Ciudad Vieja
Vecinos promueven la reapertura de club y proponen diseñar un novedoso modelo de cogestión junto a la intendencia. La comuna, en tanto, emprende acciones que podrían definir el futuro del Neptuno.
"Neptuno dice cosas”, anuncia una pintada en una de las paredes laterales de la que fue, durante más de un siglo, la más grande de las instalaciones deportivas del país; la cuna de grandes atletas y, en su época de gloria, el punto de encuentro de 15 mil socios. Ya van a cumplirse tres años desde su cierre, tras una lenta agonía signada primero por una decadencia de la Ciudad Vieja que alejó a los afiliados de la zona, y luego por una acumulación de intrincadas decisiones administrativas que dificultaron cada vez más la manutención de una estructura colosal.
En el último período, con el club intervenido, luego de solicitar un concurso de acreedores, las deudas siguieron sumándosey sobrepasaron los 10 millones de dólares. Entonces, la directiva del momento se rindió y decidió liquidar la institución, dejando al síndico designado por la Justicia a cargo de idear una salida para pagar las deudas prioritarias.
El síndico finalmente logró que en junio de 2020 la Intendencia de Montevideo (IMM), propietaria del suelo, aceptara tomar posesión del bien. Desde entonces intenta cobrarle lo que entiende que debe pagar por la construcción que costeó la extinta asociación civil, tasada en 2,5 millones de dólares. Con ese objetivo le iniciará un juicio apenas comience el próximo año, según supo El País. Con ese dinero planea —entre otras cosas— saldar los salarios adeudados a unos 20 trabajadores, dos de los cuales permanecieron dentro del club cuidándolo hasta el último día, alimentando con este gesto la cariñosa mística que lo rodea.
Pero cuando parecía cerrarse un ciclo para el longevo Neptuno, comenzó otro. Uno imprevisto, que le promete una nueva vida. Alertados por la intención del anterior gobierno departamental de poner a la venta el bien para evitar que sea vandalizado y empeorar aún más la zona, un grupo de colectivos, organizaciones sociales, sindicatos vinculados a la franja portuaria y vecinos de Ciudad Vieja crearon el movimiento Abriendo el Neptuno.
Buscan “resistir al avance de las privatizaciones del suelo público” como única salida para recuperar una estructura significativa. Reconocen al Neptuno como un “edificio emblemático para el barrio y todo Montevideo”, con la capacidad para dotar de servicios deportivos y sociales a esta zona céntrica de la ciudad. Lo necesitan, y al mismo tiempo quieren salvarlo de convertirse en otro esqueleto monumental abandonado en la bahía pero no a cualquier precio.
El grupo se organizó, generó asambleas para discutir el impacto urbano de esta infraestructura, se reunió con las autoridades, sus miembros diseñaron un logo, pidieron información pública para conocer su estado edilicio, difundieron folletos informativos, crearon una cuenta en redes sociales donde se intercambian ideas acerca de posibles futuros usos del espacio e incluso se gestionan acciones, como la celebración por el cumpleaños número 109 del Neptuno, que se festejó el sábado pasado.
Ese día, entre varias actividades, la intendencia permitió que unas 80 personas ingresaran en una visita guiada. Recorrieron sus siete gimnasios, dos piscinas (una de ellas con dimensiones olímpicas), la sala de musculación, boxeo y esgrima, los vestuarios con más de 500 casilleros, la cafetería (con cocina industrial), el salón de actos, las dos canchas de básquetbol, una cancha de fútbol 7, las oficinas y un imponente hall que a lo largo de este tiempo sin un uso definido se convirtieron en un recurrente set para filmar publicidades, series y películas.
Los visitantes solo pudieron acceder a las áreas que no representan un riesgo de seguridad edilicia. Cada vez son menos.
Los visitantes.
El imponente sol del mediodía rebota sobre la parte más alta de la fachada del club que los vecinos pintaron de celeste claro. Dibujaron el escudo y encima del famoso tridente, bien en lo alto, escribieron: “Neptuno no se vende”. Otra pintada dice: “Suelos públicos para espacios comunitarios”.
El auge del Neptuno como set para series y películas
El Neptuno, con sus grandes dimensiones y su mobiliario anclado en el tiempo, siempre fue un espacio codiciado para montar allí distintos sets para rodar publicidades, series y películas, dice Lucía Sánchez, locacionista. Al cerrar sus puertas, su uso subió de frecuencia. Primero se filmó una película apocalíptica, luego, entre otras cosas, dos series de temática deportiva, una de época. Guillermo Méndez, director de locaciones de la productora Cimarrón, rodó dos series y una película en 2021. “Te permite recrear una infinidad de sets”, dice, aunque lamenta: “El fin de estos espacios que no se recuperan es la ruina”. De hecho, cuenta que los análisis edilicios exigidos por la comuna iban excluyendo, paulatinamente, zonas habilitadas. Para series extranjeras, el uso por jornada cuesta 38,5 unidades reajustables (52.440 pesos).
Ocupa una manzana. En el exterior, algún vidrio está roto, alguna reja oxidada, algo de revoque caído. Pero el principal problema está adentro. Desde la intendencia informan que, cuando se les entregó el inmueble, se realizó una evaluación que identificó “múltiples patologías constructivas y estructurales”.
Entre otros riesgos, se menciona el desprendimiento de revoques y recubrimientos hacia la vía púbica, así como la baranda en la cancha de fútbol abierta cuya estructura podría desplomarse hacia la calle, afectaciones graves en la estructura de calderas y diversas filtraciones.
El estado del club empeoró en 2021. Se generó la deformación estructural de una losa de piso en el subsuelo debajo del cual hay un gran espejo de agua; se descubrió un grave problema en la estructura de hormigón en un pasillo de planta baja por el que se transita para ingresar a algunos gimnasios. Además se deterioraron escaleras de metal, la lluvia generó inundaciones y un temporal voló varias de chapas que cubrían una cancha de fútbol, dejándola expuesta al daño constante del viento.
Este panorama implicaría que, muy posiblemente, más allá de diciembre no se permitan más rodajes puertas adentro. Mientras se define su destino, el deterioro del Neptuno avanza, infatigable.
Custodiando las entrañas de estos 16 mil metros cuadrados de historias, hay un guardia. Hace señas y se asoma por una de las entradas laterales del club. Es cubano, se presenta, y confiesa que no termina de entender qué fue —es— este monstruo gigante en el que pasa el día. “Viene gente muy seguido a preguntarme qué pasó con el club y qué van a hacer con él. Yo les digo que no tengo idea. Algunos me cuentan que fueron socios, otros que ganaron medallas compitiendo acá. El otro día se bajó un hombre de un auto, señaló la placa de la entrada —en homenaje a Raúl Previtali, uno de los fundadores del club en 1935— y me dijo que su abuelo había creado este lugar”.
El guardia es amable y en medio de tanta soledad parece agradecido con la charla, pero no permite el ingreso por nada del mundo. Se para, infranqueable, en medio de una escalera con manchas amarillas de óxido. Detrás de él, se distingue la que era la oficina de la administración. Del poco mobiliario que le queda, asoma un cuadro con la figura de Artigas: está torcido.
Afuera, la explanada del club está llena de autos. Este es territorio de Gonzalo. “Son de fiscales, ejecutivos, empresarios, comerciantes”, describe el cuidacoches señalando uno a uno los vehículos. “La mayoría es gente que antes venía a las 7 de la mañana al club, me dejaba el auto, hacía deporte y se iba al trabajo. Ahora todos los días hay uno que se queja de la falta que les hace, me dicen que están gordos porque ya no hacen ejercicio”.
Los escucha lamentarse y Gonzalo les da la razón. Él también fue socio del club y su madre trabajó allí durante 25 años. Lo extraña. “Era impresionante, hasta el último momento entraba y salía gente de todo tipo (conservaba unos mil socios). Vos podías incluso alquilar un casillero y pasar a darte un baño en medio del día. Hay que convencer a la intendencia de que haga algo, porque esto bien manejado vale oro”, dice.
La propuesta de los vecinos.
Sin socios circulando en las instalaciones, en el entorno del Neptuno solo se siente el eco de las grúas del puerto. Mirando hacia el agua, a su izquierda hay una propiedad de la Administración Nacional de Puertos y a la derecha el antiguo Hotel Nacional, que durante años funcionó como facultad de Matemáticas, después de Arquitectura y hasta 1973 de Humanidades y Ciencias. Luego cayó en desuso y fue rematado en 2007, pero no ha tenido cambios. La estructura, con protección patrimonial, está cada vez más dañada.
“Con el Neptuno no nos puede pasar lo mismo que con el Hotel Nacional. No podemos tener en el barrio otro gigante abandonado cuando acá los chiquilines no tienen nada para hacer”, opina Patricia, una vecina. Se le une Andrea, que integra el colectivo Abriendo el Neptuno: “El club era un lugar del barrio para hacer barras. Era una forma de socializar. Si vos mandabas a tu hijo ahí, sabías que iba a estar cuidado. Y se daban muchas becas a niños de distintos lugares. Era nuestro centro de reunión y de festejos”, resume.
Andrea vive en una de las varias cooperativas que se construyeron en los últimos años y decenas más están en camino, algunas como parte del programa Late Ciudad Vieja, que presentó en agosto pasado la intendencia, con la meta de incitar la repoblación. El estímulo residencial sería algo así como el pulmón para regenerar una de las zonas centrales de la ciudad que paulatinamente perdió población, pero a su vez atraviesa un período de empuje, en parte debido a que se convirtió en el hogar predilecto de las nuevas corrientes migratorias que habitan, sobre todo, en pensiones.
En un barrio ecléctico, en plena transformación, en el que confluye la especulación inmobiliaria, las fincas abandonadas y las que son ocupadas, el impulso cooperativo y las ráfagas de procesos gentrificadores, “recuperar el Neptuno para un uso cívico se convirtió en un símbolo de la batalla local”, opina Adriana Goñi, integrante del Laboratorio de urbanismo participativo y afectivo del Instituto de Estudios Urbanos de la Facultad de Arquitectura de la Udelar.
En el proceso de pulir esta identidad, los vecinos del barrio Guruyú de la Ciudad Vieja lograron reconstruir su pasado deportivo recuperando —mediante la herramienta del presupuesto participativo— la cancha de fútbol del club Alas Rojas, la sede y cancha de básquetbol del club Waston-Guruyú y la plaza de deportes número 1. El resultado es un éxito: cada tarde están colmadas.
Estos proyectos son cogestionados por la intendencia y los vecinos, un modelo que Abriendo el Neptuno aspira a llevar a otra escala aplicando una lógica similar para recuperar al exclub. ¿Cómo? Distintas fuentes plantean que podría abrirse un llamado a decenas de interesados (en vez de a un único, como suele hacerse), generando así un consorcio de propuestas, proyectos públicos y también privados que permitan que sea redituable económicamente. La prioridad del colectivo son los usos cívicos del inmueble (en especial el deportivo), pero podría incluir una agenda del Estado (CAIF, policlínica). Considerando el delicado estado de la estructura, desde el colectivo indican que se podría ir habilitando el uso por sector, a medida de que se vaya recuperando un área, lo que además permitiría una inversión por partes y no total, lo que se hace más pesado de afrontar. Apuestan a un urbanismo flexible, que se adapte a las necesidades y demandas del entorno que, a su vez, está dispuesto a “tutelar y proteger” el bien: ya lo anuncian las pintadas.
Suena complejo, pero no es nuevo.
“A nivel internacional, el urbanismo está discutiendo mucho la necesidad de planificar los espacios y codiseñarlos considerando otros impactos y otros valores que no sean solo los usos y ganancias materiales y económicas, si no cuestiones que tengan impacto social y cultural”, dice Goñi.
La valoración del llamado “patrimonio afectivo” avanza en ciudades de Europa reformulando el uso de espacios de grandes dimensiones como antiguas fábricas, escuelas, teatros y clubes deportivos que quedan en desuso, apelando a financiar distintos proyectos sociales de las poblaciones que habitan las zonas.
En Uruguay, experiencias parecidas se realizaron en el Mercado Agrícola o, por parte del sector privado, en los distintos mercados que fusionan gastronomía con salas de teatro y cowork. En tanto, como un antecedente de la figura de “gestión asociada”, los expertos citan a la recuperación del Parque Punta Yeguas al oeste del Cerro de Montevideo, un predio de 113 hectáreas, con dos playas, que la IMM adquirió para uso público, a demanda de los vecinos, quienes mediante distintas organizaciones y comisiones se encargan de gestionarlo junto a la comuna.
“¿Viste cuando hablamos del derecho a la ciudad? Si se logra esto en el Neptuno sería materializarlo. Porque estas cuestiones de gestión colectiva demuestran que hay una alternativa a pensar la ciudad con una forma de financiamiento de capitales e inversiones privadas y que puedan generar transformaciones urbanas”, dice Silvana Pisano, alcaldesa del Municipio B. Pero, ¿cuál es el plan de la intendencia?
El futuro del Neptuno.
El colectivo suma interesados. Estudiantes de educación física, sindicatos en busca de eventuales convenios para que los trabajadores usen las instalaciones, federaciones deportivas sin una casa para entrenar les consultan si hay novedades. Pasan los meses y Abriendo el Neptuno ansía “una señal” de la intendencia, espera que abra el proceso para intercambiar ideas y así empezar a armar un proyecto del conglomerado de usos. Pero esta señal no llega. Y esto preocupa a los vecinos, que escuchan rumores de venta.
El País consultó a algunos promotores inmobiliarios al respecto y recogió respuestas esquivas. “Tengo que mantener recato”, expresó una de las fuentes. En líneas generales, indican que la zona del Neptuno es “atractiva” y “codiciada” para desarrollar apartamentos chicos, monoambientes o, incluso, oficinas.
La intendencia lo sabe. “Gente dispuesta a invertir en esos suelos valiosos siempre hay”, comentan desde la comuna, sin embargo aseguran que la administración actual no está pensando en una venta como sí había manifestado el exsecretario general Fernando Nopitsch al tomar posesión del club. En aquel momento, el equipo liderado por Daniel Martínez le había ofrecido el padrón al arquitecto Rafael Viñoly. “Nosotros no vemos al Neptuno como un problema, más bien creemos que es una oportunidad”, resumen desde la intendencia.
¿Qué van a hacer? Que la IMM recupere las instalaciones deportivas para un uso público “en inviable”: significaría una inversión multimillonaria, plantean. “Pero está el interés de recuperar el uso y actividades públicas que había en el Neptuno, en diálogo con los vecinos”, dicen desde la comuna. Sea en el club o fuera de él. Una idea podría ser recuperar el rol de la piscina de 50 metros que fue cuna y casa de los principales nadadores del país. “Ahí la responsabilidad de la IMM es conformar una ecuación que le dé sostenibilidad económica a un proyecto y al mismo tiempo asegure usos públicos en el Neptuno”.
Lo que sea, va a depender de otras variantes. La intendencia está revisando el Plan de la Ciudad Vieja pero como metas más cercanas fijó el desarrollo de proyectos urbanos por sectores, dentro de los cuales destaca el de la zona que une el puerto con la ciudad.
Allí prevé mejorar el acceso a la Escollera Sarandí, amenazado por la extensión del puerto, pero también debe articular qué hacer con los grandes edificios vacíos que están generando un territorio necrosado en el corazón de un barrio que se quiere resucitar. Por un lado, la IMM está en contacto con el dueño del antiguo Hotel Nacional para que concrete una inversión, pero también consultó al Ministerio de Vivienda acerca de sus planes para la que era la Escuela de Enfermería, negocia un intercambio de tierras con la Administración Nacional de Puertos y le planteó al Ministerio de Defensa un cambio en el uso del edificio del Servicio de Balizamiento de la Armada.
El diálogo sobre el futuro del barrio más viejo, llega hasta la Presidencia.
Y en el medio de todo eso está el Neptuno, esperando con su memoria implacable, soportando los golpes cada vez más duros del salitre, el viento y el agua hasta que llegue, por fin, la hora de su renacimiento.
Trabajadores: el camino para cobrarse
Son 20 los trabajadores a los que el síndico Israel Creimer tiene que encontrar la forma de pagarles. En estos días ingresó el dinero de un rodaje y de la venta de un apartamento donado al club. Al margen, el síndico apuesta por cobrarle a la IMM la construcción. En tanto, Carlos Zengotita, representante de seis de los empleados, plantea la sospecha de que el propietario de la tierra sea el Ministerio de Defensa. Además, estudian si demandar a exdirectivos del club.