CRÓNICA
Entre motos de delivery, discursos eufóricos y reclamos de libertad e intervención, los cubanos en Uruguay se organizan y también se manifiestan. ¿Cómo piensan que será el futuro de su país?
Se mueven en bloque. Se concentran media hora en la Plaza Independencia y se van sin dejar rastro. Pero no desaparecen: solo se mueven a otro punto de la ciudad reclamando lo mismo. Es miércoles y hay unos 100 cubanos en la explanada de la Intendencia, que hasta hace minutos protestaban frente al edificio de Presidencia. Pero no le hablan a la intendenta; tampoco al presidente. “Le hablamos a la comunidad internacional, le pedimos ayuda”, dice una manifestante. Esta es una protesta con celulares en lo alto que transmiten en vivo para quien quiera ver.
En la concentración no hay cánticos ni música, solo palabras aisladas —“libertad”, “intervención”—, que se mezclan con algún discurso eufórico de quien se anime a subir a un escalón o a tomar el megáfono. Y se animan. Estas protestas, que son un eco de las protestas del pasado domingo en distintos puntos de la isla, que encendieron chispas en la comunidad cubana alrededor del mundo, son convocadas por la Asociación de Cubanos Libres en Uruguay, una organización de la sociedad civil que ya cuenta con personería jurídica. A ellos se suman cubanos que se acercan porque se enteraron de la convocatoria por redes sociales o por el boca a boca.
Es el caso de Evelyn, que llega sola a la explanada con un cartel escrito a mano: “No más violencia. Cuba te llevamos en el corazón. Presente por mis hermanos”.
Llegó al país en 2018 “buscando un futuro próspero” para su hijo, que todavía no había nacido. Hoy el niño tiene tres años y su noción de Cuba se forma a través de videollamadas. “Quiero mencionar una y otra vez la palabra ‘reprimir’”, dice Evelyn. “Están reprimiendo a nuestros hermanos. Por eso estamos pidiéndole a todas las organizaciones internacionales que nos escuchen, que Cuba no puede sola, que tenemos personas desaparecidas”, agrega. Dice que sabe lo “duro” que suena que un pueblo pida una intervención militar en su propio país. “Lo ideal es que no hubiese violencia. Que ellos (las autoridades cubanas) se retiren dignamente. Pero no van a retroceder, porque llegaron a sangre y se van a ir a sangre. Y si hay que morir, que sea ya. Mi pueblo no puede más”, reclama.
Las motos de deliveries se amontonan en el estacionamiento: varios trabajadores pausan la aplicación que les asigna pedidos y se acercan al grupo. Uno de ellos, Yuriel Kis Abreu, saca el celular del bolsillo cada vez que suena, pero se sumerge tanto en un intercambio con otro de los manifestantes, Soendrys César, que el sonido se vuelve parte de la conversación. La pregunta de qué pasa en Cuba lleva a un laberinto de respuestas que desembocan siempre en 1959, cuando Fidel Castro llegó al poder. Pero Abreu resume: “La información que tiene el mundo no es nada en comparación con lo que está pasando actualmente y lo que ya venía pasando. Hace años se vive una situación de maltrato social, de falta de medicamentos, de falta de alimentos”.
Para salir de la crisis, él fue uno de los 33 cubanos que entraban por día a Uruguay en 2019. Llegó al país con 28 años. Según datos de la Dirección Nacional de Migración, ese año hubo 10.042 más entradas que salidas de isleños entre el 1° de enero y el 31 de octubre. La pandemia no frenó la migración: si bien el COVID-19 hizo que los ingresos al país se redujeran un 94%, los migrantes siguieron llegando. Según información de Migración, en 2020 ingresaron al país 5.505 cubanos.
“Él está dividiendo al pueblo”, dice Abreu en referencia a las declaraciones de Miguel Díaz-Canel —“la orden de combate está dada: a la calle los revolucionarios”—. “En vez de apagar la llama, hizo chocar al pueblo. Ahora el cubano se siente herido”, sostiene. El otro manifestante, Soendrys César, dice que los cubanos nunca estuvieron “tan seguros como ahora” respecto a su reclamo de libertad. Que cuando sucedió el Maleconazo en 1994 (el acto de protesta contra el gobierno más masivo desde el triunfo del castrismo hasta ese entonces) los manifestantes eran menos, no había internet y el mundo no se enteraba. “Ahora todo el mundo lo ve”, dice César. “La llegada de internet dejó al pueblo hablar al mundo”.
Además, relativiza el impacto de las protestas del domingo. Él quiere “libertad”, sus coterráneos en la isla también, pero reconoce que no es fácil cambiar el sistema. César no quiere intervención militar en su país —mientras explica las razones, los cubanos en la explanada gritan “intervención, intervención, intervención”—. “Algunos, por ira, lo dicen, pero estoy seguro de que la mayoría de los cubanos no queremos eso, porque una intervención militar pone en riesgo la vida de muchos. Los que reclaman intervención militar tienen la sangre caliente. Lo que queremos los cubanos es que se respete nuestra soberanía, y que él (Miguel Díaz-Canel) se retire del poder, que se hagan elecciones”.
Abreu sí quiere intervención militar. “Ahora mismo yo me siento así, tan así que, si pudiera volar y llegar a Cuba y combatir con quien tenga que combatir, lo haría”, dice. Abreu tiene “la sangre caliente”.
Los reclamos "son fruto del bloqueo", dice una ciudadana cubana en Uruguay
Rosa (nombre ficticio) es una cubana que lleva años viviendo y trabajando en Uruguay. Según relató a El País, parte de su familia sigue radicada en Cuba y se mantiene en constante contacto con ellos. En estos días las llamadas se intensificaron. “Mi familia está tranquila, está bien”, dijo a El País el pasado martes. “En este momento estoy escuchando al presidente de Cuba hablar y creo que está siendo demasiado claro, clarísimo todo”, afirmó. “Dice que todo ha sido orquestado por Estados Unidos y compañía”. Rosa opina que los manifestantes “están canalizando los problemas que tiene Cuba, que son fruto de un bloqueo cruel e inhumano”. Para ella, en medio de esta crisis, “surgen estas manifestaciones promovidas por ellos (Estados Unidos), en medio de la escasez. Es cruel lo que hacen con Cuba”, se lamenta.
En la tarde siguiente, en un bar céntrico, espera uno de los fundadores de la Asociación de Cubanos Libres en Uruguay, Lidier Hernández. No tiene mucho tiempo: hay una manifestación organizada para esa misma noche. No falta a ninguna.
Hernández es un activista que en su último viaje a Cuba, a fines de 2019, tuvo que “bajar el perfil”, dice. Según cuenta, le hicieron un “cuestionario” al entrar en la isla, dado que en Uruguay se había manifestado en varias ocasiones frente a la embajada de Cuba. Cuando quiso retornar, no le autorizaron la salida.
Estuvo meses intentando volver hasta que llegó la pandemia y el gobierno uruguayo anunció que habría un vuelo humanitario desde la isla. Hernández consiguió una autorización para volver, pero lo retuvieron en el aeropuerto de La Habana y no pudo abordar el vuelo. La situación preocupó al entonces canciller Ernesto Talvi, quien inmediatamente expresó en Twitter: “Al ciudadano cubano residente en Uruguay, Lidier Hernández, no se le permitió abordar el vuelo de Copa en La Habana y regresar a Uruguay a reunirse con su esposa. Uruguay ha manifestado su preocupación a las autoridades cubanas y trabaja intensamente para posibilitar su regreso”. Así, finalmente, pudo volver.
Hernández tiene la esperanza de que las protestas del domingo sean el comienzo de un cambio. “No tiene precedentes históricos”, dice el activista, convencido. “Pasaron tres días, sigue habiendo focos de protesta y no hay válvula de escape” —como la había tras el Maleconazo, cuando Castro abrió las fronteras para quien quisiera irse de la isla—. “Una vez que uno prueba la reivindicación de los derechos, no se vuelve más de ahí”, sostiene.
Más allá de eso, los cubanos que se expresaron durante la última semana no fueron la mayoría de los que viven en la isla, eso está claro. Pero Hernández asegura: “Son muchísimos los que sufren. No todos salen a la calle por miedo.”