Lejos de la familia y solo dan “apretón de manos” a personas del sexo opuesto: así es la vida de los mormones

Se los ve de a dos, visten formal y recorren barrios. Son unos 400 jóvenes extranjeros que integran la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y deben cumplir reglas estrictas.

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Cuatro misioneros mormones caminan frente a una capilla de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días
Cuatro misioneros mormones caminan frente a una capilla de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
Foto: Ignacio Sánchez.

"Somos misioneros, estamos compartiendo el mensaje de Cristo para las familias”. Esa es una de las frases que suele usar el élder Esplin para iniciar una conversación. Otros encaran a la gente en la calle con una simple pregunta: “Señor, ¿usted cree en Jesucristo?”. Esplin tiene 19 años y podría decirse que es un mormón prototípico: alto y rubio, estadounidense, con acento extranjero y una placa negra que refleja su título (“élder” proviene de la versión mormona de la Biblia y significa “anciano”) y su apellido. Lleva pantalón de vestir, camisa y corbata. Está en Uruguay desde hace un año y es uno de los cerca de 400 jóvenes mormones que recorren las calles de todo el país.

Para los seguidores de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (IJSUD o mormones), la misión es algo central. En el caso de los hombres, es un deber realizarla cuando tienen entre 18 y 25 años, y durante un período de dos años. Para las mujeres de entre 19 y 29 es opcional y más corta, por un año y medio. “Es un deber compartir el evangelio de Jesucristo, pero no una obligación. Siempre termina siendo una decisión personal, nosotros hacemos mucho énfasis en eso”, dice a El País Ricardo Spencer, vocero de la iglesia en Uruguay. Según explica, quienes sienten el llamado escriben una carta y luego las autoridades religiosas rezan para ver a dónde conviene enviar a cada uno. Así, al menos, lo resume él: no eligen, Dios les hace ver a dónde va cada uno.

En Uruguay la IJSUD está organizada en dos misiones y en cada una de ellas hay entre 180 y 200 jóvenes extranjeros, en un número variable porque cada seis semanas hay llegadas y partidas. Los orígenes de estos predicadores son diversos: Argentina, Chile, Colombia, Bolivia, Paraguay, México… y Estados Unidos. De este país, donde surgió la iglesia en 1830, proviene en torno al 60%, según Stuart Orgill, uno de los dos coordinadores de misión en Uruguay. A su vez, hay 132 uruguayos que están afuera: 88 hombres y 44 mujeres.

Una de las tareas de Stuart Orgill consiste en gestionar todo para que los misioneros puedan hacer su labor. Junto con fieles que lo ayudan, se encarga de ver dónde pueden vivir, hace los contratos de alquiler, organiza para que reciban alguna de las comidas y coordina su formación y capacitación: los jóvenes asisten a las reuniones de los domingos, tienen sesiones formativas todas las semanas y una más grande cada mes y medio.

Misioneros mormones hablan con una mujer en la Ciudad de la Costa
Misioneros mormones hablan con una mujer en la Ciudad de la Costa.
Foto: Ignacio Sánchez.

Los misioneros, por su parte, se disponen para estar enfocados en lo que les toca. Si antes estudiaban y llevaban una vida igual a la de sus pares, ahora hacen un corte. Se “apartan” (así lo llaman) y disponen a seguir una serie de normas que describen desde la actitud general de obediencia hasta la necesidad de hacer ejercicio para “mantener el cuerpo en buena forma física para la obra misional”, pasando por lineamientos de preparación de alimentos y de relacionamiento con los demás. La mayoría de estos principios se encuentran recogidos en el manual “Normas misionales para los discípulos de Jesucristo”, disponible en la web de la Iglesia, junto a otros textos como “Adaptación a la vida misional” o “Safety zone”, sobre medidas de protección y seguridad.

Por ejemplo, en lo que se refiere a las relaciones con otros adultos, la primera recomendación de la normativa es “permanezca siempre con su compañero”, y le suceden consejos sobre el respeto y advertencias del tipo de “no coquetee ni se relacione inapropiadamente con nadie”. O “limite a un apretón de manos el contacto físico con alguien del sexo opuesto”.

La tecnología debe usarse con un propósito y siempre a la vista del compañero, pues es una herramienta misional y no algo para aliviar el estrés. Por eso los teléfonos son propiedad de la organización y tienen “un sistema operativo específico, con las aplicaciones que se utilizan para la obra y para hacer llamadas o mensajes”, dice Orgill. Pero no funcionan “si alguien intenta utilizarlo como un celular normal porque no puede ingresar”, explica después. En la web de la iglesia figuran 16 apps, desde bibliotecas digitales hasta una suerte de red social para contactarse entre sí y enterarse de actividades. En todo caso, los dispositivos son revisados frecuentemente por el compañero, las videollamadas con los familiares están autorizadas el día lunes, y las relaciones con los demás contactos personales deben ser por correo electrónico ese mismo día. Las redes sociales se permiten solo si contribuyen a la misión.

“Somos personas normales. Nos ven con ropa diferente y saben que hablamos de Dios, pero tenemos vidas normales y deseo de ayudar”, comenta Esplin, con un acento donde se destaca la “ye” del Río de la Plata. En su caso, extraña a su familia, a algunos buenos amigos y al fútbol americano, deporte que practicaba y que seguirá jugando cuando regrese y comience la universidad. “Creo que es muy normal extrañar un poco, de vez en cuando. Nos ayuda a identificar cuáles son las cosas más importantes”, reflexiona, al tiempo que le quita relevancia a todo este aspecto, y aclara: “Intentamos no enfocarnos en estas cosas. Son sacrificios pequeños pero nos centramos en lo importante, que es la obra que hacemos”.

¿CÓMO SE FINANCIAN?

Se pagan el alquiler y los gastos diarios

Los misioneros se autofinancian y pagan por adelantado lo que corresponde a los alquileres de vivienda, y así luego se ocupan solo de los gastos diarios. “Pagan una cantidad adecuada para el país y luego van a la misión y todo está cubierto”, dice el coordinador Stuart Orgill, sin ahondar en cifras.

El élder Esplin trabajó como salvavidas y tenía una pequeña empresa de cortar césped; además recibió ayuda de sus padres.

El élder Utia trabajó en la construcción y también tuvo apoyo económico por parte de su familia para venir a Uruguay.

“Muchos misioneros han hecho sacrificios muy grandes para estar aquí. La misión es para todos los que tienen este deseo y, en caso de no poder hacerse cargo, la iglesia ayuda económicamente. Pero por lo general, todos han ahorrado dinero”, explica el élder Esplin.

Los miembros de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (IJSUD) donan el 10% de sus ingresos a la iglesia (lo que se conoce como diezmo) y de esta forma ayudan a cubrir necesidades generales.

De acuerdo a los ingresos anuales declarados ante la Secretaría Nacional para la Lucha Contra el Lavado de Activos y Financiamiento del Terrorismo (Senaclaft) ypublicados en 2022 por El País, la institución religiosa que declaró el mayor monto fue, precisamente, IJSUD: 435 millones de pesos al año.

Le siguen la Iglesia Metodista con más de 387 millones y la Iglesia Universal del Reino de Dios con más de 173 millones. En materia de activos la iglesia cuenta con más de 1.500 millones de pesos. Le siguen la Arquidiócesis de Montevideo con 1.400 millones y la Iglesia Universal con 760 millones.

Mormones: un día de un élder.

“La obra” implica golpear puerta a puerta, sí. Eso es lo que todos vemos: las parejas de jóvenes, vestidos formal, recorriendo calles de pueblos y ciudades. Pero hay más. En general la jornada de los misioneros mormones comienza a las seis y media de la mañana con ejercicio, preparación del día y estudio de las escrituras. En torno a las 10 salen a la calle y regresan a la una para el almuerzo en la casa de algún miembro de la iglesia. Luego estudian con el compañero (por ejemplo idioma español) y a las tres y media salen otra vez, para regresar a su casa en torno a las nueve de la noche, preparar la cena y dormir.

El lunes es su “día de preparación” y tienen libre hasta las seis de la tarde. Viven en un apartamento con su dupla y se encargan de las tareas básicas como lavarse la ropa y cocinar la cena, pero no se preocupan por la gestión o el pago del alquiler; lo primero va por cuenta de la iglesia y lo segundo ya lo pagaron por adelantado con sus ahorros o con ayuda que han podido conseguir (ver recuadro en esta página).

El trabajo en la calle —así lo llaman— está organizado también. Por un lado porque tienen registros de los procesos de los vecinos, y así evitan importunar a quienes no tienen interés. Por otro, porque ellos mismos van agendando citas: aprovechan mejor el tiempo y avanzan según los ritmos de cada uno. Lo explica el élder Esplin: “Hablamos con todos; algunas veces tocamos puertas, otras hablamos con amigos de la iglesia que sabemos que tienen interés, o conocemos personas que quieren profundizar y vamos más seguido. Estamos para compartir los mensajes, pero nuestro propósito es ayudar a acercarse a Cristo por medio de vivir su evangelio; tener fe, arrepentirse, bautizarse, recibir el Espíritu Santo y perseverar hasta el fin”.

Tienen manuales donde se recomienda qué enseñar y el orden sugerido para cada tema, ellos adaptan esos contenidos para las personas concretas. “Tenemos mucha libertad en lo que enseñamos, pero siempre basados en la Biblia, el Libro de Mormón y el manual”, dice Esplin. Y agrega: “Nuestro propósito es ayudar a crecer en la fe y lo hacemos, pero se necesita la acción de parte del interesado. Mucho depende del deseo de aprender de los demás. A veces vemos que demoran y les preguntamos si quieren continuar, y tal vez dejamos de pasar por sus casas tan a menudo”.

El Libro de Mormón
El Libro de Mormón
Foto: Ignacio Sánchez.

En las recorridas no suelen llevar más que un pequeño bolso. Cuando se le pregunta por la inseguridad, es decir si han sido robados en algún barrio, el coordinador de misioneros responde, sin dar muchos detalles, que “de vez en cuando hay personas que han asaltado a los misioneros, pero por lo general este país es muy tranquilo”. “Pero hay perros”, dice en otro momento, y menciona que recientemente uno atacó a un joven, que debió ser atendido en el hospital.

Recorridas en la calle.

Estas semanas la dupla del élder Esplin es el élder Utia, un peruano de 19 años que se convirtió cuando tenía 13, después de un proceso que comenzó precisamente gracias a las visitas de unos misioneros. Él destaca la importancia de la oración para preparar cada encuentro con una persona: “Respetamos el tiempo de cada uno. Primero vemos sus necesidades, luego oramos para ver cómo ayudarlo a acercarse al Señor”.

El País es invitado a una de estas reuniones agendadas. Pero los que visitan no son Esplin y Utia sino los élderes Mattson y Ramos. El primero tiene 19 años, es estadounidense, pelirrojo y con aspecto de tímido. El segundo, dos años mayor, es morocho y proviene de España. Ambos llevan cerca de un año en el país, aunque pocas semanas en Canelones.

El encuentro es en la casa de Sergio, en Ciudad de la Costa. El vecino abre la puerta de su casa y enseguida aclara que no es converso, pero que le gusta hablar de religión y que acepta con gusto las reuniones con los jóvenes que lo visitan en forma regular.

Misioneros mormones en una casa.
Misioneros mormones en una casa.
Foto: Ignacio Sánchez.

“¿Le parece bien si comenzamos con una oración?”, pregunta uno de los misioneros, y todos miran hacia el piso como para concentrarse en las palabras del pelirrojo. Luego leen un pasaje del Libro de Mormón y hablan sobre el asunto planteado. Los misioneros dan contexto (lo que sucedía antes de esa parte del libro) y hacen preguntas concretas: “Sergio, ¿cómo vive la fe en su vida?”. También cuentan su propia experiencia —“la fe ha cambiado mi vida porque…”, “a mí me gusta mucho esta parte porque…”— y se genera un intercambio. Luego miran un video de YouTube y hacen una suerte de debate, que concluye con la invitación a Sergio para ir a la capilla y experimentar lo que los chicos le intentan transmitir. Cierran con una oración final y se despiden, porque el hombre tiene que ir a buscar a su hija a la escuela.

Los misioneros no tienen más citas agendadas esta tarde y salen a recorrer el barrio. Se acercan a alguien que espera el ómnibus en la parada y a una señora que pasea el perro. Se presentan, dicen que tienen un mensaje que trae paz para las familias. El primero responde que no tiene tiempo, la segunda les dice que antes era creyente pero que ahora está cansada y no quiere escuchar. Ambos rechazos son en cierta medida elegantes y, de hecho, los extranjeros aseguran que los uruguayos son amables.

El rechazo ante estos “encares” callejeros, que son un sello distintivo de esta iglesia, es la respuesta habitual aunque a veces hay suerte y los escuchan.

El élder Mattson, el pelirrojo, cuenta que, recién llegado y casi sin saber el idioma, se encontró recorriendo el barrio Bella Italia. ¿Cómo hacía para hablar con la gente? “Había hecho algunos años de español en el liceo, pero no hablaba nada”, dice con claro acento de estadounidense. “Los primeros dos o tres meses aquí no entendía mucho, pero luego vi que Dios me ayudaba y a los tres meses empecé a entender bien. Por suerte tuve un compañero muy bueno que me dio oportunidades de practicar y gané mucha confianza. Pero era difícil”, relata. Hoy está feliz, le encanta la comida uruguaya —habla del guiso, las milanesas, el mate— y le gustaría volver a Melo, donde estuvo, porque “es muy tranquilo, las personas son muy amables, dejan la llave en su auto”. Parte de ser misionero es “amar la cultura, amar a las personas”, dice después.

Élderes: siempre de a dos.

Los mormones dicen que van en pareja porque siguen el mandato de Jesús, que los envió así para anunciar el Evangelio. La dupla es fundamental en la misión: viven, rezan y estudian juntos, comparten las horas de trabajo en la calle y el tiempo de descanso. Crean entre ellos lazos muy fuertes, que se regeneran cada vez que hay cambios.

“De todo lo que hago, creo que lo más importante son los cambios”. Habla Stuart Orgill, que hace dos años dejó su trabajo como empresario y se trasladó a Uruguay con su mujer y sus seis hijos para ser uno de los coordinadores de misioneros. Él mismo tuvo la experiencia en México hace un par de décadas, y ahora se dedica a acompañar a los jóvenes en estos procesos. Todas las semanas lee las cartas que le mandan, y cada mes y medio se entrevista con cada uno. Dice que conoce sus desafíos y alegrías, sabe si extrañan y las cosas que les cuestan, les da capacitaciones y apoyo de todo tipo. “Con todo eso, creo que mi trabajo principal es acudir a Dios, buscar su voluntad para saber quién debe estar con quién. Cuando están entrenando un nuevo misionero, sentimos que el Señor puede guiar y dirigir esta obra. Cuando unos están juntos, aunque son distintos, aprenden cosas increíbles”, asegura.

Libro de morón
Libro de morón.
Foto: Ignacio Sánchez.

¿Hay problemas de relacionamiento? Orgill afirma que no le piden cambios por eso, sino que sucede más bien lo contrario: a veces a los chicos les cuesta desprenderse de un hermano que se hizo amigo o de una zona que ya es su familia.

Esplin lo cuenta así: “Hay mucho cambio en nuestras vidas. Por lo general, cada seis semanas cambia algo: nuestro compañero o nuestra área. Puede ser descorazonador salir de una zona donde amamos a las personas que enseñamos, a los compañeros, donde pasamos mucho tiempo juntos… pero esto también nos prepara para la vida, en la que hay muchos cambios”. A su modo de ver, la dupla es alguien “muy importante” para todo lo que hacen y no se imagina solo. Reconoce que “hay compañeros más fáciles y otros más difíciles”, pero no parece darle importancia al tema: “He aprendido algo de cada uno, aprendí mucho en las diferentes situaciones”.

El élder Utia subraya que aprenden unos de otros, conscientes de que son imperfectos pero “unidos, trabajando juntos como equipo y con el Señor”.

Los desafíos de los misioneros mormones.

¿Cuáles son los momentos difíciles de la vida del misionero? El élder Ramos, el que es de España y acompaña a Mattson, dice con simpatía que los días de lluvia son complejos.

Pero luego da una respuesta más meditada: “Lo más difícil es extrañar a mi familia, apartarme de las cosas del mundo, de los videojuegos, dejar de salir con mis amigos. Cuando comencé la misión sentí una diferencia muy grande. Ahora no encuentro algo difícil, más bien vivo algo que me llena de gozo. Es un privilegio, día a día aprendo cosas nuevas, soy feliz, tengo una paz que puede perdurar, eso solo lo trae el evangelio”. Su compañero también plantea que “cada día hay algo difícil”, pero que eso es nada en comparación con la tarea que llevan adelante, la de predicar el evangelio.

Élder Esplin, un misionero mormón.
´Élder Esplin, un misionero mormón.
Foto: Ignacio Sánchez.

Si bien extrañar a la familia es la respuesta que más se repite, los misioneros coinciden en que es mucho más lo que ganan que lo que dejan de lado cuando se apartan del mundo para dedicar dos años a la misión. Mattson rescata los cambios que ve en las vidas de las personas, Ramos y Utia se quedan con la paz y gozo que encuentran las familias que acompañan, y Esplin destaca que se sabe un instrumento de Dios, que cuenta con él para hacer su obra en favor de las personas.

Ese es, al menos, su discurso.

Ser misionero en un país laicista puede ser duro, ¿en qué medida impacta en la actitud de los mormones? El élder Ramos concede: “Al principio de la misión es normal sentirse más frustrado ya que las personas no quieren escuchar el mensaje que uno siente que es verdadero. Pero, con el tiempo, uno entiende que es más importante el esfuerzo que el resultado y que conviene seguir a pesar de que no quieran escuchar”.

Misioneros mormones conversan con una señora en la Ciudad de la Costa
Misioneros mormones conversan con una señora en la Ciudad de la Costa.
Foto: Ignacio Sánchez.

Su compañero, el élder Mattson, también trata de enfocarse más en sus esfuerzos que en los frutos, sabiendo que él no puede incidir en estos de forma directa, pero siempre puede “trabajar con más diligencia y urgencia”.

El élder Esplin, en tanto, dice que no le impactó el famoso laicismo, asegura que encontró “personas amorosas” e hizo grandes amistades. Con respecto a la permeabilidad del mensaje, afirma que “a pesar de que a veces es difícil, es un tiempo muy valioso para conocer a otras personas y otros puntos de vista para aprender de ellos”.

Dentro de unos meses ellos volverán a sus países y retomarán sus vidas. Mattson quiere estudiar Derecho, Ramos Ingeniería de Software. Es previsible que ambos se encuentren con las que eran sus novias antes de la misión —pues dejaron para estar más enfocados— y evalúen si retoman la relación o no. Esplin ya fue presentado como jugador en el equipo de fútbol americano de su futura universidad y Utia también hará estudios.

Los cuatro quieren formar una familia y permanecer cerca de Dios, dicen. Además, esperan que la experiencia haya calado hondo en sus vidas y los haga más serviciales y atentos a los demás. Esplin promete, convencido: “Ahora tengo la oportunidad de estar 100% enfocado en el servicio, el resto de mi vida buscaré servir más. Cuando me saco la placa, quiero seguir con esta mentalidad de servir como Jesucristo”.

ESTRUCTURA

Majestuoso y enorme templo en Carrasco

Los fieles de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días creen en Dios Padre, su Hijo y el Espíritu Santo. Sus sagradas escrituras son la Biblia, el Libro de Mormón, la Perla de Gran Precio y Doctrina y Convenios. Se dicen cristianos, aunque desde el cristianismo aseguran que no lo son e incluso los consideran una secta.

Según sus datos, en Uruguay en 2021 tenían 106.923 fieles. En los 19 departamentos hay 118 capillas o centros de reuniones. Todas tienen el mismo diseño y resaltan en cualquier lugar.

Dos mormones saludan a una vecina.
Dos mormones saludan a una vecina.
Foto: Ignacio Sánchez.

Ricardo Spencer, vocero de la iglesia para Uruguay, explica que estas parecen iguales porque “hay modelos definidos por el Departamento de Arquitectura para facilitar los procesos de construcción”. Según la cantidad de miembros en un lugar, “se toma el molde y se construye, para no rediseñar todo el tiempo”.

Estos centros de culto —con su característico pináculo, jardín y cancha de básquetbol— tienen una sala para la “reunión sacramental” de los domingos con bancos de madera y una mesa al frente, un salón cultural amplio y habitaciones más pequeñas para clases según edades. También tienen una pila bautismal que parece una pequeña piscina y una sala donde se pueden consultar los registros genealógicos. Están abiertos a todos, creyentes o no.

En Carrasco se ubica el único templo del país, que ocupa una manzana entera entre las calles Bolonia, Horacio Quiroga, San Carlos de Bolívar y Dublín. Se trata del lugar más imponente y definido como muy sagrado, al que pocas personas acceden. Allí los fieles hacen compromisos formales con Dios y reciben algunos sacramentos.

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