Del mandarín a la filosofía
El auge económico y la política internacional cada vez más expansiva reaviva tensiones geopolíticas, causa crujidos internos pero también, en Uruguay, genera un interés inédito por su cultura.
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En este rincón oriental del mundo, el lazo con la lejana China se vuelve más sólido, anudándose a ese país al que ya estamos irremediablemente unidos y al que ahora, que se analiza dar un nuevo paso que afiance la relación, firmando un Tratado de Libre Comercio, se quiere entender: al fin, entender.
Las relaciones diplomáticas entre ambos países habían empezado tímidamente en el gobierno de Luis Batlle Berres (a mediados del siglo XX), después se interrumpieron ylas retomóJulio María Sanguinetti en 1988, cuando la nueva China empezaba a asomar. Aun así, el nutrido vínculo comercial que convirtió a China en el principal socio de Uruguay era hasta hace 20 años un escenario poco probable. Nadie imaginaba entonces que algunas escuelas públicas y colegios ofrecerían clases de chino mandarín, ni que los empresarios tomarían clases “de etiqueta” que les indicarían que las tarjetas personales siempre deben entregarse sujetándolas con las dos manos, mirando a los ojos y haciendo una leve reverencia. Menos predecible era el interés que se despertó en la actualidad por conocer la filosofía china, que es como decir aprender las raíces de cómo piensan y sienten.
Pero, ¿cómo aprende sobre China en un país donde no hay prácticamente chinos? Desmotivados por el escueto tamaño del mercado interno, la comunidad de inmigrantes se mantuvo históricamente por debajo de las 300 personas; insuficiente para generar siquiera un barrio que funcione como un punto neurálgico para difundir el intercambio cultural. Durante décadas, la enseñanza del viejo (nuevo) mundo era una actividad reducida a un cúmulo de intelectuales, jubilados curiosos o jóvenes amantes de las artes marciales. Y nada más. Pero, si hay algo que le sobra a los otros orientales es paciencia y Cheung-Koon Yim, el más uruguayo de todos los chinos, mantuvo la esperanza durante 66 años hasta que finalmente, mediante un convenio entre la Universidad de la República y la Universidad de Qingdao, se creó en 2018 el Instituto Confucio.
La primera de estas instituciones se inauguró en 1994 en Corea del Sur. Y 133 países después, llegó al nuestro. Funciona bajo la dirección de Yim, que inmigró desde Beijing en 1952 con su madre y sus tíos. Tenía 16 años. En Montevideo, se convirtió en arquitecto y enseñó en la facultad pública por más de cuatro décadas. A su vez, conoció más de 180 poblados del interior como técnico vinculado al Movimiento de Erradicación de la Vivienda Insalubre Rural (Mevir). Y todos estos años se esforzó por ser un cable a tierra de China en Uruguay. Él intermedió en la colocación del monumento de Confucio en el Parque Rodó, pero también preparó y acompañó a las autoridades, empresarios y estudiantes en sus primeros viajes al otro lado del mundo.
Lo cierto es que nunca hubo tantos uruguayos aprendiendo chino mandarín como en este momento. Se integró al programa de todas las universidades privadas, en las carreras de humanidades, comercio y relaciones internacionales. “Hay talleres de negociación y protocolo para saber cómo presentarse para construir una relación a largo plazo con China, porque el estudiante de hoy necesita entender cómo piensa un chino contemporáneo”, dice María Azpiroz, directora de Relaciones Internacionales de la ORT.
Lo enseñan en academias que solían estar asociadas al inglés y en otras que se crearon específicamente, como la Academia China Uy, que promueve el mensaje de que “aprender chino hoy es como haber aprendido inglés en 1980”. Desde 2015, formaron a más de 500 alumnos, estima Ismael Linares, su cofundador.
Pero para Yim “todavía es poco”. Por eso, con sus 85 años a cuestas, apronta nuevos convenios con ministerios e intendencias, y con la Administración Nacional de Educación Pública (ANEP), para llevar el idioma a los lugares más recónditos del país. En los 5 mil años de antigüedad de esta lengua “está la llave para desentrañar cómo piensa y cómo siente un chino”, dice Yim.
Pongamos el caso de la palabra “no”. Para expresar una negativa “hay mucho rodeo, mucha cortesía y eso se refleja en el lenguaje. Hay toda una expresión para decir ‘no’ en cada oportunidad”, explica Azpiroz. O, ¿cuántos saben que el número cuatro se evita porque fonéticamente se asemeja a la palabra muerte? “En los aviones no encontrás un asiento número 4, algunos edificios y hospitales no tienen cuarto piso”, cuenta Linares.
Pero hay grietas culturales más complejas y contradictoras. Ahondando en ese terreno está Carla Rosso, una filósofa que entre 2018 y 2020 cursó una maestría en Shangai y que por estos días dicta unos talleres de cultura y filosofía china con un inusitado éxito de público deseoso de entender la cabeza del país que está por “dominar” el mundo.
Entender la cabeza china.
Tenemos una imagen de qué es China, pero es un “súper país” con 23 provincias (incluyendo Taiwán), que habitan 1.411 millones de personas pertenecientes a 56 etnias distintas. Tenemos una imagen de qué es China, pero con una economía que crece 10% cada año y una conexión cada vez mayor con el mundo (salvo en la pausa que impuso el covid) sus ciudades atraviesan una modernización permanente. La nueva China es otra cosa. “Cada seis meses, cada tres, dos meses o uno, ya se notan cambios tremendos en la forma de vivir”, dice Yacong Wu, una joven de 28 años que en 2014 llegó a Uruguay en un intercambio para aprender español en la ORT y nunca más se marchó.
“Mi familia es del nordeste, estamos lejos del centro cosmopolita, pero recuerdo que cuando volví en 2015 de visita, mi abuela paterna me preguntó qué quería comer y ella usó una aplicación de delivery en su celular para pedir comida y yo no tenía ni idea de cómo hacerlo”, describe para ilustrar la velocidad con que se están dando los cambios en la forma de vida y en los hábitos de consumo. Linares, el profesor de mandarín, menciona que ha visto la modernización de barrios enteros, y la creación de un sistema de metro de un año para el otro.
Martín Zooby, que suele visitar fábricas en distintas provincias para controlar la calidad de la mercadería que compra la empresa para la que trabaja, cuenta que en poco meses notó una transformación del parque automotriz: de la predominancia de motos a autos, y ahora a vehículos eléctricos. “Es un crecimiento palpable y un mercado muy dinámico, con diferencia de pocos meses en una ciudad podés ver cómo van cambiando los negocios. Incluso se nota una mayor occidentalización, con la proliferación de cadenas de comida rápida y películas de Hollywood en la televisión”, señala.
Esta transformación acelerada tiene consecuencias sociales. Digámoslo así: un chino de 80 años creció con el cuento de un pasado glorioso que tocó fondo en las sucesivas invasiones extranjeras; quizá luchó en la guerra contra Japón; vivió el auge y caída del maoísmo, sufrió el brutal período de hambruna -que habría matado a unos 30 millones-; fue un joven en el pico de su edad productiva cuando en 1978 Deng Xiaoping inició la reforma económica, en alianza con Estados Unidos, y creó las zonas económicas especiales; fue testigo de cómo en los 2000 China ingresó a la Organización Mundial del Comercio y comenzó a criar a sus nietos bajo la era de Xi Jinping, con un país convertido en segunda potencia mundial y con una estrategia expansionista que actualizó La Ruta de la Seda y llegó a regiones como África y América Latina.
Así lo expone la filósofa Rosso: “¿Cómo valora ese abuelo los esfuerzos de su nieto, que nació en la sociedad de la abundancia? Esas visiones se enfrentan y son conflictivas”. Entonces: tenemos una imagen de qué es China, pero “entender su humanidad”, “su cabeza y sus sentimientos”, es mucho más complejo. Pero se puede.
“China tiene un legado milenario que está muy presente. El confucianismo tuvo una importancia muy grande porque la dinastía Han (año 206 A.C. hasta el 220 D.C.) convirtió a esta filosofía en la ideología oficial del Estado. Esto generó una difusión y un trabajo sobre sus principios que se enraizaron en la sociedad hasta el día de hoy”, explica la experta.
En sus clases (comienza un nuevo curso en la Universidad Católica el próximo 6 de setiembre), explica el origen milenario detrás de algunos rasgos de la cultura china que desde la mirada occidental se cuestionan e incluso preocupan ante el crecimiento de su poderío internacional.
Para empezar, el particular vínculo con las jerarquías políticas. Ignacio Bartesaghi, especialista en comercio internacional, integración económica y negocios, docente en la Universidad Católica, plantea que si bien hay varios países que están llevando a cabo “reformas importantes y cambios estructurales productivos” en sus economías, “no pueden ser comparados en la dimensión de China por el tamaño de su mercado y por la rapidez en que se han llevado esos cambios”. “La diferencia es que para poder llevarlos adelante de forma tan abrupta en tan poco tiempo, China tiene un mix de un sistema de gobierno muy particular donde puede tomar decisiones más rápido que otros y una población que las asume”, explica.
En definitiva, hay un elemento cultural detrás de la explicación del milagro. Al líder político Xi Jinping, los chinos lo llaman “el tío”. No es un apodo casual. El confucianismo pone énfasis en los vínculos de autoridad entre padre e hijo, pueblo y gobernantes. “Decimos que los chinos son súper jerárquicos, pero cuando vas a buscar el mensaje original, Confucio no es tan tajante. No dice que solo hay que obedecer, sino que uno le debe respeto pero no por el cargo, si no a la persona que hace honor a ese rol. El pueblo le debe respeto al gobernante que cumple su rol y el pueblo tiene obligación de quitar al que no lo hace,” explica la filósofa.
Según Rosso, para los chinos el gobierno “es el organismo que debería habilitar las buenas condiciones de vida; tiene obligaciones marcadas y delimitadas de lo que debe hacer; es el guardián del bien común. Pero existe una cláusula de ida y vuelta”. Esto a su vez hay que matizarlo entre distintas influencias filosóficas que conviven, y con la actualización de los conflictos que trae el apogeo del socialismo de mercado con la apertura al mundo.
“Las generaciones jóvenes miran a occidente. En 2008, hubo un movimiento de jóvenes muy enojados, que generaron un revival del nacionalismo, mientras que otros admiran mucho a occidente”, plantea la especialista.
El papel de Uruguay.
La primera vez que Gabriel Rozman visitó China, en 1977, vio una multitud de personas vestidas como Mao Zedong. “Nunca creí que China iba a llegar dónde llegó. Ese año vi una inmensa pobreza, tenían problemas enormes solamente para alimentar a su gente”, recuerda el presidente de la Cámara de Comercio entre Uruguay y China. Por aquella época, nuestro país le exportaba lana; luego, se sumó el cuero para tapizar los autos de lujo que algunos chinos empezaban a adquirir.
Qué hay detrás del resurgir del conflicto por taiwán
“Me parece que Estados Unidos está sobrereaccionando, y eso tiene que ver con un temor creciente hacia una China que progresivamente tiene más intervención en el mundo, jugando un rol de potencia y compitiéndole en tecnología, innovación y desarrollo, también en lo militar; en definitiva, compite por el liderazgo del mundo”, opina Ignacio Bartesaghi. ¿Por qué ahora? “La guerra en Ucrania le permite a Estados Unidos dar una sensación de fortaleza y recuperar espacio”, agrega. Además, el experto cree que otro componente es la política interna estadounidense, “una de las pocas cosas en que hay consenso interno hoy es que todo lo que les pasa tiene que ver con China”.
Sin embargo, una vez que absorbió los conocimientos tecnológicos y productivos de las fábricas extranjeras que alojó en su territorio, China puso en marcha una nueva fase en su apertura económica que implicó el ingresó en 2001 a la Organización Mundial de Comercio. Después, desplegó un catálogo de instituciones para proveer de crédito y financiamiento al resto del mundo, en paralelo pero no conflictuando con las tradicionales occidentales, las que también integra. “Así se da la explosión de una China que se relaciona comercialmente con todo el mundo”, dice Bartesaghi.
La filósofa Rosso explica que la expansión “en armonía” a pesar de las diferencias de cada uno, también es un principio promovido por Confucio. ¿Qué propósito le impregnó este pensador 2.500 años atrás? “Lo lejano me importa y tengo la obligación de tener un vínculo cordial y de mutuo beneficio con el resto del mundo. Es la idea de que hacer negocios con el extranjero es en busca de mutuos beneficios. Ahora, evidentemente se dan distintos juegos de intereses. Que tu principal comprador sea una potencia mundial sin duda genera una negociación en desigualdad de condiciones”, plantea.
A partir de 2012, empieza un cambio en la política exterior de China. “Si en el período político anterior primaba más la timidez, con un enfoque más interno, con Xi Jinping comienza una era de liderazgo: cambia el carácter de China en el mundo internacional”, dice María Eugenia Pereira, directora de la licenciatura en Negocios Internacionales e Integración de la Universidad Católica.
Mientras Estados Unidos se concentra en la lucha contra el terrorismo y su relación con América Latina hace foco en políticas migratorias —“llevando adelante una política cambiante y más bien ausente”, opina Bartesaghi— y con una tenue presencia europea en la región, China gana terreno incorporando primero a África y luego a América Latina en la nueva ruta de la seda. “Lo hace porque acá hay recursos y además son regiones que necesitan apoyos financieros, desarrollos en infraestructura y proveeduría de tecnología, que ellos tienen. Ellos necesitan nuestros recursos para alimentar a su población y tienen la cantidad de capital para moverse y hacerlo rápido, con una flexibilidad que no tienen Estados Unidos y Europa para adaptar velozmente su modelo a las características de cada país”, dice Bartesaghi.
Pronto, adquiriendo materia prima y alimentos, China pasó a ocupar el primer, segundo y tercer puesto como socio comercial de América del Sur. “¿Cómo participa la región en su estrategia de expansión internacional? Firman un memorándum de entendimiento, que no es un acuerdo vinculante, vos lo usás como querés; es una forma de China de decirte que además de ser tu socio comercial, quiere profundizar en las alianzas políticas y culturales”, explica Pereira.
Tras la asociación estratégica convenida en 2016, Uruguay firmó ese memorándum en 2018, con quien ya era su principal mercado comercial. Entre varios y diversos apoyos, se abrió el Instituto Confucio. Mientras tanto, cientos de uruguayos recibieron becas del gobierno chino para estudiar en sus universidades, y cientos de chinos conocieron Uruguay, porque el intercambio académico también es una decisión política de China para desplegar su cultura y tal vez así, pacientemente, poner paño fríos a las críticas, mitos y prejuicios que despierta.
Lucía Fajardo ató su vida a China desde que en la adolescencia leyó un artículo periodístico que anunciaba que el chino mandarín sería el idioma del futuro. Tres veces viajó por estudios. Acá, se convirtió en la discípula de Yim, que la eligió para ser la primera uruguaya en dar clases en el instituto.
En ese lapso de tiempo, Fajardo asesoró a distintos empresarios con intereses en China; les advirtió que no vistan de blanco en las reuniones porque es el color del luto, que no obsequien relojes porque simbolizan el tiempo de vida que les queda, ni cuchillos porque se toma como un presagio de que esa relación tendrá un final. Ahora, especializada en relaciones internacionales, es representante de ventas y marketing de una fábrica de maderas. A diario, maneja las redes sociales de la firma en China.
Dice: “Tienen otra línea de pensamiento para entender las cosas y hay que estar dispuesto a entenderlos. Hay que ir paso a paso, porque es un país que convive con una dualidad entre la política internacional que lleva y una parte cortés, muy importante en la sociedad”.
TLC: “es una muestra Para que se sumen otros”
El monumento a Confucio que está en el Parque Rodó desde mediados de 1980 fue en realidad un obsequio de Taiwán, cuenta Cheung - Koon Yim, el director del Instituto Confucio de la Universidad de la República. La escultura quedó allí, con un mensaje de armonía entre naciones, y promoviendo el acceso universal a la educación, a pesar de que en 1988 Uruguay cambió de signo y estrechó su relación con China.
Ahora, el gobierno de Luis Lacalle Pou, con el estudio de factibilidad del Tratado de Libre Comercio (TLC) con China listo, deberá decidir si avanza en las negociaciones formales. ¿Por qué le interesa al gigante esta alianza? “Hay muchas razones. Creo que los chinos quisieran tener una influencia mayor de la que tienen en América Latina, como la que hoy tienen en varios lugares de Asia. A China le interesa sobre todo por países grandes como Argentina, Brasil y México. Según lo veo yo, ellos en realidad quieren hacer un buen tratado con Uruguay para fomentar a otros países a que también se unan: como una muestra de que se puede hacer buenos negocios con ellos”, opina Gabriel Rozman, presidente de la Cámara de Comercio entre China y Uruguay.
Pero esta alianza se da en un momento de tensión en la geopolítica entre Estados Unidos y China, con Taiwán como escenario principal. No hay que olvidar, en este sentido, que Paraguay reconoce a Taiwán, y esto también influye en el interés de China en la firma del TLC.
¿Puede esta decisión perjudicar la relación con Estados Unidos y Europa? “No podemos caer en el error de elegir entre uno y otro. Estados Unidos y Europa harán presión para que no ocurra pero ellos no están dando nada a cambio, porque la posibilidad de avanzar en un TLC con Estados Unidos hoy no está, y todavía discutimos qué se va a hacer con el acuerdo cerrado entre el Mercosur y la Unión Europea. Uruguay no puede no reaccionar al pedido de China. Obvio que la decisión es más difícil tomarla en este contexto, pero hay que tomarla porque China va a seguir siendo un socio clave y es mejor tener reglas que regulen esta relación, a no tenerlas con el que va a seguir siendo tu principal socio comercial”, dice Ignacio Bartesaghi, experto en relaciones y comercio internacional.
En China, lo tradicional en contraposición a lo moderno siempre estuvo en pugna. Lo advierte Rosso a sus alumnos: “Es una lucha neurálgica que recorre desde el pensamiento filosófico hasta el estilo de vida: es el hilo sobre el que giran las principales tensiones”.
Zooby, el uruguayo que ha recorrido distintas fábricas en China, cuenta que es común que los trabajadores hagan jornadas de 12 horas —a pesar de que en 2008 se modernizó la normativa laboral—, pasen la noche en la fábrica e incluso duerman allí el fin de semana debido a las largas distancias. “Los niños terminan siendo criados por sus abuelos, que les transmiten una visión conservadora”, apunta.
Pero esa visión cruje cuando crecen, porque esos niños son lo que ahora están conociendo el extranjero y están en contacto con la cultura occidental. Yacong Wu, la joven que llegó a Uruguay para aprender español y no se fue más, dice que su decisión de quedarse tuvo que ver “mitad por mi novio que está aquí” y “mitad porque conseguí un trabajo (en una naviera) y me gustó mucho cómo trabajan los uruguayos”. Le da paz, dice.
“En China, el trabajo va primero. Pensamos mucho en el pasado, cuando la gente sufría por hambre, entonces tenemos que trabajar para ahorrar. Pensamos en ahorrar para el futuro. Para tener auto, tener casa y una vejez tranquila”. Los jóvenes que conocen occidente ya no quieren lo mismo. “Cada vez son más los que en China van al Ministerio de Trabajo a hacer valer sus derechos y usan herramientas para mejorar la vida laboral, para que todo sea más justo”, señala.
Cuenta que su generación en China se dio cuenta de que “vida hay una sola” y que “hay que disfrutar el presente”; “empezamos a sacar esa cultura de que tiene que trabajar antes que nada”.
Yacong Wu es hija única y tiene a sus padres en China, que pronto van a necesitarla, por eso está haciendo un trabajo paciente para convencerlos de que por primera vez salgan de su súper país, vengan a conocer Uruguay y se queden a vivir con ella, en este extraño rincón oriental del mundo que ella eligió para echar nuevas raíces.
Prepararse para venderle a china: todo en mandarín
El empresario Fernando Pache tomó un factor clave de la idiosincracia china y se proyecta a futuro. Desde 2005 visita el país, estudiando la relación de los chinos con el chocolate. Pero los chinos asocian el sabor de un postre con el de la fruta; no les gusta demasiado el dulce ni digieren del todo bien la lactosa. Por eso, a lo largo de los años, y atento a los cambios en el paladar que trajo la apertura a occidente, Pache calibró la composición ideal que deberá tener el cacao que prevé exportar a China. Por ahora su producción alcanza para sus clientes de la región y de África, pero proyecta que con Tratado de Libre Comercio o sin él, en pocos años se abrirá esa puerta y se prepara para eso. Ya tradujo la página web al chino mandarín, y también su catálogo.