Las mujeres sepultureras, una tendencia que crece

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Célica Feirer y Silvia Lepsik, dos sepultureras del Cementerio Cerro. Foto: D. Borrelli

LAS NECRÓPOLIS BUSCAN MODERNIZARSE

Las estimaciones señalan que la cantidad de mujeres en el que quizá sea el trabajo más ingrato y estigmatizado de todos, asciende a unas 20 en todo el país.

Célica Feirer y Silvia Lepsik, dos sepultureras del Cementerio Cerro. Foto: D. Borrelli
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Silvia Lepsik trabaja como sepulturera desde 2007. Es la primera mujer en su oficio, no solo de Uruguay, sino (ella cree) de América Latina. En la actualidad, la funcionaria municipal desempeña funciones en el Cementerio Cerro.

Las estimaciones señalan que la cantidad de mujeres en el que quizá sea el trabajo más ingrato y estigmatizado de todos, asciende a unas 20 en todo el país.

"Yo era limpiadora en el Cementerio de Buceo y al ver el trabajo de los compañeros sepultureros, quise hacerlo. Siempre me gustó", dice Lepsik. Al pensar acerca de los motivos de esa extraña atracción, cree que el sentimiento de utilidad, el "alguien tiene que hacerlo", es el motor de su vocación laboral.

"Ya estoy adaptada a todo esto", agrega. Únicamente se siente afectada con las inhumaciones de niños pequeños.

Tiene tres hijos (de 16, 13 y 8 años), con los que habla poco y nada de su trabajo. "Ellos saben lo que hago, pero en lo básico".

Lepsik confiesa que ha tenido sueños perturbadores. "Tuve pesadillas en las que entierro a mi familia, por ejemplo".

También cree que el contacto diario y directo con la muerte la han convertido en una persona más fría. Incluso sospecha que le afecta su vida de pareja. "Veo las cosas con demasiado realismo. Hoy estamos y mañana ya no".

Por los mismos motivos, Cecilia Sotelo, también sepulturera, tiene reacciones opuestas. "Al salir de aquí disfruto mucho más de lo que tengo y de mi hijo", asegura. Sotelo trabaja en el cementerio de la ciudad de Canelones.

Célica Feirer, de 31 años, es compañera de Lepsik desde el año pasado. Trabajaba en el zoológico de Villa Dolores y ante su cierre al público pidió pase para Necrópolis. Su novio es funcionario del servicio fúnebre como enlutador (prepara los cuerpos para los velatorios), por lo que el tema no le era ajeno.

"No creo que haya un más allá. Para mí, cuando la persona fallece, ya está. Aquí lo único que hay son restos, no almas", considera la sepulturera.

Silvana Mediza es la directora del Cementerio Cerro. Si bien su trabajo es estrictamente administrativo, el contacto con el dolor de los deudos la afecta.

"No es un trabajo que una diga: aquí voy a estar toda la vida", asegura.

Mediza considera que existe un estigma sobre los que realizan estas tareas. "No podemos hablar naturalmente con las personas de que trabajamos en un cementerio porque enseguida aparecen las bromas, el temor o el morbo".

En el crematorio.

Yolanda Lema, de 58 años, se desempeña como jefa operativa del crematorio del Cementerio del Norte. La funcionaria municipal trabajaba en la Comedia Nacional pero quiso cambiar por una mejora de escalafón y salario.

Dejó el uniforme de pollera y tacos, por los pantalones y camisa negros, propio de los funcionarios de Necrópolis.

"Trabajamos con el dolor expuesto de la gente y nuestra motivación es mitigarlo dentro de lo posible con una respuesta de calidad humana", dice.

Hace ocho meses murió su madre y fue inhumada en Santa Lucía (Canelones). "Yo la acompañé hasta ahí, pero le dije: "Mamá, yo no vengo más". Al cementerio no voy más. Para mí, ella está en mi corazón".

Lema considera a la muerte el final de todo. Los sepultureros en general no se caracterizan por creer en la trascendencia, ni son supersticiosos en ningún sentido.

"Creo en Dios, pero también creo que se muere cuando nos morimos", dice Lema.

A sus 60 años exactos planea jubilarse y disfrutar de sus hijos y nietos.

Una vida entre tumbas.

Élida Arias, de 87 años, no es funcionaria municipal, pero trabaja como "changadora" en el Cementerio del Norte. Lo hace desde que tiene memoria. Es un oficio en extinción: se dedica a la limpieza y mantenimiento de los panteones familiares.

Ella recuerda cuando en los orígenes del cementerio las familias iban los fines de semana a supervisar o ayudar en la construcción de los panteones.

"Antes de invertir en la casa de veraneo, la gente gastaba los ahorros en el panteón para toda la vida", dice.

Hoy, la mitad de esos sepulcros familiares están en situación de abandono, con sus dueños originales adentro. "A los descendientes les gustó heredar el resto de los bienes, las casas y autos, pero a esto no le dan importancia".

De todos modos, varias familias siguen siendo celosas en el cuidado del bien funerario y la contratan para su conservación.

Para Élida, el cementerio es su segunda casa. "¿Cómo lo ves?", pregunta sentada sobre uno de los bancos del parque, mirando sus árboles, escuchando el canto de sus pájaros. "¿Hay mejor lugar que este para venir a pensar y estar tranquilo?".

Para ella, hay un "más allá". "Y debe estar muy bueno porque nadie regresa".

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