A 20 AÑOS DEL FERIADO BANCARIO
Oscar Vilas, editor de Audiencias de El País, recuerda el trabajo periodístico en los días más complicados de la crisis de 2002
El jueves 20 de junio de 2002 a eso de las nueve de la mañana recibí una llamada avisándome que en poco menos de media hora el ministro de Economía de la época, Alberto Bensión, daría una conferencia de prensa. Salí disparado hacia la sede ministerial donde se anunció la liberación del precio del dólar y allí comenzó una maratón periodística que llevó a que volviera a ver a mi hija y a su madre despiertas, otra vez, recién el domingo siguiente.
En ese entonces había vuelto a trabajar en la sección Economía de El Observador después de cinco años de estar radicado en el exterior y llevaba a cuestas las coberturas, in situ, de las crisis brasileña de 1999 y la argentina que estaba en su plenitud. Estaba en el momento preciso en el lugar indicado.
Vuelvo a aquel jueves de junio de 2002. Cuando terminó la conferencia de Bensión, cuyo rostro ya daba señales del agobio al que estaba sometido, caminé varias cuadras por 18 de julio y advertí que las pizarras de las casas de cambio ya habían retirado la cotización del dólar. A media mañana de ese día en Uruguay el billete verde no tenía precio. Poco después comenzó una escalada que lo llevaría de 17 pesos a 29 en pocas semanas.
Tras la breve recorrida pasé por mi casa. Conté lo que pasaba (una especie de déjà vu de lo que meses antes habíamos vivido en Buenos Aires) y me fui al diario que ya era un avispero de gente planificando la cobertura de lo que sin duda era la noticia más fuerte del año, pero vendrían más.
Así dio comienzo una frenética carrera informativa que se balanceaba entre la obligación de tener a los lectores al tanto de lo que ocurría, sin atizar lo que ya era una alocada carrera de ahorristas por intentar hacerse del dinero que tenían en los bancos.
El punto culminante de ese proceso lo íbamos a vivir poco más de un mes después con el feriado bancario del 30 de julio —hace hoy 20 años— que desembocó en la aprobación de la ley de reprogramación del vencimiento de los depósitos de los bancos oficiales (una especie de corralito a la uruguaya) y la creación del Fondo de Estabilidad del Sistema Financiero unos días después.
En el medio de ese mes, corridas, plantones y jornadas interminables pautaron el trabajo de quienes teníamos a cargo la cobertura de una de las mayores crisis financieras que sufrió el Uruguay.
Al otro día de la devaluación, el viernes 21, se dispuso la intervención de los bancos Caja Obrera y Montevideo que enfrentaban serios problemas de liquidez. Antes habían corrido igual suerte el Galicia y el Comercial y luego lo haría el de Crédito.
Un mes después, 22 de julio, el ministro Bensión renunció a su cargo luego que el Partido Nacional, que integraba la coalición de gobierno junto a los colorados, le retirara la confianza y al otro día lo hizo el directorio en pleno del Banco Central. A partir de ahí comenzó otra carrera para conocer quiénes serían sus sustitutos. La danza de nombres era interminable y cada pocas horas surgía un nuevo candidato.
Con Alejandro Atchugarry al frente del Ministerio de Economía y Julio de Brun de la presidencia del BCU, arrancó el proceso por intentar parar la corrida bancaria que drenó el 40% de los depósitos bancarios. Un préstamo puente de EE.UU., cuya primicia obtuve e informé debido al descuido de un funcionario y la confirmación indirecta de otro, terminó pocos días después en el feriado bancario y la aprobación en tiempo récord de la ley que permitió que el 5 de agosto los bancos reabrieran sus puertas y que lentamente empezara a verse una luz al final del túnel.