La noche del inmigrante: ¿cómo lidian con los trabajos que nadie quiere?

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Nota a Jessica, chofer de Uber, nota sobre trabajos nocturnos, en diario El Pais, Montevideo ND 20200128 foto Darwin Borrelli - Archivo El Pais
Darwin Borrelli/Archivo El Pais

EN LAS PUERTAS DE LA INFORMALIDAD

Boom de extranjeros mejoró varios servicios y solucionó vacantes en trabajos nocturnos, pero varias plantillas ya están sobrecargadas. Por necesidad, la mayoría no denuncia su contratación en negro.

Fernanda había soportado por más de 90 días la indiferencia absoluta de decenas de empleadores que descartaron su currículum sin darle siquiera la oportunidad de una entrevista. Tiene 21 años. Llegó desde Perú, sola, con la ilusión de hacer una carrera terciaria de acceso público. Cuando el optimismo se le empezaba a apagar recibió por fin buenas noticias. Primero consiguió un puesto de mesera en la cantina de un club deportivo, pero no pasó el período de prueba de tres meses. Después enganchó en una panadería y otra vez la misma historia.

Sus amigos inmigrantes le decían que estaba viviendo un cliché: casi ninguno de ellos había logrado un trabajo efectivo. Por eso, cuando fue a una nueva entrevista, le preguntaron si podía empezar al día siguiente y le extendieron un contrato, pensó que le había tocado un milagro.

La tarea implicaba atender una cafetería en horarios rotativos. La estética distinguida de la empresa, la imponente cartelería de la fachada y el tamaño de sus instalaciones la hicieron sentir orgullosa.
Dice:
—Veía que salían y entraban limusinas negras así que les presumí a mis amigos.

La empresa resultó ser una funeraria.
Los viernes, sábados y domingos a las 23, mientras las chicas de su edad se aprontan para salir a bailar, ella comienza su turno de ocho horas. Les sirve café a las poquísimas personas que todavía pasan la madrugada en una sala velatoria despidiendo a sus seres queridos.

—A la gente le da espanto mi trabajo. Yo les digo que pasó la noche hablando con mis muertitos para no sentirme sola.

Lleva cinco meses cumpliendo esta función y no piensa en buscar una alternativa. La nocturnidad incrementa su sueldo —entre un 20% y 30%, según se acuerde en los Consejos de Salarios— y la tranquilidad del entorno le permite prepararse para el examen de ingreso que en dos semanas dará en la Escuela Multidisciplinaria de Arte Dramático.

En las madrugadas de los días más festivos de la semana Fernanda aprovecha la falta de clientes y ensaya en voz alta un monólogo dramático y otro cómico que deberá interpretar con gracia y talento para cumplir el propósito que la trajo hasta acá.

Son las 00:47 y en otra parte de Montevideo Adrián está a punto de matar la primera hora de su jornada laboral. Está solo en una estación de servicio en un barrio que ya no le da miedo.

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En el sector de los repartidores de aplicaciones el 80% trabaja en negro. Foto: F.Ponzetto.

Cuenta:
—Al principio me asustaba mucho porque venía gente permanentemente a pedirme dinero, pero ahora me acostumbré y lo que más me golpea es el sueño.

Ha trabajado bajo lluvia y en el frío, y aún así espera no perder el puesto.
Plantea, sin rodeos:
—El inmigrante agarra lo que sea por necesidad.

Esa necesidad es la que está empujando a que cada vez más inmigrantes acepten trabajos en horarios nocturnos. Convirtieron su amplia disponibilidad horaria y su voluntad para desplazarse de un punto a otro de la ciudad —y del país— en una ventaja competitiva.

Si antes había rubros que debían conformarse con quien aceptase un salario magro para una tarea poco ideal, la inmigración aportó una inyección de profesionalismo que mejoró drásticamente la calidad de algunos servicios, sin que esto se traduzca necesariamente en un aumento de la paga.

Pero también hay plantillas que se están saturando, con más trabajadores que trabajo disponible. Y la oferta excesiva es aprovechada por empleadores oportunistas que bajan salarios, evitan la regularización y propagan nuevos mercados negros sin ninguna consecuencia, porque los inmigrantes con tal de no tener el bolsillo vacío se niegan a denunciarlos.

Con los pies en el aire

Es jueves y como cada semana la psicóloga Eugenia Robaina sale de la oficina directamente para Idas y vueltas, la organización civil que trabaja con población migrante. La esperan ocho cubanos, dos venezolanos y tres hombres africanos: uno llegó desde Camerún y los otros desde una colonia portuguesa que nadie en esta sala había escuchado nombrar. Entre ellos hay un cocinero, una cajera, una abogada, una médica y un técnico en informática. El resto no tiene formación específica.

Robaina está a cargo del taller de orientación laboral que busca reducir las desventajas de los migrantes para equiparar sus oportunidades a la hora de buscar trabajo. Hoy revisará currículum para mejorar su presentación y ajustar la terminología a las expresiones locales. Por ejemplo, cuando un cubano dice que es economista se refiere a que trabajaba como cajero. “Esto puede provocar que no sean considerados para algunos puestos por estar sobrecalificados”, explica. Y agrega: “Sus mayores desventajas son que el empleador no tiene cómo confirmar las referencias laborales que traen y el nivel de formación que dicen tener”.

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Rommel se tatuó el mapa de Venezuela en un antebrazo. Lleva cuatro años en Uruguay pero extraña su país cada día que pasa. Foto: D.Borrelli.

También los prepara para las entrevistas con los seleccionadores de personal: desde cómo deben ir vestidos hasta cómo deben comportarse. Los cubanos no estaban habituados a pasar por esta instancia en la isla y en Venezuela —cuenta una médica presente— los procesos suelen ser menos rigurosos.

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Inspección arrojó 10% de informalidad

Considerando la cantidad de inmigrantes que se ven por la ciudad y las denuncias de informalidad que circulan en la prensa, Cristina Demarco, inspectora general de Trabajo, tenía expectativas de encontrar un gran número de empleados irregulares durante los operativos que llevaron a cabo desde la Costa de Oro hasta Rocha en lo que va de la temporada de verano. Sin embargo, el resultado rondó el 10%, apenas por encima del año pasado. “El temor los lleva a no denunciar”, admite la inspectora.

El desafío del primer trabajo es el más complicado. Conseguirlo y retenerlo. “La rotación de personal es carísima porque implica volver a capacitar. Mantener un equipo estable es valioso para una empresa, por eso creo que cuando no pasan del período de prueba no siempre se debe a una intención abusiva como ellos sospechan, sino que a veces hay diferencias respecto a la cultura del trabajo y los empleadores no se dan el tiempo para ayudarlos a adaptarse. Falta que visualicen el valor empresarial que te da la diversidad en la plantilla”.

El pasado 27 de diciembre el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados firmó un convenio con Idas y vueltas para financiar el programa Talento sin fronteras. Crearán una base de datos que será difundida entre empleadores de los rubros que mejor han incorporado a esta población. De esta manera, cuando soliciten personal les enviarán los perfiles que más se ajusten. “Accederán a una base de datos que la mayoría de las veces tienen que pagar y evitarán ver currículum que no apliquen”, adelanta Robaina. Luego les ofrecerán un seguimiento del trabajador para acelerar su adaptación.

Pero eso es el futuro. Esta tarde de jueves Robaina le habla a un grupo de personas “con los pies en el aire”, más bien tímidas y asustadas, que escuchan que al principio, mientras esperan que se les entregue la cédula —demora aproximada de un mes y medio a tres meses—, pasarán por un período de changas y trabajos informales, y que después, de a poco, lograrán insertarse en puestos más afines a su formación, con los derechos laborales asegurados.

Sin embargo, los testimonios recopilados para este informe indican que incluso entre los que ya llevan cuatro años en el país la mayoría siguen empleados por debajo de su calificación.

La contratación se repite en rubros poco apreciados por los uruguayos: tareas de limpieza y de cuidado de niños o personas enfermas, delivery para distintas aplicaciones, guardias de seguridad, trabajo de salón en negocios gastronómicos, y los que tienen más suerte en atención al cliente.

A algunos les llevó varios meses salir de la informalidad, y otros continúan atados al trabajo en negro. Aceptan salarios inferiores por temor a no poder pagar la cama en una pensión —cuyo valor ronda los $ 6.000 mínimo en una pieza compartida— y tener que dormir en la calle. Desde el Ministerio de Trabajo dicen que las denuncias de este tipo son mínimas.

Deliveries en rojo

Unos meses atrás Rommel se hizo tatuar la silueta de Venezuela en un antebrazo. Dejó su país en 2015, pero lo extraña como si fuera ayer. Trabaja como guardia de seguridad, muchas veces por las noches. Esos días puede asistir a la UTU donde cursa la carrera de ingeniería tecnológica prevencionista.

Se ha perdido llegando a una dirección alejada del centro y se ha congelado custodiando depósitos al aire libre y en soledad.

—Uno se llena de ansiedad cuando trabaja por la noche— dice.

Hernando Hernández, presidente de la Asociación de Profesionales de Seguridad, reconoce que la oleada migratoria benefició la calidad del servicio que ofrecen. “Por un lado buena parte del personal está sobrecalificado: hay abogados, contadores, lo que te imagines. Por el otro, tienen una buena disposición para el trabajo que resulta contagiosa para los trabajadores locales”.

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Todos los jueves a las 18 horas se realiza un taller de orientación laboral en la ong Idas y vueltas. Foto: Marcelo Bonjour.

Dante permaneció en el mismo rubro desde que llegó de República Dominicana cuatro años atrás, pero advierte que cambió tres veces de empresa hasta encontrar una que cumpliera con los derechos laborales. Durante varios meses se negaron a pagarle la prima por nocturnidad y le pusieron un arma en las manos a pesar de que él no sabía cómo usarla.

—Varias veces he sentido miedo porque estás en una zona que no conocés, muchas veces descampada y ves pasar los chorros. Vos cuidás un valor y para eso tenés un arma de fuego que sabés que los delincuentes quieren quitártela. Hay inmigrantes que ya no aceptan portar armas. El puesto sin armas es el más solicitado porque es el más seguro —cuenta.

Entre inmigrantes suelen separar el acceso a los rubros por nacionalidades. Cuando ingresaron los dominicanos —los primeros en llegar, por 2014— era sencillo entrar como reponedor en supermercados y como guardia en empresas de seguridad. Los venezolanos —por lo general mejor formados que el resto—, también apuestan por la seguridad, pero además logran trabajos acompañando enfermos, como conductores para Uber, taxis y en atención al cliente. Los cubanos, que son los más nuevos y numerosos —representan el 60% de la inmigración—, encuentran lugar en el cuidado de enfermos y como deliveries de aplicaciones.

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La mano de los voluntarios

La ong Idas y vueltas está abocada al trabajo con la población migrante. Todos los jueves a las 18 horas se realiza un taller de orientación laboral. Tras firmar un convenio con las Naciones Unidas, preparan la creación de una base de datos de perfiles que desde marzo serán propuestos a los distintos empleadores que requieran personal al mail: talentosinfronteras.uy@gmail.com.

Yoendris Lastre adquirió cierta fama mediática cuando les contó a los medios que le habían estafado desde Uruguay más de US$ 5.000 prometiéndole trabajo y casa cuando arribara desde la isla. Un par de años después, luego de trabajar como guardia nocturno en un shopping, es asesor de inmigrantes en el área de educación en el Ministerio de Educación y Cultura y presidente de la Asociación de Cubanos Residentes en Uruguay.

A Lastre le preocupan las historias de sus compatriotas deliveries de aplicaciones que están por fuera de la regulación. Estima que el 70% de los cubanos trabaja en negro.

—Son tantos que sobrecargaron la plantilla. Escucho que han tenido accidentes de tránsito y situaciones de violencia mientras trabajan, pero como no conocen las leyes no les reclaman a las empresas ni denuncian por temor a perder el puesto, o a quedarse con un antecedente negativo en la referencia laboral.

Estos cuentos también llegan al consultorio jurídico de la Facultad de Derecho de la Universidad de la República que dirige Juan Ceretta. “Consultan por temas de regularización de documentos o por un problema de vivienda y nos relatan estas situaciones como parte de su vida, pero jamás quieren denunciar”.

Este escenario frustra a Andrés Palermo, presidente del Sindicato Único de Repartidores. Según el último conteo hay unos 2.000 deliveries extranjeros que desconocen la normativa y por malas experiencias en sus países no se acercan al sindicato. “Nos están jugando en contra en el sentido de que incrementan la precariedad del sector. Muchas veces pasan el día parados sin que les asignen pedidos y otras veces nos enteramos de que han tenido accidentes pero se niegan a exigir sus derechos”, dice. La informalidad del sector ronda el 80%.

Desde el Ministerio de Trabajo, la inspectora general Cristina Demarco reconoce el problema y dice que una comisión lo estudia para comunicarle su visión a la próxima administración. “La intención es proponer que más allá de la formalización se aplique un correctivo”, anuncia.

¿Y si se van?

Un año atrás Milka era la directora de un hospital público en Venezuela; ahora pasa las noches acompañando enfermos. Cada tarde, cuando cae el sol, la empresa le confirma si esa madrugada tendrá trabajo y dónde. Así conoció la ciudad: a oscuras, mirando por la ventanilla del ómnibus, de sanatorio en sanatorio.

—Tengo un trastorno del sueño bárbaro, no te lo voy a negar. Con mis compañeras nos aconsejamos cómo lidiar con él. Yo lo que hago es en mi día libre agotarme físicamente para poder dormir bastante profundo —cuenta.

Es habitual que algún médico se sorprenda cuando ella le relata cómo pasó la noche un paciente. “¿Por qué usas ese lenguaje?, me preguntan y entonces les explico que también soy médica. La tensión sobre todo se da con el personal de enfermería. Creo que no les gusta que el paciente busque nuestra aprobación a las devoluciones que les hacen”, dice.

Cuando tenga su título revalidado Milka probará suerte en el interior del país: “Hacia allí se están mudando los médicos extranjeros y consiguen trabajo”. 

La inmigración caribeña también favoreció a las empresas que ofrecen servicios de compañía para enfermos. Desde la oficina de recursos humanos de Dedicar dicen que el 70% de su plantilla es extranjera. Reciben entre 20 y 30 currículum por día, por eso ya no necesitan poner avisos en los clasificados para buscar personal. “Nos recontra sirve, muchos son médicos, técnicos o auxiliares con mucho más conocimiento que el personal que solíamos tomar”, plantea una funcionaria. El requisito era primer módulo de enfermería cursado.

En cambio, desde la gerencia de Amec transmiten un entusiasmo contenido. “El impacto en el rubro es altísimo, pero decidimos no contratar personal extranjero calificado porque sabemos que en algún momento se va a dar un corrimiento de esta población, ya sea porque emigren o porque revalidarán sus títulos y dejarán estos puestos por otros mejores. Nosotros no queremos acostumbrar a nuestros clientes a un nivel de atención que luego no podremos mantener, por eso hemos tomado únicamente a los menos calificados”, dice uno de los gerentes. El requisito para postularse en Amec es tercer año de liceo completo.

Jesika no recuerda cuándo fue la última vez que durmió una noche entera. Llegó en 2016 desde Venezuela. Los primeros meses fueron los más duros. Trabajaba nueve horas en una peluquería y desde ahí se iba a cuidar a un señor. Con suerte —y con el permiso del anciano— cerraba los ojos dos o tres horas por la noche. Ahorró dinero para enviarle a su hija a Venezuela, para traerla y también para pagar el depósito de un alquiler.

Cambió ese trabajo por la conducción de un taxi: 12 horas en horario nocturno.

—Me aprendí el mapa de Montevideo en dos semanas. Fue una experiencia intensa. Escuché todo tipo de historias que parecían salidas de la ciencia ficción. Un día una pasajera murió al lado mío, le dio un ataque cardíaco en el camino.

Todavía sigue manejando, pero un auto que comparte con otro amigo venezolano y ofrecen en Uber. No lo paran nunca. Tienen que cubrir un piso de $ 42.000 que corresponde al costo del alquiler del vehículo cada mes.

A Richard César, vocero de la Asociación de Conductores Uruguayos de Aplicaciones, este relato no le sorprende. La necesidad de trabajo de los inmigrantes —y uruguayos— habilitó la propagación de un mercado negro de alquileres. Funciona así: permisarios registrados les alquilan sus autos por semana o por mes a conductores que no cumplen con la “excesiva normativa”. La norma únicamente admite como conductor adicional al permisario a familiares hasta el segundo grado de consanguinidad, su cónyuge, concubino o hijo del concubino reconocido judicialmente.

El alquiler en negro suele manejar precios excesivos y no prevé ningún tipo de seguridad social para el que está detrás del volante.Pero eso ahora no importa.
La necesidad está primero.
Porque, como dice Milka:
—Todo sea por el ingreso. No nos vamos a poner a exigir.

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Senegaleses crearán asociación

Desmotivados de emigrar a Europa debido a las exigentes visas impuestas para limitar el ingreso de africanos, y ante el recrudecimiento de la política migratoria en Brasil, cada vez más senegaleses terminan eligiendo a Uruguay. “Es tranquilo y al haber pocos africanos la competencia entre nosotros es poca”, explica Papa Mabousso, inmigrante que lleva adelante la iniciativa de conformar una asociación que integrarían al menos unos 50 senegaleses decididos a permanecer en nuestro país. “El objetivo es solucionar nuestros problemas, que son muchos”, adelanta. El primero, dice, tiene que ver con la demora que afecta a quienes solicitan refugio (por menos 66 en 2019). Después está el asunto de la vivienda:“Es imposible hospedarnos en una pensión porque somos musulmanes, nuestras prácticas religiosas podrían incomodar al resto”, explica Mabousso. Tercero está el asunto laboral. La mayoría de los senegaleses en Uruguay hablan francés, un poco de inglés y casi nada de español. Esto, reconoce Mabousso, es un problema para la inserción laboral. Por eso la salida más común es ir en ómnibus a la frontera, comprar artículos falsificados de marcas famosas y venderlos de forma ambulante. Al consultorio de la Facultad de Derecho llegan estos inmigrantes con lágrimas en los ojos: la Policía les requisa los objetos, que luego son destruidos, pero ellos creen que se los roban. No entienden que para adquirirlos cometieron un delito de contrabando y de falsificación de marcas.

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