El temor a que dejen de zumbar

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Foto: Francsico Flores

MUERTE MASIVA

Cada año muere un 30% de abejas uruguayas. Los apicultores son cada vez menos. El negocio de exportar miel cayó de forma estrepitosa en 2016 y dio lugar al contrabando hacia Brasil. Pero el problema va más allá de las ventas. Sin abejas, muchos de los cultivos de frutas y verdura correrían peligro.

Si las abejas desaparecieran de la faz de la Tierra a los humanos les quedarían solo cuatro años de vida". Dicen que la frase es de Albert Einstein, pero no hay prueba documentada de que esto sea cierto. Lo que sí es verdad es que las abejas se están muriendo y que lo hacen a pasos agigantados. En Uruguay cada año hay un 30% menos. Las consecuencias, sostienen, pueden ser letales: no solo para la producción de miel, sino para el crecimiento de frutas y verduras. ¿Quién podría haber imaginado que un insecto tan pequeño trabaje tanto para darle de comer al universo?

Los científicos suelen citar las palabras que tal vez nunca dijo Einstein para protestar y generar alarma por las muertes y por la falta de medidas para tratar de evitarlas. Lo hicieron en Estados Unidos, cuando Donald Trump amenazó este año con recortar los fondos a un plan iniciado por la administración de Barack Obama que intenta determinar por qué se están muriendo. Norteamérica ahora está más preocupada por generar abejas robots que por salvar a las verdaderas.

En este rincón del mundo, aunque pequeños y sin grandes presupuestos, hay varios grupos de trabajo que buscan prolongarles la vida: uno de la Facultad de Ciencias, otro del Instituto Clemente Estable y otro del Ministerio de Ganadería.

Las abejas se mueren por tres causas: el uso de herbicidas, fertilizantes y pesticidas que las matan; la presencia de ácaros, hongos y virus; y, por último, las grandes extensiones de monocultivos, puesto que la abeja necesita alimentarse de diferentes tipos de polen.

Por más rica que sea, si fuera solo por la miel la frase apócrifa de Einstein no tendría sentido. El problema es mucho más grande. "Cada desayuno, almuerzo o cena que una persona come tuvo el accionar de la abeja en algún momento. Es la responsable de la formación de frutas, verduras y semillas. Es la que se encarga de mover los granos de polen de un lado para el otro para hacer que estos existan", señala, desde la Facultad de Ciencias, Estela Santos. Ella dirige un grupo de trabajo que analiza "comportamiento y anatomía de las abejas, polinización de los cultivos y sanidad apícola".

Para entender por qué son tan importantes las abejas antes hay que comprender cómo viven. Su existencia se divide en tres: los primeros 21 días nace la larva, se desarrolla y sucede la metamorfosis. Los siguientes 21 días vive dentro de la colonia, alimenta a las larvas, cuida a la reina, construye panales y empieza a hacer vuelos de reconocimiento. En los restantes 21 días va a las flores en busca de néctar, polen, agua y propóleo, con lo que se produce miel, que es su alimento natural.

"Todo este sistema está comandado por la reina, que puede vivir mucho más: hasta cuatro o cinco años. Es la que pone los huevos y es la madre de toda la colonia", explica el presidente de la Sociedad Apícola del Uruguay, Ruben Riera.

En esos vuelos que hace en los últimos 21 días, eficaz e involuntariamente, la abeja lleva polen de una flor a otra, haciendo que estas se reproduzcan. "Los granos caen, se genera un reconocimiento de especies y así se fecundan los óvulos de la flor. Cuando hay fecundación el ovario de la flor se engrosa y ahí aparece, por ejemplo, la manzana. Así es como nacen las frutas y las verduras. Gracias a la abeja", dice Santos con el gesto maravillado de quien relata un cuento de hadas.

Pero esta historia, que por años terminó sin más, con un "colorín colorado" y listo, hoy cuenta con un archienemigo peligrosísimo: el hombre.

Apicultores salteños sufrieron hace un par de meses la muerte de decenas de miles de abejas. "Era un síntoma típico de intoxicación por pesticida", resume la bióloga a cargo del Departamento de Microbiología del Instituto Clemente Estable, Karina Antúnez, que también dice la supuesta frase de Einstein, alertando que no tiene claro que sea de él.

Los análisis permitieron descubrir que las abejas salteñas estaban infectadas con Fipronil, un insecticida prohibido en Uruguay desde 2009. No se sabe cuál fue el origen de la contaminación. En un primer momento las investigaciones apuntaron a los productores de mandarinas, que suelen usar otro insecticida que también puede dañar a las abejas y que se llama Clorpirifos. Sin embargo, esto no fue probado. Como los cítricos no necesariamente dependen de la presencia de polinizadores para reproducirse, los que viven de la producción de estos fueron los primeros en estar en la mira.

Riera señaló que este evento hizo que los productores de miel de Salto perdieran entre US$ 250.000 y US$ 300.000. No hay forma de calcular, por ahora, cuánto más se puede haber perdido por las consecuencias que la falta de abejas provoca en los cultivos.

"Hicimos una investigación en la que pudimos comprobar la presencia de moléculas en las colmenas. Hay de todo tipo: herbicidas, fungicidas, insecticidas. Otro estudio probó que estas colmenas son las que tienen a las abejas que mueren con más facilidad", señala Santos.

"El hecho de que no haya abejas va a repercutir en que disminuya toda la producción agropecuaria, vaticina por su parte Antúnez. Hay cultivos que se van a ver más amenazados. Hay alimentos que pueden ser polinizados por el viento. Hay países que ya están polinizando con máquinas, o manualmente, como es el caso de China. Pero, por ejemplo, las frutillas, las manzanas, los zapallos, se van a ver afectados. Vamos a tener frutillas igual, pero esa frutilla roja, redonda, de calidad, es una frutilla polinizada por insectos".

Salvarlas o reemplazarlas.

El último capítulo de la tercera temporada de Black Mirror, una serie británica que cuenta qué sería de nosotros si usáramos la tecnología de la peor manera posible, tiene a las abejas como principales protagonistas. En resumen: un asesino serial se hace del control de abejas electrónicas que habían sido diseñadas para paliar la falta de abejas reales y encargarse de las tareas de polinización. Parece pura ciencia ficción, pero tiene una cuota de realidad.

Aunque aún sin asesino serial a la vista, las abejas robots existen. El Instituto Wyss de Ingeniería Inspirada en la Biología, de la Universidad de Harvard, las presentó hace ya casi un año. Su creador fue un estudiante, Moritz Graule, que en una nota con El Mundo declaró que, aunque ya estaban en funcionamiento "desafortunadamente los drones pequeños se quedan sin batería muy pronto".

En Uruguay los científicos miran con desconfianza cada vez que se les habla de abejas robots. Para ellos hay un solo camino: salvarlas. En el país hay dos tipos de abejas melíferas, o sea, que ponen miel: la europea —aunque de diferentes países, la más común, y también la más mansa, es la italiana e ingresó al país traída por apicultores en 1850— y la africana —que llegó a mediados del siglo pasado, desde Brasil, adonde también fue llevada por el hombre y que se suele defender más. Después hay otras 50 especies más, que no producen miel pero sí polinizan. Los análisis en Uruguay se centran en las abejas melíferas, que son las que están más controladas por el trabajo de quienes se encargan de extraer miel.

Antúnez, del Clemente Estable, explica que en 2005 se empezó a detectar la desaparición de colmenas en Estados Unidos y Europa. Poco después lo mismo se empezó a notar en Uruguay, y en 2013 se creó el grupo de trabajo para monitorear lo que estaba pasando.

El dato es a simple vista contradictorio: entre un 20% y un 30% de las abejas mueren cada año —esto nos coloca en la cima, junto a varios países de Europa, en cuanto a las muertes reportadas—, pero el número de colmenas se mantiene o incluso ha crecido un poco en los últimos tiempos. En 2016 eran 590.000.

El problema está en que estas colmenas son mucho más débiles. Mientras años atrás podían tener de 50.000 a 80.000 abejas, ahora hay algunas que no llegan a las 20.000. Esto incide en la cantidad de miel que se puede llegar a producir y en los costos que deben asumir los apicultores para poder mantenerlas.

"Las autoridades dicen que la cantidad de colmenas aumenta. Eso es verdad. Pero no dicen lo que crece la tasa de mortandad. Los apicultores hoy necesitan trabajar con suplementos proteicos para poder dividir las colmenas y así mantener la producción", señala Riera, que igual sostiene que hoy se produce "mucha menos miel" que antes.

El Clemente Estable trabaja en la creación de suplementos proteicos que ya están probando algunos apicultores y que, según Antúnez, están arrojando buenos resultados. Se trata de una "torta" conformada por diferentes tipos de polen, y la receta de esta se les pasa a los apicultores sin que deban pagar nada. La idea es que puedan ahorrar a partir de alternativas caceras. Algunos las empiezan a usar; otros bajan los brazos y se rinden sin más.

La Sociedad Apícola sostiene que en los últimos años se pasó de 4.000 apicultores a poco más de 3.100.

Riera, de la Sociedad Apícola del Uruguay, tiene 100 colmenas. Foto: F. Flores
Rúben Riera, de la Sociedad Apícola del Uruguay, tiene 100 colmenas. Foto: F. Flores

¿Contaminada?

Pero aunque se intente no bajar la producción de miel, lo cierto es que las ventas han caído a partir de lo sucedido el año pasado en Alemania, donde algunos contenedores quedaron trancados por contener glifosato.

"Cargamos tres contenedores, llegamos allá y empezaron a medirle el glifosato, cosa que antes no se hacía. Descubrieron que tenían 100, 150, 200 y hasta 300 partes por billón. Es muy poco, pero si tenés más de 50 ya te hacen problemas. Lo compraron igual, pero después por seis meses no compraron más. Los perdimos", señala, desde la Asociación de Exportadores de Miel, Marcos Uriarte.

Con esto, este país, que supo ser en 2008 el que compró más del 80% de la miel que se exportó desde Uruguay, a un precio de US$ 2,85 el kilogramo, pasó a pagar US$ 3,4 en 2015, y bajó a US$ 2,48 en 2016, según datos del Ministerio de Ganadería. Ese año se llevó solo el 29% de lo que se exportó. Hoy paga US$ 2,83 y además compra menos. De lo que se vendió hasta mitad de este año, Alemania compró el 16%. Para los exportadores estas cifras implican una tragedia.

Cuando la miel tiene glifosato se puede vender, pero más barata y para otras finalidades: no es para los frascos que llegan a las góndolas de los supermercados alemanes, sino para generar turrones, golosinas o cremas, que tienen niveles mucho más bajos de miel. En Alemania, señala Uriarte, no hay una disposición gubernamental que impida comprar miel con glifosato, pero los importadores suelen utilizar esto para negociar una baja de los precios.

Uruguay genera unos 13 millones de kilos de miel por año: 12 millones se exportan y uno queda para el mercado interno. En 2015, y en los años anteriores, se exportaron 40 millones de dólares en miel, equivalentes a esos 12 millones de kilos. En 2016, con lo sucedido en Alemania, se bajó a US$ 16 millones, que fueron 7,7 millones de kilos. A julio de este año van US$ 17 millones y 6,3 kilos. ¿Pero dónde quedó toda la miel que se produjo y no se llegó a vender al exterior?

Uriarte sostiene que se contrabandeó a Brasil. Según estima la Asociación de Exportadores, el vecino país llegó a recibir, por lo menos, 2,5 millones de kilos de miel ilegal el año pasado. Esto también lo confirma, aunque sin dar cifras, el presidente de la Comisión Honoraria de Desarrollo Apícola, dependiente del Ministerio de Ganadería, Julio Pintos.

"Los intermediarios compran la miel y no les dicen a los productores adónde la van a vender. Después la llevan a Rivera y desde ahí sale el contrabando para Brasil. Todo el mundo habla de lo de Alemania, pero la realidad es que hay contrabando y que ahora está comprando más Estados Unidos", dice Pintos.

Lo que pasa con Estados Unidos es que paga menos. El año pasado llegó a pagar solo US$ 1,91, lo cual apenas alcanza para cubrir los costos.

El mantenimiento de una colmena tiene un costo mínimo, según la Sociedad Apícola, de US$ 42 dólares para la producción de unos 22 kilos de miel. Con esto el costo es de US$ 1,9. Si es así, la ganancia de lo que se vendió a Estados Unidos es de US$ 0,01 por kilo.

Hoy, señala Riera, toda la miel que se vende en Uruguay es uruguaya. Es también la misma que se exporta, así que es presumible que tenga glifosato. Y aunque todos coinciden en que a los niveles que fue encontrado no llega a ser dañino para la salud, lo cierto es que, de todos modos, este no debería estar en la miel. El problema, sostiene Uriarte, es "el uruguayo que hace cualquier cosa".

"El apicultor" —señala— "tendría que ser avisado cuando van a tirar productos químicos. Si se hiciera esto él podría tapar las colmenas para que las abejas no salieran. Son desprolijos. Si hay que usar dos kilos le ponen tres, por las dudas. Si se les dice que hay que aplicarlo de noche, que es cuando la abeja no sale, ellos igual lo hacen de día. No sé si por no gastar luz o porque le tienen miedo al lobizón, pero hacen todo mal".

Científicos en crisis por falta de recursos desde el estado.

El equipo que investiga la situación de las abejas en la Facultad de Ciencias es financiado por la UdelaR. El del Ministerio de Ganadería, que se activó el año pasado tras la aparición de glifosato en la miel que se vendió a Alemania y que analiza con qué están infectadas las abejas, lo paga esa cartera. En tanto, el grupo de trabajo del Clemente Estable es el que en peor situación económica está. Son ocho profesionales pero el MEC solo paga el salario de quien dirige el grupo, Karina Antúnez. La ANII, que días atrás comunicó qué proyectos se van a financiar en 2016, anunció que solo pagará 29 de los 250 proyectos que presentaron científicos uruguayos, muchos del Clemente Estable. Uno de ellos es del equipo de Antúnez. “Pero quedan muchos otros, que son excelentes y que quedaron por el camino”, sostiene. La plata que recibirán equivale a unos $ 50.000 al mes, y de ahí cobrará un magro sueldo una de las investigadoras del grupo. “Vamos lento”, sonríe Antúnez.

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