CONTENIDOS SIN CENSURA
Cada vez más personas averiguan cómo funciona la plataforma que sube contenidos sin censura a cambio de un pago. Mientras, decenas sufren el robo de imágenes: las usan para crear cuentas eróticas.
Todo empezó con una selfie. Es miércoles, estamos en un hotel en Punta del Este y como cada día dos jóvenes de 20 y 24 años a quienes llamaremos María y Carla posan para unas fotos. Una viste íntegramente de rojo y la otra de negro; alternan sus posiciones para mostrar su mejor perfil, arreglan su peinado y acomodan la exuberancia de sus curvas. Después del disparo de la cámara, el molde de femme fatale se rompe y lanzan una carcajada que se remata con algún comentario hacia el fotógrafo del estilo “dejame linda”, un lugar común para la mayoría de quienes nos sacamos una foto por vanidad, una advertencia viniendo de ellas, que —desde hace un año una y tres meses la otra— trabajan de lo que definen como “el arte” de insinuar en una imagen la ilusión de una experiencia sexual.
Se encargan de su negocio de principio a fin. Idean, producen, protagonizan, promocionan y venden contenidos eróticos para decenas de miles de seguidores de Instagram: casi 100.000 en el caso de María y más de 15.000 para Carla. En Instagram muestran la carnada para que sus fanáticos ingresen a ver su versión más osada en OnlyFans, una red social que se ha convertido en casi una revolución mundial durante esta pandemia y ofrece contenidos exclusivos de distinto tipo de creadores, sin censura, a cambio de una suscripción que ellas cobran 20 dólares y de los cuales reciben el 80% del total. El resto lo retiene la plataforma por la intermediación, claro.
La subscripción es mensual, aunque hay una gama de promociones a las que pueden apelar cuando el bolsillo propio y el de los usuarios aprieta. La verdad es que se las tienen que ingeniar para mantener a ese fanático “activo” a diario y evitar la peor catástrofe dentro de esta burbuja hedonista: el aburrimiento. Por eso, su lema es “un contenido para cada día, sin excepciones”.
Para lograr esa imagen “perfecta” contratan a un fotógrafo, alquilan una locación, compran ropa: pagan, no piden favores, “así es más seguro”, dicen. Esta disciplina es la que creen que está detrás de su éxito en OnlyFans, un éxito que se niegan a traducir en cifras porque “de número no hablan”, se excusan entre risas vergonzosas.
Frutas, chocolates; playa, bosque; disfraces; temáticas de todo tipo. Cuanto más “profesional” y “creativo” luce el material, el subscriptor interpreta que “le dedicaste tiempo”. “Eso los deja contentos y es importante que estén contentos porque siguen suscribiéndose y apoyándote”, dice María. No habla de lucro, ni de pago a cambio de sus desnudos: les llama “apoyo”, “ayuda” o “compensación”.
Para “fidelizar” al usuario y ampliar las “ventas”, OnlyFans tiene un chat en el que las “creadoras de contenido” conversan con sus subscriptores. “Si un fanático te quiere mucho te da propinas”, continúa María. A ella por ejemplo le depositaron una “ayuda” el día de su cumpleaños. A las propinas OnlyFans no les cobra comisión. Además, pueden acordar la venta de material con pedidos específicos. Esto se cobra hasta 100 dólares la unidad.
Han querido pagarles para besarles un pie o verlas tomar un café; algunos hasta les ofrecen mantenerlas a cambio de que sean su “lady”. A esos les dicen que no.
Elegir cómo y cuánto mostrarse es el corazón de un equilibrio delicado en el que María y Carla se juegan su fama y sus ingresos.
El asunto es así:
—No aceptamos encuentros, únicamente hacemos contenidos. No es pornografía porque no hay nada explícito. Tampoco es prostitución, porque nadie nos toca: les cobramos por vernos. Para nosotras esto es una forma de hacer arte con nuestra belleza —dice Carla.
Algunos las reconocen “como las chicas de Instagram y OnlyFans” y les gritan sus nombres por la calle. Sucedió que les sacaran una foto sin su permiso “para un amigo al que lo tenés muerto de amor”. Y hubo —hay— críticas, chismes y amenazas. A María un hombre le describió dónde vivía con su familia y le anunció que iría hasta ahí para violarla. Entonces ella se fue de la casa y de la ciudad y se mudó con Carla. Se cuidan una a la otra.
La ilusión y la realidad
La cantidad de creadores de contenidos eróticos y pornográficos en OnlyFans se disparó en el mundo entero durante la pandemia. Allí fueron a parar miles de mujeres (y hombres) que perdieron su empleo, o necesitaban complementar sus ingresos. Algunas escucharon el rumor de que podrían hacer “plata rápida” subiendo videos o fotografías sexuales; otras creyeron en las historias de éxito que promocionaron cantantes y actrices famosas que, también en pandemia, se volcaron a la polémica red, se quitaron la ropa y en pocos días facturaron miles de dólares, incluso millones. Pero esas son excepciones: rarezas que tuvieron mucha difusión.
Los últimos informes en torno a las ganancias que deja esta plataforma coinciden con la conclusión que sacan María y Carla: “Esto te da para vivir si le dedicás mucho trabajo. Si no, no te rinde”.
El origen de OnlyFans y el futuro que se espera
El fenómeno OnlyFans se inscribe dentro del ecosistema de la economía de los creadores, cuya primera ola se extendió de 2017 a 2020 con la explosión de los influencers y su rol en el marketing. A partir de 2019 empieza la segunda: “Observamos que surgen plataformas donde influencers y creadores cobran por cosas”, explica Nicolás Ovalle, analista de innovación y desarrollo de negocios de base tecnológica. Este modelo se disparó con la irrupción de la pandemia y el incremento de la vida virtual. Antes que OnlyFans, la web Patreon planteó “reunir a una comunidad dispuesta a pagar una suscripción por un contenido”, continúa Ovalle. La diferencia que aportó OnlyFans —fundada en 2016 en Inglaterra por Timothy Stokelys y en 2018 adquirida en un 75% por Leonid Radvinsky, ambos vinculados a la industria del porno virtual— es la ausencia de censura, “es decir planteó un debate ético”. El desarrollo de estas plataformas está asociada a la consolidación de los pagos electrónicos. Su viabilidad está determinada por las políticas filosóficas de los medios de pago que avalan que se utilicen para estos contenidos. ¿Y ahora? “Empiezan a aparecer modelos similares en Latinoamérica”, anuncia el experto, y además es de esperar que empiecen a desarrollarse plataformas que vendan contenidos de disciplinas específicas y no combinando un abanico de especialidades en un mismo sitio.
Así y todo, con la cuarentena extendida, las recetas secretas que solían publicar los chefs de renombre en la plataforma o los bocetos de canciones de ídolos musicales fueron opacados por el boom de contenidos sexuales. En diciembre pasado, OnlyFans trepó a los 100 millones de usuarios y cerca de 1,5 millones de creadores.
En Uruguay esta red social todavía es un fenómeno nuevo que pocos conocen, y tiene entre sus contadas figuras destacadas a María y Carla. “Debemos ser menos de 10 los que hacemos contenidos eróticos”, estiman.
Por ahora.
A diario reciben por Instagram consultas de otras mujeres que les preguntan cómo hacer para ingresar en este negocio virtual. Son tantas las interesadas, que este dúo está evaluando comenzar a cobrar por este asesoramiento: “Monetizar nuestra experiencia”, comentan.
Esta avalancha de consultas concuerda con la información que recabó la ONG El Paso en la investigación Diagnóstico sobre Trabajo Sexual en Montevideo, que reveló que durante la pandemia muchas trabajadoras sexuales se pasaron a la esfera virtual y comenzaron a vender fotos por WhatsApp. Otras chicas consultadas para este informe reconocieron que venden fotos y videos eróticos por Telegram. Estas transacciones no son recomendables, ya que en varias ocasiones las estafan y nunca reciben el pago acordado. También hay fotógrafos que las engañan: les ofrecen un book gratis para empezar un perfil en OnlyFans y desaparecen con las fotos.
Entre los subscriptores de María y Carla la mayoría son uruguayos. Hay famosos que usan sus nombres reales o un apodo (pero tarde o temprano les confiesan su verdadera identidad); hay hombres y mujeres; hay colegas y fotógrafos del ambiente y personas que les ofrecen ser sus managers.
—Todo lo que hablamos, cada respuesta que damos, tenemos que tener cuidado porque no sabemos realmente a quién se lo estamos diciendo. Lo mismo con los contenidos: no sabemos dónde pueden terminar —plantea Carla.
En la investigación de El Paso, surgió que en la mayoría de las plataformas en las que las trabajadoras sexuales ofrecen sus servicios, hay un tercero que recibe el material y lo habitual es que antes de publicarlo en la web, sin consultarlas, retoque las fotos y reduzca la edad, siempre acercándola a los 18 años. “Detectamos que en esas páginas prácticamente no hay controles de filtro para asegurar que esas fotografías sean de menores”, plantea la socióloga Natalia Guidobono.
El año pasado, cuando el fenómeno OnlyFans crecía en el resto del mundo, la BBC lanzó un documental que denunciaba que un tercio de los perfiles de Twitter que anunciaban un “nude4sale” (la imagen de un desnudo a la venta) eran menores de edad, y muchos de ellos usaban la polémica plataforma.
María y Carla detallan que para convertirse en creadoras de OnlyFans tuvieron que presentar una foto de ellas y otra de la cédula, pasar por un proceso que compara los datos biométricos del rostro para asegurarse de que se trata de la misma persona y chequear la mayoría de edad. Además, les solicitaron otro documento que evidencie su identidad —como el pasaporte—, un comprobante del domicilio, información de una cuenta bancaria o medio de pago electrónico y de sus perfiles en otras redes sociales. Tres o cuatro días más tarde, tras la verificación de su documentación, les comunicaron la bienvenida.
Sin embargo, esta aparente rigurosidad no resuelve otros escenarios complejos. ¿Qué pasa si un adulto arma una cuenta pero sube material de un menor? ¿Y quién se hace cargo si roban contenidos y los difunden sin el consentimiento de sus creadoras en páginas porno? Esto último es lo que frena a algunas de las chicas que consultan a María y Carla. “Hay gente que es mala, ve tu material y se lo muestra a tu familia. La mayoría de las chicas que tienen OnlyFans lo hacen a escondidas y tienen terror de que se sepa lo que hacen”, cuentan.
Robo de imágenes.
Todo empieza con una selfie. Se sube a una red social cuyos términos y condiciones de uso aprobamos sin leer. La foto se expone en una cuenta que decidimos dejar abierta para tener más seguidores porque hoy en día, ¿quién no mide su popularidad en followers y likes? Ahora, esa selfie es pública. Tal vez nunca sepamos si dos, diez, 25 o 300 desconocidos le hicieron una captura y la guardaron en su teléfono o en su computadora, o la enviaron de contacto en contacto, o la subieron a una página pornográfica.
O tal vez un día eso sucede.
El domingo de Pascua Sofía González amaneció con decenas de mensajes en su celular. “¿Este perfil es tuyo o qué onda?”, le preguntaban. Esa madrugada alguien había abierto una cuenta en Instagram con su nombre y fotos en bikini, y había empezado a seguir a sus contactos. “Mi contenido para mayores de 18 años aquí”, indicaba el impostor en la biografía de la cuenta, junto a un enlace de OnlyFans que conducía a un sitio falso que ya había conseguido 500 likes.
El impostor publicó historias en las que anunciaba “una suscripción gratuita por 15 días para los primeros 100 invitados” para así “aumentar” su calificación. Otra recogía el comentario de un supuesto suscriptor: “Solo quería decir que estoy muy contento de haberme registrado, eres absolutamente hermosa”. Pronto, la cuenta falsa la bloqueó y Sofía ya no pudo saber qué más hacían con su nombre y su imagen.
—Fue muy incómodo tener que decirle a un montón de personas que yo no había decidido subir ningún contenido erótico. Más incómodo fue cuando entre los seguidores de esas cuentas encontré a gente de mi confianza, a gente que era importante para mí, a profesores dándole like a esas páginas —dice.
A Claudia Bonora le pasó exactamente lo mismo. Durante dos días les pidió a sus contactos que denunciaran a la cuenta falsa en Instagram, y ella presentó la documentación que la red social le solicitó hasta que al tercer día dejó de existir. “En la cuenta trucha había un link a una página que simulaba ser una OnlyFans en la que te pedían la tarjeta de crédito para ver videos supuestamente míos”, cuenta. En el ambiente de su trabajo le reclamaron que tenía que cuidar más las fotos que publicaba.
Jimena Alzogaray tiene 15.000 seguidores en la cuenta de Instagram que usa para promocionar sus entrenamientos y su empresa de alimentación saludable. Le robaron las fotos del “antes y después” de un cambio físico para “darles una connotación sexual” en una cuenta falsa que llevaba su nombre y también vinculaba a una versión ilegal de OnlyFans.
En una misma semana a Nicole Píriz le crearon cuatro cuentas. Su historia tiene un elemento distinto y perverso: desde la cuenta falsa le escribieron exigiéndole fotos desnuda; si se negaba irían a buscarla a su casa. Quien estaba del otro lado le dio indicaciones precisas de dónde vivía. Luego, usando su identidad virtual, intentó extorsionar a otra mujer amenazándola con secuestrar a su hija.
Tres de estas entrevistadas realizaron la denuncia ante Delitos informáticos, pero no tuvieron respuesta. El subcomisario Winston Rodríguez es uno de los 14 investigadores de esta división que vieron su trabajo multiplicarse durante la pandemia. “Parece que todo el mundo se hubiera dedicado a robar plata desde su casa”, se lamenta Rodríguez. Este es uno de los interminables delitos informáticos que nacieron y prosperaron con el COVID-19. “Consultas por robo de imágenes y creación de cuentas falsas vinculadas a OnlyFans recibimos muchísimas, pero solo registramos cuatro denuncias desde marzo a esta parte”, informa el policía.
Entre tanto trabajo y las pocas denuncias presentadas, este fenómeno “todavía no se ha investigado”. Agrega: “Necesitamos recibir más denuncias para que adquiera el estatus de urgente, analizar cuál es la estratagema y entonces sacar un comunicado de alerta a la población”.
Las reglas que faltan.
Las cuentas falsas y el robo de imágenes no amedrentan a María y a Carla, quienes ya perdieron la cuenta de cuántas veces fueron víctimas de estos hechos. “La garantía que tenemos es que si alguien sube a OnlyFans una foto que ya publicamos, la página la levanta y bloquea esa cuenta. Luego, si me quieren hacer un Instagram falso que lo hagan nomás, mis propios seguidores lo denuncian para que lo cierren”, dice Carla.
Pero los delitos informáticos no son como los tradicionales, donde en un allanamiento uno puede encontrar las pruebas incriminatorias. “Por ahí tenés que investigar a una persona en el extranjero o pedir colaboración de los buscadores o redes sociales, que no te pasan información para todos los delitos y cuya respuesta depende de los gerentes regionales”, dice el subcomisario Rodríguez. En definitiva, la trazabilidad es compleja.
Pablo Schiavi, abogado especializado en derecho de la información, lo tiene claro. En los últimos meses ha atendido con una frecuencia atípica a víctimas de robos de imágenes en redes sociales, especialmente mujeres de entre 15 y 18 años, cuyas consecuencias al intentar revertir el efecto de la divulgación “es dramático”. Por eso, él dejó de publicar fotos cotidianas de sus hijos en las redes.
“Yo puedo tener herramientas para bajar las cuentas falsas reportándolas ante las redes sociales, pero no para desarmar las páginas a las que van a parar esas fotos”, advierte. Es complejo llegar a identificar quiénes son los culpables y dónde están radicados. “Estas maniobras tan sofisticadas por lo general están afuera del país, aunque suelen tener una pata local. Difícilmente tengamos la tecnología para llegar a ellos. Pero, si das con los responsables, hay que ver si en el país donde están se encuentra regulada la actividad digital y si existe una pena. Además, si seguís adelante, es un proceso caro”, dice.
Según su experiencia, que Uruguay esté sufriendo estos ataques no es casualidad. Es uno de los países más vulnerables a estos delitos porque no posee ninguna legislación específica de derechos digitales. “Con el uso de imágenes sin mi consentimiento en redes sociales se puede presentar una denuncia penal por difamación e injurias, pero no existen agravantes para estos delitos que contemplen el daño infinitamente mayor que genera que esto suceda en internet”, reclama.
Si en el último año pocos sabían de qué hablaban cuando mencionaban OnlyFans, en las últimas semanas los pedidos de ayuda de las víctimas de robo de imágenes llegaron al Parlamento. Las diputadas del Frente Amplio Micaela Melgar y Martina Casás comenzaron a investigar al respecto con la intención de presentarle a la bancada una propuesta para regular el espacio virtual de tal forma que se desestimule la explotación, comercialización y distribución de contenidos eróticos y pornográficos de niños, niñas y adolescentes.
Entre las ideas que compartieron las legisladoras, está la de no esperar a que se presente la denuncia para investigar y, en cambio, adquirir tecnología —de reconocimiento facial— que permita detectar la presencia de menores en las páginas. También generar acuerdos de cooperación internacional para que se quite el material de las víctimas uruguayas que se encuentren en estos sitios, fruto de investigaciones extranjeras. Y colocar un mensaje en estas páginas, advirtiendo que la distribución y consumo de pornografía con menores acá está penado.
Pero la tecnología, se sabe, avanza más rápido que las leyes.
De vuelta en el hotel con María y Carla, les pregunto si no les preocupa que sus fotos sigan circulando en manos de desconocidos en un futuro lejano.
—No me preocupa porque tengo la esperanza de que el mundo evolucione y que el cuerpo desnudo de una mujer no sea más algo escandaloso. Yo hago esto porque me gusta. Lo hago para mí, no pensando en el disfrute de los hombres—dice María.
Y agrega Carla:
—Musas inspiradoras han habido siempre. Para crear a la Venus de Milo se inspiraron en una mujer desnuda, ¿no? Y cuando la vemos todos vemos a una mujer desnuda y nos parece algo normal, algo bello, ¿entonces por qué tanta historia con lo que hacemos nosotras?