Pakistán es un Estado terrorista

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UNA OPINIÓN

v Con una destacada trayectoria literaria, Salman Rushdie (Mumbai, 1947) se convirtió en una estrella mundial -viviendo en la clandestinidad pero convertido en una celebrity- cuando el ayatolá iraní Khomeini dictó una sentencia de muerte por el libro Los versos satánicos (1988). Aunque siguió escribiendo novelas -casi siempre extensas y poco leídas- su nombre quedó asociado con la política internacional, particularmente los vaivenes del terrorismo islámico y la amenza que éste supone para para la sociedad occidental y democrática.

Osama bin Laden murió el día siguiente de la noche de Walpurgis, la fiesta europea de los demonios y las hogueras. Una fecha para nada inapropiada para que el Jefe Brujo se caiga de su escoba y muera en un feroz tiroteo. Uno de los "estados" más comunes en Facebook después que se conoció la noticia fue "ding dong, la bruja está muerta" y ese espíritu de una celebración de munchkins era evidente en la caras de las multitudes gritando "U.S.A." frente a la Casa Blanca y en la Zona Cero, por ejemplo. Casi una década después del horror del 11-S, la larga cacería consiguió su presa, y los estadounidenses ahora se sienten menos desamparados y complacidos por el mensaje que envía esa muerte: "atáquennos y los cazaremos. No podrán escapar".

Muchos no compramos la imagen de Bin Laden como un nómade Señor de la Montaña viviendo de plantas e insectos en una inhóspita caverna en la porosa frontera entre Pakistán y Afganistán. ¿Un hombre robusto de 1,93 en un país en el que el promedio de altura es 1,72, dando vueltas por ahí durante 10 años sin que nadie lo notara a pesar de tener todos los satélites apuntándolo? No tiene sentido. Bin Laden nació obscenamente rico y murió en la casa de un hombre rico, que construyó laboriosamente de acuerdo a las más altas especificaciones. El gobierno estadounidense confesó estar "sorprendido" por la elaborada naturaleza del lugar.

Hemos escuchado -yo ciertamente sí porque me lo dijo más de un periodista paquistaní- que el mulá Omar está siendo protegido en un refugio manejado por el poderoso y temido Directorio de los Servicios de Inteligencia paquistaníes, en los alrededores de la ciudad de Quetta en Beluquistán, y parecería que Bin Laden también había conseguido tener su propia casa.

Después del procedimiento en Abbottabad, todas las grandes preguntas deben ser respondidas por Pakistán. La vieja excusa ("¿Quiénes? ¿Nosotros? ¡No sabíamos nada!" ) no va a alcanzar, no debería alcanzarle a países como Estados Unidos que persisten en tratar a Pakistán como a un aliado, aún sabiendo desde hace tiempo del doble juego de Pakistán con su apoyo, por ejemplo a la red Haqqani quien ha asesinado a cientos de estadounidenses en Afganistán.

Esta vez los hechos son demasiado evidentes como para ignorarlos. Osama bin Laden, el hombre más buscado del mundo, estaba viviendo a 800 metros de la academia militar de Abbottabad, el equivalente local a West Point, un cuartel con soldados en cada esquina a 140 kilómetros de Islamabad, la capital. La enorme casa no tenía ni teléfono, ni conexión a internet. Y a pesar de eso, ¿se supone que debemos creer que la inteligencia y/o las fuerzas armadas y/o el gobierno no hicieron nada para facilitar su presencia en Abbottabad mientras manejaba Al Qaeda con correos entrando y saliendo por cinco años?

India, el vecino de Pakistán, malherido por los ataques terroristas en Mumbai el 26 de noviembre de 2008, ya está exigiendo respuestas. En lo que refiere a los grupos jihadistas anti-Indios -Lashkar-e-Taiba, Jaish-e-Muhammad-, el apoyo de Pakistán a esos grupos y su voluntad de darles un refugio seguro, el aliento a esos grupos como forma de iniciar una guerra subsidiaria en Cachemira, es, por supuesto, una realidad que ya ni se discute en India. En los últimos años, esos grupos se han acercado a los llamados taliban paquistaníes, y vale la pena hacer notar que las primeras amenazas de venganza por la muerte de Bin Laden fueron hechas por los taliban paquistaníes, y no por ningún vocero de Al Qaeda.

India, la eterna e insana obsesión paquistaní, es la razón del doble juego. Pakistán está alarmado por la creciente influencia india en Afganistán, y temen que un Afganistán limpio de taliban podría ser un estado cliente de India, dejando a Pakistán como en un sandwich entre dos países hostiles. Nunca debe ser subestimada la paranoia paquistaní sobre la presuntas oscuras maquinaciones indias.

Desde hace tiempo, Estados Unidos ha estado tolerando el doble juego paquistaní debido a que los necesita para su emprendimiento afgano y con la esperanza de que los líderes paquistaníes lleguen a entender que están haciendo los cálculos equivocados, que los jihadistas quieren sus trabajos. Pakistán, con sus armas nucleares, es un premio mucho más grande que el pobre Afganistán, y sus generales y sus espías que hoy juegan el juego de Al Qaeda podrían, si pasa lo peor, convertirse mañana en las víctimas de los extremistas.

No hay mucha evidencia de que la elite de poder paquistaní vaya a entender esas cosas dentro de poco. La mansión de Osama bin Laden es un prueba más de ese peligroso capricho.

Mientras el mundo espera la respuesta terrorista a la muerte de su líder, también debería demandar que Pakistán dé respuestas satisfactorias a las preguntas más urgentes. Si no aporta esas respuestas, quizás sea el momento de declararlo un Estado terrorista y expulsarlo de la comunidad de las naciones. (Newsweek)

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La quema de la bandera estadounidense es recurrente en muchos países musulmanes. Ese descontento recrudeció cuando la noticia de la muerte de Bin Laden acaparó todos los medios de comunicación.

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