Para Victoria la ansiedad es un exceso de pasado y de futuro a la vez. Es no poder estar presente, en el aquí y ahora. También es sinónimo de medicación, terapias y gimnasio obligatorio. Pero además, es llorar hasta poder volver a sentirse quién es, una contadora de 33 años, que vive con su perro Ruperto y hoy está feliz porque hace unos días pudo ver a la cantante Taylor Swift en Buenos Aires y vivió toda la situación sin que la ansiedad le jugara una mala pasada. Tiene dos amigas a las que llama cuando tiene un ataque de pánico y la medicación aún no le hizo efecto. “Son unos minutos, máximo diez, pero te juro que son eternos”, cuenta. En su caso la ansiedad se manifiesta con una sudoración grande de todo el cuerpo, dificultad para respirar, a veces parálisis en sus brazos y piernas, pero siempre una idea en la cabeza que en ese momento no se puede sacar: “Me voy a morir ahora, acá, ya está”.
Empezó a sufrir sus primeros ataques de pánico cuando estaba en el liceo. “La época de los parciales y los exámenes obligatorios la sufrí mucho, porque me hicieron muchos estudios: tomografías, encefalogramas”. Victoria se desmayaba en los pasillos del liceo o directamente en el banco de clases. Con particularidad recuerda una noche, previa a dar un examen obligatorio de sexto: “Me desperté en la madrugada y mi cuerpo estaba totalmente paralizado, quería hablar, gritar, llamar a mis padres y no lograba poder sacar una palabra”. Cuando logró hablar y despertar a sus padres, su cuerpo estaba aún sin responder, antes de llamar a la ambulancia su padre la tomó en brazos y salieron corriendo en su auto a la emergencia de su mutualista.
“No sabían qué me pasaba y yo tampoco. En mi cabeza en ese momento había creado miles de escenarios sin sentido. Pensaba que tenía algo neuronal y que me iba a quedar paralítica”, recuerda la joven. Su historia es la que los psiquiatras incluyen en la categoría de personas que tienen una ansiedad crónica y que posiblemente tengan que tomar medicación por un largo período de su vida.
Casos como el de Victoria son cada vez más comunes en las consultas de psiquiatras y psicólogos, y el panorama ha empeorado con la pandemia. De hecho, el director de Salud Mental de la Administración de los Servicios de Salud del Estado (ASSE), el psiquiatra Eduardo Katz, dice que en la pandemia se agudizaron las consultas, pero la ansiedad es una enfermedad silenciosa que en las últimas décadas ha ido en rápido aumento.
El efecto que tuvo la pandemia del Covid 19
Para el director de Salud Mental de la Administración de los Servicios de Salud del Estado, el psiquiatra Eduardo Katz, la ansiedad es multifactorial y la madre de casi todas las patologías de salud mental. Durante la pandemia los casos de consulta por ansiedad aumentaron, pero esto le parece razonable. “Tuvimos una situación donde se nos genera una incertidumbre muy grande. No sabíamos qué iba a pasar, si nos íbamos a contagiar, a morir. Después el miedo era cuándo llegaban las vacunas”. Katz dice que todos, sin excepción, “padecimos una gran incertidumbre”. Pero que el manejo de esa incertidumbre es diferente según los rasgos de personalidad de cada individuo. “Fue algo nuevo para todos, incluso para los médicos”.
La psicóloga Javiera Andrade Eiroa, secretaria general de la Sociedad de Psicología del Uruguay, dice que con el tiempo se está perdiendo el prejuicio que hay con los asuntos de salud mental, pero aún hay resistencia, y que son los jóvenes los que más se animan a consultar. “Hay cuadros psicopatológicos que necesitan la medicación de por vida. Así como hay gente que toma medicación para la hipertensión o la diabetes y convive con la enfermedad, también en la salud mental pasa lo mismo”, explica.
Andrade tiene más de cuatro décadas atendiendo, y dice que en los últimos años los casos de personas que consultan por ansiedad han aumentado. Esta opinión es compartida por todos los profesionales de la salud mental consultados para este informe. Para Katz, director de Salud Mental de ASSE, “la ansiedad es la enfermedad de lo no dicho o quizás más bien de lo no escuchado, porque no hay mucha gente dispuesta a escuchar al otro”. Este psiquiatra opina que no es un problema estrictamente sanitario, sino más bien un problema sociosanitario, y que hay que educar a las personas para que desarrollen empatía.
En ASSE las consultas están saturadas, y no es fácil conseguir hora. Katz dice que no es solo una cuestión de que falten médicos, sino de organizar el abordaje, y por eso se están tomando dos medidas: “Llamamos a las personas un día antes, porque notamos que un 30% y hasta un 50% de los que se anotaron no vienen, y eso hace que la demora en la agenda sea mayor”. También detectaron otro problema: de cada diez consultas a un equipo de salud mental, hay cuatro que son injustificadas. Pasa que a muchos profesionales de primer nivel, es decir, médicos generales o de familia, les llega un caso “y por las dudas hacen pase al psiquiatra”. Además, ASSE usa los mecanismos de las mutualistas, que es manejarse con lista de espera para psiquiatra del día. Los famosos “números sobrantes”, la persona se anota en el momento y si la consulta del profesional no es completada, lo pueden atender al finalizar.
¿Qué pasa con los psicólogos? En las mutualistas tienen un tribunal, un grupo de médicos que hacen el pase. La psicóloga Andrade dice que los casos de depresión, violencia doméstica y abuso sexual tienen prioridad, y reciben antes el tratamiento. “Se supone que antes de 30 días la persona tiene que tener un psicólogo”, pero Andrade dice que no siempre pasa esto. Depende de cada mutualista, algunos tienen los profesionales dentro y otros tercerizan el servicio.
Estilo de vida.
El psicoanalista Jorge Bafico, docente de la Facultad de Psicología de la Universidad de la República, dice que “la ansiedad es un malestar frecuente de nuestra época”. Existían “desde siempre estas manifestaciones clínicas, pero no con tanta frecuencia como en la actualidad”. Las razones tienen que ver con el estilo de vida y “las autoexigencias”. Bafico dice que la sociedad actual propone un exacerbado ideal del placer que va de la mano con un mandato de evitar el dolor.
Vivimos en una sociedad que promueve la ansiedad, afirma. Porque en la cultura actual se impone una necesidad desmedida de éxito, donde los parámetros que gobiernan son comprar y consumir. “Esto nos habla de un tiempo donde la ansiedad domina, ya que todo tiene que ser ya, rápido, en definitiva efímero”, explica el psicoanalista.
El director de Salud Mental tiene una opinión similar. Cree que el aumento de bienes y servicios genera estándares que cambian según la edad de la persona. “Tengo que tener tal modelo de celular o la marca de mis jeans tiene que ser una en particular”, dice el psiquiatra. Va por etapas, el niño es feliz con una golosina, el adolescente necesita ser aceptado por su grupo de pertenencia, el adulto tiene que tener pareja y conseguir trabajo. “La sociedad pone siempre estándares y cuando la persona no llega a todo eso que se supone tiene que tener, se pueden generar cuadros de ansiedad”.
Ataque de pánico.
Volvemos a la historia de Victoria. Ella sufrió ataques de pánico sin saber que lo eran. Recién con 22 años comenzó un tratamiento psicológico, que luego completó con un tratamiento psiquiátrico. Ahora continúa con medicación, pero solamente antidepresivos, y desde 2020 no tiene un episodio de pánico agudo. “Te vas conociendo, y también hay herramientas que pueden ser desde salir a caminar, respiraciones o ponerme a chatear con una amiga. En el momento necesito una conexión con algo que me distraiga, para frenar y no llegar a un ataque de pánico”, cuenta a El País.
La ansiedad es un sentimiento que todas las personas experimentan. Bafico dice que la línea entre lo normal y lo patológico puede ser difusa. “Hay personas ansiosas pero es parte de su personalidad. Ahora, cuando la ansiedad desborda la vida del sujeto ya es otra cosa”. Justamente lo que le pasó a Victoria, problemas para dormir, miedo a salir a la calle a tomar el ómnibus y pensamientos que no podía controlar.
La psiquiatra Gabriela López Rega, profesora de la Clínica Psiquiátrica en Facultad de Medicina, baja el término para entender de qué estamos hablando. “La ansiedad es una manera técnica de decir miedo. Todos tenemos miedo, es defensivo y nos permite protegernos. Entonces, de alguna manera, todos necesitamos el miedo”. Además, para López Rega la ansiedad es necesaria. Cuando uno tiene miedo, se protege: “Una lombriz no siente miedo, pero todos los seres vivos de escala superior, sí”.
Victoria sabe la causa de su ansiedad, y técnicamente se debe a un estrés postraumático. Una situación de abuso sexual en su niñez es la “madre de todos sus males, pero soy una sobreviviente, no soy víctima, es algo que me hubiera gustado que no pasara, pero pasó, vivo con eso y creo me dio fuerza para poder estudiar y hacer todo lo que me proponía”.
López Rega confirma que las personas con un trastorno por estrés postraumático pueden desarrollar niveles muy altos de ansiedad. Muchas veces se acostumbran a convivir con ella, pero ante un evento adverso puntual, como una mudanza o separación amorosa, llega el momento en el que consultan. “Son personas que piensan que es normal dormir mal, siempre están en estado de alerta, pero no lo perciben como una patología”.
Hay muchos conceptos mezclados, ansiedad, ataques de pánico, crisis de angustia. Vamos por partes. En una crisis de angustia lo que pasa es una situación en la que la persona se pone a llorar, está angustiada, está triste, explica López. “Todos podemos tener un ataque de angustia y ponernos a llorar. Pero eso no está mal, hay que evaluarlo, pero no tiene por qué ser patológico”. La psiquiatra dice que en realidad es al revés, “un acceso al llanto es sano en muchas situaciones de la vida”. Lo raro sería que ante un episodio como la pérdida de un familiar o una enfermedad grave la persona actúe como si nada pasara.
El más agudo y complejo es el ataque de pánico. “La persona empieza a sentir un miedo intenso, a sentir como que se va a morir, o a que puede perder la cordura, y se asocia con un aumento de la frecuencia cardíaca, de la sudoración y hay un intenso malestar”, dice López Rega. Aparece de golpe, no se puede prevenir, por lo general dura entre cinco y quince minutos, pero la sensación es tan desagradable e intensa que la persona habitualmente consulta. Cuando llega a emergencia los síntomas ya pasaron.
ASSE está desarrollando un plan para formar a los médicos y personal no médico que atienden en emergencias y en policlínicas, para que puedan diagnosticar con claridad estos cuadros. El director de Salud Mental explica que cuando la persona llega a emergencia, y se descarta que no tiene ningún problema cardíaco, muchas veces la respuesta es “usted no tiene nada, váyase, esto es un tema de la cabeza, acá no tiene nada que hacer”. Katz dice que los médicos tienen que hacer una autocrítica y que “nunca podemos juzgar a una persona por cómo maneja un dolor que uno nunca sintió”.
Un proceso.
Marcelo (39 años) comenzó a desarrollar un trastorno de ansiedad después de una situación traumática que lo desestabilizó. Después de comenzar un tratamiento psiquiátrico y de terapia psicoanalítica logró entender lo que le sucedía: “No tenía sensación de que iba a morir sino que sentía una molestia física que me impedía quedarme quieto en el lugar, pero también mentalmente”.
Recuerda que estaba “inquieto” e “incómodo”, y que solo lograba domar lo que sentía un poco tras algún ataque de llanto, o hablando con algunas personas puntuales. “No era un diálogo, era más bien una descarga”. Porque lo que sentía no lo podía dominar: “Era una bola en el estómago y el pecho. Iba subiendo y por momentos llegaba a la garganta. Sentía algo macizo, un poco indefinible, pero que me presionaba y oprimía y me impulsaba al movimiento”, cuenta.
Marcelo tiene dos hijos, es argentino y vive en Uruguay desde hace poco. Cree que la ansiedad que sufrió fue más fuerte porque estaba con mucho trabajo y demandas de todo tipo. Ahora hace dos meses que fue dado de alta, estuvo tomando antidepresivos junto a ansiolíticos. El psiquiatra Freedy Pagnussat, ex secretario regional para el cono sur de la Asociación Psiquiátrica de América Latina, dice que por lo general es la medicación que se indica en cuadros de ansiedad, y que cuando las personas comienzan a mostrar mejora se retiran los ansiolíticos y se continúa con antidepresivos.
“Hay pacientes que con un tratamiento acotado en el tiempo logran afrontar esas situaciones o simplemente contrarrestando los síntomas con la medicación”, explica el psiquiatra. Este sería el caso de Marcelo, quien luego de dos años fue dado de alta por el psiquiatra, pero continúa con tratamiento psicológico. Hay otros escenarios, personalidades ansiosas que desarrollan un trastorno de ansiedad que es crónico. En estos casos la persona puede tener momentos que no toma medicación y otros dónde se le ajusta: hay un cambio de droga, de dosis y de horarios del día para tomarla.
Si bien cada caso es único, hay elementos como el deporte que son fundamentales para salir adelante. En el caso de Marcelo salir a caminar o correr lograba frenar la sensación de angustia. Y dice que fue clave la contención de sus amigos y familiares, así como la terapia.
Violencia psicológica.
Fernanda tiene 41 años y hoy puede contar su historia. Hace un año fue dada de alta. “Después de pasar todo el proceso me di cuenta que tuve ansiedad siempre y lo vivía como algo normal”, dice. Su caso se detonó por la violencia que sufrió por parte de su expareja: “Todo el tiempo me decía que era una inútil, que no hacía nada bien. Yo no me lo creía, pero con el tiempo me empezó a hablar una voz interna, que era la ansiedad, y entonces comencé a creer que era todo eso que él me decía”. Si bien nunca cortó su vida laboral, dice que funcionaba usando una “máscara” para tapar lo que le pasaba. La ansiedad fuerte comenzaba en las últimas horas de trabajo, cuando estaba por salir de su oficina para su casa.
“Me tomaba el ómnibus, bajaba y ahí me sentaba en un banco a esperar que el ataque de pánico pasara. Seguro eran minutos, pero en ese momento me faltaba el aire y la sensación era de ahogo, era horrible”, cuenta Fernanda. Estos eventos, de los que pudo salir con terapia y medicación, se iniciaron cuando su hijo tenía cuatro años. “Se necesita mucha constancia, y lamentablemente también dinero, no es que se sale así nomás, es un proceso largo”. También tenía problemas para dormir, este es uno de los síntomas más comunes, según explica Pagnussat.
El psiquiatra que la atendía al principio la llamaba casi todos los días, “y a veces no lo quería atender, no quería hablar; entonces en un tono de humor negro le dije ‘mira que no me voy a matar’. Y él me dijo que me quedara tranquila, que sabía que no tenía perfil suicida. Te juro que eso fue lo mejor que me pudo haber dicho alguien. También da cuenta del estado en el que estás, no sos vos, realmente no sabes qué te puede pasar”.
Durante dos años Fernanda pensó que eso era normal, que su personalidad era así. Bafico dice que “todo síntoma o malestar psíquico en la medida que no se trate y aumente en su intensidad seguramente produzca consecuencias más graves”. Ella hace más de un año que sufrió el último ataque de pánico: “Estaba en la cama y pensaba, cómo van a hacer para entrar, porque me muero acá y nadie se entera”. Después de mucho trabajo interno, notó cómo comenzó a escalar su ansiedad.
La propia Fernanda reconoce su caso como exitoso, pero no deja de insistir en que se puede salir después de mucha constancia. Cada persona es un mundo y vive la ansiedad de forma distinta, Bafico dice que “la ansiedad es la tarjeta de presentación de un malestar más profundo; para el psicoanálisis es un envoltorio, que hay que desenvolver lentamente para ver qué contiene en cada caso”. El psiquiatra Pagnussat opina que hay que seguir hablando de este tema porque “lo que han aumentado son las consultas, pero no sé si los casos”. Es un hecho: ahora se consulta más.
Terapia que “induce” a la persona en el pasado
La Terapia de Desensibilización y Reprocesamiento mediante Movimientos Oculares, más conocida como EMDR por su sigla en inglés (Eye Movement Desensitization and Reprocessing), es utilizada por terapeutas uruguayos en casos de ansiedad y, según contó la psicóloga Javiera Andrade Eiroa, secretaria general de la Sociedad de Psicología del Uruguay, es muy efectiva para trabajar estrés postraumático. “Vos corrés al cerebro del paciente con una estimulación bilateral, y vas al evento traumático y se comienza a hacer la elaboración”.
Esta terapia la creó la psicóloga estadounidense Francine Shapiro. Observó que los movimientos oculares voluntarios reducían la intensidad de la angustia vinculada a pensamientos negativos. Este hallazgo llevó a una investigación, publicada por Shapiro en 1989, que reveló la eficacia de este método, logrando reducir significativamente los síntomas del trastorno por estrés postraumático en veteranos de la guerra de Vietnam y víctimas de abuso sexual.
Andrade se formó en esta terapia, y dice que es una herramienta válida para casos donde la angustia es muy grande, ya que el paciente logra rápidamente recrear lo que le sucedió, y comenzar a sanar. Estas herramientas se pueden usar dentro de un enfoque más amplio que incluya al psicoanálisis u otro tipo de terapia más convencional. “Se evalúa según el paciente y cómo sea su caso”, dice Andrade. Lo importante es entender que se trabaja directo con el trauma, tratando de dejar eso en el pasado, para que la persona pueda reducir los síntomas de ansiedad y angustia con los que convive a diario. Es algo que el cerebro debe de “aprender”.
EMDR permite que el terapeuta estimule los mecanismos de curación inherentes al propio sujeto y pone en marcha un sistema de procesamiento de información del cerebro.
La aplicación del proceso incluye la estimulación “bilateral alternada”, mediante el movimiento ocular. El terapeuta guía al paciente con su dedo indicando que lleve los ojos a un lado y luego al otro. También se puede llegar a una estimulación con “golpecitos” en las rodillas o en las manos. El método pretende que la persona comience a recordar con menos angustia la situación que le provocó el trauma.