Resurge la leyenda de Rómulo Mangini
Tras seis décadas de abandono, un comerciante compró la exfábrica de agua tónica. La convirtió en hotel, limpió el pozo y quiere vender su agua. PepsiCo desconfía y se opone al registro de la marca.
Esta quizá sea una historia de revancha. Empieza, como de costumbre, con un encuentro casual. Un comerciante busca un galpón; lo necesita para guardar un furgón e instalar allí su empresa de elaboración de artículos de caballería. Lo necesita con superficies amplias, de las que ya no se construyen. El comerciante se llama Fernando Konstantinovich, nació y creció en Paso de los Toros, y sabe que el local que está visitando en la calle Rómulo Mangini número 333 no es un lugar cualquiera pero, como casi todos en esa ciudad, no le da demasiada importancia a la leyenda que envuelve a la extinta fábrica del agua tónica.
Tras el cierre de la planta —entre fines de la década de 1950 y comienzos de la de 1960— la propiedad se vino abajo y llevaba muchos años semiabandonada. Pero él allí encuentra lo que buscaba: buenas dimensiones, buen precio; cierra el trato. Hasta ese momento, el nombre de Rómulo Mangini no le significaba ninguna conexión profunda. Eso vendrá después.
Rómulo Mangini había llegado desde Montevideo en 1924, se estima que creó la fórmula de la bebida en 1929, falleció en 1957 y se convirtió en calle en 1993. Es un camino que avanza codo a codo junto a las vías del tren. En la década de 1990, nadie podía imaginarse que ese tren cobraría la relevancia que tiene ahora con la instalación de la segunda planta de celulosa de UPM y su millonaria inversión en la zona. Ni que al final de esa calle se construiría la añorada terminal de ómnibus que para muchos isabelinos, una vez terminada, sellará la transformación de alma de pueblo a porte de ciudad.
En 1993, nadie hubiera dicho que ese homenaje discreto a uno de sus ciudadanos ilustres podría interpretarse más tarde como un guiño del destino. Sin embargo, por estos días en que la alicaída Paso de los Toros es toda ilusión, inversión, trabajo y obras, aquella elección parece un presagio. La calle Rómulo Mangini hace confluir aquel pasado próspero, a comienzos del siglo XX, cuando la villa se llenó de ingleses —sedientos de agua tónica— para construir el ombligo del ferrocarril que conectaría el sur con el norte del país, con el actual arribo de miles de trabajadores locales y extranjeros para edificar la imponente fábrica.
Y es en medio de este renacer que sus pobladores, sus comerciantes y sus autoridades buscan lo que siempre se busca cuando hay cambios explosivos: una conexión emocional con las raíces, una historia íntima que contarles a los de afuera, una mística que sirva para facturar.
Detrás de la fama absoluta de Mario Benedetti, en Paso de los Toros está reviviendo el legado de Rómulo Mangini. Se desempolvaron las anécdotas en torno a su excéntrica personalidad, la crónica del fantástico éxito comercial del agua tónica en el Uruguay “de las vacas gordas” y los resabios de una venta traumática a manos de la gigante compañía PepsiCo, que terminó dándole notoriedad internacional a la bebida pero dejó una cicatriz mal curada en el pueblo.
La vida de Mangini tiene los ingredientes de la de un personaje épico. Y 60 años después de su muerte, Paso de los Toros —sus pobladores, sus comerciantes y también sus autoridades— necesita una leyenda propia que acompañe este momento de exposición.
Serán cosas del destino o pura casualidad, pero aquel comerciante que había comprado la antigua fábrica de agua tónica para colocar un furgón, terminó enredándose con el mito del viejo Rómulo. Entonces arrancó las telarañas, recicló el espacio y lo convirtió en un hermoso y temático hotel boutique.
El hall de entrada exhibe fotografías del famoso negocio industrial y una repisa luce las herramientas, botellas y documentos que fue hallando en la propiedad. Él mismo les brinda un tour a los curiosos que se arriman para conocer la leyenda. Dicen en la ciudad que cada día son más.
Pero eso no es todo.
Entusiasmado con el potencial que todavía conserva la mística da la fábrica, el comerciante Konstantinovich limpió el pozo del agua que solía utilizarse para hacer la bebida y está decidido a lanzar una línea de agua mineral a la que llamará “Don Rómulo”. Está todo más o menos encaminado, pero tiene un contrincante que no es otro que un viejo enemigo de Mangini: PepsiCo.
Dos espíritus inquietos.
El calor es agobiante y en este almacén, como en casi todos los restaurantes y paradores que han abierto recientemente, no queda agua tónica Paso de los Toros que vender: los trabajadores de UPM agotaron el stock. Los vecinos aconsejan probar suerte en el hotel, puede ser que en sus heladeras alguna botella tengan.
Durante 30 años, el municipio le arrendaba a la última propietaria una parte de la enorme planta para ubicar su oficina de desarrollo y usaba un sector como eventual sitio de hospedaje, pero al resto del espacio desatendido —donde en otro tiempo habían trabajado más de 100 isabelinos— le apodaban “el nido de ratas”.
El hotel se llama “FK Paso de los Toros”: FK son las iniciales de su dueño, Fernando Konstantinovich, el hijo de un policía de descendencia lituana que dice conocer “cada rincón de este país” y ser capaz de “vender lo que sea, a quien sea”.
Konstantinovich tiene 55 años y ciertas similitudes de espíritu con el viejo Mangini. Lo sabe. A la misma edad ambos supieron lo que es conducir un negocio triunfante. Mangini practicaba lucha grecorromana, Konstantinovich compite en carrera aventura. Para el primer deporte se necesita fuerza, pero el segundo se basa en la resistencia física y en la capacidad estratégica del deportista para planificar sobre la marcha cuál el mejor camino para sortear los distintos obstáculos naturales para llegar primero a la meta: atravesando montes, ríos, bosques.
Ninguno supo —tampoco— resistirse a un desafío. Mangini pasó dos años probando la combinación de ingredientes que le proporcionó su amigo inglés, mister Jones, para demostrarle que era capaz de elaborar un agua tónica tan buena como la que él tomaba en Inglaterra. Y pudo. Konstantinovich, que dirige una talabartería, no sabía de hotelería y menos de producir agua mineral. Pero el hotel es un éxito y, mientras cranea cómo desarrollar su nuevo negocio, no se asusta ante la oposición de PepsiCo a que use la etiqueta que diseñó y que considera clave para comercializar el agua.
Dice:
—Esto ocurrió por accidente, no fue premeditado. Cuando compré, algo me dijo “no toques nada”. La fachada la dejé idéntica. Así como lo ves, todo es original. Estas escaleras son de la época, las persianas de enrollar, las puertas de hierro, los vidrios pintados, el piso, los baños, las canillas por dónde pasaba el jarabe. Todo, todo, todo. Al principio, yo como los demás tampoco tenía mucha inquietud por la historia de la fábrica, pero después de que estuve acá empecé a darme cuenta de dónde estaba parado. Y ahí arranqué con las ideas.
El punto de partida del tour es la cámara de frío que había construido Mangini, un cubículo estrecho y de techo bajo cuya refrigeración se logra gracias a paredes y piso forrados con corcho. De allí hacia la izquierda está la ubicada la empresa de caballería y hacia la derecha el hotel: en el medio está el pozo.
En un reportaje escrito por Leonardo Haberkorn y publicado en 1996 en la revista Tres, un antiguo empleado de la planta apellidado Mautone le dijo: “La soda y la tónica se hacían con agua de un pozo que estaba en la misma fábrica. La tónica (tras el cierre de la planta en Paso de los Toros) nunca fue la misma, porque el secreto era el agua de ese pozo”.
Konstantinovich destapa el pozo como quien expone un tesoro que ahora le pertenece. De sus 14 metros de profundidad trepa un aroma húmedo y fresco, y en el fondo de esa garganta el agua brilla con un movimiento inquieto. Con ese líquido que fue esencial para que Mangini hallara la fórmula deseada un siglo atrás, hoy se bañan los huéspedes del hotel. Si los planes del comerciante prosperan, pronto estará embotellada y a la venta.
—Es un agua buena, sin cloro, de vertiente natural. Pero es un agua especial por la leyenda —dice.
—¿Pero hay lugar en el mercado para sumar otra marca de agua?
—Hay lugar para todo.
El conflicto que revive.
Konstantinovich tiene agua, “mucha agua”. Lo cuenta con el entusiasmo de los primeros buscadores de petróleo porque descubrió que la abundancia es tal, que podría hacer un segundo pozo. El nombre de la marca —“Don Rómulo”— ya está registrado en la oficina de marcas y patentes de la Dirección Nacional de la Propiedad Industrial.
En el fondo del pozo encontraron más de 200 botellas de Coca Cola
En Paso de los Toros los vecinos se dividen entre los que confían en que la historia del agua tónica está enlazada con la identidad de sus pobladores, y los que creen que tras el cierre de la planta se fue olvidando y que, incluso, los más jóvenes la ignoran. Sebastián Furtado está en el medio, ya que su abuelo fue un empleado de Rómulo Mangini y recuerda que llevaba a su casa algunas de las naranjas que eran traídas desde Rivera y se usaban para rallarles la cáscara; la mayoría eran donadas a las escuelas. Él y el cirujano jubilado Wilson Ramírez fueron parte del equipo que intentó montar un museo del agua tónica. Ramírez, quien tiene un proyecto para construir un centro turístico en un terreno con aguas termales, opina que Mangini fue inteligente al vender acciones entre los pobladores, “para hacerlos sentir parte del negocio”. De a poco el rumor de que Fernando Konstantinovich producirá agua mineral se expande. Cuando limpió el pozo el diario local cubrió la noticia e incluso trascendió la novedad de que dentro encontró más de 200 botellas antiguas de Coca Cola. Esto confirmaría la leyenda de que un exgerente de la planta habría tenido conversaciones con la competencia de PepsiCo para venderle la fórmula secreta.
También diseñó una etiqueta que dice —de arriba abajo— “agua mineral”, luego en tamaño destacado “Don Rómulo”; exhibe una fotografía en gris de la fachada de la fábrica, junto con la dirección “Rómulo Mangini 329”, y debajo agrega “Paso de los Toros”. El color del fondo de la etiqueta es amarillo y las letras son negras.
“Paso de los Toros” fue registrado a nombre de PepsiCo cuando adquirió poco a poco la empresa que creó Mangini, un proceso que se extendió desde fines de 1940 hasta 1961, cuando compró la última acción que atesoraba María Elena, la única hija de Don Rómulo.
De acuerdo a la ley, si una marca considera que el registro de otra puede dañarla debido a su similitud, generando así un aprovechamiento y una competencia desleal, tiene 30 días para oponerse a que se avale su registro. Y eso hizo la multinacional cuando vio la etiqueta del agua mineral, ya que entendió que “los colores del signo solicitado y el tipo de letra se aproximan” al que utilizan en los productos.
Ante la consulta para este informe, PepsiCo respondió que el asunto “está en un proceso administrativo abierto y el tema se está siguiendo por la vía correspondiente”. Para encargarse de la protección de su marca, PepsiCo contrató al estudio de abogados Cikato.
Diego Chijane, encargado del departamento de marcas, explica de esta forma la posición de la empresa:
—¿Si yo te digo Paso de los Toros qué es lo primero que evocás? ¿Verdad que pensás en el agua tónica? Eso es porque es muy renombrada, lo mismo sucede con otras marcas que son lugares geográficos. Si bien la marca puede considerarse un lugar de procedencia, si se disocia como marca tiene un valor distinto. Acá se quiere registrar una etiqueta con “Paso de los Toros” con una predominancia exagerada, no como mero lugar de procedencia. Además, las marcas se registran por clase y el agua mineral está en el mismo rubro que las gaseosas.
Ana María Stezano, representante de Konstantinovich en este asunto de las marcas, es uno de los personajes centrales de esta parte de la historia. Comenzó en esta materia a los 17 años y ahora que pasa los 80 dice que “no le tiene miedo a nadie”. Entre cientos de casos, se enfrentó a Ricard y a Ginebra, la línea de ropa de Micaela Tinelli.
Le responde a PepsiCo que la popular etiqueta que usa amarillo detrás de la silueta del toro no está registrada —Chijane asegura que sí—, y que en todo caso ni la combinación de colores ni las tipografías de las etiquetas coinciden. Defiende que “Paso de los Toros” está colocado como lugar de procedencia del emprendimiento, ya que todas las marcas que registró anteriormente su cliente incluyen el nombre de la ciudad.
En uno de los escritos en respuesta a PepsiCo, escribió: “El opositor se ha convencido de que es dueño del nombre de la ciudad de Paso de los Toros, así como también de los elementos nativos que forman parte del patrimonio de los habitantes de ese lugar, lo que evidentemente es inaceptable”.
El 30 de noviembre pasado, Pepsi solicitó una nueva instancia para presentar pruebas. Tiene tiempo hasta fines de enero para hacerlo. Mientras espera, Konstantinovich pasa horas en su oficina analizando la documentación que heredó al comprar la propiedad. Quiere descifrar la lógica de las decisiones empresariales que tomó Mangini para crear en 1946 una sociedad anónima que luego fue la llave para que PepsiCo comprara las acciones y adquiriera su empresa.
—Yo no tengo apuro. Sé que primero va a decidir el departamento jurídico de la oficina, pero tengo tres instancias más para seguir peleando por la etiqueta. Siento curiosidad de ver qué opinan el resto de los profesionales, porque creo que el nombre de una ciudad no puede ser una marca privada.
Salvar el legado.
Rómulo Mangini ocultaba la fórmula en una caja fuerte que ahora conserva Marcelo Ceriani, uno de sus nietos. Dentro de esa caja guarda la primera botella de agua tónica —que al principio se llamó Príncipe de Gales— fotografías, artículos, diplomas y todo el material que fue recopilando acerca de un abuelo que no conoció y cuyo legado la familia prefirió silenciar.
Tres meses atrás, Ceriani visitó Paso de los Toros por trabajo. Es el encargado de las relaciones públicas y de la comunicación territorial del Sodre y llegó a la resurgida ciudad junto al coro, para reinaugurar el Teatro Sara de Ibáñez: otro efecto del impacto UPM. Entonces él, que no suele usar su segundo apellido, entró al Centro Cultural y vio junto a una fotografía de Benedetti una imagen de don Rómulo y María Elena, su madre. Ceriani, que debía preparar una protocolar conferencia de prensa, se puso a llorar.
—Alguien me preguntó si mi apellido era Mangini y yo dije que sí y sin querer mi nombre se coló y de un momento a otro me vi rodeado de personas que vinieron a hablarme de mi madre y de mi abuelo. Eso me hizo querer saldar una deuda pendiente que tengo, un proyecto que empecé y abandoné muchas veces.
Ceriani, quien también es profesor de historia, le había prometido a su fallecida madre que algún día escribiría la biografía de su abuelo. A esa misión, recientemente le sumó otra: mudar sus restos del mausoleo de mármol negro que se hizo construir en el cementerio del Buceo hacia Paso de los Toros. Durante aquella visita, el día de las lágrimas, una figura del gobierno departamental escuchó su intención y le prometió una tumba.
Este tipo de decisiones son removedoras entre los descendientes de don Rómulo. Tanto que el eventual traslado del cuerpo implicó una votación entre los nietos. Los padres de Ceriani les contaban que Mangini había formado una sociedad anónima hacia 1946 para ampliarse y satisfacer la increíble demanda.
Primero, hizo partícipe a los vecinos de Paso de los Toros. Las acciones valían 10 pesos. Luego, consiguió un par de socios acaudalados, Adolfo Caorsi y Frank Marshall, dos cuñados de Durazno que junto a un contador y algún que otro profesional pusieron el capital necesario para agrandar la planta, incrementar la distribución a todo el país y además abrir una segunda fábrica, en Montevideo.
La Pepsi llegó poco tiempo después, “interesada en el guarismo de ventas que había logrado la bebida de Mangini”, cuenta su nieto. Él no quiso vender. Dice la leyenda que Pepsi golpeó puerta por puerta de los vecinos que habían adquirido aquellas acciones y les propuso muchísimo dinero. Después les compró su parte a Caorsi y a Marshall.
—En 1955 termina de comprar todas las acciones menos las de él, pero ya no era mayoritario. A partir de ahí, en la planta de Paso de los Toros había discusiones todos los días. Según mi padre, la discusión por la cual le da el infarto a mi abuelo en 1957 fue porque él no quería soltar toda la fórmula.
—¿Se sintió traicionado?
—Sí. Era su fábrica y era feliz. Ya era una persona mayor, no aspiraba a nada más. Yo antes pensaba que había sido una traición, pero ahora puedo entender a los que vendieron las acciones.
—¿Por qué? ¿Cómo era tu abuelo?
—Era un tipo muy conservador, muy anticatólico. Era un viejo muy autoritario pero de muy buen corazón. Además, la venta a la Pepsi responde a una lógica empresarial, idéntica a la actual: tenés un invento que funciona y parece ser algo bueno que te compre un grande. ¿Quién se iba a quedar con esas acciones por una razón sentimental? Solo mi madre.
Un año después de que murió Mangini, falleció la esposa. Sin padres, María Elena se casó y se marchó de Paso de los Toros. En 1961 le vendió a Pepsi las últimas acciones. Esa transacción compró la casa familiar que todavía conservan los Ceriani. María Elena se arrepintió toda la vida de esa decisión y cada día se lamentó de que su padre no hubiera sido realmente reconocido.
En 1986, un funcionario de la multinacional llamado Carlos Pijuán contactó a Ceriani para anunciarle que le pondrían Rómulo Mangini a la planta que se instaló en Colonia. A pedido de María Elena, Pepsi empleó allí a uno de sus hijos. Después Pijuán escribió un libro sobre la historia del agua tónica.
A comienzos de los 2000 la empresa volvió a Paso de los Toros para organizar un desafío deportivo que se llamó D48 y duró dos ediciones. Konstantinovich participó en ambas competencias.
Hará 10 años regresó. El exalcalde Juan José López recuerda que la comitiva le planteó que la firma se “sentía en deuda” y ofrecieron financiar algún proyecto para los isabelinos. López junto a un equipo de comerciantes idearon hacer un museo del agua tónica y una publicidad que sirviera para promocionar a la entonces golpeada ciudad, pero quedó en la nada. Cuando Konstantinovich adquirió la fábrica también vino la Pepsi: tomaron algunas fotos del lugar, y adiós.
Luis Irigoin lleva dos semanas como alcalde y ya tiene una certeza: hacer “una placa o un monumento” al agua tónica y a su creador, Rómulo Mangini. Planea colocarlo en la nueva terminal, como una forma de iniciar un circuito turístico para entretener a los trabajadores de UPM y luego, cuando el furor se apague, mantener un interés para que se visite la zona.
—Queremos sumar la estirpe de Mangini al acervo cultural junto a Benedetti, ¿usted sabía que era boxeador y que a quien le pidiera un aumento de sueldo lo desafiaba a un round?
Irigoin piensa en voz alta y dice que para concretar el monumento necesitará de la colaboración de PepsiCo y también de Konstantinovich.
Quizás esta sea, después de todo, una historia de revancha.
En su oficina, el comerciante que adquirió la fábrica sigue armando la leyenda de don Rómulo para contarla a quienes visitan las relucientes instalaciones.
Pero cuenta su propia versión:
—A mí me gusta la parte positiva. Yo a mi gente le dije que se olvidaran de la parte triste y les cuento que tuvo un buen pasar, que era amigo de los ingleses importantes y que tuvo tanto éxito que lo compró la Pepsi y ahora el agua tónica se toma en todo el mundo. Yo no voy nunca con la historia amarga.
¿Cómo fue el origen de la fórmula del agua tónica?
En 1924, Rómulo Mangini dejó Montevideo para instalarse junto a su esposa en Paso de los Toros, donde la familia de ella tenía un almacén de ramos generales. Él elaboraba jabones, velas y aguas con frutas. Era un hombre fuerte, que practicaba luchagrecorromana y se codeaba con la elite de la sociedad, que a comienzo del siglo XX estaba constituida por los criollos y los ingleses que ocupaban los altos cargos en las obras del ferrocarril. Durante una partida de rummy canasta en el exclusivo club 25 de agosto, mister Jones lo desafío a reproducir el sabor de la tónica que tomaba en Inglaterra y le dio los ingredientes. A Mangini le llevó dos años hallar las proporciones y le agregó su toque: ralladura de naranja.