Alicia Lusiardo encontró su vocación combinando caminos aparentemente dispares. Su interés por la vida y la muerte se tejió entre las clases de la Facultad de Humanidades de la Universidad de la República y su trabajo como fotógrafa. "Terminé el liceo y, antes de decidir qué estudiar, pasé un año entre idiomas y un curso de fotografía", cuenta a El País.
En la carrera exploró tres áreas: antropología social, física y arqueología. “Cada una me interesó en su momento, pero también me desencantó. Buscaba algo más, algo diferente, y no sabía qué era hasta que lo encontré”, dice. Esa epifanía llegó cuando unió su experiencia como fotógrafa (trabajó en el diario La República, especialmente en la cobertura de policiales, pero también hizo fotos sociales en casamientos) con la antropología forense.
Con esa pasión definida, viajó a Estados Unidos, para especializarse en antropología forense en la Universidad de Florida. Regresó a Uruguay en 2006 con un contrato como docente a distancia, enseñando desde aquí a estudiantes de ciencias forenses en Estados Unidos. Pero el desafío mayor lo encontró en Uruguay cuando empezó a trabajar en el Grupo de Investigación en Antropología Forense (GIAF), dedicado a la búsqueda de detenidos desaparecidos de la dictadura, equipo que hoy lidera.
“Cuando ingresé se trabajaba solo en la búsqueda arqueológica: recuperar restos en los batallones y entregarlos al Instituto Técnico Forense”, explica Lusiardo. Su meta era ambiciosa: transformar el grupo en uno de antropología forense integral. Esto significaba incorporar una mirada más amplia que combinara arqueología, antropología social y física, permitiendo analizar los restos, construir hipótesis de identidad y colaborar en la restitución a las familias.
Uno de los primeros logros llegó con el hallazgo de los restos de Julio Castro en 2011. “Por primera vez demostramos que podíamos encargarnos del análisis completo, desde la recuperación hasta la restitución, trabajando en conjunto con medicina forense”, señala. Ese avance marcó un antes y un después para el GIAF.
Trece años después, Lusiardo vivió un año marcado por tres hitos que consolidaron su trayectoria al frente de la búsqueda de detenidos desaparecidos: la identificación de los restos de Amelia Sanjurjo, el hallazgo de Luis Eduardo Arigón y su posterior identificación.
Estos momentos también colocaron el nombre y la labor de Lusiardo en el centro de la escena pública. La convirtieron en una figura clave en un trabajo tan complejo como sensible. Sin embargo, ella misma lo percibe con cierto resguardo: valora la visibilidad como algo positivo, aunque admite que el contacto con los medios no le resulta cómodo. "Es una tarea necesaria", reflexiona, consciente de que la exposición ayuda a visibilizar la causa.
Amelia Sanjurjo es, hasta ahora, la única mujer recuperada en Uruguay. Su caso tuvo particularidades que lo hicieron aún más conmovedor: sus restos fueron hallados el 6 de junio de 2023 en el Batallón de Infantería 14 pero la confirmación de su identidad recién llegó casi un año después, el 28 de mayo de 2024. “Fue muy frustrante para nosotros. Era la primera vez que teníamos los restos y no lográbamos identificarlos”, confiesa Lusiardo.
Sanjurjo trabajaba como empleada en una editorial y fue secuestrada el 7 de noviembre de 1977 en la calle. Tenía 41 años, era militante del Partido Comunista y estaba embarazada de su primer hijo.
Con Arigón el camino fue más rápido. Sus restos fueron encontrados el 30 de julio de 2024, también en el Batallón 14, y el 24 de setiembre ya fue identificado. Al momento de su desaparición, el 14 de junio de 1977, tenía 51 años. Fue secuestrado en su casa. También militaba en el Partido Comunista.
Los momentos cargados de emociones
Uno de los aspectos más sensibles del trabajo de Lusiardo es el contacto con las familias de los desaparecidos. Desde el hallazgo en los batallones hasta la restitución final de los restos, cada etapa está cargada de emociones. “Hay un momento muy fuerte, cuando las familias entran al lugar donde se recuperaron los restos. Es una instancia de mucho dolor, pero también de verdad”, relata.
Cuando los restos llegan al laboratorio, el proceso se vuelve más íntimo. “Recibimos a las familias, les mostramos los huesos y les explicamos qué nos cuentan: no solo sobre cómo murieron, sino también sobre cómo vivieron”, dice.
Hay un momento muy fuerte, cuando las familias entran al lugar donde se recuperaron los restos. Es una instancia de mucho dolor, pero también de verdad
Para Lusiardo, los huesos son testigos mudos pero elocuentes. En Uruguay, la dictadura militar intentó borrar identidades, incluso aplicando cal sobre los restos, un método que buscaba descomponer tejidos y dificultar el reconocimiento facial. Sin embargo, ese mismo tratamiento, paradójicamente, protegió los huesos del deterioro ambiental, permitiendo hoy la recuperación de perfiles genéticos completos.
El protocolo en una excavación es riguroso. "Lo primero es confirmar si los restos son humanos", dice Lusiardo. Una vez constatado, se activa un protocolo de escena del crimen: se acordona el área, se detiene la maquinaria pesada y se trabaja minuciosamente con pinceles y cucharines para recuperar evidencia, desde piezas óseas hasta vestigios de cal.
El laboratorio es el siguiente paso. Allí, en condiciones controladas, los restos pasan por rayos X antes de extraer material genético. Este se envía al equipo argentino de antropología forense, que tiene una base de datos clave para comparar perfiles. "A veces hay una hipótesis de identidad, otras no", comenta Lusiardo y recuerda el caso de Amelia Sanjurjo: la falta de familiares directos complicó su identificación.
Su trabajo combina el rigor técnico con la carga emocional de una tarea que, según dice, siempre lleva consigo “dos chapuzones de agua fría”: el hallazgo inicial y, después, la identificación.
No siempre hay certezas. El acceso a información fiable sigue siendo un gran obstáculo. “Estamos en el mismo lugar que en 2005”, asegura. “La mayoría de la información que obtenemos de los archivos es falsa o incompleta. Cada hallazgo nos dice más que lo que aparece en los documentos oficiales. Por ejemplo, siempre se pensó que los desaparecidos murieron por tortura. Pero el caso del maestro Castro, que tiene un disparo en el cráneo, demuestra lo contrario”.
El trabajo en el Batallón 14 ilustra esta complejidad. Allí, en un predio de 400 hectáreas, se han encontrado cuatro fosas en un radio de apenas 200 metros. “Es evidente que alguien designó ese lugar como un cementerio clandestino. Pero cada intervención lleva tiempo, debemos garantizar que no quede ni un metro sin excavar”, dice Lusiardo. Y en eso están.
Los personajes de 2024
El País eligió 13 personajes de 2024 y publica un perfil por día. El insumo principal para la selección fue la votación de 36 periodistas de la redacción. El orden de publicación a partir del miércoles 11 de diciembre no implica mayor o menor relevancia de los elegidos.
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