Fernán R. Cisnero
Donde algunos ven exclusivamente motivos de festejo, otros ven excusas para aprender. Después del triunfo de Uruguay en la Copa América, la secretaria ejecutiva y vocera oficial de la Unión de Exportadores, Teresa Aishemberg, hizo pintar la sala de reuniones de celeste y blanco, convocó al personal ejecutivo, se pasó un video de los mejores momentos uruguayos en el torneo y se abrió un debate sobre cuál era el secreto del éxito celeste. "Esto hay que internalizarlo ya hacia adentro", dijo Aishemberg a su equipo. Desde otros sectores también tomaron en cuenta las ventajas de ese modelo.
Hasta el presidente de la República, José Mujica, anunció en un reportaje reciente de La Tele que ahora había una prueba, una demostración, de cómo se podían hacer las cosas. Y eso que el estilo de gestión de Mujica parece muchas veces estar cómodo en el polo opuesto que el de Oscar Washington Tabárez, aunque, de alguna manera, ambos interpelan aspectos similares de lo uruguayo.
La mística de la selección celeste está estrechamente ligada a la presencia de "el maestro" Tabárez, un entrenador tradicional, un comunicador parco pero, por lo visto, un gestor eficaz. Tomó una selección recelada por los hinchas y con el estigma de haber dejado pisotear la gloria futbolística uruguaya -el mito fundacional sobre el que basábamos buena parte de nuestro amor propio- y la convirtió en el motor de una nueva autoconfianza.
Tal aprobación política, empresarial y popular hacen pensar que desde la parcialidad se saluda una gesta -y una de las más antiguas: el triunfo deportivo- pero también una gestión. Se trata de un deporte colectivo pero se sabe que la suma de individualidades excepcionales no es ninguna garantía de éxito sino se tiene un "liderazgo positivo", un término que debe provenir de esa ciencia moderna que es el management, pero que acá sirve para aclarar el punto. Y es ahí donde entra el celebrado modelo Tabárez.
En el sitio web de la Asociación Uruguaya de Fútbol se ve -en lo que quizás sea una tarjeta navideña empresarial- un campo de juego con la oncena titular de la nueva ética del fútbol uruguayo. Así, si se arranca desde la tribuna Amsterdam, al arco va "empeño"; hay una línea de tres con "cooperación", "honestidad", "lealtad"; en el mediocampo están "solidaridad", "participación", "educación" y "disciplina", y al ataque van "garra", "concentración" y "respeto". Ahí, en un diseño precario, están resumidos los ingredientes principales a los que apelaría Tabárez en su exitoso y celebrado manejo de la selección uruguaya. "La recompensa es el camino", también dijo el entrenador, quien a un democrático espíritu de equipo, en el que por ejemplo algunos no se tutean.
Aunque parezca un decálogo que apela a los instintos más ramplones del new age, no por eso deja de ser revelador. Ni desconcertante. Parecería que la solución a algunos de nuestros problemas (y quién duda que la derrota crónica del fútbol uruguayo fue una larga penuria nacional) estaba en algunas de las cosas que nos vanagloriábamos de tener pero, por lo visto, no nos preocupábamos por ejercer.
Tabárez, así, es visto por los uruguayos como una marca innovadora, como una puerta hacia una modernidad nacional de primer mundo. Pero por otro lado tiene en su porte algo de los viejos tiempos. Es que no hay nada más uruguayo que el modelo Tabárez: podría ser una versión actualizada (y preparada) de Juan López, el autodidacta entrenador de la selección de 1950. O como dijo en una nota de The Guardian, su comentarista deportivo, Jonathan Wilson (a quien entrevistamos al cierre de este especial), un técnico con el aspecto de un teniente de jefatura de serie estadounidense de la década de 1970. La definición es apropiada porque el estilo Tabárez, con ese perramus y esa apelación al sacrificio colectivo tiene algo "en blanco y negro".
A ese modelo se opone el de esa pareja moderna que forman la improvisación y la desmesura. Los excesos violentos producto de la impaciencia que generó una celebración oficial mal planeada en la madrugada de la llegada de la selección campeona, fue una prueba dolorosa de que aún vitoreamos lo que no parecemos capaces de ser. Hay ejemplos diarios de cómo hacemos exactamente lo contrario.
Esa inquietud fue la que movilizó a hacer este número especial sobre ese exitoso "método Tabárez". Se trata de saber si ese "mundo ideal" (en el que con trabajo, planificación, ahínco, humildad y todas las virtudes disponibles, se cosechan éxitos) se puede trasladar al "mundo real" de nuestras idiosincracias. De si lo que se ensayó con la "celeste" se está aplicando o se puede aplicar en la política, la sociedad y en la gestión pública y privada. Y por qué no en la educación (lo demandan varios de los entrevistados) y la inseguridad, dos rubros que necesitan urgente un nuevo modelo de gestión. No tiene que ser este, está claro que después de todo estamos hablando de fútbol y está basado en el exitismo más que en la razón.
Preferimos, como ya lo hemos hecho en otras ediciones especiales, trasladar la pregunta a algunos de los que toman las decisiones importantes que habría que tomar para hacer mejor las cosas. Políticos, funcionarios, sindicalistas, artistas y deportistas, responden en las siguientes páginas a una cuestión básica: ¿qué lecciones se pueden aprender de la manera de gestionar de Washington Tabárez? También lo responde, en una entrevista exclusiva, el capitán Diego Lugano. Todos los entrevistados tienen una apreciación positiva de la gestión, aunque algunos dan sus matices.
"El fútbol es una buena excusa para tratar de tener una incidencia social", escribió Tabárez en Qué Pasa en diciembre. Se refería a darle ganas de superarse a generaciones desesperanzadas. Pero quizás estuviera hablando de una manera de hacer los cosas que, todo indica, es la que Uruguay estaba reclamando desde hace tiempo. No hay nada como ser exitoso para ser visto como un modelo y como un recurso.