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Obras de arte millonarias: los miles de tesoros impensados que se subastan en Uruguay

En los depósitos de las casas de remates se estudian piezas únicas, cuyo valor supera los cientos de miles de dólares. En este mercado conviven artistas nacionales y extranjeros.

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Sanguina de Francisco de Goya.
Sanguina de Francisco de Goya.
Foto: Leo Mainé.

Aunque a los coleccionistas, a las personas que tasan y las que subastan obras de arte pueda parecerles un gesto pueril, toco con mi dedo índice el papel donde el pintor español Francisco de Goya entre fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX dibujó a un toro que parece un remolino de fuego, retorcido en un ardor metálico —fatal— al ser alcanzado por el arma de un picador. Me arriesgo y deslizo el dedo un par de centímetros por la hoja áspera pero sin llegar a los trazos colorados del lápiz que usó Goya. Esa es mi frontera y si la cruzo es probable que el rematador Sebastián Zorrilla me detenga y entonces podría quedarme sin palpar la hermosa escultura de Salvador Dalí titulada “Visión de un ángel” o pegar la nariz al vidrio que me separa de una pintura de Diego Rivera, un hallazgo rarísimo en nuestro país según dice el experto.

Zorrilla espera subastar —el próximo viernes 14 de junio— la pintura “Jíbara con gallos” en 60.000 o 70.000 dólares. La obra de Dalí entre 10.000 y 20.000 dólares. Y a cada una de las tres “sanguinas” de Goya —así se llama la técnica usada en estos bocetos que luego el pintor desarrollaba sobre otros materiales— en 30.000, 40.000 o 50.000 dólares.

—El mercado lo va a decidir -dice confiado.

Intuye que si la puja se mantiene en estas cifras es posible que al menos alguna de estas piezas permanezca en Uruguay, integrando el acervo de algún representante de un aguerrido coleccionismo local que al parecer sigue tan vivo y entusiasta como siempre. Y que incluso se renueva, opina Luis Ignacio Gomensoro, sexta generación de rematadores a cargo de la firma TazArt.

Un par de meses atrás, coleccionistas treintañeros compitieron con otros añosos en una subasta ecléctica donde Gomensoro vendió obras de los uruguayos Pedro Figari, Rafael Barradas, José Pedro Costigliolo, José Gurvich, Julio Uruguay Alpuy, Carlos Páez Vilaró, Enrique Castells Capurro, Walter Deliotti e Ignacio Iturria, siendo la obra más cotizada la de Alfredo Zorrilla de San Martín, que se adquirió por unos 30.000 dólares.

Pero el verdadero hito del coleccionismo charrúa sucedió un año atrás en Inglaterra, cuando la casa de subastas Toovey’s vendió la pintura “Gaucho en el campo” de Juan Manuel Blanes por 1.300.000 dólares. El rematador Juan Castells acompañó a uno de sus clientes en esta “aventura”, el uruguayo anónimo que finalmente se quedó con la obra.

—Yo fui de soporte psicológico —dice un poco en chiste y un poco en serio, porque el monto final terminó excediendo el previsto tras una puja “estresante”.

No era la primera vez que viajaba con un cliente en busca de -digámosles- tesoros, pero esta se convirtió en “la repatriación artística más importante de los últimos 50 años”.

—Muchos coleccionistas uruguayos se lo toman en serio. Muchos viajan por obras nacionales, básicamente. Otros viajan para comprar obras internacionales —agrega.

Que en el futuro posiblemente terminen en una subasta local. Alimentando así una cantera interminable de obras de arte que se venden y se compran de a miles por año en nuestro país, moviendo algo así como 4.000.000 de dólares. Obras que se descubren en casas e instituciones, que se exponen y se subastan por valores altísimos, que en muchos casos van a parar al exterior, o regresan, protagonizando un viaje de ida y vuelta, agregando un eslabón más a las historias maravillosas que explicarían cómo en Uruguay una vez alguien tuvo un cuadro importante de Vincent van Gogh o de Pierre-Auguste Renoir o de Pablo Picasso o una escultura de Auguste Rodin, o que no resulte sorprendente que el rematador Héctor “Pepe” Bavastro comience la conversación para este informe diciendo, a la ligera:

—Hoy me consultaron por una obra de Goya.

Otra más.

Dinero y buen gusto.

Uno tiene la idea de que los inmigrantes europeos que vinieron en la primera mitad del siglo XX a empezar una nueva vida en estas tierras eran pobres, pero muchos llegaban con riquezas, como cuadros y esculturas valiosísimas.

—Y además, muchas grandes familias cuando se establecían y les empezaba a ir bien volvían a su país y se traían más obras de su tierra y de países vecinos —cuenta Castells.

En las décadas de 1910, 1920, 1930 y en las de 1940 y 1950, fundamentalmente mientras Europa fue una zona de guerras, las familias adineradas viajaban al continente y volvían con un ajuar entero, containers cargados de joyas, muebles y objetos finos, tapices y cuadros. Compraban obras de calidad, en países como España, Francia e Italia. Se traían por ejemplo una obra como “Cabeza de predicador”, de Edgar Degas, que en 2016 Castells subastó por 187.000 dólares.

"Gaucho en el campo" de Juan Manuel Blanes.
"Gaucho en el campo" de Juan Manuel Blanes.
Foto: Archivo El País.

Se combinaba un buen poder adquisitivo con un buen nivel cultural que derivó en que nuestro país ostentara —todavía lo hace— un prodigioso nivel de arte que lo distingue en América Latina. En cantidad y en calidad de pintores, de obras y de coleccionistas también.

—El poder adquisitivo sigue existiendo, lo que pasa es que lo que cambió fueron los gustos. Vos en el ‘30, en el ‘40, en el ‘50, ibas a Europa y comprabas arte y lo traías para tu casa para alhajarla y hoy no lo hacés porque los gustos son completamente distintos —dice Bavastro.

“En todas las casas (de clase media alta) había cosas buenas”, continúa el rematador, pero la falta de interés de algunos herederos empuja a algunos propietarios a vender sus obras en vida (y que no lleguen a las subastas en forma de sucesión, que suele ser lo más usual).

—“Bavastro, mis hijos no quieren nada, no quieren quedarse con lo que vieron en su casa toda la vida”, esto lo escucho el 90% de las veces que me llaman —dice.

Pero esa fibra de conversadores de la que tantas veces nos lamentamos, a los uruguayos también nos juega una buena pasada.

—Recuerdo a una señora que iba a vender su casa porque tenía una deuda, fuimos a ver lo que tenía para subastar y le dijimos que no era necesario vender la casa, que vendiendo el cuadro que tenía colgado en el living iba a solucionar su problema. Y así fue —cuenta Castells.

Juan Castells junto a una obra de Pedro Figari.
Juan Castells junto a una obra de Pedro Figari.
Foto: Leo Mainé.

Era una obra del pintor español Enrique Martínez Cubells (1874-1947), un artista del que fueron apareciendo muchas piezas en el país. Una explicación posible es que en los períodos de guerra les era difícil vender a los artistas en Europa y algunos viajaban a las ricas capitales de Sudamérica a hacer exposiciones. “Muchas veces vendían todas las obras en la inauguración, y en un momento había muchas exposiciones acá. Los artistas traían lo mejor que tenían porque sabían que acá lo vendían inmediatamente”, dice Castells.

Así quedaron piezas de artistas muy renombrados, “de primera línea”, y de alguno con menos marketing en esta parte del mundo pero que cotiza muy bien en el extranjero.

Fue el caso del “Tríptico de la Piedad, san Juan y santa María Magdalena” pintado hacia 1570 por el pintor español Luis de Morales “El Divino”, que congregó a unas 400 personas en su remate en 1997, en TazArt, y provocó un puja entre un museo de California, otro de Nueva York y el Museo del Prado de Madrid, ganando este la pulseada con una oferta de 400.000 dólares. Otro ejemplo es el de “Pequeñas vecinas”, el cuadro de Étienne Dinet que Castells vendió en 2009 por unos 410.000 dólares, marcando un récord en la pintura extranjera.

Luis Ignacio Gomensoso junto al Proyecto para el mural Del Sol del St. Bois.
Luis Ignacio Gomensoso junto al Proyecto para el mural Del Sol del St. Bois.

Argentinos, brasileños y estadounidenses son los principales compradores de las piezas llamativas que surgen de las casas uruguayas. Se ha perdido, eso sí, el cliente particular y el revendedor que en otros tiempos venía desde Europa a comprar pintura extranjera de comienzos de 1900, porque bajó su demanda y se redujeron los precios en todo el mundo, explican los expertos. Más provechoso es adquirirlos en su tierra, que cruzar el océano en su búsqueda.

—Hace 30 años la gente se moría por el arte español, un Eduardo León Garrido (1856-1949) se subastaba por 10.000 o 25.000 dólares y hoy no valen más de 2.000 o 3.000 dólares —dice Castells.

Lejos quedó el furor de las escenas galantes y los retratos de damas en situaciones costumbristas, vistiendo ropajes del estilo Belle Époque.

A pesar de que mucho de lo bueno que había en Uruguay ya se “fue para afuera”, que el arte geométrico, moderno, esté en boga abrió un nuevo escenario. Ahora le llegó la hora de brillar a varios artistas nacionales contemporáneos. Un María Freire pasó de valer 2.000 o 3.000 dólares a 50.000 o 60.000 dólares. “Es el mundo que cambia, no las obras”, ya lo decía Castells. Y este mundo valida que “Pintura concreta” se haya subastado en 2016 por 125.0000 dólares. Sus obras están el MoMA y en el Museo Reina Sofía.

Sebastián Zorrilla junto a la pintura Jibara con gallos de Diego Rivera.
Sebastián Zorrilla junto a la pintura Jibara con gallos de Diego Rivera.
Foto: Leo Mainé.

Freire vivió hasta los 98 años. Murió hace poco, en 2015. Afortunadamente llegó a disfrutar parte del éxito, pero no fue el caso de su marido, Costigliolo, que falleció sin imaginar que un tiempo después su obra se volvería carísima; que una pintura como “Composición” valdría 92.000 dólares. Ni que el Malba, el museo de arte moderno más importante de Argentina, iría tras sus creaciones. Ni que el escultor Pablo Atchugarry, el último milagro del arte uruguayo, cuya obra se cotiza en 1.000 dólares o más por cada centímetro, coleccionaría sus piezas con inmensa pasión.

Que sea auténtico.

Un año pasaron los tres bocetos de Goya —o sanguinas— en la caja fuerte de Zorrilla Subastas.

—Yo fui bastante escéptico, quería realmente estudiarlos a fondo —dice Sebastián, su director.

Quería confirmar la provenance, el origen. Finalmente, un escribano certificó la autenticidad de la firma de Eduardo Llosent y Marañón, exdirector del Museo Nacional de Arte Moderno de Madrid a fines de la década de 1930, poseedor de 23 bocetos de Goya, que le vendió las obras a Julio Casas Araújo, antiguo embajador de Uruguay en España, fallecido en 1984, legando las piezas a sus sobrinos, que golpearon la puerta de Zorrilla, quien a su vez envió fotografías a un experto en Goya radicado en España, que le habría dado el visto bueno.

Alma blanca de Pablo Atchugarry.
Alma blanca de Pablo Atchugarry.

Reconstruir la trazabilidad de una pieza mayor puede llevar meses y terminar de forma inconclusa —en ese caso podría subastarse bajo la advertencia de ser una obra “atribuida a”— o puede ser una tarea simple.

Del van Gogh, por ejemplo, se sabe que perteneció al pintor Milo Beretta, quien lo recibió en 1894 como un obsequio de su amigo, el escultor italiano Medardo Rosso, quien a su vez lo había obtenido por parte del marchand al que el pintor holandés le dejó su obra tras suicidarse. Rosso había elogiado estas pinturas y como estaba en contacto con coleccionistas millonarios, el marchand le dejó elegir una y le encomendó que si a alguno de sus contactos le interesaba, les dijera que tenía otras 300 más para venderles. Rosso lució la obra en su taller, pero le generó tantas discusiones acaloradas defender la genialidad de su autor que finalmente la quitó y la guardó detrás de un armario. Hasta que terminó en manos del uruguayo. El óleo “La diligencia de Tarascón”, pintada por van Gogh en 1888, se lució por mucho tiempo en el taller de Beretta en el barrio el Prado, sobre la calle Lugano: una joya a la vista de cualquier montevideano curioso.

En su oficina, entre decenas de pinturas y libros de arte, Castells asegura que le alcanza con ver la espalda de un cuadro para saber quién lo pintó: reconoce al autor por el marco, por la tela del cuadro; lo identifica por la forma en que está colocado el óleo.

—La firma es lo de menos —se jacta.

Es un don que adquirió por pasar 30 años entre miles de obras de arte.

—Vení, para que entiendas la dimensión de lo que es el mercado del arte en Uruguay —dice mientras invita a un recorrido por los depósitos de la empresa.

Por año vende más de 6.000 obras, dice. Las que esperan su turno están en distintas habitaciones, amplísimas, en estanterías desde el techo hasta el piso.

—Todavía no viste nada.

Y en la caja fuerte están los mejores, los artículos más valiosos de su harem pictórico. Hasta ahí no accedemos.

—¿Ta? -dice al finalizar el recorrido- ¿Qué querés? ¿Qué artista querés? Decime, que te lo muestro.

Este rematador subastó la sucesión de artistas como Freire, Costigliolo, la de José Cuneo —“Luna y enramada”, vendido a 150.000—, la de Miguel Ángel Pareja —“Abstracción mural” a 60.000 dólares— y comercializó miles de obras del Taller Torres García —“Constructivo” se subastó a 370.000 en 2015, mientras que “Kibutz” de Gurvich se vendió a 141.000 el mismo año—.

Subastar la sucesión de un artista implica que, además de estudiar sus obras, se trabaja con sus apuntes, con sus bocetos, con sus pertenencias. Se vuelve un vínculo de familiaridad, el escudo perfecto contra las falsificaciones de las que, se dice, Pedro Figari es una de las víctimas recurrentes.

Serigrafía de Andy Warhol.
Serigrafía de Andy Warhol.

En otro depósito de Castells, hay altísimas filas de cajas apiladas. Les dicen “el stock” —que se abre, se cataloga, se remata— pero son “casas enteras”, reducidas a unas paredes de cartón, cajas apretadas con objetos a punto de escaparse, deseosos de salir en busca de una vida nueva.

Un Figari, un Petrona Viera, una docena de Gurvich y unas obras de Andy Warhol serán las estrellas de las subastas que se vienen. Las serigrafías del maestro pop pertenecieron a un brasileño que murió y le dejó las piezas a su amigo uruguayo. Tal vez acá, que son únicas, se consiga un mejor precio que en Estados Unidos, donde abundan, razonó el vendedor. Estados Unidos, donde nadie celebra una venta de 1.300.000 dólares como nosotros por el Blanes recuperado, porque allá una subasta importante, de las que se hacen cada semana, no baja de vender 60.000.000 a 80.000.000 de dólares.

Escultura Visión de un ángel, de Salvador Dalí.
Escultura Visión de un ángel, de Salvador Dalí.
Foto: Leo Mainé.

Mientras tanto acá, en esta bóveda de tesoros impensados que es el Uruguay, tal vez haya un oriental que el próximo viernes se quede con un Goya, un Dalí o un Diego Rivera y le dé refugio en su hogar, conviviendo al menos por una estadía.

Habrá que ver, depende del precio, porque como dice Bavastro, los remates son imprevisibles:

—El problema es ese, el remate es muy imprevisible. Porque después de todo, lo que ahí sucede no es otra cosa que el capricho de dos personas.

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