(Video: Florencia Cruz)
El verano se adelantó en Montevideo y el termómetro marca casi 25 grados un lunes a media tarde. En la calle Plutarco, en pleno Buceo y a metros de Propios, hay una paz que abruma. Casi no pasan autos y nadie camina por la vereda, parece un pueblo del interior profundo a la hora de la siesta. Andrés Díaz camina hacia Plutarco 3869, ese lugar donde vivió hasta los 14. Hoy, con 28 años de edad y una historia dramática atrás, su casa actual está a ocho cuadras de este sitio. Ya pasó mucho tiempo desde aquel sábado 3 de octubre de 2009, en estos días se cumplieron 14 años, pero el dolor y la angustia siguen ahí.
Andrés quiere saber, necesita saber.
Acá en este lugar explotó un paquete bomba que destruyó parte de la vivienda. Acá murió su mamá Miriam Mazzeo y fue gravemente herido uno de sus mejores amigos Facundo Quiroga, que lo esperaba mientras él estaba en clase de inglés. Las principales interrogantes —quién quiso matar a su madre y de esa manera; por qué lo hizo— se mantienen hoy sin respuesta aunque, ya veremos, la Justicia y la Policía no han abandonado el caso sino que, todo lo contrario, se han retomado las actuaciones y hay investigaciones en curso.
El frente del predio hoy está tapado con chapas, se lee el número de puerta y alguien pintó “Barrio Buceo” y la bandera con los tradicionales colores negro, blanco y rojo. En un muro abajo hay un grafiti de Los Pibes del Hura. Atrás, una casa en construcción.
Andrés espía en silencio por un agujero en las chapas. Y cuenta que, después del episodio, la casa quedó semidestruida, nunca volvieron a vivir acá. Durante un buen tiempo el terreno estuvo abandonado y dos por tres entraban ladrones a robar.
—En la casa quedaron algunas cosas sin mucho valor y los vecinos llamaban a mi padre: “Mirá, Carlos, te entraron y se llevaron, no sé, una mesita ratona”. Y ahí él tenía que ir a la comisaría, luego venir acá —cuenta Andrés—. Llegó un momento en el que mi padre les dijo “miren, les agradezco mucho, pero no me está haciendo bien... Que se lleven las pocas cosas que quedan, no me importa”.
Algunos vecinos ya no viven más en la cuadra, pero al menos en aquel momento eran muy unidos y solidarios. En la vereda de enfrente estaba la casa de Reina y Carmen, más allá don Emilio. En la misma acera, de un lado don Alberto y del otro Lucía. Jorge en la esquina.
—El contacto era con todo el mundo, más por cómo era mi madre, tenía muy buen vínculo con todos.
Costó pero, tras una sucesión, lograron vender el terreno unos cuatro años después de la bomba. Los compradores demolieron la casa, hicieron el piso pero no siguieron con la nueva construcción. Tiempo después, otros propietarios retomaron la tarea, que aún no fue terminada. Como si fuera cosa de mandinga, como si destino quisiera decir algo, pasar un mensaje, el terreno de Plutarco 3869 sigue sin ser ocupado desde hace 14 años y tras aquella maldita explosión.
Miriam tenía 49 años, estaba casada con Carlos Díaz y Andrés era el único hijo que tenía la pareja. Ella era funcionaria de la Universidad de la República (Udelar): en aquel entonces se desempeñaba como directora de Recursos Humanos del Instituto Superior de Educación Física (ISEF).
El paquete bomba.
El caso de la bomba de Plutarco es, sin duda, uno de los más misteriosos de la historia de la crónica roja de las últimas décadas. Tanto por la forma en que se llevó adelante el atentado como por la ausencia de pistas claves respecto a las motivaciones y sobre quién dio la orden y quién le ejecutó.
La historia, en rigor, empezó el viernes 2 de octubre a las 22.19 cuando, según la crónica de El País de aquel momento, un hombre vestido de campera, vaqueros y casco de moto puesto entró al subsuelo de Tres Cruces y despachó en el mostrador de Agencia Central una caja de color marrón, de unos 40 por 60 centímetros, sujeta con un hilo, con remitente de la Cooperativa Magisterial.
Esa noche Facundo —el amigo— se había quedado a dormir en la casa. El sábado a media mañana Andrés se fue caminando a la clase de inglés a unas tres o cuatro cuadras de ahí, en Ramón Anador y Andrés Aguiar. Su amigo se quedó esperando. Carlos se había ido a uno de sus trabajos, un taller de rectificado de cigüeñales en el Cordón.
Unos minutos antes de las 12 una camioneta de Agencia Central dejó el paquete. Miriam se lo llevó, lo abrió en la entrada del living y la bomba explotó. Parte de la casa se vino abajo. Ella murió en el instante. Facundo, que estaba más lejos, sufrió graves quemaduras, fracturas y varias heridas. Estaría internado muchas semanas en el Centro Nacional de Quemados (Cenaque), tuvo distintas operaciones y perdió un ojo, además de dos dedos de una mano.
Luego se sabría que adentro del paquete había una garrafa de tres kilos rellena de pólvora con un dispositivo con dos pilas y un cable unido a un hilo para que la bomba se activara al abrir el paquete.
En la casa, según la crónica de El País, los peritos hallaron una esquela con el mensaje “La familia del Clínicas no olvida”. Se presume que para despistar: ella había trabajado en ese hospital hasta 1993. Pero el que lo hizo, está claro, la conocía bien.
Unas pocas semanas después de la bomba de Plutarco, un incendio en una vivienda en Aires Puros dejó al descubierto un enorme arsenalque allí tenía un misterioso contador llamado Saúl Feldman, que entonces se atrincheró en su casa en Shangrilá. En el lugar del arsenal los policías hallaron un papel con anotaciones que incluían la mención a “un pendorcho para usar con garrafa de tres kilos”. Los investigadores jamás pudieron conectar los dos hechos, pero las sospechas —al menos para algunos— aún hoy están sobre la mesa.
Nuevas citaciones y audiencias.
“El caso es único en Uruguay”, dice a El País un efectivo con varias décadas de experiencia arriba, “nunca vi un hecho de similares características al menos desde que yo trabajo en la Policía”.
¿Y en que está hoy la investigación, que en estos 14 años ha pasado por muchas manos, tanto de policías de distintas direcciones (desde Inteligencia a Asuntos Internos) como jueces y fiscales? Lo más importante: no fue archivada y hay nuevas actuaciones.
Andrés Díaz, el hijo de Miriam, recibió el año pasado una llamada de un policía para ponerlo al tanto respecto a que habían vuelto a trabajar en el tema. Tuvo una reunión, le dijeron que el caso “no está cerrado” y que “las pruebas que en su momento se habían pedido no eran del todo concretas o suficientes”, según relata él hoy.
El caso se rige por el Código del Proceso Penal viejo, por lo que la investigación la lleva adelante el juez y no el fiscal. De todos modos, el año pasado, según supo El País, el fiscal Luis Pacheco pidió a la Policía que se retomara la investigación debido a que tenía aspectos que “no le cerraban” y con el objetivo de intentar encontrar al o los responsables.
En el caso trabajan hoy los funcionarios del Departamento de Homicidios Complejos del Ministerio del Interior, que se han dedicado a estudiar en forma minuciosa el largo expediente que lleva 14 años. Algunos aspectos de allí se tomaron, otras directamente se descartaron.
Desde aquel momento hubo nuevas citaciones y audiencias, se ampliaron declaraciones y se esperan nuevas pruebas. También hay oficios pendientes de respuesta.
Fuentes judiciales que han estado involucradas al caso coinciden en que una resolución no es imposible, aunque juega en contra el paso del tiempo.
“Se sigue trabajando, es lo que le puedo decir”, dice un actor de la investigación. Hoy el tema está en manos de la jueza penal Silvia Urioste y la fiscal Sylvia Lovesio, que lo volvieron a estudiar desde cero y pidieron diligencias probatorias para darle impulso al tema. Según pudo saber El País, a ambas les preocupa mucho el caso y siguen varias líneas. Es un caso que “desvela”, dice una fuente de la investigación.
Según pudo reconstruir El País en base a fuentes de la investigación, hoy se mantienen dos hipótesis de trabajo, las mismas desde hace más de una década. Una es que el violento atentado se produjo por problemas en el ámbito laboral, ya que Mazzeo había tenido diferencias con una funcionaria en el ISEF. La segunda hipótesis es un problema familiar, ella acababa de ganar un juicio para recuperar el apellido paterno y no tenía relación con su media hermana, que curiosamente también se llama Miriam.
Ninguna de las dos líneas de investigación han podido confirmarse hasta ahora pero no se descarta que aparezcan nuevas tras las diligencias pedidas. “Hubo varias líneas pero nosotros estamos tratando de hacer la nuestra, con otra visión”, dice a El País un policía.
El reclamo de los funcionarios universitarios
Andrés Díaz, el hijo de Miriam Mazzeo, trabaja desde hace siete años en la Comisión Coordinadora del Interior de la Udelar en la parte de compras y suministros. Esto porque existe una norma de la Udelar que indica que, ante el fallecimiento de un funcionario, el hijo tiene derecho a reclamar el cargo. Tanto el padre como la madre eran empleados de la universidad: él en la parte de vigilancia, ella directora de recursos humanos en el Instituto Superior de Educación Física (ISEF). Además, Andrés se anotó en el ISEF hace dos años porque es lo que le gusta. Pero terminó abandonando: “Me ganó la cabeza porque justo la carrera que yo quería hacer era donde ella trabajaba”. Hace unos días la Agremiación Federal de Funcionarios de la Universidad emitió un comunicado: “Han sido omisos todos los gobiernos de turno (…) La Udelar totalmente indiferente con el asesinato de una de sus funcionarias; la empatía y la solidaridad falta sin aviso año tras año”.
En el barrio.
Andrés vuelve de Plutarco y abre la puerta de su casa, también en el Buceo. Lo esperan su perro Metmet, un cariñoso Chow Chow, y la gata Clari. En este lugar vive con su novia Vanesa desde hace dos meses. Arriba de una mesa, varias fotos de la pareja sonriente.
Es un hogar y una convivencia flamante: antes Andrés vivía con su padre Carlos en una casa también a unas cuadras de acá —Buceo, siempre Buceo— pero el hombre falleció el año pasado a los 59 años con fibrosis pulmonar y tras una larga agonía. Estuvo internado en la casa “oxígeno-dependiente”.
Carlos había dejado de fumar 11 años atrás, “supuestamente era algo crónico que se le despertó de golpe, eso le diagnosticaron”.
Pero Andrés cree que algo de todo lo que le pasó en estos años tiene que haberle afectado:
—Te dicen que el cuerpo absorbe lo que uno calla o va aguantando.
Desde aquel momento él está un poco más solo, aunque se apoya en su pareja, sus amigos y sus tías por el lado paterno.
—Debe doler que tu padre haya fallecido sin saber...
—Sí, es de las cosas que más me chocan. No tenerlo acá sentado al lado mío, espalda con espalda. Los dos teníamos la misma duda, el mismo dolor. Y con los años habíamos encontrado la forma de tranquilizar al otro y acompañarlo. Ahora es más difícil.
—Ya pasaron 14 años. ¿Cuál es tu principal preocupación?
—El por qué. Saber el por qué. Lo que más me molesta es no tenerlo claro. Me genera dudas todos los días: ¿por qué 14 años y todavía nada? En aquel entonces nos dijeron: “Este fue el único caso así en el país, quédense tranquilos que se va a saber”. Y acá estamos.
Después Andrés dice que agarrar una garrafa, ponerle pólvora y confeccionar una bomba casera es algo complejo, que evidentemente no puede hacer cualquiera. Eso parece claro.
—Cuando yo todavía era menor, mi padre fue a una entrevista con una jueza y ella nos dijo: “Hoy en día una bomba la hace cualquiera mirando un video en internet”. Mi padre le respondió “bueno, si se anima, venga y hacemos una ahora, si es tan fácil”.
—Por lo que ustedes saben, ¿la Policía sigue manejando las dos mismas hipótesis hace años?
—Las dos que siguen manejando hoy son la del ámbito laboral y el ámbito familiar. Pero ellos se vuelcan más para el ámbito laboral.
—Porque tu madre tuvo un problema en el ISEF.
—No, mi madre había ganado el cargo (de directora de recursos humanos) y supuestamente, por lo que dicen ellos, una compañera tuvo cierto enojo y a raíz de eso dicen que podría haber llegado la fatalidad. Pero no lo veo.
—Suena exagerado.
—Me parece demasiado.
Y la otra hipótesis es la del origen familiar:
—Mi madre ganó el apellido paterno mediante un juicio, todo legal y a las dos semanas de que le otorgaron la cédula pasó lo que pasó. Pero también se habló pila de años de una herencia millonaria, de la cual no tengo ni idea. Ojalá fuera así, me hubiera venido muy bien para vivir más tranquilo. Pero yo con esa familia no tengo contacto.
—No se llevan.
—No, el contacto que tenía era con mi abuelo Luis nomás. Lo veía en los cumpleaños, venía a mi casa.
El abuelo falleció el mismo día que la bomba de Plutarco pero en 2007. Dos años antes.
—¿El mismo día?
—Qué coincidencia... Medio extraño.
—¿Decís que la fecha tiene algo que ver en todo esto?
—No lo sé en realidad. Si lo supiera, lo estaba diciendo desde el día uno.
—¿Y la hipótesis del error? Porque el paquete pudo haber sido para otra casa, eso se habló en su momento.
—Eso supuestamente ya lo descartaron hace años porque el paquete venía con nombre y apellido y con el número de puerta.
Andrés se cruza de brazos y habla tranquilo, con frases cortas y contundentes. En ningún momento se quiebra, como si lograra poner un caparazón para que el tema no lo afecte. O eso parece, al menos.
El episodio lo vivió cuando empezaba la adolescencia, a los 14 años.
—Fue complicado, yo soy hijo único. Y de por sí el varón es mucho más pegado a la madre. Volver a la vida, al colegio, al fútbol no fue nada fácil. Ver que mi padre desde el día uno hacía todo lo posible para que yo estuviera bien y no notara lo mal que él estaba. Porque él había perdido a su compañera de toda la vida.
—Leí una entrevista en el diario El Observador en la que él dijo que vos eras su razón para vivir.
—Mi padre siempre me lo decía: “Negro, yo estoy acá gracias a vos”. Y fueron esos cinco minutos que yo llegué desde la clase de inglés que le dieron a mi padre la chance de seguir estando siempre al firme. Porque, si esto pasaba unos minutos después, era yo el que estaba abriendo el paquete al lado de mi madre.
"Acá está Andrés, acá está Andrés".
Aquel mediodía la explosión se escuchó muy clara en la clase de inglés donde estaba Andrés. Salieron del local y un vecino gritó desde una azotea: “Parece que fuera en la calle Plutarco”. Volvieron a clase, él terminó la tarea y arrancó hacia su casa.
—Llego y veo todo el despliegue desde la esquina. Ahí vi que era de verdad en casa, tiré la mochila y me quise meter corriendo entre la gente. Entonces todos gritaron “acá está Andrés, acá está Andrés”, nadie podía creerlo, pensaban que yo estaba adentro.
¿Cómo reacciona un muchacho de 14 años ante tal desastre?
En un ataque de nervios y sin tener claro aún qué había pasado, él fue el encargado de llamar al padre y pedirle que viniera rápido: “Papá, venite para casa, a mamá le pasó algo grave”.
Esa corta frase la tiene grabada en la memoria aún hoy.
Después se enteraría lo de Facundo, un amigo del liceo que sigue estando en su círculo más íntimo:
—Para él no fue fácil pero pudo salir adelante —cuenta.
Andrés tuvo un par de consultas con psicólogo y no quiso seguir. Salió adelante a su manera.
—Me basé mucho en mis amigos, en el fútbol que practico desde los cuatro años. Para mí era más productivo así. Tuve mis altibajos pero logré entender que, bueno, la vida sigue. Todos me dicen que logré poner la tragedia al costado de mi vida. Siempre me va a acompañar pero no será un obstáculo. Sin dudas que hay días en los que me levanto y estoy triste como cualquier persona. A veces hasta más... Cuando llega esta fecha es cuando decís “pucha, otro año más con la misma información”.
—Para los que no la conocieron, ¿cómo era Miriam?
—Era una persona buenísima, un pan de dios. Saludaba y charlaba con todo el mundo. La uno. Lo que extraño no tenerla al lado es increíble. Mi madre era reluchadora, siempre se quería superar. Empujaba. Quizás también por eso hoy en día estoy acá sentado y tengo una vida normal dentro de todo.
—¿Tenés alguna foto de tu madre acá?
Dice que sí, se para, va hasta su cuarto y vuelve con una imagen que no es la mejor de ella, pero sí la que más quiere. Es una pequeña foto plastificada que guarda en su mesita de luz desde hace 14 años. Allí se ve a una mujer sonriente de pelo castaño que desde atrás abraza con cariño a un niño que entonces tenía no más de seis o siete años de edad.
—Es la foto que más me llegó. Quizás por la mirada de mi madre y la mía, por la forma protectora, de estar arriba de buena manera. La sacamos en un cumpleaños. La miro y me da un empujón diario.
—¿Sentís que la Policía y la Justicia dejaron de investigar en algún momento?
—La verdad, no lo sabés. Es raro, a veces pensás: ¿a quién están tapando? ¿Qué están tapando? Siempre las mismas hipótesis…
—¿Esperás que en algún momento pueda haber una explicación lógica de lo que sucedió el 3 de octubre de 2009?
—La Policía y la Justicia están en un debe con nosotros, conmigo y con mi familia. Eso lo tengo clarito. Pero sigue ahí la esperanza de que alguien que tenga una idea, que sepa algo de todo el proceso, esté grande y antes de dejar la vida, se saque el peso de arriba y cuente. A nosotros nos haría un bien impresionante. Quizás un mínimo detalle es una noticia gigante para nosotros.
Andrés sueña con eso, que alguien hable, que no se quiera llevar el secreto a la tumba.
¿Y qué deber hacer una persona que crea saber un dato no conocido sobre el caso de la bomba de la calle Plutarco y lo quiera contar? Simple: puede aportarlo a la Dirección de Hechos Complejos de la Policía, a la seccional más cercana o también ante el juzgado penal 27 en la calle Bartolomé Mitre.
Nunca se sabe.
"No me entra en la cabeza": un enigma que sigue hoy
“Me desespera eso de no saber por qué lo hicieron, no me entra en la cabeza”, decía Carlos Alberto Díaz (entonces de 47 años), el esposo de Miriam Mazzeo, un mes y 11 días después de la explosión del Buceo. Con esa frase arranca un extenso texto que el periodista Renzo Rossello publicó en aquel entonces en El País. “La investigación avanza despacio, ni siquiera hay móvil”, se indicaba en aquella nota. “Carlos Díaz es un hombre sencillo. Pero el problema con el que tiene que lidiar es terriblemente complejo. ¿Cómo explicarse lo que ocurrió? ¿Por qué su esposa fue elegida como víctima de un atentado en un país donde los hechos de esta naturaleza no ocurren desde hace décadas?”, escribió Rossello en la crónica. El enigma se mantiene hoy.