“No siento los pies”: así es por dentro la peregrinación más grande de Argentina entre llagas, dolores y fe

Dos millones de argentinos participaron en la edición 50 de la peregrinación a Luján. Cómo es caminar 20 horas los 63 kilómetros entre calambres y mensajes de aliento. Una crónica en un país en crisis.

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Peregrinación a Luján en Argentina.
Peregrinación a Luján en Argentina.
Foto: La Nación.

En Buenos Aires
La llaga, el calambre, la ampolla, el dolor. ¿Cómo se nombra lo que me cimbra ahora mismo el cuerpo? Estoy sentado en una silla plástica, dentro de una carpa sanitaria. Caminé 50 kilómetros pero me detuve cuando dejé de sentir los pies.

Lo ulcerado, lo herido, el arco vencido sobre la brasa de la plantilla. Hay una angustia en el anhelo del lenguaje cuando quiere decir la íntima verdad de las cosas y apenas si puede representarlas. Un joven paramédico se acerca, me toma los datos, me pregunta cómo estoy. Me pide que me descalce. Me observa. Pide masajista. Me gustaría encontrar las palabras para contar lo que veo cuando de golpe me veo los pies. Una angustia en el anhelo del lenguaje. La íntima verdad de las cosas.

¿Cuánto falta? ¿A cuánto estoy?

Esos no son mis pies. Me niego a reconocerlos. El chico no me contesta y sigue atendiendo a otros caminantes. A unos metros de mí, Damián, un hincha de Boca de 43 años que fabrica y vende detergentes al mayoreo, debió recostarse en una camilla improvisada. Con Damián nos dimos fuerza desde La Reja hasta General Rodríguez. Hablamos de si hay un Dios o no, y de si ese Dios tuvo algo que ver en el mano a mano entre Emiliano Martínez y Kolo Muani, en el minuto 123 del partido de nuestras vidas. Pudimos, durante un rato, olvidar el paso de la marcha. Fuimos peregrinos, pero ahora somos pacientes.

Una chica de grandes rulos morochos y sonrisa devota se me sienta adelante. Se calza los guantes de látex y se echa crema en las manos. Miro por detrás de ella. A Damián le están pasando Pervinox. La chica me pregunta si tomé alguna medicación. Ahora a Damián le están reventando las ampollas con una aguja. Le digo que no, nada, ninguna medicación. Ahora a Damián lo están vendando. Me dice que me va a pedir un Diclofenac. Ahora a Damián le están acercando un bastón. Me dice que estoy entumecido y que tal vez me duela un poco porque me va a aflojar la sangre acumulada en las plantas y en los tobillos. Ahora Damián se quiere poner de pie y no puede. Me dice que cuando termine con su masaje, me quede sentado un rato con las piernas en alto. Ahora a Damián le traen un segundo bastón.

—¿Cuánto falta? ¿A cuánto estamos?

Peregrinación a Luján
Peregrinación a Luján en Argentina.
Foto: Alejandro Seselovsky.

Son las tres de la mañana. Después del masaje siento un cosquilleo. Después del cosquilleo, un calor. Todavía sentado, bajo los pies y los apoyo sobre el piso. La carpa fue levantada en la banquina del camino, así que lo que siento en la planta es arenilla y piedra. Me traen un bastón a mí también. Está hecho de caña recortada con un mango también de caña, todo amañado con una cinta negra. Sirve. Me calzo como quien no tiene remedio, como quien regresa a su celda. Me paro. Doy unos pocos pasos y salgo nuevamente a la oscuridad del camino.

Me acompaña hasta la banquina la chica del Diclofenac. Me dice: “Estás a 12 kilómetros de Luján”. Afuera pasan los peregrinos arrastrando el alma. Nadie llevaba bastón cuando salimos. La mayoría los lleva ahora. Nos incorporamos a la cinta de caminantes. La carpa queda atrás como una mancha de luz en la noche. Avanzamos, rengos, pisando nuevamente el grumo del asfalto. Todo es ruta negra y a los costados, el basural.

Virgen de Luján: medio siglo a pie

El 25 de octubre de 1975, unos 30 mil jóvenes de las parroquias de Buenos Aires peregrinaron a Luján por primera vez.

Aquella Argentina comenzaba a hundirse en la ciénaga de la violencia política y solo un año después haría su ingreso al ciclo más oscuro de su historia cuando el terror se consolidara como respuesta de Estado.

Entre la primera procesión y esta que ahora me propuse completar pasaron 50 años de historia. Medio siglo patrio donde lo que se verifica es el incremento crónico, penoso, de la herida social y el país lacerado. Aquellos 30 mil peregrinos inaugurales hoy son dos millones, según informan los portales especializados. ¿Qué fe, puesta en quién o en dónde, es la que los hizo crecer, no detenerse, llegar hasta acá?

“La juventud peregrina a Luján por la patria”, fue el lema de la primera vez. “Madre, bajo tu mirada buscamos la unidad”, es el de esta última. En 1975, la violencia era de las armas, las bombas, el atentado, el secuestro y la tortura. Según la última medición del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec), en el primer semestre de 2024 el índice de pobreza en la Argentina alcanzó el 52,9 por ciento, 11 puntos por encima de la medición anterior.

La violencia de hoy es la violencia del hambre.

Peregrinación a Luján
Peregrinación a la virgen de Luján en Argentina.
Foto: La Nación.

El sábado 5 de octubre a las 11 de la mañana, en la puerta del Santuario San Cayetano, sobre la calle Cuzco, en el barrio porteño de Liniers, 63 kilómetros antes de la Basílica de Luján, una mujer que llevaba túnica beige y un pequeño balde en la mano con un vara de madera dentro se ofreció a bendecirme. Hundió dos veces su madero en el balde y salpicó mi cabeza. Lo volvió a hundir y luego salpicó mis pies. Guardó sus cosas, me miró a los ojos y dijo:

Vas a llegar.

Salí hacia la izquierda por Rivadavia, crucé el puente de la General Paz y di los primeros pasos, ya en Ciudadela, provincia de Buenos Aires.

Ramos Mejía, Haedo, Morón, Castelar, Ituzaingó, Padua, Merlo. En el comienzo, y en el comienzo quiere decir durante las primeras cuatro horas, el camino fue festivo, invitante. Vi racimos de personas usando chalecos de distintos colores para diferenciar sus procedencias. Venían de Urdinarrain, de Casilda, de Chivilcoy. Vi parejitas de novios que iban de la mano, grupos de amigos con camisetas de fútbol. Algunas personas solas, como yo.

Vendedor en peregrinación a Luján en Argentina
Vendedor en peregrinación a Luján en Argentina.
Foto: Alejandro Seselovsky.

Como un automóvil de La autopista del sur, aquel cuento de Cortázar donde los conductores de un embotellamiento a la entrada de París se encuentran, se desencuentran y se vuelven a encontrar según avanzan o se detienen sus carriles, me muevo entre los caminantes y elijo grupos de peregrinos a los que acercarme. Escucho sus charlas, fragmentos de ellas. Hay un sol franco que cae con fuerza. El aire es limpio. La vista hacia adelante entrega un cardumen de espaldas con mochilas. Yo seré la espalda con mochila de alguien más, también.

Dos hombres conversan animadamente. Me acerco. Son de La Matanza, el distrito más poblado de la provincia con 1,8 millón de habitantes. Uno es hincha de Lafe, el otro es hincha de Brón. El Deportivo Laferrere y el Club Almirante Brown suelen arreglar sus conversaciones a los tiros; en su defecto, faca mediante. Sin embargo, ellos ahora caminan pasándose de mano en mano un botellón de agua fresca con una piedra de hielo derritiéndose dentro.

Peregrinación a la virgen de Luján en Argentina.
Peregrinación a la virgen de Luján en Argentina.
Foto: La Nación.

Desacelero. Sobre la caja de un carro que parece haber sido la herramienta de trabajo de un heladero ambulante viaja una imagen de la Virgen María, santa patrona de la Patria y cuya casa es la basílica de Luján. El carro fue intervenido y ahora tiene cuatro grandes ruedas que lo hacen avanzar cómodamente. Lo empuja un grupo de chicos con chalecos amarillos que dicen Parroquia María Madre del Redentor. La Virgen está bajo un techo donde han encastrado la bocina de un parlante. Se escucha con fuerza entre el manto sagrado y los chalequitos parroquiales, la voz del Indio Solari cantando que no lo soñó, que iba corriendo a la deriva. Que no lo soñó, que los ojos ciegos bien abiertos.

En Morón veo el primer camión cisterna de AySA, Aguas y Saneamientos Argentinos, repartiendo a golpe de canilla libre todo el agua que puedas cargar. En Merlo, un gazebo montado en el borde del camino tiene a unas chicas regalando botellitas de 500 ml. Por cada una que te dan, te dicen el nombre del intendente. Pido dos botellitas. Me lo nombran dos veces.

Salgo de Merlo con algo que se declara como un primer dolor. Es un pinchazo bajo el arco del pie derecho cada vez que presiono la suela. A los costados, entre los puestos de choripán, comienzan a aparecer manteros ofreciendo suelas y plantillas, a mil pesos el par. Quería llegar hasta Moreno de un tirón. Moreno es la mitad del camino, pero cuando llego a Paso del Rey, con el sol queriendo entrar a bajar y los negocios queriendo entrar a cerrar, paro. Voy a una farmacia. Compro curitas. Ibuprofeno. Crema. ¿Cómo no metí en mi mochila curitas, ibuprofeno y crema?

Cuando salgo, pasan por delante de mí cuatro hombres llevando sobre los hombros la imagen de otra Virgen María, una quizá un poco más grande que la de los peregrinos ricoteros. Va, la Madre, esta vez, sin techar. Con flores a sus pies y un arco de luces que la cubre por encima del manto. Hay un cartel que la precede y que dice: “Virgen Cabecera”. Me acerco a preguntar qué significa. Me dicen que es la réplica de la virgen original que viajó con alguno de ellos en 1975. Pregunto, con asombro, si entre ellos hay personas que hayan sido parte de la primera peregrinación a Luján de la historia. Y entonces conozco a Mario Bianchi.

Mario tiene 66 años. A los 17 llevaba dos meses en Buenos Aires, recién llegado de su Misiones natal, cuando vio carteles hechos a mano, afiches caseros, papelitos pegados en los árboles, que anunciaban una peregrinación a Luján para pedir por la paz de la Argentina. Mario no era creyente, nunca había pensado en la Virgen ni tenía ninguna devoción. Pero le picó al desafío del camino, de la distancia, de la ruta y los kilómetros. Era un asunto más físico que espiritual. De hecho, era solamente físico. No tenía idea la tarde que salió para Liniers. Y como de verdad no tenía idea fue vestido de traje y zapatos.

En Morón, apenas 12 kilómetros después de haber salido, tuvo que ser atendido por un médico.

—¿Qué te dijo cuando terminó de curarte?

—Que me fuera a la estación. Que tomara el tren y que volviera a mi casa.

Mario siguió caminando. Se hubiera vuelto de haber sabido que le faltaban 50 kilómetros, más en aquella época donde no existía el Acceso Oeste y la ruta serpenteaba, sumando distancia. En Merlo paró a descansar y en La Reja ya tenía nuevas ampollas sobre la carne viva que le había quedado después de que le revantaran las ampollas anteriores.

—¿Qué te hacía seguir caminando?

—Para mí, en aquel momento, era un desafío conmigo mismo. Yo no podía saber a los 17 años que la Virgen ya me estaba empujando.

Llegar a la virgen de Luján

Ya es completamente de noche cuando llego al centro de Moreno. La plaza está colmada de peregrinos echados en el pasto, descalzos, con los talones apoyados sobre el cerco petiso que rodea el parquizado, esperando que la sangre que inflama pies y tobillos les baje un poco. Ahora sí, el agotamiento es fuerte. Y te detona.

El dolor ha crecido y te sube por las piernas, te exprime las rodillas, la cadera, la espalda. Se percibe claramente los dos tipos de gente que le dan vida a la noche del sábado en el centro del pueblo: los paseantes, que van con un conito de McDonald’s regalando tiempo entre los juegos y la calesita. Y los derrumbados. Algunos, ya, con el bastón caído sobre el pasto.

La trampa del descanso consiste en enfriarse. No podés seguir. Parás. Te sentís algo, pocamente recuperado. Pero entonces no podés volver. La zapatilla de la que sacaste el pie ahora no te lo recibe. El latigazo del músculo cansado cuando querés volver a la marcha hace que te cueste retomar. Y, lo dicho, Moreno es recién la mitad del camino.

La próxima estación es La Reja. Y después, Francisco Álvarez. Me habían dicho que siempre, siempre, hay un momento del camino a la casa de la Madre en el que uno debe pensar si está para seguir o no. Un punto de no retorno, una instancia de decisión.

Peregrinación a la virgen de Luján en Argentina.
Peregrinación a la virgen de Luján en Argentina.
Foto: La Nación.

En la Reja escucho a un loco dejando un audio sobre qué arquero debe traer Riquelme para reemplazar a Romero en Boca. Lo dice con la voz medio rota, pero se lo ve caminar con fuerza. Es Damián, el sujeto con el que nos dimos manija mutuamente. Si hubo una Virgen María para mí, y ella me lo mandó. Si hubo una Virgen María para él, y el enviado fui yo. Si no hay nada ni nadie al otro lado de la muerte. O si una Madre nos está esperando. Qué sé yo. Yo qué sé. Yo sé lo que vi. Lo que me pasó. Lo que puedo asegurar. Y lo que puedo asegurar es que Damián y yo nos ayudamos a caminar.

—¡Boludo… estamos en General Rodríguez!

No sé si lo dijo él o lo dije yo. Sé que vimos el cartel de la estación y supimos que el punto de no retorno ya había quedado atrás.

Cuando salimos de la carpa sanitaria, yo con mi bastón de caña, él dos veces vendado, lo que encontramos fue el momento crítico del dolor. Doce kilómetros no son ni muchos ni pocos kilómetros, todo depende cuánto hayas caminado antes.

Un pibe de 21 con una virgencita de yeso en la mano se nos unió. Ya conocía el futuro inmediato de la ruta y nos dijo: quedan dos puentes. Cuando pasemos el segundo, vamos a tener la Basílica a media hora.

Virgen de Luján en Argentina
Virgen de Luján en Argentina.
Foto: La Nación.

Llegamos al primero. Habíamos hecho cuatro kilómetros desde la carpa y ahora faltaban ocho. Ya no había ni puestos de choris ni estaciones de servicios ni camiones de AySA. No pudimos no volver a parar. Me senté sobre el guardarrail de la ruta. Damián se sentó conmigo.

No puedo más.

Me dijo. No sé por qué le respondí que sí, que podía. Sentados entre la basura, los dos mirábamos el asfalto porque no había otra cosa que mirar. Solo levantamos la vista un segundo, y fue en el segundo correcto, porque Damián y yo vimos, allá en el fondo del camino, donde el cielo coronaba la fuga, unos pocos fuegos artificiales que interrumpieron la oscuridad de la noche reventando de color en las alturas. Creí que lo había visto yo solo. Tal vez Damián creyó lo mismo. Hasta que nos miramos, ahí desechos, sentados todavía sobre el fierro oxidado de la banquina, y nos preguntamos: ¿los viste?

Si son señales o uno se las inventa. Tampoco era el momento de preguntárselo. Nos pusimos de pie y arrancamos. Entramos a Luján rengueando fuerte. Lo perdí a Damián al otro lado del segundo puente, el puente blanco, en la puerta de la ciudad. No nos pasamos el contacto, ni sé su apellido, ni creo que lo vuelva a ver en esta vida.

Sé que llegó. Lo sé porque a las siete de la mañana del domingo, después de caminar 63 kilómetros en 20 horas, yo también llegué.

FAMOSA

Con lágrimas en los ojos, la caminata de Pampita

Venía de unas semanas de dolor, esa clase de herida que en mujeres como Carolina Ardohain, Pampita, se multiplican porque son públicas y todo el mundo las comenta y la redes replican y las televisiones extienden. Una separación más, abrupta, decidida de un día para el otro, con toda la impronta de esa clase de rompimientos que ocurren con el hallazgo indeseado, puso a Pampita en el centro del comentario. ¿Y ella qué hizo? Lo que tanta Argentina hace cuando se hiere: caminar a Luján, ir a buscar el consuelo de la Madre.

La vimos caminar con anteojos negros, aceptando el saludo no siempre conveniente de los fanáticos que caminaban también y la descubrieron. Y la vimos llegar con lágrimas en los ojos a través de una foto que ella misma subió. La ausencia total de maquillaje, el llanto contenido y apenas, muy apenas, una media sonrisa. La suficiente como para seguir adelante.

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