En Buenos Aires
"Sos botón, sos botón, Keynes sos botón”, cantan unos chicos que tengo acá al lado, en esta noche de Luna Park. Pero momento, porque esto arranca mucho antes.
Primero tuve que cruzar el doble vallado que cercaba la esquina de Corrientes y Bouchard, donde un agente de las fuerzas federales me pidió el documento, otro lo ingresó en una aplicación y un tercero me dijo: adelante. Me hubiera gustado preguntar para qué lo querían, pero la cola de personas era ancha, algo desesperada y metía presión desde atrás.
Después tuve que ir hasta la esquina de Lavalle, donde una mujer con un handy volvió a chequear mi documento y me derivó hacia una ventanilla por donde tuve que pasar el brazo para que una nueva mujer buscara mi nombre en una lista y me colocara ella misma la pulserita de acreditación en la muñeca. Entonces le dije que me había quedado algo ajustada. Me dijo “mejor así no se te despega”.
Un gigantón sonriente de barbita candado con pinta de seguridad privada me pidió después que me dirigiera a la Puerta 2, donde estaba el ingreso de prensa. “¿Dos?”, le pregunté, y le hice una V con los dedos. “Dos”, me respondió, y me hizo una V con los dedos él también. “Parecemos peronistas”, le dije. El gigantón me contestó que tal vez lo fuéramos. Soltamos, él y yo, la carcajada al mismo tiempo.
En el molinete de la entrada, última frontera entre la calle y el interior del estadio Luna Park, junto a un afiche que anunciaba un show de Jaime Roos para el 10 de junio, más oficiales de las fuerzas federales me pasaron por el cuerpo un escáner electrónico. Una vez, dos veces. Después me hicieron abrir la riñonera, me palparon las pantorrillas, me hicieron abrir los brazos y me pasaron el escáner una vez más.
Vengo al Luna desde los 9 años, cuando se subían al ring Juan Domingo Martillo Roldán o la Pantera Saldaño. Tengo 52. En más de cuatro décadas nunca pasé por tantos filtros de seguridad para entrar. Pero bueno, hoy toca el señor presidente Javier Milei. Es decir, presenta su último libro, aunque de lo que se trata en realidad es del show de la época, el sorprendente espectáculo del presente argentino.
Convocatoria.
Adentro, el Luna Park está lleno. Ni estalla, ni revienta, pero tampoco le falta gente. Llenito, está. Hasta ahí. De todas formas, en el extraordinario caso Milei, el asunto de cuánta gente va, de cuánta gente lleva, es un tópico del siglo XXI tantas veces leído desde el siglo XX. Es decir, mal comprendido.
En el invierno de 2022 fui a la cancha de El Porvenir porque Milei lanzaba su candidatura a presidente. No fue nadie. NADIE. Y esa ausencia formidable nos hizo suponer que sería difícil verlo llegar a Casa Rosada. Nos olvidamos de que hoy las personas se cuentan por views. Que hay menos cantidades y más métricas. Que la convocatoria física en la era de la convocatoria virtual entrega nuevos significados. Milei carece de la tradición política de la movilización de masas, no tracciona en carne y hueso, pero hay que decir que entre otras cosas por eso mismo ganó, por las garantías que ofrece para desmarcarse de estas convenciones. El tipo no llena los estadios, pero sí las urnas de votos.
El escenario está montado sobre el borde de la avenida Madero y tiene de frente a unas 8500 personas organizadas en sillas primero, lo que podría llamarse un campo vip, con ministros e invitados, y en gente de a pie con globos y banderas que están detrás.
Ahí delante están Zulemita Menem, hija de Carlos Menem; y Amalia “Yuyito” González, su amorío rumoreado y siempre desmentido, hoy hecho leyenda. Ahí delante está Karina Milei, la Gran Hermana, arquitecta crucial de la carrera, de la campaña y de la presidencia de Javier, el Javo para su militancia. Ahí delante está el elenco estable del poder de la Nación diciendo presente. Y detrás de ellos, las personas.
Para definirlo sin mucha vuelta, y a riesgo de perder alguna astilla de precisión, el público que fue al Luna Park a bancar a Milei está compuesto, en su mayoría, por jóvenes varones llegados de los cordones conurbanos y también del interior. Pibes en situación de Android, bici-trabajadores que se comparten gigas, habitantes de la patria TikTok con tías que juegan Candy Crush. Son nietos que dieron toda la vuelta y volvieron a Facebook, pero no para usarlo como red social sino porque las comisiones de Mercado Libre ya les quedan saladitas y el repuesto que necesitan (un pedal, un chaleco reflectante) lo pagan mejor en Marketplace. Los argentinos de bien, suele decir el presidente, que no se parecen en nada, pero en nada, a lo que con ostentación de clase alguna vez se llamó la gente bien: la gente bian. Dicho en velocidad: esta noche, acá, no hay un cheto. Uno, no hay.
En el centro del escenario hay tres sillones blancos que entregan un relumbre en medio de la penumbra. Están ahí en franca posición de espera, como avisando que ahí se van a sentar tres —pero hablar, va a hablar uno. Mientras, unos disfrazados de leones, algo cachuzos, como recién bajados de un trencito de la alegría que hubiera metido seis cumpleaños en una tarde, se dejan fotografiar a golpe de selfie y animan las gradas.
Hay música rock para ir amenizando: AC/DC, La Renga. Y también suenan los nuevos éxitos del cancionero libertario. “El último punk”, por ejemplo, es un tema que rotó en campaña y ahora vuelve a escucharse aquí. Es una canción corte Ramones de guitarras rápidas y sonido sucio cuya letra dice:
A la mierda los malditos empresaurios / a la mierda sodomitas del capital
Basta de basura keynesiana / ha llegado el momento liberal
En Youtube la cantan unos chicos con cresta en el pelo y teñidos fucsias que, parece, son de La Plata, la ciudad de Los Redondos, Virus, El Mató. La letra sigue:
Siempre en contra de la presión tributaria / siempre en contra del Estado abusador
Combatiendo por una Argentina libertaria / y por la libertad del pueblo trabajador
La gente empieza a corearla de a poco, como quien de golpe se acuerda. Para cuando llega el estribillo, tengo un pibe cerca que canta con los brazos abiertos, como si recitara algún tipo de evangelio. Con los brazos abiertos y la cabeza echada hacia atrás, los ojos en el techo, como si le cantara a algún dios.
Si seguimos así, arruinaremos nuestra vida / y vamos a envidiar el bienestar de Somalía
Javier Milei, el último punk / Javier Milei, nuestro superhéroe de la libertaaad (repite tres veces)
De todas formas, cerca de las nueve, los sillones quedan desaparecidos porque una banda ocupa sus lugares. En la batería, el diputado nacional Alberto Tiburcio Bertie Benegas Lynch, con gorro de lana, como salido de un clip de la MTV de los noventa. En el bajo, Marcelo Duclos, coautor de Milei, la revolución que no vieron venir, la biografía oficial del señor presidente. Una chica hasta ahora desconocida con la raya al medio bien prolija y una manito haciendo símil pandereta en un muslo entona las primeras estrofas del himno oficial del show mileísta: “Panic Show”. Después hacen un tema más, también de La Renga, y después la banda buenamente se retira.
Listo, llegó el momento. En tres, dos, uno, las luces se apagan. Y entonces. Hola a todos.
Cuadros.
Si el hecho simbólico es la carnadura de la praxis política, el gobierno de Javier Milei viene produciendo un hilván arrollador de acontecimientos, momentos y fotogramas cuya intención profunda es la de construir la época y producir la masilla de una metáfora permanente. Eso que nombramos como la batalla cultural.
El 8 de marzo pasado, en el Día internacional de la Mujer, una mujer, la secretaria general de la presidencia Karina Milei, decidió desmantelar el Salón de las Mujeres Argentinas del Bicentenario y lo reemplazó con el Salón de los Próceres. Fueron quitados los retratos de Eva Perón, Alicia Moreau de Justo, Mercedes Sosa, por citar algunos, y subidos los de Domingo Faustino Sarmiento, Julio Argentino Roca y Carlos Saúl Menem —porque un gobierno que quiere decirle algo al padrón propio y al ajeno, se lo dice, en esta democracia argentina de los últimos 20 años, bajando y subiendo cuadros.
En 2021, los politólogos Martín Rodríguez y Pablo Touzon compilaron un libro que se llamó ¿Qué hacemos con Menem? Los noventa veinte años después, de Ediciones Siglo XXI. La pregunta hizo entrar en corto al campo progresista y alguno quiso responder: nada, lo dejamos donde está, muerto y enterrado. Apenas dos años después, la sociedad argentina votó a un presidente que vino con la respuesta. ¿Qué hacemos con Menem? Lo hacemos prócer.
Hace un par de semanas, el presidente Milei, además, descubrió un busto de Carlos Menem en los pasillos de Casa Rosada. Y después se peleó mano a mano con el presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez. Y después se peleó con el presidente de la Fundación El Libro, organizadora de la Feria del Libro de Buenos Aires. Y durante el verano había viajado a la costa para meterle un chape húmedo a su novia de ese momento, Fátima Flórez. Y después llegó a la tapa de Time. Y ahora está por salir a un Luna Park repleto. Le están dando bien los números de una inflación en baja. Le están dando mal los números de la actividad industrial. Le están dando mal también los índices jubilatorios, pero le siguen dando bien los primeros números que mira cada mañana: los que miden su popularidad. Hoy, ninguna consultora seria lo ubica por debajo del 50 por ciento de aprobación.
En el comienzo de los noventa Carlos Menem comprobó que enamoraba a las masas saliéndose del carril institucional que su predecesor, el doctor Raúl Alfonsín, había cuidado tanto. Menem, entonces, se subió a una Ferrari y la pisó; se armó un romance de mentira con Yuyito González y algunos otros no tan de mentira con mujeres que no hay por qué nombrar; se jugó un partido de básquet con la selección nacional y varios otros de fútbol en el piso inaugural de Marcelo Tinelli. Vos no veías a un presidente, cuando lo veías a Menem. Veías un hombre disfrutando de su cima. Son las diez de la noche en el Luna y estamos por ver exactamente lo mismo.
Estruendo.
Acá, en este templo, los porteños velaron a Carlos Gardel. Acá, el secretario de Trabajo Juan Perón se conoció con la actriz Eva Duarte. Acá Charly y Nito le dijeron adiós a Sui Generis. Acá cantaron Sinatra y Pavarotti. Acá se casaron Diego Maradona y Claudia Villafañe. Y acá, ahora, en este exacto momento, Javier Milei aparece saltando eufóricamente por un pasillo que lo lleva hasta el escenario. Hay tironeos, bulla, caos. No importa, el presidente avanza entre el revoleo de adoradores, abriéndose camino sin más compostura que la que entrega el fulgor. Cuando finalmente sube al escenario, tiene la camisa fuera del pantalón, las ropas recién manoteadas y la felicidad de un estruendo en la cara.
Ahora se agita de un lado al otro del escenario mientras “Panic Show” vuelve a sonar. Y canta: hola a todos, yo soy el león. La locura es la nueva razón: el loco estará loco pero, por loco, es que entrega honestidad. Sigue cantando: rugió la bestia en medio de la avenida. Se discute, hoy, la Argentina, sobre el paño de las locuras. Milei ha desarrollado musculatura oficialista. Santiago Cúneo, otro loco, ha desarrollado musculatura de oposición. Es todo un panic show a plena luz del día. Los dos sueltan palabras como un ninja suelta su shuriken. Al lenguaje lo ejecutan. Ha muerto el enunciado, solo queda la bruma de su sombra terrible. Las opciones para decir algo hoy son: lo tremendo o el silencio. No hay silencio en el Luna Park porque Milei grita sobre el micrófono que él es el rey de un mundo perdido, que toda la casta es de su apetito.
Ya más calmado, recompuesta la camisa, Milei saluda y agradece. Está por entrar en modo docente y va a explicar cosas de autores y aspectos técnicos de algo sobre lo que no puede parar de hablar: economía. Va a estar una hora hablando de economía. La monada, que no vino a escuchar eso sino a ver al frontman, cuando se aburra se acordará de Pedro Sánchez, de Cristina presa, de que viva la libertad carajo. Pero eso ya pertenece a un universo del después.
Afuera, mientras tanto, las remeras que estaban a diez mil pesos argentinos van cayendo de precio hasta tocar el piso de los seis mil. Está bien, corresponde. Oferta y demanda en acto, en plena calle, sobre una manta, todo barrani y en negro, como manda la condición anarcocapitalista.
Un hombre disfrutando de su cima, dijimos. Pero también un grumo de la época.
Un día la Argentina, harta de sí misma, se permitió una tarde salvaje, un domingo de locura, y se pegó un roscaso en las urnas. Se miró al espejo, la Argentina, y se dijo a sí misma: al carajo la mesura, los consensos. Abran el grifo de la rabia, denle letra a la furia embravecida de la pugna, al rito del odio internauta. ¿Consensos? Nah, eso es para gente que ha comido. Y acá hay un hambre de locos.
La popularidad de Javier Milei, casi medio año más tarde
Según Opina Argentina, la consultora dirigida por Facundo Nejamkis, los niveles de aceptación de Javier Milei, después de una leve caída en abril, hoy se mantienen en el 53 por ciento. Así lo consigna una publicación del sitio Cenital. Infobae, por su parte, ha informado que según la consultora CB, Javier Milei es el segundo presidente mejor valorado en América Latina, con el 54,8 por ciento de índice de aprobación, solo superado por el presidente de Ecuador Daniel Noboa, quien obtuvo en los primeros días de mayo un 58,1 por ciento de aceptación.
Es un dato de la historia que los presidentes que asumen sus mandatos lo hacen con un crédito social. La anomalía, en este caso, es que Milei, en estos casi primeros seis meses de gobierno, produjo un ajuste de proporciones que provocó una caída del 19 por ciento del salario real y afectó en casi un derrumbe del 32 por ciento en las jubilaciones.
¿Cómo se explica que este nivel de empobrecimiento no impacte en la popularidad del presidente? Según Facundo Nejamkis, de la consultora Opina Argentina, “los estudios indican que las mayorías perciben una mejora de su situación en el mediano plazo, y por lo tanto el esfuerzo esta vez vale la pena hacerlo”.