Esta luna de miel es así: en el moderno edificio Plaza Alemania, con vista al mar del Barrio Sur, las principales figuras del próximo gobierno del Frente Amplio trabajan en la transición en una dinámica de cowork, en torno a un enjambre de mesas blancas como punto de encuentro de decenas de personas circulando, envueltas en una bruma de conversaciones cruzadas que se interrumpen para señalar que por allí está Negro, Carlos Negro, el más inesperado de los ministros designados por Yamandú Orsi.
Aquí las horas vuelan. Diez, once horas por día pasa Negro recibiendo a distintas organizaciones, reuniéndose con los futuros jerarcas elegidospara conformar el equipo que dirigirá como ministro del interior. La jornada se le escurre de “audiencia en audiencia”, cuenta con un lenguaje judicial del que no se ha desprendido. “Me voy cansado, con la cabeza hecha un bombo, pero llego contento a casa”, dice.
A algunas cuadras de distancia, en la sede central de la Fiscalía, la institución que fue “su segunda casa” por 32 años, el ambiente también anda convulsionado. Hasta sus colegas más cercanos aseguran que “no hubo ninguna señal” que les permitiera imaginarse este viraje en su trayectoria. La sorpresa fue total. Desde que Negro presentó la renuncia a mediados de diciembre pasado y dejó su prestigioso puesto de fiscal de homicidios para asumir semejante cargo político dejó tras sí un tendal de teorías conspirativas que él también se ocupó de alimentar, en ocasiones para su propia diversión.
Porque puede ser malicioso, Negro.
Y un parteaguas, eso seguro: siempre lo ha sido. “A Negro no le importa que no lo quieran. Las cosas que quiere decir te las dice y punto; y si te cae mal, te cae mal”, dice uno de los fiscales que se formó con él. No le molesta tener enemigos. Ni que pese sobre él más de una leyenda oscura, principalmente basadas en su larga amistad con el resistido exfiscal de Corte Jorge Díaz, nombrado prosecretario de Presidencia. Los más duros con Negro —Gabriela Fosatti, Gustavo Zubía, exfiscales que tras renunciar a sus puestos iniciaron una carrera política, ambos actualmente integrando el Partido Colorado— opinaron que su elección apoya la conjetura de que en la Fiscalía “lo ideológico prevalece”.
Willian Rosa, presidente del gremio de fiscales, dijo que puertas adentro, su pasaje a la política genera “incomodidad”.
Pero Negro no lo ve así. “Yo pensaba, si integrás un gremio y llevan a uno de tus miembros a un ministerio, ¿los compañeros del sindicato deberían estar tristes, incómodos o contentos? La respuesta es una sola: contentos, porque quien va a ser ministro conoce los problemas que tenés. Y además, ¿no tengo derecho a trabajar de otra cosa? Si el propio gremio estuvo en contra del proyectode Cabildo Abierto que les impedía por determinados años ejercer como abogados”, plantea.
Mientras en la fiscalía algunos de sus antiguos colegas conjeturan a quién se llevará consigo —“a nadie”, despeja Negro— y hacen apuestas de cuánto va a durar en el cargo —100 días pronostican unos, seis meses otros que lo perciben como un “fusible fácil”—, sobre Negro ya empezaron a caer críticas desde el sistema político, como las del nacionalista Sergio Botana que recientemente lo tildó de “chusma” y “filtrador de noticias”.

“Estoy preparado. Sé que estoy en una luna de miel pero ya siento que me miran por la calle, en el supermercado. Y ya no es una mirada indiferente”, dice. “Algunos te saludan, otros no. Algunos te dicen vamo’ arriba. Muchos de los que te dan para adelante mañana te van a decir que sos el peor, muchos de los que no te dicen nada ya te miraban antes con resquemor. Yo tengo claro que voy a un lugar sumamente expuesto en donde no te sale nada bien, porque el día que te sale bien no se nota”, dice.
Si tuviera “la suerte” que durante una semana no hubiera homicidios, “nadie va a decir qué bien el Ministerio del Interior”, plantea. “Otro ministro saldría a la prensa y diría, ‘esta semana no hubo homicidios’. Bueno: yo no voy a hacer eso”.
Un obsesivo de las causas.
Negro estaba aburrido. Aunque atravesaba el mejor momento de su carrera, en los últimos tiempos en fiscalía sentía que le faltaba entusiasmo, y lo comentaba en los pasillos con sus colegas del cuarto piso, los fiscales de homicidios y de estupefacientes.
Quienes lo conocen bien dicen que desde sus tiempos de universitario forjó una personalidad apasionada por las causas. El abogado Jorge Barrera coincidió con él en la militancia gremial estudiantil y tiene la teoría de que este es un sello generacional que atraviesa a quienes rondan los 55 y 60 años. “Hay una generación que su razón de ser es el debate ideológico, lo ideológico y conceptual es importante en un diálogo y la marcó en hacer actividad de militancia con objetivos y por objetivos”, opina.
La más insigne de las causas defendidas por Negro fue la reforma del proceso penal hacia el sistema acusatorio, un convencimiento que nació de su admiración por su mentor, el exfiscal de Corte Oscar Peri Valdez, y que para algunos, un largo tiempo después, fue el centro de su lealtad a Díaz. Díaz era un antiguo compañero de facultad convertido en juez penal, con quien afianzó una estrecha amistad trabajando en Paysandú y que luego, una vez nombrado fiscal de Corte, fue el jerarca encargado de implementar el cambio procesal.
“Siempre apoyé su designación porque estaba convencido de que era el único tipo que podía llevar adelante el sistema acusatorio”, dice Negro.

Este respaldo le habría valido algunos recelos entre colegas desde el primer momento, cuando se le recriminaba que siendo presidente del gremio de fiscales habría favorecido su designación en vez de la de un fiscal de carrera.
“No hay nadie más leal que Negro a la causa de la reforma”, asegura Rosa, el dirigente gremial. “Fue su principal propulsor, incluso en la adversidad. Siempre estuvo convencido de que el nuevo código era necesario a pesar de la forma en que se implementó”, continua.
En mayo de 2019, tras la muerte de la fiscal Susana Rivadavia en medio de los reclamos por el estrés de una tarea que advertían como titánica, el gremio inició una “batalla” contra Díaz determinando una serie de medidas que generaron la renuncia a la asociación de un grupo de fiscales afines al exfiscal de Corte, entre ellos Negro.
Argumentaron que no les parecía ético tomar medidas que afectaran a las víctimas, lo que se interpretó como una excusa. Con Negro en particular se dio un cortocircuito. Su fervorosa defensa de la reforma —consideran distintas fuentes— habría terminado por costarle el “ostracismo” entre algunos de sus pares.
Luego, Negro puso su empeño en promover la importancia de los juicios orales —en los que se convirtió en un hábil litigante, el mejor para algunos—, la creación del Ministerio de Justicia (que ya estaría prevista) y la implementación de los juicios por jurados.
Lo de los jurados, dicen sus allegados, “le quita el sueño”. Tenía planificado un simulacro en el que participarían renombrados jugadores de fútbol y famosos de la talla de Natalia Oreiro para recrear ficticiamente cómo se realiza la tarea, pero por un cúmulo de sucesos desafortunados quedó en pausa y aunque en los últimos años ha ido convenciendo de sus beneficios a muchos descreídos, el asunto no ha tenido el eco que esperaba.
Sin una nueva bandera a la que aferrarse, Negro se sentía desanimado.

“Quería irme a algún lado. Quería cambiar”, dice. Se proyectó liderando un proyecto de descentralización del servicio de la Defensoría, pero en todo caso eso se concretaría a mediano o largo plazo. “Lo habría hecho bien”, predice. Entonces se entusiasmó con la fiscalía de Corte. “Yo pensaba que estaba dentro de un pequeño grupo que por su trayectoria y edad quería y podía hacerlo”, dice.
Pero no había quórum, olfateó Negro.
Sin embargo, la posibilidad de su designación levantó rumores y temores “sobre los planes del amigo de Díaz”. “Yo ya sabía que no estaba en el radar, pero me gustaba la idea de alimentar la teoría de que iría a la fiscalía de Corte”. Negro se paseaba por los despachos dónde intuía que sus “enemigos” podrían escucharlo deslizando planes y movimientos que haría una vez que fuera anunciado como fiscal de Corte.
Los cómplices se divirtieron.
Detrás del sí.
Más allá del cotilleo institucional, es cierto que Negro dejó la fiscalía cuando lograba sus mejores resultados. En un lapso de 10 días había ganado dos juicios cuya sumatoria de sentencias superaba los 65 años y prácticamente había duplicado la eficiencia de su fiscalía gracias al trabajo de su equipo con la brigada policial especializada en homicidios, una iniciativa que estaba en el tintero y que finalmente concretó el ministro Nicolás Martinelli.
Con Martinelli, Negro —entre otros— mantuvo un buen diálogo, un intercambio frecuente que significó una cambio en el vínculo que hasta ahora la cartera había tenido con la fiscalía.
“Estábamos chochos, celebrando las sentencias y en ese momento es que me llega la propuesta para el ministerio. Lo pensé dos días y dije que sí”, cuenta Negro. La idea no fue de su amigo Díaz, dice con firmeza. “Hace dos años una persona influyente en algunos círculos del Frente Amplio me dijo que pensaba que yo podía ser el ministro del interior de un gobierno frentista. Yo me reí y ni siquiera seguí la conversación. Pero la idea fue suya”, agrega.
“¿Yo me quiero morir siendo fiscal?”, reflexionaba Negro cuando enumeraba los pro y los contra de conducir “el ministerio que tiene mayor exposición y probabilidad de no culminar”.
No le significaba un incremento salarial, ni implicaba, a sus 59 años, una proyección a largo plazo si como dice este no es el inicio de una carrera política. ¿Entonces por qué aceptar? “Siempre trabajé en un caso a caso. Por 32 años hice eso. Pero llegó un momento en que me di cuenta de que atrás de los casos había determinadas cuestiones generales en las que inciden el diseño de las políticas criminales, de los proyectos de ley, la prisionalización —porque la cárcel es una escuela de delincuentes—, las penas cortas, la gente que debería estar en la cárcel y no está y llega un momento en que decís pucha, me quedan cinco o seis años de vida útil profesional, algún día me gustaría estar en un rol donde yo pudiera incidir”.
Ese fue su planteo para dar el sí.
Era un nuevo comienzo en una etapa de su vida que lo encontraba en busca de un desafío profesional y un quiebre en su vida personal, soltero después de dos relaciones extensas y con sus hijos independizados.
No puso condiciones.
Ni se las pidieron, dice.
“Yo sé que me puede ir mal, que me puedo ir del ministerio, pero pienso que me va a ir bien. Me tengo confianza. A mí nunca me fue mal en el trabajo”.
Un peleador oficialista.
Que le ganó el ego, especulan algunos de sus conocidos: por eso aceptó. Pero también advierten que el ego a Negro le impediría actuar como un simple ejecutor de los planes craneados por otros, pongámosle Díaz. Este escenario sería bastante incompatible con su forma de ser —se recogen calificativos como “petulante”, “se cree mejor que el resto”, “sarcástico”, “irónico”, “engreído”— que “para bien o para mal le va a servir para tratar en la Torre Ejecutiva”, desliza un excolega.
Puede ser contradictorio, Negro.
Lo describen como un buen jefe. “Si vos tenés un aporte para hacer y él lo ve como válido, lo toma”, cuenta el fiscal de estupefacientes Rodrigo Morosoli, que fue su secretario letrado por 2011. Que les da vuelo a sus equipos, la prueba está en que varios de los que pasaron por sus fiscalías son hoy fiscales departamentales (aunque los críticos dirían que fueron favorecidos por su simpatía a Díaz).

Lo colocan como el precursor de una escuela de litigación dura, “implacable”, contraria a la que llevan adelante otros fiscales que consideran que “la parte humana pesa” y que en la litigación no se debe llegar al punto de agraviar a la defensa. Negro, dicen, plantea una “pelea feroz” que puede verse como “desmedida”, “salida de las películas” y que, inspirados, algunos defensores que se han formado en sus cursos estarían replicando.
Puede ser insistente en su afán de pregonar por las causas en las que cree, buscando complicidad y tal vez incidencia, platean excompañeros, pero conoce el límite y lo respeta. Su buen sentido del humor, ácido, irónico, ha salvado más de una amistad con colegas con los que disiente en diversos temas.
“Tengo la rara virtud de pelear y no enojarme”, pero no perdona la falta de lealtad. Esta característica lo ha llevado a que, pese a que la fiscalía siempre estuvo atravesada por dos corrientes de pensamiento (grosso modo, más cerca o lejos del punitivismo, y más cerca o lejos de las reformas del sistema de justicia penal), y aunque no coincidiera con la gestión de su jerarca, siempre se definió como un “oficialista”.
Desde su incondicional respaldo al destituido Peri Valdez, hasta Rafael Ubiría y después Díaz. “Si los legisladores votan un fiscal del corte y yo soy un funcionario subordinado, a la fiscalía de Corte le debo lealtad no importa lo que yo piense”, dice.
—¿Cuánto le ha costado esta posición?
—Tener enemigos. Pero no me molesta, algunos de ellos me enaltecen.
Los planes de seguridad.
Hubo un tiempo en que los fiscales compartían campamentos. Fernando Romano hablaba de historia, Gilberto Rodríguez contaba anécdotas en la orilla del río, Juan Gómez jugaba al truco, Carlos Negro pescaba; ninguno hablaba de política. Era un pacto tácito, aseguran algunos de los que concurrían.
Pero la política siempre estuvo acechando, esperando su momento para irrumpir en la vida de Negro. Su hogar era un hogar político. Madre militante, padre y tío dirigentes sindicales. A su padre Carlos, funcionario de Antel, lo destituyeron durante la dictadura y luego, en las elecciones de 1984, fue electo diputado por la lista 99 de Hugo Batalla.
Negro dice que en su adolescencia militó en el sector que integraba su padre, pero no en el Partido Comunista como se dijo. “En la facultad yo era el anticomunista de la barra”, cuenta. Y que aunque siempre le “encantó la política”, al punto de que estructura sus recuerdos según las fechas de elecciones presidenciales, siguió al pie de la letra el consejo de su mentor, que le dijo que en la fiscalía nunca dijera a quién votaba.
La política —“como un interés por los temas generales”, aclara— es una vocación que trae desde la infancia. “Me convocaron al ministerio porque entendieron que tengo un perfil técnico para liderar un proceso distinto al que se había intentado hasta ahora por las diferentes administraciones y yo vine a eso”, dice.
“Es impostergable” la designación de un fiscal de Corte
“La fiscalía está sufriendo muchísimo la falta de un jerarca porque no tenemos conexión ni respaldo político que legitime esa conexión”, dice Carlos Negro. Dice “tenemos” en un lapsus temporal, y se corrige: “Como miembro del gobierno, creo que nos falta un interlocutor con el ministerio, que nos permita cotejar políticas de persecución y necesidades de ambas instituciones. Ese diálogo lo podés tener con los subrogantes (Mónica Ferrero, en este momento) pero no tienen el apoyo político que se necesita para tomar decisiones”. Para Negro, el fiscal de Corte no tiene necesariamente que ser un fiscal de carrera. “Puede ser un abogado, un juez, un académico”, enumera. “Es más, creo que no ser fiscal te separa de un tipo de corporativismo y de defensa de un interés que de repente no sea el de la institución, sino que de los que la componen”, señala.
El foco de su gestión será la profesionalización del ministerio, abarcando a la Policía pero también la gestión de la cartera. “Hay un estereotipo del policía barrigón, entrado en años, poco ilustrado, que está desactualizada, que muchos policías no tienen y que no es la imagen que debe tener la Policía de un país que pretende profesionalizar la seguridad pública”, dice.
Pretende gestionar una política pública de seguridad delineada “por gente que se dedica a pensar políticas criminales, y no por dirigentes políticos que dicen a mí me parece que...” . Con ese objetivo convocó a su equipo a expertos que solía leer, o seguía del ámbito académico.
Su prioridad será lograr un control del narcotráfico, concretamente “que no crucen grupos extranjeros, que la hidrovía no sea tierra liberada, que el puerto de Montevideo no sea un colador”. El combate al microtráfico tendrá un lugar en la persecución “porque es el que afecta al vecino”, “pero habrá que diseñar una política de control de la criminalidad que apunte al control del narcotráfico para disminuir el flujo de bandas, drogas y violencia que está en la calle”.
Negro planea mantenerse honesto en sus cometidos. “Yo no voy a decir que voy a terminar con los homicidios el año que viene”, dice. Pero sí cree que se pueden prevenir. Primero, porque no siempre son fruto del narco, “sino venganza personal e incluso por una masculinidad mal entendida, por demostrar peso en el barrio, en un contexto de barrios en que las drogas siempre están y que el consumo está naturalizado”. Y segundo, “porque ocurren en determinadas zonas, en determinadas épocas del año, en determinadas horas y días, y entre un determinado un perfil de personas. Estos factores analizados estadísticamente te dan evidencia de que podés actuar sobre los homicidios”.

Pondrá el ojo en la disponibilidad de las armas y su regulación. No cree que la solución a las cárceles sea construir más, “es como decir que esto no tiene solución”. “Quiero un proyecto de seguridad pública que abarque todos los factores aunque sea a largo plazo, que si cambia el gobierno entienda la necesidad de dejar el proyecto”. Por eso, él decidió mantuvo a jerarcas de la administración anterior como Diego Sanjurjo y Diego Gonnet. “Ya quiero empezar”, dice Negro.
Pero, en medio de este salto al vacío su preocupación está en sus hijos, de 23 y 29 años. “Ellos no eligieron esto, es una mochila con la que tendrán que cargar. El más chico me dijo al principio, ¿te parece? Se te termina tu vida, papá. Y le dije no, empieza otra nueva. Y yo estaba buscando eso.”
¿Planea ir a los procedimientos policiales? “No, yo no soy policía”
El plan del futuro gobierno es armar “una suerte de circuito” abarcando a las dependencias con funciones policiales y que en su conjunto sean parte de “un esquema de seguridad”. La elección de Carlos Negro para el cargo se basó en su trayectoria en la fiscalía (32 años en los que trabajó en crimen organizado, flagrancia y en homicidios), en su buen relacionamiento con la Policía y en la relación de confianza que tiene con Jorge Díaz, designado prosecretario de Presidencia.
Con Díaz, cuenta Negro, habla a diario por teléfono, más que con su madre.
Según se relevó para este informe, el temperamento de Negro ha generado respeto entre los Policías que trabajaron con él, aunque algunos le tenían cierto temor por no cumplir con sus expectativas en la investigación. Desde Sipolna, el principal sindicato policial, su presidenta Patricia Noy destaca que nunca fue denunciado por malos tratos como sí ha ocurrido con otros fiscales. La designación de Negro también generó sorpresa en el ámbito gremial. Previo a las elecciones, las reuniones que el sindicato había mantenido con Yamandú Orsi habían contando con la presencia de Gustavo Leal, lo que hacía suponer que sería el elegido para el puesto. Sin embargo, pasada la sorpresa, el sindicato ve como un buen augurio el conocimiento que Negro posee del trabajo policial y de sus necesidades. Negro, por su parte, dice que aprendió a reconocer el trabajo de los investigadores, que aportan la evidencia que le permite sacar un caso adelante. ¿Irá a los procedimientos más complejos, tal como hacía Martinelli? “No, yo no soy policía”, dice Negro. Cree que la presencia del ministro agrega una distracción y una responsabilidad extra para los funcionarios.