La mala imagen del corporativismo

Curioso destino el de la palabra "corporativista". Solía designar a quien defiende los intereses de su organización. Hoy es un insulto que políticos, sindicalistas, patrones, opinadores y otros actores del espacio público lanzan a quien se encuentre en ese momento en la vereda opuesta. Ahora, corporativista es sinónimo de estrecho, carente de una mirada y consideración que abarque algo más que el interés propio y más inmediato. Es extraño que la defensa de los intereses, logros y patrimonios de un grupo organizado sea algo negativo. En particular porque quienes levantan el dedo acusatorio muchas veces lo hacen en nombre de sus propias corporaciones, llámese partido, sindicato, cámara o movimiento. Ese reflejo, por desgracia, oculta otra discusión, una más ardua: cuáles son los intereses a defender y cuáles no. ¿Es razonable que los anestesistas no acepten ganar 120.000 pesos? ¿Es un aporte al bien común que algunos sindicatos protesten por cumplir una jornada laboral de seis horas? Los argumentos a favor o en contra de tales cuestiones quedan sepultados bajo las vociferaciones espetadas.

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