LARGAS FILAS
Las ollas populares y los merenderos de todo el país sirvieron cerca de 8 millones de porciones en los primeros cuatro meses de pandemia. ¿Cómo se organizaron y cuál es el plan del Mides?
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Una mujer en la fila de una olla popular saca una cacerola de su bolso. “Ocho”, pide. Otros sacan tuppers, otros fondos de bidones de cinco litros, otros nada. Una señora cobra y queda al día con sus deudas, pero no le alcanza para su comida ni la de sus nietos. En invierno, bajo lluvia o con el viento tibio del verano hace la fila y se lleva la cena. Nunca falta.
Un hombre de camisa y pantalón agradece su porción y pregunta qué pasara en Navidad. Todos preguntan si van a tener su porción en la semana de Navidad, aunque haya un cartel pegado en la puerta que lo confirme. Hay que asegurarse.
El señor de camisa cruza la calle tranquilo con la respuesta y se sienta a comer en la vereda con los que esta noche llegaron antes que él.
La Navidad llega este año en forma de donación de pan dulce, en cajas de turrones que se apilan al lado de paquetes de arroz y fideos en la sede de una olla popular sobre la calle Andes, que al día de hoy sirve casi 200 porciones cada jueves. Este no es la excepción.
Mientras cocinan, discuten cómo envolver cada cosa del paquete navideño, cómo repartir el pan dulce, qué bolsas van usar. En las fechas especiales suelen dar algo más que una porción de comida. En el día del niño, por ejemplo, hicieron una fiesta en la calle para los niños del barrio y los que comen de la olla.
A siete días de Nochebuena, evalúan costos y lanzan ideas mientras se cuece el arroz de una ensalada con pollo.
A las nueve de la noche sirven la primera porción; 10 minutos después ya son 35. A la media hora, más de 130 personas. El aluvión se detiene a eso de las diez, pero los organizadores no se van hasta pasada la medianoche. Saben que hay cuidacoches que solo pueden ir más tarde. También están los que avisan por mensaje que los esperen, que están yendo en el ómnibus, que van a llegar.
En la cocina suena el partido entre River y Nacional por la Libertadores. Afuera, el murmullo de una ciudad que todavía no quiere parar. A dos cuadras está 18 de julio, a otras dos la rambla, las luces, la gente en las pizzerías, los bares que cerraron y los bares abiertos hasta las doce.
Entre la cocina y todo ese ruido, la fila.
Montevideo se resiste a ser otra: los jóvenes se amontonan en las mesas de las cervecerías aprovechando los últimos días antes de que empiecen a regir las medidas del gobierno. Pero Montevideo es otra desde hace mucho tiempo. Estas largas filas de hombres y mujeres y niños todos los días en todos los barrios la volvieron otra.
Esta olla popular supo ser bar antes de la pandemia. Quienes lo frecuentaban decidieron llevar adelante una olla solidaria en mayo. Con ayuda de comercios del barrio, rifas e incluso donaciones anónimas, resisten. Al principio servían unas 50 porciones; dos meses después, 100; hace mes y medio, 200 y más. Ahora pasó ese pico, pero no bajan de las 170 porciones.
Mario y Federico, dos referentes de la olla que piden que no se mencione su apellido, dicen que el objetivo es servir comida como la que servirían en sus casas: “No es agarrar una olla y meter todo para adentro”. Nunca pararon en todos estos meses, y por ahora no hay otro horizonte que seguir. “Mientras se pueda...”, dice Mario. Él sabe que se puede.
Esta es solo una de las 700 “experiencias solidarias” que hay en todo el país, según un estudio de la Asociación de Bancarios del Uruguay (AEBU) y la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República, publicado por Búsqueda el pasado jueves, al que también accedió El País. De ellas, un 40% pertenecen a Montevideo y el resto se distribuye en todo el país. Asimismo, el informe advierte que “seguramente hayan sido subregistradas las experiencias pertenecientes a pequeñas localidades del interior”, por lo que 700 es un número que puede quedarse corto.
En promedio, cada olla funciona tres días a la semana, sirviendo 180 porciones de comida por día. Los merenderos también funcionan en promedio tres días a la semana, sirviendo 124 porciones por día.
El merendero de Rosario Moreira, una empleada del Correo que de día entrega cartas y de tarde leche, sirve una de esas 124 porciones. Lo lleva adelante con una vecina del asentamiento Chacarita de los Padres desde hace casi un año, pero advierte que la demanda aumentó significativamente desde el 13 de marzo.
Moreira está parada en otra fila, en la otra punta de Montevideo. Es un miércoles caluroso en la sede de la organización Uruguay Adelante en Flor de Maroñas. Moreira hace esta fila para anotarse en la planilla y recibir de manera fija los insumos que necesita su merendero.
Muestra fotos de los niños en su celular, cientos de fotos. “Son muy agradecidos, son tan agradecidos”, dice. En las fotos sostienen la taza de leche que Moreira les prepara con cocoa y leche en polvo que consigue a través de diferentes donaciones. Prepara la chocolatada sin que la vean. La pone en jarras en la heladera y, cuando va a servir, les dice a los niños que es “la chocolatada de Conaprole”, así toman contentos “hasta tres tazas”.
Mientras espera, no paran de llegar referentes de ollas de Montevideo y Canelones al galpón de la organización. Todos los miércoles llegan en camiones de fletes, motos, bicis, caminando. Van a buscar las donaciones de alimentos secos, verduras y gallinas para abastecer cada uno su olla o su red de ollas.
En pocas palabras, Uruguay Adelante nuclea y gestiona donaciones de empresas, de particulares y del Estado y las reparte entre 260 ollas itinerantes y 180 fijas. La organización nació en julio con la iniciativa del chef Jesús Graña y el empresario Santiago Pérez Gazzano.
Cada miércoles entregan unos 15.000 kilos de insumos secos, además de 1.500 gallinas congeladas. La cantidad de ollas que se abastecen de ahí no dejó de subir en estos meses, y tanto Graña como Pérez pronostican que el número siga aumentando en los próximos.
El 67% de su financiamiento viene de privados, mientras que el 33% son canastas del Sistema Nacional de Emergencias (Sinae) que han ido “dosificando” desde agosto y que van a alcanzar para terminar el año. Para tener una idea: en números brutos —no exactos, advierte Pérez— se gastan unos ocho millones de pesos por mes en insumos de olla, para cubrir 300 ollas donde comen 200 personas. Y para el vaso de leche, agrega Pérez, se gastan unos cuatro millones y medio de pesos por mes. “Son 12 millones de pesos por mes para cubrir Montevideo y zona metropolitana. Ese sería el numero bruto”, señala el director ejecutivo de la organización.
Ahora veamos los números globales.
Desde mediados de marzo hasta finales de julio, el estudio de AEBU y la Facultad de Ciencias Sociales estimó que, en total, se sirvieron 5.919.000 platos en las ollas y 2.041.000 en los merenderos, lo que suma 7.960.000 platos servidos en total en ese período.
Si estas cifras se piensan en dinero, equivalen a una suma aproximada de 312 millones de pesos, según los cálculos de dos técnicos de AEBU, “teniendo en cuenta que cada porción en una olla tenía un costo de 46 pesos y en los merenderos de 20”. Todo esto sin contar las horas de trabajo de los organizadores, que suman 188 millones de pesos más. Estas cifras corresponden a esos cuatro meses y medio estudiados, aclara el informe.
En suma, el aporte de todas las ollas equivale a 11,6 millones de dólares en cuatro meses y medio desde que empezó la pandemia.
¿Por qué el INR recibe 1.700 kilos de comida por semana?
La cárcel de Canelones también se nutre de la organización Uruguay Adelante. Todos los miércoles llegan tres oficiales a llevarse los insumos que compensan la comida que solían recibir los privados de libertad a través de sus familiares, cuyas visitas se redujeron por la pandemia. En total, el Instituto Nacional de Rehabilitación (INR) de Canelones se lleva 1.700 kilos semanales de insumos para una olla de 900 presos.
“Si no hay comida, hay revuelta en las cárceles. Un sargento nos agradece con cartas”, dice Jesús Graña de Uruguay Adelante. Santiago González, director de Convivencia del Ministerio del Interior, aclara que esa unidad recibe donaciones “para engrosar la olla”, pero que esto “no necesariamente significa que haya falta de comida en las cárceles”. El INR “cubre necesidad de comida. Eso es apoyo para refuerzo en la olla. A veces, en vez de tener un guiso de arroz, le ponen alguna cosa más, lo hacen mas contundente,”, ejemplifica y niega que las donaciones sean por necesidad.
El entramado.
Hay ollas autónomas —como la del centro—, hay ollas que forman parte de redes, hay otras que dependen de organizaciones como Uruguay Adelante para abastecerse, y también están las que dependen de redes que a su vez dependen de organizaciones. Y yendo a lo más chiquito del entramado, están los vecinos, los clubes, las comisiones barriales, los sindicatos.
El informe citado destaca que los primeros tres actores donantes más mencionados en el relevamiento “no son actores institucionales u organizaciones, sino vínculos cercanos, directos y territoriales que componen el entramado cotidiano de las ollas”.
Los vecinos están presentes como donantes en un 80% de las ollas, los comercios locales en un 54% y los donantes particulares en un 47%. Por otro lado, los sindicatos están presentes también en un 47%, y luego está el trabajo no remunerado de las personas organizadoras, presente en el 40% de las ollas a través del uso de fondos de la propia organización.
El Estado aparece en el quinto lugar, aportando al 39% del total de ollas. No obstante, esto se concentra en algunos departamentos donde se desarrollaron estrategias puntuales —Salto, Rocha, Canelones y Colonia—, dice el informe.
El hambre trepó a la clase media, dicen referentes de ollas
Marlene Rodríguez sirve 500 porciones por semana en Suárez, Canelones. Como ya es costumbre, va con su marido a Uruguay Adelante a levantar gallinas para la olla que ella misma sostiene en su casa. Lo particular de esta crisis, dice, es que a las ollas “va gente con auto”, gente de clase media. “A mi olla iba una familia de siete personas que trabajaba en el puerto y de un día para otro quedaron desempleados. Tenían su buen auto, pero auto no podés comer”, dice. Esto se repite en todo Montevideo, dicen los referentes consultados para este informe. “Tienen que elegir entre pagar el alquiler o comer”, sentencia Esteban Corrales de la coordinadora “Ollas por vida digna”.
En todo este entramado, en estas formas de organizarse, hay quienes reclaman colaboración directa al Estado y hay quienes no esperan nada. Hay ollas y organizaciones “apartidarias” y otras que toman partido. Entre los primeros está Uruguay Adelante, que tiene un plan concreto para presentarle al gobierno para consolidar la forma en que trabajan.
Para Santiago Pérez, el escenario ideal es “una gestión privada de recursos públicos”. Lo resume así: “Que el gobierno diga ‘ustedes cuentan con esta plata, se destina tanto’, y que nosotros digamos a dónde se destina. Por ejemplo, ‘esto que tenemos vamos a gastarlo en carne de gallina, esto en verdura, esto en secos’”, explica. “Que nos manden a nosotros, y nosotros, que ya tenemos el vínculo validado con las ollas, lo distribuimos”.
En el otro espectro del abanico están las ollas “independientes”. Contrario a la concepción de organizaciones como Uruguay Adelante, la Coordinadora Popular y Solidaria Ollas por Vida Digna emitió un comunicado a principios de este mes en el que expresó: “Las ollas no nos negamos a recibir el apoyo de insumos por parte del Estado, pero no vamos a estar atadas a los tiempos ni modos de ninguna institución estatal u empresa”.
Esteban Corrales, integrante de la olla popular de Palermo y vocero de la Coordinadora de Ollas Populares, dice que “es necesario mencionar cuáles son los intereses y de qué forma se destinan los recursos en esta sociedad. No queremos dejar a nadie sin su plato de comida, pero eso es necesario”, sostiene.
“Hay algo que se asocia inmediatamente a la eficacia, a la eficiencia del manejo de los recursos. Nosotros, como coordinadores, hemos manejado fondos de Naciones Unidas, donaciones grandes, de la forma más transparente y eficaz que te puedas imaginar. No es patrimonio de ninguna empresa manejar con eficiencia los insumos de una olla”, dice Corrales. "Nosotros lo hacemos, y estamos batallando todo el tiempo con eso”.
Por otro lado, destaca que los colectivos que nuclea la Coordinadora son “cientos solamente en Montevideo”. Para él, no alcanza con el “discurso de la eficiencia y de la gestión empresarial”. Tiene que haber algo más, y lo resume así: “Estamos tratando de generar un ámbito no solo de transparencia sino de discusión de por qué se dan las cosas de esta manera. No está bien que la gente tenga que hacer una fila bajo lluvia para comer”.
El plan del Estado.
Uruguay Adelante tuvo contacto en junio con el Ministerio de Desarrollo Social (Mides) para proponer su plan de gestión público privado. En concreto, hubo una reunión con el ministro Pablo Bartol y con el director del Instituto Nacional de Alimentación (INDA), Ignacio Elgue, pero en esa instancia no hubo respuestas concretas. Aún así, Pérez reconoce que esa fue la primera vez que desde el Mides “se tomó en cuenta como un actor válido a las ollas”, más allá de las prestaciones que se habían implementado para paliar las consecuencias sociales de la pandemia, como la duplicación del monto de la tarjeta Uruguay Social.
Desde el Estado hubo silencio hasta el 4 de noviembre, cuando el presidente Luis Lacalle Pou le encargó al Mides un relevamiento de ollas populares para brindar “apoyo”. Fue a partir de ese momento, dice Pérez, que el Mides empezó a involucrarse más.
“Hubo un cambio positivo hacia las ollas o a las organizaciones de ollas. No sustancial, pero sí hubo un cambio”, advierte.Lo que resolvió el Mides en estas últimas semanas fue hacer convenios con intendencias para apoyar a las ollas. Elgue, el director del instituto, comenta que tienen un “plan general” para apoyar ollas en Montevideo, Ciudad del Plata (San José), Salto y Canelones, de manera que los tres niveles de gobierno, incluyendo las alcaldías, trabajen en conjunto.
El presupuesto total que se destinará a este plan se ubica entre los 17 y los 20 millones de dólares y se extenderá, en principio, hasta el 20 de febrero. El convenio con Canelones estaba a punto de firmarse el pasado jueves, pero la reunión de ministros lo retrasó. Lo que está previsto en este departamento es que el INDA provea víveres frescos y secos: los secos a través de una compra que efectuará el Sinae, y los frescos a través de la agricultura familiar mediante créditos que la institución tiene con agricultores.
Alarico Rodríguez, coordinador del Gabinete Social de la Intendencia de Canelones, señala que este convenio aliviará parcialmente a la comuna canaria “en la importante inversión que se está realizando en apoyo a las ollas y merenderos”. Desde el inicio de la pandemia hasta el momento, la intendencia y los municipios han realizado compras de alimentos ininterrumpidamente para abastecer las 80 ollas que atienden a 10.000 familias, comenta Rodríguez.
Un informe del colectivo Solidaridad.uy indica que, de 213 ollas populares en Montevideo, 64 están desabastecidas, según publicó La Diaria. Elgue comenta que en las reuniones que ha mantenido con organizaciones y redes de ollas no hubo pedidos específicos sino planteos. Y sobre el desabastecimiento, responde que en noviembre pidió a una red que le dijeran “cuáles eran las necesidades”, pero todavía no recibió respuesta.
“Lo que me han pedido, lo he dado. No tengo números ciertos de parte de ellos. Pero lo que me digan, lo puedo pedir”, afirma. El jerarca aclara que en Presidencia no le pusieron un tope presupuestal.
Para los referentes de Uruguay Adelante, la cifra de 20 millones es insuficiente, no solo por lo cuantitativo, sino porque entra en juego “la manera de gastar” del Estado. “Con 20 millones le das a comer a todo Montevideo y zona metropolitana por siete semanas. No es poca cosa, pero el tema es que lo que ellos dan con 20 millones está bastante lejos de alimentar esas zonas por siete semanas”, dice Pérez. Y agrega: “17 millones en manos del Estado es una cosa, y 17 millones en manos de privados, es otra”.
Frente a la discusión de las formas, de la gestión, del Estado sí o el Estado no, Mario de la olla de la calle Andes dice: “Nosotros no esperamos nada. Vamos consiguiendo lo que podemos, con colaboración de los vecinos, de los comercios”. Prefiere no entrar en discusiones políticas, en los intereses detrás de las acciones. Cambia de tema y cuenta, casi fascinado, que reciben donaciones anónimas en un colectivo de Abitab y que registran todo para ser lo más transparentes posible. Al vecino que le dona carne, dice Mario, le mandan fotos del plato preparado para que sepa dónde se uso.
La charla se interrumpe: llegaron dos jóvenes colombianos que hicieron fila varios meses y ahora son amigos de la olla. Es la hora de cenar.