La voz de los internos del Vilardebó: así es por dentro la radio que nació en el psiquiátrico

Una emisora lucha por derribar los estigmas de la locura. Empezó hace 25 años como una iniciativa de estudiantes de psicología que grababan a los que estaban internados. Aquí la historia.

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Un momento de la emisión del programa de la radio Vilardevoz.
Foto: Juan Manuel Ramos.

Por Paola Díaz
La pieza es oscura. Pequeña y oscura. Debe medir lo que se dice dos por dos. Tiene una puerta que en vez de puerta parece una ventana, así de pequeña es. En ese lugar la dejaron. Y por esa abertura, la única abertura del lugar, le pasan comida. Por allí también distintos enfermeros le inyectan medicamentos; ella no sabe qué fecha es ni cuánto tiempo lleva ahí.

La pieza es una celda, aunque no ha cometido ningún delito. Es una celda de un hospital psiquiátrico.

La mujer que rememora esa historia, su historia, ya no está más en esa pieza. Ahora tiene un micrófono en la mano y habla desde la radio Vilardevoz.

Quizás en la radio llegue a sentir que le devuelven algo. Algo parecido a tener voz y ser escuchado.

El origen de la radio.

La avenida Millán es larga. Atraviesa más de un barrio de Montevideo. Al 2515 está ubicado el Hospital Nacional Psiquiátrico Vilardebó, que conserva su arquitectura original desde su fundación en el año 1880. Como cualquier centro de estas características fue pensado para ubicarse alejado de la ciudad, o por lo menos del centro, pero con el crecimiento fue quedando dentro de ella. Hoy comparte el barrio con comercios, bares, hogares, pero mantiene otras distancias que lo separan de la sociedad en la que vive.

Hospital Vilardebó
Hospital Vilardebó.
Foto: Juan Manuel Ramos/Archivo El Pais

Un día de noviembre de 1997 el entonces estudiante de psicología Andrés Jiménez comenzó a recoger palabras de quienes estaban internados allí, desde los pasillos de ese hospital y a través de un grabador de mano. Casi enseguida se unieron a la iniciativa Cecilia Baroni y Mónica Giordano, en ese entonces también estudiantes de psicología.

Ellos aún no lo sabían, pero estaban empezando a gestar un proyecto comunicacional participativo, Radio Vilardevoz, que intentaría provocar cambios a nivel del imaginario social sobre la locura y devolver las voces a quienes le habían arrebatado el derecho a decir.

Al principio las grabaciones con testimonios se editaban y se grababan en casetes que luego mandaban a otras radios en formato de microprogramas. Lo que allí se decía tenía que ver con los problemas que los aquejaba y que en estas instituciones no hay espacio para expresarlos, de acuerdo al relato de quienes gestionan el proyecto. Tenía que ver con la internación, la medicación, las relaciones familiares, la soledad, el dolor. Con poder compartir experiencias y sentirse identificado. Con una necesidad elemental del ser humano que es decir, decir y no parar de decir. “Esto significó que por primera vez circularan voces que nunca habían sido escuchadas ni tenidas en cuenta, salvo para ser juzgadas o diagnosticadas”, dice Cecilia Baroni, hoy psicóloga y doctora en Historia, en su tesis doctoral Una historia de locos.

La circulación de estos microprogramas, cual “mensaje en una botella” —imagen que utiliza Andrés Jiménez— tuvieron buenas repercusiones y posibilitaron que Vilardevoz fuese invitada a participar en eventos como, por ejemplo, el Cabildo Abierto sobre Derechos Humanos. En el invierno de 2001 la radio comunitaria El Puente FM le brindó un espacio semanal de una hora en vivo y el proyecto adquirió fuerza: las personas con padecimiento de lo psiquiátrico tomaban los micrófonos para decir. Cubrían eventos, estaban en el lugar de los hechos, generaban contenido periodístico, entrevistaban, conversaban. Miraban y eran mirados.

La voz que contó siempre a la locura y le imprimió una imagen inamovible empezaba a agrietarse. Otras miradas iban apareciendo. Otras voces se oían. Por esa época Andrés Jiménez realizó una investigación que llamó ¿La locura está en el aire? donde indagó los impactos de Vilardevoz en su audiencia. Quienes escuchaban la radio se sorprendían: no era eso lo que le habían contado de la locura. La imagen que les devolvía la radio no difería de la suya propia. Vilardevoz siempre interpeló a ese nivel. Al nivel de preguntarnos qué es la locura y qué es un loco.

En agosto de 2002, en la cúspide de la crisis económica y social, la radio inauguró su fonoplatea abierta al barrio. Como burlando un paisaje desolador.

Fonoplatea de radio Vilardevoz
Fonoplatea de radio Vilardevoz.
Foto: Juan Manuel Ramos.

La fonoplatea abierta de Vilardevoz es el momento en el que se transmite en vivo y es un espacio donde puede participar cualquier persona. Siempre reciben visitas: amigos, vecinos, investigadores, periodistas. Cualquiera puede tomar el micrófono y decir lo suyo. Es un espacio planificado y espontáneo.

El patio del hospital se colma entonces de gente, se realizan actividades, se organizan comidas y salidas colectivas. Aparecen los colores. “Vilardevoz nace queriendo ser una máquina de colores”, dice Jiménez.

En 2010 lograron ponerle antena al hospital, adquirir un transmisor y empezar a emitir por la 95.1 FM. Se convirtió así en la única radio con frecuencia otorgada por el Estado que emite una vez a la semana: ahora los sábados de 10 a 13 horas y por estos días no está transmitiendo desde el hospital, sino desde una fonoplatea en la calle Ituzaingó en la Ciudad Vieja. Se puede escuchar en la 95.1 en la zona del barrio Goes y por web.

Vilardevoz está conformada por psicólogos, personas con diversos padecimientos de lo psiquiátrico, familiares, vecinos, amigos, docentes, estudiantes, personas que están o han estado internadas. Tienen un taller central donde los participantes se reúnen una vez por semana, comparten cómo están, discuten y toman decisiones, revisan los objetivos, los confirman o los rediseñan. Un taller de producción radial, otro de digitalización y otro de escritura. Tienen la fonoplatea abierta y los ciclos de entrevistas. Realizan campañas —Locos por la radio, La locura va por barrios, Del manicomio al Parlamento— y organizan eventos, como festivales, el Primer Encuentro Latinoamericano de Radios Locas en Uruguay y fiestas “antimanicomiales”.

Es un proyecto comunicacional participativo y puede ser calificado también como un dispositivo alternativo en salud mental. “Es un lugar donde se practica la clínica del encuentro desde la potencia de la alegría”, dice Jiménez. “Una radio que da la posibilidad de existir siendo diferentes, construyendo un diálogo de saberes múltiples, que discute el hecho de que una disciplina como la psiquiatría tenga el control de la población de manera hegemónica”, agrega. Él en todos estos años ha sido testigo privilegiado del empoderamiento que han tenido quienes participan de la radio. Que se han atrevido a negarse a recibir electroshock. Que han cuestionado que una acción a la que han nombrado “contención” sea atar a una persona a una cama, sea encerrarla en celdas con puertas de rejas, sea prohibirle ver a su familia. Que han pedido más abrazos y menos pastillas. Que han marchado para que no existan más manicomios. Que también se han preguntado al aire si no hay otra forma de tratar a un ser humano.

Dos hombres fuman y escuchan radio Vilardevoz
Dos hombres fuman y escuchan radio Vilardevoz.
Foto: Juan Manuel Ramos.

La periodista brasileña Daniela Arbex en su libro El holocausto brasilero, publicado en 2013, denuncia las atrocidades cometidas en el Hospital Colonia de Barbacena, en Minas Gerais. Ese hospital psiquiátrico funcionó desde 1903 hasta 1980: murieron más de 60.000 personas en sus salas. Cuando el director y guionista André Ristum visitó el hospital para comenzar las grabaciones de una serie inspirada en el libro, se encontró con que aún había pacientes de la antigua colonia viviendo allí: “Les robaron la vida y no pudieron reintegrarse a la sociedad. O porque no sabían de dónde venían o porque no supieron readaptarse a una vida fuera de allí”.

En Uruguay, Diego —un participante activo de la radio que está internado en el hospital— escribió: “Nadie te iba a visitar porque afuera ya te habían olvidado y estabas exiliado en una cárcel inhumana donde las personas temen pisar, ver y conocer porque juzgan a las personas antes de conocerlas y les es más fácil creer que el loco es peligroso antes que tener la valentía de conocerlo. Carlos Grecco: ¿qué opción te dejó esta sociedad en esos 50 años más que comer, dormir, fumar y tomar mate en un lugar azotado por las ratas, el frío, la humedad de paredes descascaradas y techos amenazantes?”.

Carlos Grecco murió en 2015 atacado por una jauría de perros en la Colonia de Asistencia Psiquiátrica Etchepare. Tenía 72 años y hacía 50 que estaba internado.

Vale recordar: en 2017 el Mecanismo Nacional de Prevención de la Tortura en Uruguay monitoreó instituciones psiquiátricas y constató que en la Sala 10 del Vilardebó “se encontraba en uso un calabozo donde había dos personas en condiciones de absoluta precariedad, carencia de iluminación y falta de higiene”. También que el estado de deterioro de toda la sala (“plagas, instalación eléctrica deficiente, inexistencia de aislamiento térmico, falta de higiene”) implicaba “un riesgo tanto para pacientes como para funcionarios”.

Informes de años posteriores del Mecanismo Nacional de Prevención de la Tortura siguieron marcando duras observaciones sobre la situación de algunas salas del Vilardebó. El de 2022, por ejemplo, dice que en los “cuartos fuertes” de la Sala 11 de varones “se encontraron personas encerradas en condiciones altamente restrictivas, sin ninguna actividad terapéutica ni recreativa, sin visitas de familiares o referentes y en celdas de reducidas dimensiones” (ver recuadro aquí abajo).

HOSPITAL

Las denuncias sobre la sala 11 del hospital

En el último informe del Mecanismo Nacional de Prevención de la Tortura en Uruguay, que funciona en el ámbito de la Institución Nacional de Derechos Humanos y Defensoría del Pueblo, publicado en julio de 2022, se indica que preocupa la situación de los llamados “cuartos fuertes” de la Sala 11 de varones del Hospital Vilardebó, donde “se encontraron personas encerradas en condiciones altamente restrictivas, sin ninguna actividad terapéutica ni recreativa, sin visitas de familiares o referentes y en celdas de reducidas dimensiones”. En algunas visitas de monitoreo se constataron “situaciones de hacinamiento, con usuarios durmiendo en el suelo” y “se constataron situaciones en las que el aislamiento en solitario se aplica por períodos prolongados”. También se indica en el informe que preocupa la identificación de personas que, estando en condiciones de egreso desde el punto de vista psiquiátrico, “permanecen hospitalizadas por determinación judicial”.

Cuando los lazos poco a poco se van rompiendo: dejan de llegar visitas, no hay contacto con el mundo exterior, la memoria no se ejercita y ya no se recuerda la vida antes del encierro. Cuando las decisiones más elementales de la vida cotidiana dejan de tomarse: a qué hora levantarse, qué comer, a dónde ir, qué hacer. Cuando otros van decidiendo por la persona y su palabra tiene un lugar asignado de antemano por darse en el contexto de un hospital psiquiátrico: la incoherencia, la incapacidad, la descalificación. Cuando la soledad arrasa. Cuando hay maltrato. La subjetividad se va escurriendo. La persona empieza a desaparecer. Tanto se escurre que empieza a presentarse con un diagnóstico: “Soy bipolar”. O con el número de sala asignado: “Soy de la 26”.

Radio Vilardevoz
Radio Vilardevoz.
Foto: Juan Manuel Ramos.

Historias.

Gustavo sonríe y todos los músculos de su rostro dejan constancia de ello. A veces el cuerpo acompaña y se inclina hacia adelante como si la sonrisa hiciera peso y afectara el equilibrio. A veces se convierte en risa resonante y alguien ordena: achicá un cambio. Otro sale en su defensa y retruca: se está riendo ¿no se puede reír?

Es difícil borrarle la sonrisa a Gustavo. Ocurre cuando algún compañero cuenta un dolor. Cuando cuentan cómo la locura suplantó al ser humano y ultrajó su condición de tal en los ojos de quienes miraban. Son los únicos momentos en los que la sonrisa desaparece y se pueden ver unos ojos empequeñecidos. Sintientes.

Carolina es consciente del delirio. Sabe que ver una hoja caída de un árbol alguna vez se pudo transformar en algo más. Que pudo implicar ver un duende. Ver una bruja. Que la mente se le fue y ya no la pudo traer. Carolina de eso tiene miedo. No quiere volver a la incapacidad de retener la mente en su lugar. El precio a pagar es alto. Altísimo. Es —o era— electroshock. Es un montón de pastillas. Es la imposibilidad de haber sido mamá. Es la voz agrietada. Como pidiendo permiso. Es la vulnerabilidad en cuerpo y alma. En su cuerpo y alma.

Es el encierro.

Radio Vilardevoz
Radio Vilardevoz.
Foto: Juan Manuel Ramos.

La familia de Analía no quiso que sus hijos la vieran. Le dijeron que ese no era un lugar para que pisaran dos adolescentes de 13 y 14 años. “Los va a traumar ese lugar, van a decir mamá está en un loquero, en un manicomio”.

Dice que cuando los volvió a ver les dio un abrazo que duró como treinta segundos. Tres años estuvo sin ver a sus hijos.

¿Puede un dolor aliviarse sin los afectos?

Analía cuenta esto desde el patio del Hospital Vilardebó para el documental Locura al aire, que se estrenó en 2018. La película, dirigida por Alicia Cano y Leticia Cuba, sigue parte de las rutinas del colectivo Vilardevoz en los días previos a su viaje a México para participar del encuentro latinoamericano de radios locas.

Radio Vilardevoz
Radio Vilardevoz.
Foto: Juan Manuel Ramos.

En Locura al aire se comparten muchas de las producciones escritas de los participantes. Analía lee un texto que escribió: “Me agradaría reír sin tener que pedir permiso. En ese lugar paradisíaco en donde no hay manicomios, encontraría la libertad para amar y reír de nuevo”.

“Cuando la sociedad pasa por el colador de los requisitos para encajar, los que no encajamos terminamos en el manicomio”, dice Diego desde la radio. El mismo que le escribió a Carlos Grecco. El mismo que canta y toca la guitarra. El mismo que tiene una lucidez lacerante.

Si Michel Foucault pudiera oír a Diego seguramente estaría de acuerdo con él. El filósofo francés en su obra Historia de la locura en la época clásica dice: la locura no existe sino en una sociedad, ella no existe por fuera de las formas de sensibilidad que la aíslan y de las formas de repulsión que la excluyen o la capturan.

Van más de 700 años concibiendo la locura de esa manera. ¿Cómo se hace para desterrar una idea, una mirada sobre algo? ¿Puede una radio desde un rincón diminuto del planeta hacerle peso a la historia? Uno de los participantes parafrasea a Eduardo Galeano: en una ciudad pequeña, con gente pequeña, haciendo cosas pequeñas, se puede cambiar el mundo.

Olga tiene una sección en la radio que llamó “Granitos de arena”.

VILARDEBÓ

Conflicto con los psiquiatras

Hace un par de semanas el Hospital Vilardebó volvió a ocupar espacio en la agenda por un conflicto que tuvo repercusión directa en la atención a los pacientes. Resulta que el sábado 18 de marzo ASSE informó que la guardia de ese fin de semana fue “dejada sin cubrir por los psiquiatras” y que estaban trabajando allí las autoridades. Entre otros, participaron el presidente de ASSE Leonardo Cipriani, el director de Salud Mental Eduardo Katz y la directora del hospital, Paula Sarkissián. El Sindicato Médico (SMU), en tanto, informó que la situación era “absoluta responsabilidad de la dirección del hospital y de ASSE” y que no había medidas sindicales. Después hubo una negociación de ASSE con el SMU y el núcleo de psiquiatras del hospital: el jueves pasado se llegó a un preacuerdo que se confirmaría a mediados de abril.

La despedida.

Es sábado. Y también es diciembre. La radio está emitiendo en vivo su último programa del año. Es una fiesta. Hay hamburguesas, hay torta de cumpleaños, hay tambores. Andrés repasa brevemente la historia de la radio y reflexiona: todavía, después de 25 años, sigue existiendo la razón por la cual comenzó el proyecto. Siguen existiendo los manicomios, los muros que se quieren derribar y recordar que, claro, ahí hay personas.

En la ronda ceremonial del taller central alguien leyó: “¿Por qué a los que somos más sensibles, a los que soñamos con un mundo mejor, nos medican, nos callan? Porque para ellos no somos más que cuerpos, máquinas defectuosas. Pero los locos también tenemos espíritu, alma. Y el alma no entiende de pastillas. El alma entiende de lo que nos devuelve la dignidad”.

"Desembarcos": cuando la radio se mueve

Hay desembarcos. Así le llaman a la aventura de mover la radio con sus voces a cualquier otro lugar. Ese puente entre el mundo allá fuera y el de muros hacia dentro lo vienen tallando con paciencia de monje hace 25 años. El desembarco como puente. Y también como metáfora. En la Edad Media existía el método “nave de los locos”: los locos eran subidos a un barco y lanzados a la deriva, condenados a una vida errante. Estos desembarcos llegan a buen puerto. Tejen redes. Acortan distancias. Y sucede la magia de contarse a sí mismo y dejar de ser contado por otros.

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