Cualquiera que alguna vez haya sentido la adictiva fascinación que puede ejercer un Pac Man, Tetris, Mortal Kombat o un flipper sabe dónde está Baltimore, la última sala de entretenimientos electrónicos y -cada vez menos- mecánicos que aún sigue abierta en el centro de Montevideo.
Hoy, la sala de 18 y Cuareim es casi una reliquia de otros tiempos, cuando las "maquinitas" representaban lo más avanzado en tecnología de entretenimiento. En la ficha que se compraba en el mostrador cabía no solo la posibilidad de demostrar a otros, y a sí mismo, la habilidad para el juego. Ese pedazo de metal barato y chato también significaba unos minutos de deslumbramiento ante los últimos avances en animación y posibilidades informáticas, un festín visual y auditivo a partir de personajes como Mario, Ms. Pac o Ken, el karateca rubio de Street Fighter. Para el tradicionalista estaban los flippers, que por más rampas y pantallas de video que incorporaran seguían siendo un desafío entre el jugador, una bola de metal y dos brazos mecánicos.
Los que todavía hoy siguen entrando a Baltimore lo hacen por otras razones. "La sala sobrevive gracias al cadete o el mensajero que tiene unos minutos libres entre un mandado y otro en el Centro y se juega una ficha", dice Juan Carlos Ruzzi, propietario de Play Time, la empresa dueña de las máquinas que alquila el local. Ruzzi agrega que Baltimore sigue abierta por nostalgia: "Como hace 30 años que estamos ahí, ya tenemos una relación bastante cercana con el propietario del local. Pero cuando nos suban el alquiler, ya no va a ser negocio. De todas formas, creo que nos quedan unos años más".
La ubicación de los juegos en la sala da una idea de cuáles son los más nuevos y cuáles están cada vez más cerca del depósito. Adelante, los simuladores. Al fondo, los cada vez más viejos y escasos flippers ("Antes, una empresa podía sacar hasta 12 modelos de flippers por año. Ahora, si sacan tres, es mucho", explica Ruzzi).
En el medio entre esos polos están los clásicos como el Street Fighter, el Tekken o los de fútbol y otros deportes. La última incorporación de la sala es un simulador de combate militar, con dos ametralladoras de plástico negro que no llegan a meter miedo, pero impresionan. Se puede jugar individualmente, pero siempre es más divertido compartir y dividirse la pantalla: "Vos le das a los de tu lado y yo a los del mío", es una frase que ni siquiera necesita ser dicha entre los jugadores más experimentados.
Los personajes de Baltimore se tornan familiares al poco tiempo: el oficinista que de camisa y corbata mide la capacidad ofensiva de su equipo de fútbol contra los que la computadora le pone en frente. El nostálgico que vuelve al Tetris como quien desea reencontrarse con el primer amor. El "plancha" que va juntando de a un peso de otros jugadores (que a menudo se desprenden de una moneda con tal de que no los molesten) para llegar a los diez que necesita actualmente para la ficha. El grupo de coreanos que bajó del barco y recorre la noche del Centro. El experto que puede jugar hasta media hora con una ficha, y al que le gusta tener público que aprecie su destreza. Y el veterano que todavía se acuerda por cuál rampa hay que hacer correr la bola cinco veces para sacar una extra en el flipper.
Aunque presenten rasgos disímiles, casi todos los habitués de Baltimore están más cerca de las canas que del acné. "Entiendo a los padres que no dejan que sus hijos vengan a jugar. Yo tampoco dejaría que mi hijo ande caminando solo o con sus amigos por Plaza Cagancha de noche, con la inseguridad que hay", dice Ruzzi, que sabe que los más pequeños juegan en las maquinitas de Play Time en los shoppings. Los nostalgiosos de la tecnología que ayer era vanguardia y hoy es vetusta, depositan sus esperanzas en que la relación de amistad entre el propietario del local y Ruzzi continúe. De lo contrario, tendrán que asumir definitivamente el "game over".