HISTORIA ATRÁS DE UNA MOLE
La obra del Espacio García Lorca, un teatro y centro cultural, está parada hace siete años y se inició en 2010. Se gastaron más de tres millones de dólares pero falta un millón más. Buscan fondos.
Cuesta imaginarse que allí funcionará un teatro algún día, si todo sale bien. El proyecto implica que las gradas serán retráctiles, de modo de que el sitio se convierta en un espacio multiuso.
Por las noches los pasillos del García Lorca ahora se iluminan gracias a unas luces solares que mandó poner Uriarte. Así los vecinos ven que de a poco el lugar se empieza a mover, especula el abogado.
—Y la idea es que el edificio tenga dos pisos más algún día.
—Paso a paso —acota Durand.
El origen.
Todo empezó hace ya 15 años. En la Rendición de Cuentas que Vázquez promulgó el 24 de octubre de 2006 había un artículo, el 128, que decía que Antel y el Correo destinarían aquel predio a “actividades culturales” y realizarían “contratos de comodato” con una entidad cultural a seleccionar. La condición era que el proyecto estaría a cargo de “agentes culturales sin fines de lucro”, que deberían presentar propuestas de infraestructura edilicia y gerenciamiento.
Tiempo después “Taco” Larreta llamó a Iglesias, que entonces era secretario general iberoamericano, se juntaron a comer en la parrillada La Vaca y le contó que él, junto a una asociación civil que llamaría El Camarín, quería presentarse para hacerse cargo de aquel espacio.
—Me parece fantástico —le respondió Iglesias, quien de joven había estado muy vinculado al teatro—. Es una gran idea pero hay que financiarla.
Hoy, en el inicio de una jornada laboral en la casona de la Fundación Astur en Pocitos, Iglesias dice a El País que la idea enseguida lo entusiasmó porque le recordó a los centros culturales en España, que están en “casi todos los barrios”.
Lo cierto es que todo se dio rápido: el grupo ganó un proceso de licitación y quedó a cargo de la obra. Allí también estaba Beiro —que tendrá un lugar relevante en esta historia— así como su mujer, la actriz Leticia Scottini, Belela Herrera, el director Jorge Denevi, el exintendente Mariano Arana y el fallecido actor y director Jaime Yavitz, entre otros. Hay gente del teatro que también estaba en la asociación y se ha ido abriendo, como el director Álvaro Ahunchain, quien “desde hace cinco o seis años” no tiene más vínculo pero dice a El País que es destacable “el amor” que le puso Iglesias al proyecto.
En forma paralela se formó el Grupo de Amigos del Espacio Lorca, una organización que preside Iglesias y aún hoy integran, entre otros, Graciela Rompani, el presidente del LATU Ruperto Long, el diseñador Nelson Mancebo y la empresaria Lætitia d’Arenberg.
La primera idea fue usar la propia casona del Correo pero no se podía porque estaba en riesgo de derrumbe, así que de inmediato el proyecto derivó en construir un nuevo edificio. El nombre de García Lorca lo terminaría proponiendo Iglesias, quien es como un padrino de la obra e hizo el nexo con el gobierno español para conseguir fondos. Sus vínculos fueron fundamentales.
—Para mi generación, y la de los años 50, García Lorca fue muy importante. El teatro era fundamental —cuenta el contador, de impecable traje, en una casona repleta de obras de arte y sentado en su despacho, con la bandera de Uruguay y de Asturias detrás—. Se creó la Comedia Nacional. Y apareció un movimiento teatral independiente que excedió la proporción del país. Ese movimiento estuvo muy influido por la gran actriz catalana Margarita Xirgu (quien se radicó en Uruguay cuando estalló la dictadura franquista y vivió aquí sus últimas décadas de vida) y por Lorca, que estuvo aquí en Uruguay en 1934. La Margarita inspiró el teatro y lo alimentó, ella hizo todas sus obras.
El Camarín hizo un llamado a concurso para elegir el proyecto arquitectónico y se puso todo en marcha, aunque las obras no se iniciarían hasta 2010. Algunos dicen que este edificio era el sueño de Beiro, reconocido actor y director a cargo de la Escuela del Actor y la sala Telón Rojo en la calle Soriano. El teatro independiente uruguayo no contaba (y no cuenta hoy) con un edificio de este relieve y el único caso similar es el de El Galpón.
En esa época, allá por 2010 y en los años siguientes, en la Escuela del Actor que dirigía Beiro promocionaban a los alumnos que en el futuro las clases funcionarían en el imponente edificio de Avenida Brasil. “Se vendía eso”, cuenta un exestudiante. De hecho, el proyecto incluye una escuela de artes escénicas, como parte de ese centro cultural.
Hoy Beiro sigue siendo parte del proyecto, pero no quiso hacer declaraciones para este artículo. Lo cierto es que está más alejado del día a día porque tiene un proyecto en el exterior y además lo afectaron denuncias de acoso sexual en su contra en la escuela que dirige, que fueron públicas y que el él entiende injustas, según cuentan integrantes de El Camarín y del Grupo de Amigos del Espacio Lorca.
"La vaca española".
Un mojón importante ocurrió en torno a 2015, hace ya siete años, cuando la obra quedó congelada. Sin dinero de España, no se pudo avanzar más. ¿Por qué se paró todo? “Por falta de dinero”, resume Rompani. Arana afirma que “no hubo suerte con la empresa que asumió la obra, que no actuó bien”, Iglesias que “se pensó que iba a haber otras fuentes” económicas y que “ya se sabía que con lo de España no alcanzaba, porque España fue muy generosa”. Y Herrera que “acá (en Uruguay) no hubo interés de nadie en aportar y todo consistía en seguir ordeñando la vaca española”.
Uriarte lo ve así:
—Sabemos que las obras siempre llevan más tiempo que lo planteado al principio. Acá los problemas que tuvo España, que se iniciaron en 2008-2009 pero repercutieron unos años después, recortaron los presupuestos asignados.
—¿Pero la idea original era que costara cuánto?
—Había una estimación de tres o cuatro millones de euros. No fue suficiente.
—Ya se gastaron tres millones.
—Tres millones y medio de dólares. Falta un millón más —responde Uriarte en el hall del tercer piso, con vista al Río de la Plata—. Pero, como ustedes ven, lo que faltan son las terminaciones. Sería un crimen no terminar la obra.
Lo cierto es que, más allá de las restricciones de España, hubo inconvenientes en la gestión local. Beiro dijo a El País en 2017 que “hubo un problemita de papeles y perdimos un dinero, pero fue por responsabilidad nuestra; hay que tener en cuenta que la industria de la construcción subió 20% por año en el mundo, en cinco años subió 100% todo lo de obra”.
¿Cuál fue el problema? Uriarte explica que hubo certificaciones de obra ante el gobierno de España que no se hicieron en los plazos correspondientes y eso implicó que se perdieran recursos. “Unos 400.000 dólares”, dice el abogado, “no se pudo pasar a la siguiente etapa de la obra, para que habilitaran más dinero”.
Lo que viene.
Hace pocos meses hubo un estudio pormenorizado del estado de la obra con una empresa constructora. Esa suerte de radiografía indica que el edificio no se ha deteriorado, dice Belela Herrera, lo cual generó alivio en el grupo que sigue el tema de cerca.
¿Y ahora? Sobre fines de mayo o principios de junio se proyecta un evento en el lugar para invitar a empresas y autoridades a que lo conozcan y luego hagan aportes económicos.
El saldo, lo que falta, es cerca de un millón de dólares, pero Uriarte estima que incluso podría ponerse en funcionamiento por la mitad.
Hace unos años se llevó adelante el programa “Tome asiento en el Espacio Lorca”, que buscaba recaudar fondos ofreciendo a quien deseaba colaborar colocar su nombre en el respaldo de una butaca. Pero no tuvo éxito: no se recaudaron más de 10 asientos.
Uriarte le resta trascendencia a ese fracaso y dice que ahora se hará algo parecido —empresas o particulares podrían comprar butacas por una determinada cantidad de años— pero con una campaña previa:
—No estamos vendiendo humo —se ríe el abogado—. Yo quiero que la gente primero vea qué es lo que hay hecho, que vea la butaca que va a comprar. Esto no es comprar en el pozo.
Además, la idea es que el lugar quede en algún momento habilitado para que los vecinos del barrio puedan entrar a mirar y conocerlo por dentro.
Se proyecta vender unas 150 butacas por unos 2.000 dólares cada una, pero eso no está cerrado aún. La apuesta central, eso sí, es en las empresas españolas e incluso se siguen tocando las puertas del gobierno de ese país, admite Iglesias. “Pero el barrio de Pocitos también podría colaborar, no está faltando tanto”, agrega enseguida.
Algo es seguro: el gobierno uruguayo no pondrá dinero, así como no lo hicieron los anteriores.
La directora nacional de Cultura, Mariana Wainstein, dice que la administración está al tanto de la situación y en contacto directo con Iglesias. De hecho, ella ya fue tres veces a ver el edificio en estos dos años de gestión.
Así lo cuenta mientras viaja por trabajo a Artigas:
—Estamos interesados en que el proyecto salga adelante, pero no es un objetivo nuestro ni está en nuestra agenda. Sí nos da pena y, al ver la situación, queremos ayudar a Enrique Iglesias en la medida de lo posible. Pero el apoyo (económico) quizás deba venir de afuera.
A Wainstein le preocupa el tema pero admite que lo cierto es que el “proyecto planteado fracasó y ahora hay que encontrar un camino nuevo”. Entonces opina que lo más probable es que haya que “reinventar el proyecto, rediseñar el plan de negocios y sobre todo el plan de gestión”.
Iglesias, desde su despacho, coincide un poco con Wainstein:
—Habrá que pensar la gestión. Yo no voy a estar en ese proceso. Lo que sí, tiene que haber una fuerte colaboración con el sector público. Y hay muchas formas de obtener recursos. Pero lo importante ahora es llegar a ese millón de dólares que nos está faltando.
—¿Usted es optimista?
—Y, m’hijo, a esta edad no puedo ser pesimista —dice Iglesias y se ríe fuerte.
“Yo entiendo a los vecinos”, dice Enrique Iglesias, uno de los impulsores iniciales del proyecto, respecto a la molestia de tener esa gran obra parada desde hace al menos siete años (y en construcción hace doce). Daoiz Uriarte, quien hoy se encarga de la gestión diaria, admite que el abandono causó resistencia en el barrio. “Y eso es muy notorio porque, en la medida en que nos empezaron a ver a nosotros, se acercan y preguntan”, relata.
Un comerciante de la zona cuenta que no sabe si creer todo lo que le dicen los vecinos. Porque teorías hay muchas. Desde que “hay intereses” para que la obra no se termine nunca hasta que “es todo culpa de los tupamaros”, dice entre risas.
Daniel, el portero de un edificio frente al teatro, cuenta que trabaja allí desde hace 10 años “y la obra ya estaba” en aquel momento. “Un día pusieron los vidrios cuando vino el rey de España”, recuerda, mientras limpia un farol. Y relata que en el edificio pegado a la construcción los vecinos se quejan porque los apartamentos perdieron valor.
De hecho, según supo El País, hubo un pleito de un grupo, que protestó porque perdió vista. “Eso lo ganamos”, cuenta la exvicecanciller Belela Herrera.
Joaquín Labat es un abogado que vive en un apartamento en el noveno piso del edificio vecino y ha sido testigo privilegiado de todo el proceso: desde su terraza vio la demolición y cómo fue creciendo la obra. Él vive allí desde hace 35 años, bastante antes de que se iniciara la construcción.
Una vez avisó que había humo dentro del edificio: se había metido un intruso y se había generado un principio de incendio.
“Esa fue una obra con un objetivo muy noble pero muy mal diseñada”, dice Labat, quien asegura que el presupuesto inicial era de un millón y medio de dólares, la mitad de lo que ya se gastó. “Hay que cambiar el diseño de la cosa, y esta gente no creo que esté capacitada para gerenciar una empresa así. Hay que saber un poquito de administración para darse cuenta que así como está planteado funcionará mal”, lamenta.