalo dividió el mundo entre números buenos y números malos. A partir del 35, eran buenas noticias: esos eran los números que habían “roto la barrera de la suerte”, explica. Encontró, incluso, números “maravillosos” que en alguna ruleta salían con una probabilidad de uno de 28. En Madrid, por poner un caso, tenían mucha “importancia” el 4 y el 21.

—Llegamos a encontrar que las ruletas normales tenían entre nueve y 12 números —o sea, entre la cuarta y la tercera parte más o menos de los que son todos los números de la ruleta— que adelantaban. Como contracara, la tercera parte o cuarta parte de los números atrasaban.

La fortuna estaba ahí, al alcance de una apuesta.
Pero había que verla.

Lo opuesto a un número maravilloso no era uno malo, en el sistema de los Pelayos se le llamaba uno “especial”. El más especial que encontró Gonzalo salía con una probabilidad de uno de 42.

—Los números que salen más tienen tendencia. Esa tendencia se va a mantener, en parte por una explicación física que puedo medirla por la estadística, por el análisis de la probabilidad. Pero quitándole la suerte, porque un número puede salir también bastante más por la suerte.

—¿Cree en la suerte?

—La suerte existe, por supuesto.

—¿Qué es la suerte?

—La suerte es la desviación de la expectativa. Usted tiene una moneda, si la moneda está exacta esperamos que en 100 tiradas tengamos 50 caras y 50 cruces. Casi nunca sale eso. La parte que está saliendo 54 veces en vez de 50 está teniendo suerte, la otra está teniendo mala suerte, porque la moneda está perfecta. Pero si tiramos 100 veces y una de las caras sale 70 veces, ¿qué está diciendo? Que hay un defecto físico en la moneda, porque la suerte tiene un límite. Tener claro eso me ha valido para muchísimas cosas en la vida.

Los desplumados.

Para cobrarse a su primera víctima, los Pelayos necesitaban una inversión. El dinero lo puso el patriarca. Fueron unos 2.500 dólares que, unos dos años y unos ocho casinos después, terminaron dándoles una ganancia de 1.500.000 dólares.

—¿Lo hizo por el dinero?

—Un 80% por el dinero y un 20% por la satisfacción. Pero la satisfacción es un momento y el dinero es para siempre.

El golpe inicial y el que más rencor generó fue contra el Casino Gran Madrid. El asunto terminó convirtiéndose en un duelo personal, en una cuestión de orgullo.

—Ellos empezaron la pelea contra nosotros. Cambiaban las ruletas y teníamos que estudiarlas otra vez, pero eso no tenía importancia. El problema era que una ruleta valía dos millones y pico de pesetas y no les era tan fácil cambiarlas.

En 1994 el establecimiento les prohibió la entrada argumentando que el estudio minucioso que hacían de las ruletas violaba el reglamento de casinos. Ofendido en su inteligencia y por ser tratado como un delincuente cuando se creía un genio matemático, García-Pelayo inició un juicio. Que duró 10 años. En 2004 la Justicia le dio la razón, determinando que el de los Pelayos era un juego limpio.

—Yo hago análisis estadísticos de lo que me parece bien, ¿no? Es decir, yo puedo contar aquí las butacas que hay y sacar mis conclusiones. O sea, nadie me puede evitar que yo mire y piense. Lo que el casino sí hacía y eso sí es ilegal, es tocar la ruleta, y se lo dijimos al juez.

Gonzalo García-Pelayo.
Gonzalo García-Pelayo.
Foto: Francisco Flores.

El estrago que ocasionaron en el casino de Madrid no se compara con el agujero que hicieron en el principal casino de Ámsterdam. Además, dejaron su huella en Copenhague, en París y en Adelaida (Australia). Cuando llegaron a Las Vegas, en cambio, fueron cautos. Decidieron disfrutar las mieles de su descubrimiento sin tentar a la suerte: ganar lo justo para darse una buena vida en la meca del azar.

Y así fue.

Las dos películas que se inspiraron en la andanzas del clan empiezan con la misma escena. En Las Vegas, García-Pelayo observa una ruleta que una, dos, tres veces arroja el número 19. El 19 era uno de los “especiales” (es decir, malos). García-Pelayo, atónito ante el aleteo del azar cae al piso, fulminado de estupor.

—El 19 era el peor número de esa mesa, salía pero poquísimo. Cuando salió la primera vez le desafié, “no eres capaz de repetir”; repitió, le volví a desafiar, volvió a salir y me derrumbé ante este insólito caso de mala suerte: una probabilidad de 2.000 casos después de salir la primera vez.

Las Vegas fue el principio del fin. De regreso a Europa, temiendo que las mafias se metieran con ellos, el líder del grupo decidió blanquear la operativa dándole una entrevista al diario El País.

Expuestos pero también sedientos de aventura, parte del clan se movió a otras regiones en busca de nuevos casinos. Y así llegaron a Uruguay. Visitaron cada una de las salas, de Montevideo a Punta del Este. Pero desistieron: únicamente un casino —el del Parque Hotel— tenía perfil para que los Pelayos hicieran lo suyo.

—El método funciona en casinos relativamente grandes, con varias mesas y muchos jugadores —dice García-Pelayo.

Y ya lo sabemos, Uruguay nunca es demasiado.

Mil años más.

En 1873, el ingeniero inglés Joseph Jagger pensó que tal vez las ruedas que hacían girar la ruleta se gastaban de la misma manera que sucedía con las que hilaban la lana. La leyenda dice que reunió a seis ayudantes y visitó el casino de Montecarlo, donde registró los resultados durante una semana. El grupo detectó que una de las ruletas tenía nueve números que salían más que el resto. Jagger les jugó y ganó una fortuna. Repitió la operación por cinco días. Hasta que perdió. El casino, desconfiado, había cambiado la ruleta. Pero el ingeniero la ubicó, le apostó a los mismos números y volvió a ganar. Luego cambió de destino: eligió otra presa.

Juego de ruleta.
Juego de ruleta.

García-Pelayo no supo hasta después de activar su plan que había habido otros como él: tres o cuatro, a reventar.

—Me tranquilizó que todos eran ingenieros industriales que desconfiaban de los materiales —dice.

Pero ellos no dejaron nada escrito. García-Pelayo sí. Reveló su secreto en el libro La fabulosa historia de los Pelayos, que está a la venta por 8 dólares. Unos años después, cuando se dedicó al poker, abrió una escuela y patrocinó a Carlos Mortensen, “el único jugador español campeón del mundo”, publicó el libro Aprende a jugar al poker con los Pelayos (10 dólares). Y como un eco de su espíritu optimista, lanzó una obra sobre emprendedurismo ¡Buenos días, energía! Fuera miedos, pon en marcha tu proyecto vital (13 dólares).

Aunque en los últimos años sus películas se convirtieron finalmente en piezas de culto —“u oculto”, bromea—, García-Pelayo sigue con la mitad del cuerpo metido entre los números. La técnica que usó antes para vencer a la ruleta la aplica a las criptomonedas, cuya ganancia le permitió financiar las 20 películas que rodó vorazmente en 24 meses y las de otros cineastas, como la argentina Lucía Seles.

Esta mañana, mientras desayunaba en el hotel que le asignaron en Montevideo, García-Pelayo leyó en un diario que al francés Michel Talagrand le han dado el equivalente al Nobel de matemáticas por probar la improbabilidad de que una moneda lanzada 1.000 veces salga cara en más de 600 ocasiones, un descubrimiento que él mismo se atribuye haber hecho con anticipación.

Tal vez tenga la revancha descubriendo el misterio de los números primos, una misión que no cree para nada imposible. Es una cuestión de obsesión, confía. Obsesionar es un verbo que García-Pelayo utiliza a su antojo. Así como le obsesiona resolver uno de los mayores desvelos de la matemática, en este momento le obsesiona conocer el Estadio Centenario. No le faltará oportunidad, ahora que se mudó a Buenos Aires. Allí empezó una vida nueva, a los 76 años.

Dice:

—Mi plan es que los próximos 60 años de mi vida sean aquí en Sudamérica.

—¿Planea no morirse nunca, usted?

—Bueno, en unos 60 años. O quizás un poco más.

El padre del rock y del cine andaluz que le ganó a los casinos

En Sevilla hay quienes dicen que los años ‘70 fueron suyos. Antes de inventar un sistema para vencer a los casinos en la ruleta, Gonzalo García-Pelayo era una figura central de la contracultura andaluza. Muchos lo consideran el padre del rock y del cine andaluz. Su primer hito fue la mítica discoteca Dom Gonzalo, que solía ser cerrada por la Policía y atravesó un duro pleito en el que contó con la defensa del expresidente de España, Felipe González. En su rol de productor musical, su gestión fue clave para la fusión del flamenco con otros géneros como el rock y el pop. Produjo 130 discos con su sello Gong, incluyendo el del uruguayo Manuel Picón y los únicos dos discos que llegaron a España de Alfredo Zitarrosa. Sin embargo, la verdadera vocación de García-Pelayo siempre fue el cine: amante de la obra del francés Jean-Luc Godard y del norteamericano John Ford, dirigió 34 películas en tres etapas distintas. Sus primeras obras, Manuela (1976) y Vivir en Sevilla (1978), con un marcado erotismo y un gran protagonismo de la música, demuestran una dirección creativa y multifacética como la personalidad de su creador. En los últimos años, estas obras se convirtieron en películas de culto, siendo incorporadas en retrospectivas en prestigiosas galerías y festivales del mundo. Luego de abocarse a desentrañar algunos juegos de azar, García-Pelayo volvió a su primer amor: el cine. Siguió filmando, pero el principal arrebato ocurrió en 2022 y 2023 cuando rodó 20 películas en diferentes partes del mundo. En algunos casos, la realización le llevó apenas un mes. García-Pelayo sostiene que la calidad prima sobre la cantidad. “Los artistas que más me gustan además son los más prolíficos”, dice. Su mayor orgullo por estos días es producir a la particularísima cineasta argentina Lucía Seles, que logró convertirse automáticamente en una autora de culto.

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