Entre el cierre del consulado por razones económicas y un ineludible sistema de trámites online en el que nunca parece haber turno, los 115.000 ciudadanos ítalo-uruguayos sienten que han llegado a su límite y están dispuestos a dar pelea para recibir una atención "digna".
Encontrar un lugar libre en el sistema de agenda online que tiene la cancillería consular italiana en Uruguay no es difícil: es prácticamente imposible. En la web, cuando uno indica que quiere sacar o renovar su pasaporte, se despliega un calendario con los próximos tres meses para que se marque la cita de preferencia. Pero es una ilusión, porque nunca hay un día disponible. Rojo, rojo, rojo, negro, negro, negro, y ningún verde. Los rojos vienen a ser los días con cupos completos; los negros, aquellos en los que no se habilitan citas. El color verde —el lugar disponible— no se ve nunca.
En la embajada de Italia en Uruguay, donde también funciona una cancillería consular, aseguran que cada día entregan 40 o 50 pasaportes, "lo que es mucho", según ellos. Pero la vivencia de la comunidad de ítalo-uruguayos, que está conformada por unas 115.000 personas, no coincide. Al Comitato degli Italiani allestero, una organización dirigida a los italianos viviendo en el exterior, le llueven los pedidos de ayuda de quienes hace meses prueban suerte cada día, a distintas horas (porque incluso hay teorías sobre en qué momento se generan nuevos cupos), y se sienten impotentes ante la falta de solución.
"Lo que sucede es que en este momento no se puede acceder a los números. No es que haya un retraso, como en las mutualistas, que esperás unos meses pero entrás. No lo conseguís. Es un calvario de meses de estar rebotando diariamente; de ver si alguna vez, por alguna casualidad, queda un lugar, y de hacerlo rápido porque otro conciudadano puede estar también intentando", dice Aldo Lamorte, un referente del colectivo y quien lleva la voz cantante en el reclamo.
Hace ya varios años que los ítalo-uruguayos se manifiestan en contra de este sistema, que en 2010 se instauró como única forma de realizar trámites consulares. Pero la situación se agravó, según dicen, desde que en 2014 el gobierno italiano resolvió cerrar el consulado de Montevideo, degradándolo a cancillería consular y trasladando sus servicios a la embajada, ubicada en Lamas y Ellauri (Pocitos). La conjunción de ambas cosas ha llevado a una atención "indigna".
Decenas de manifestaciones, reuniones con políticos uruguayos y con los embajadores de turno, gestiones en Roma, gestiones ante autoridades italianas en otros países. Los ítalo-uruguayos han ofrecido propiedades suyas para reabrir el consulado e incluso han puesto a disposición recursos humanos voluntarios para reforzar el trabajo acumulado. Todo eso han hecho, pero hasta ahora, nada.
Ahora tienen la esperanza puesta en la llegada del presidente italiano Sergio Matarella, que visitará Uruguay el 11 y 12 de mayo. A él le harán saber toda su rabia.
Golpe emocional.
El embajador Gianni Piccato no sonríe. Muy serio, por momentos hasta molesto, recibe a El País para explicar los motivos de lo que, a su entender, es un reclamo sin asidero.
"El cierre del consulado es parte de un proceso muy amplio de reorganización de toda la red de embajadas y los consulados en el mundo. Se refiere a la racionalización de los servicios consulares, tratando de optimizar los recursos. En este caso, la duplicación de las estructuras aquí no se justificaba por algunas relaciones presupuestarias y se decidió hace algunos años incluir la estructura consular en el marco de la embajada, manteniendo los mismos funcionarios y estructura del consulado, simplemente unificando algunas áreas totalmente administrativas e internas", dice Piccato.
Aquí los términos importan y mucho. Un consulado es una estructura autónoma que supone el nombramiento de un cónsul por parte del ministro de relaciones exteriores de Italia. La cancillería consular, en cambio, tiene un jefe nombrado por el embajador y cumple sus órdenes.
En el caso de Montevideo es una jefa, Antonella Vallati, que sí sonríe y despliega su esperada diplomacia para intentar transmitir que son conscientes de que hay un problema pero que la situación está bajo control. Dice que "no hay personas en espera porque el sistema online, que funciona en todo el mundo, evita las colas afuera". Reconoce que los cupos están llenos y que eso invisibiliza a los ciudadanos que no acceden, pero a la vez asegura que hay quienes consiguen hora para la semana siguiente —por más que eso responda a un simple golpe de suerte.
Para el embajador Piccato, el éxito o el fracaso en la búsqueda de un turno depende principalmente de que las personas "sepan manejar el ordenador", aludiendo a los muchos adultos mayores que conforman la comunidad. Destaca también que existe la posibilidad de acceder a una "fastline para situaciones urgentes sustentadas realmente", ya sea por salud, trabajo o estudio.
De todas formas, admiten que el personal es poco para la demanda que hay y aseguran estar buscando la forma de agregar a una persona más o, al menos, optimizar los recursos disponibles.
Los ítalo-uruguayos que reclaman la reapertura del consulado sostienen que el cierre trajo aparejada una reducción de personal y, por ende, una demora mayor para todos los trámites. Pero Piccato y Vallati lo desmienten. Según dicen, hay 13 funcionarios haciendo tareas consulares y son los mismos que había antes.
¿Por qué, entonces, el cierre provoca tanto malestar? Piccato no duda: hay una "demora real", pero no es atribuible a la reestructura. "La problemática que tenía el consulado es la misma que ahora. Las ventajas y las desventajas son las mismas", insiste. En todo caso, el embajador entiende que la pérdida golpea "desde un punto de vista emotivo", porque la comunidad es grande y antigua, "pero no práctico". "Lo que tenían como atendimiento en Canning (donde funcionaba el consulado) lo van a tener aquí. Si uno tiene honestidad intelectual, lo debe asumir."
Todos somos italianos.
Ciudadanos registrados hay 115.000, pero se calcula que el 40% de la población uruguaya podría demostrar ascendencia italiana y, por ende, obtener la ciudadanía. El trámite es engorroso por la cantidad de documentos que se exigen, pero aun así hay alrededor de 2.000 personas que la consiguen cada año, según la embajada.
En la crisis de 2002, y en los años siguientes, hubo muchos uruguayos interesados por esta opción ya que les permitía emigrar a Europa con facilidad. Entonces la comunidad creció explosivamente: calculan que un 30% desde comienzo de siglo. "Los servicios consulares hicieron un buen trabajo de reconocimiento de ciudadanía", dice Piccato, pero ahora eso se traduce en un caudal de trabajo que los supera. Mucha de la demanda atorada se explica por los cientos que están renovando su pasaporte (que dura 10 años).
Al gobierno italiano "le interesa" tener ciudadanos en el exterior. "Es positivo", según el embajador, aunque no explica bien por qué. La respuesta certera la aporta Cinzia Frigo, la excónsul que vivió el cierre del consulado y que aún tiene la sangre caliente: "Es por votos".
Frigo fue vicecónsul y cónsul en Uruguay. Estuvo 10 años en total. Cuando llegó, en 2005, había unos 60.000 ciudadanos inscriptos. En 2014, cuando se fue, había 108.000. Según dice, el aumento fue "empujado" por el ministerio de relaciones exteriores italiano, que daba órdenes claras e incluso fijaba metas para seguir abultando el registro. En 2008 llegaron a recibir un premio del ministerio por esto.
De aquello, dice Frigo —indignada— se pasó al cierre. La atención no era "súper excelente", pero asegura que en el consulado trabajaban 16 personas y se contrataban cuatro temporalmente —no los 13 que aseguran en la embajada. Para ella no es discutible que la atención empeoró: es un dato de la realidad.
A pesar de conformar la tercera comunidad italiana en América del Sur (después de Argentina y Brasil), el de Montevideo fue el único consulado de la región que cerró. Frigo dice que formalmente se trató de una "decisión económica" con el fin de ahorrar, pero que en el fondo lo que sucedió fue que ella no era una "figura relevante" para el ministerio.
"Montevideo siempre fue el primer consulado en el mundo en número de votantes", llegando al 37%, según ella (en la embajada dicen que ronda el 25%). "Acá tuvimos la primera cámara de comercio, la primera scuola italiana, el primer diario en lengua italiana. Tantas calles llevan nombres italianos", reflexiona Frigo. "Todo eso lo estamos borrando".
¿Quién puede ser italiano? un derecho a demostrar.
La ley italiana establece que toda persona que sea descendiente de un ciudadano de ese país, que haya muerto como ciudadano italiano y pueda demostrar con documentos una línea continua, sin interrupción, de estos antepasados (con partidas de nacimiento, de matrimonio, divorcio y defunción), puede tener el reconocimiento. No hay un límite de generación. En Uruguay los que han hecho este trámite son 115.000, pero se calcula que los potenciales ítalo-uruguayos superan el millón y medio. La cancillería consular habilita unos 50 números por semana para esto. También podrían acceder a la ciudadanía los esposos de ciudadanos italianos con tres años de matrimonio. Los hijos menores de 18 años de ciudadanos italianos pueden registrarse en forma gratuita con la partida de nacimiento traducida y apostillada. Todos estos trámites son posibles en teoría, pero en los hechos llevan años.
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