A solo 92 kilómetros de Montevideo, sobre las aguas tranquilas y amarronadas del Río de la Plata, se extiende un paraje que parece perdido en el tiempo: Arazatí. Allí, donde se proyecta una planta potabilizadora que ha levantado polémica y es centro de controversia entre el gobierno actual y el que viene, un pequeño poblado de pescadores resiste el paso de los años sin agua potable y con luz eléctrica desde hace solo tres años. Enclavado en las costas del departamento de San José, por momentos este lugar evoca la estampa de una película posapocalíptica: tractores y autos abandonados, campamentos improvisados entre los árboles y contenedores que funcionan de hogar, pero todo esto con una contraste evidente: su gente parece feliz. La simpatía del puñado de habitantes y una alegría serena impregnan el ambiente, convirtiendo al barrio en una curiosa paradoja entre lo simple y lo extraordinario, donde la naturaleza marca el ritmo de la vida cotidiana.
El verano en Arazatí tiene su propia magia. Aunque el sol se impone con fuerza, el viento fresco que llega del río dicta las reglas, aliviando los días más calurosos. “La verdad acá uno ni sabe qué son las olas de calor, si pica el sol tenés siempre el viento”, dice un pescador que tiene su cama con vista al río, Fabián Lucero.
En las barrancas que miran hacia la costa, una veintena de ranchos se alzan de manera pintoresca, construidos con chapas, bloques y hasta restos de chasis de ómnibus. Cerca, lanchas de madera abandonadas y corroídas por el sol completan el cuadro. Sin embargo, allí la vida sigue el ritmo del río, un compás pausado donde no hay grandes movimientos, pero sí una comunidad vibrante.
Los pescadores recorren 15 kilómetros para abastecerse en bidones con agua potable para beber y cocinar. Aunque el acuífero de Raigón está justo debajo de ellos, un pozo semisurgente sigue siendo un pedido constante. La gente solo pide lo básico: agua limpia. Para los baños, utilizan agua del río.
Los motores que impulsan sus lanchas dependen del combustible que traen en tarros desde Rafael Perazza, el pueblo más cercano, sobre la ruta 1. Más lejos: 25 kilómetros, que algunos los hacen en ómnibus, uno que pasa solo dos veces por día. “Pero en el ómnibus no te dejan subir los bidones, eso siempre lo arreglo con algún compañero que tiene vehículo, que me hace el favor”, cuenta Carlos Lucero, hermano de Fabián. Viven donde se termina el barrio, pero cada uno en su rancho.
En este rincón escondido, donde hasta los conductores de los ómnibus que llegan desconocen de su existencia, siete familias resisten los inviernos largos y esperan con ansias la llegada de la zafra. Es en ese breve período cuando el sábalo, el pez estrella de la región, llena sus redes y transforma sus ingresos. Durante unas pocas semanas al año en enero y febrero, cuando hay zafra, un pescador puede llegar a ganar hasta 23.000 pesos diarios, un respiro económico que define el ritmo de sus vidas. A pesar de las dificultades, la comunidad mantiene un espíritu solidario: todos se conocen, comparten herramientas y anécdotas de buenas zafras. Salen juntos a pescar, no solo por camaradería, sino también por seguridad. Si uno se cae al agua, o se enreda en alguna red, está el otro pescador para tender una mano o tirar un salvavidas.
Incluso hay un almacén improvisado, que se convierte en un punto de encuentro para intercambiar cuentos, chismes y las novedades importantes: si hay o no hay pesca. “Acá todo es tranquilo, como el río,” dice con una sonrisa Daniel Castro uno de los pescadores que lleva 17 años en el sitio. En el almacén hay de todo un poco a la venta; lo básico para cocinar: harina, aceite, azúcar, yerba y algunos productos de aseo personal.
Pero esa tranquilidad podría cambiar pronto. Arazatí está a punto de enfrentarse a la posible construcción de una planta potabilizadora de OSE. Para algunos pobladores, el proyecto promete progreso y empleo; para otros, representa un peligro para el ecosistema del río y, con él, para su forma de vida. Las preocupaciones van desde el impacto en las especies que garantizan su sustento hasta el futuro de un poblado cuya existencia gira en torno al río.
“Algunos te van a decir que quieren un subsidio, pero la verdad yo no creo que cambié la pesca. Tampoco que realmente contamine, los productores que se quejan son paperos y otros plantan soja, yo les pregunto, ¿lo de ellos no contamina más?”, dice Castro.
La llegada de la nueva administración del Frente Amplio ha puesto en duda la concreción del proyecto, pero las interrogantes persisten. ¿Cómo impactará la planta en el río? ¿Podrá el sábalo seguir marcando el ritmo de la vida? Mientras estas preguntas flotan en el aire, los habitantes de Arazatí continúan pescando, compartiendo y resistiendo, con una mezcla de esperanza e incertidumbre que refleja la esencia de su pueblo.
Fue el gran negocio
“Cuando arranqué había mucho pescado y el negocio era rentable”, recuerda Castro, quien empezó allá por 2009, impulsado por la necesidad y el consejo de amigos. En ese entonces, sin plata en el bolsillo, hizo su primera inversión para lanzarse al río por una permuta. Cambió una moto por su primera barca y se embarcó en una zafra que le permitió prosperar. Con el tiempo llegó a tener tractores, motores y otra embarcación. Pero la situación ha cambiado radicalmente. “El pescado vale lo mismo que hace 16 años, todo lo demás ha subido un 500%. El combustible, las herramientas… Hoy, si no hacés otra cosa, te morís de hambre”, dice. Él trabaja también en el transporte, es chofer de camiones.
Castro lleva 16 años pescando en Arazatí, pero fue hace siete cuando decidió instalarse de manera permanente junto a su esposa. Ella es la única mujer que vive todo el año en la zona: Maricel Ferreyra, madre de siete hijos, una mujer que conoce tanto la pesca como su marido. Sale a navegar y supo trabajar día y noche sin parar. “Es que cuando estaba ese momento que había pescado uno le metía, un día entré a las seis de la mañana y salí después de las doce de la noche”, dice.
Ferreyra cree que lo importante ahora es pelar por el agua. “Estaba todo arreglado, un vecino nos iba a pasar por un caño, se iba a hacer en su campo un pozo semisurgente, pero de eso no ha pasado nada”, dice. Para esta pescadora y camarera, porque trabajó años en las cámaras de frío donde se guarda el pescado, el tema es de la Intendencia de San José. “El vecino es muy buen hombre, no es por falta de voluntad de él, no podemos decir nada, una excelente persona”.
La rutina de la pesca está dictada por las mareas y el comportamiento de los peces. El sábalo, el principal recurso de la zona, ha disminuido notablemente. Castro atribuyó inicialmente la escasez a las grandes sequías que afectaron al río Paraná y al río Uruguay, pero incluso con las lluvias recientes la situación no ha mejorado. “No sabría decir la razón exacta, pero ya no hay pescado como antes. En otros tiempos, con 70 litros de nafta podías sacar 100 cajas de pescado; ahora con suerte llenás 10 y no cubrís los costos”, relata. Cada caja contiene 20 kilos de pescado, y el kilo se paga a 30 pesos, un precio que, según Castro, no compensa el esfuerzo. Salvo, claro, cuando llega la zafra, algo que se viene en las próximas semanas.
Hoy, por ejemplo, no fue un buen día de pesca y se nota porque las cajas no se llenaron. “Esta vez pagamos para trabajar, hay días malos”, dice un pescador.
Las técnicas de pesca también son variadas. En esta zona se usan principalmente dos métodos: la malla calada, que se ancla en el agua para revisar posteriormente y llevar el pescado, y la redondilla, que consiste en rodear al cardumen con una red de 200 metros, guiándolo hacia la barca. Todo se hace a mano, entre dos o tres personas. “No es un trabajo fácil, pero tampoco imposible,” dice, mientras describe cómo procesan el pescado: primero lo limpian de vísceras, ya sea en el agua o al llegar a la playa, y luego lo refrigeran en un contenedor con hielo provisto por el comprador.
En la orilla, los compradores suelen ser pocos y las oportunidades limitadas. Hoy, una única empresa acapara el comercio en la zona, procesando parte del pescado en Juan Lacaze y Montevideo. La relación con estos intermediarios es desigual, según Castro: “Te dejan el hielo para que conserves el pescado, pero el precio lo ponen ellos, y no hay margen para discutir”. Las cámaras solo funcionan a hielo, sin electricidad. Es extraño ver cómo un contenedor con hielo mantiene por días el pescado que luego se exportará congelado.
Este pescado, aunque poco consumido en Uruguay, tiene como destino principal los mercados internacionales. Brasil, China y Colombia son los mayores compradores. Se exporta entero, sin vísceras y limpio, listo para la preparación. En muchos de estos países el pescado se sirve casi completo, manteniendo su forma característica. Su tamaño varía, pero lo habitual es que mida entre 40 y 50 centímetros de largo, con un peso que oscila entre los dos y cuatro kilos.
La vida en Arazatí está marcada por el envejecimiento de la comunidad pesquera. “Somos todos veteranos, de 40 para arriba. Ya no hay gurises en las barcas, ni familias jóvenes que se animen a este trabajo”. Castro y su esposa han criado a sus hijos en este entorno. Su hija menor llegó a asistir a la escuela rural cercana, pero con el tiempo todos buscaron otros rumbos: una es policía, otra enfermera. “Por suerte cada uno de los hijos en lo suyo”, dice Ferreyra, contenta.
Buscó oro, sobrevivió a tormentas y pesca desde 1974
Juan Maldonado, con 79 años, es el pescador más veterano de Arazatí. A pesar de su edad, sigue entrando al río junto a uno de sus hijos. Tras una operación de cadera, apenas soportó dos meses fuera del agua; si hubiera sido por él, habría vuelto a pescar mucho antes.
Siempre lleva consigo una pequeña estampita de la Virgen, plastificada y bien cuidada, que considera su protectora en cada jornada. Aunque hoy pesca en las aguas tranquilas de Arazatí, Maldonado enfrentó grandes temporales cuando trabajaba en Pajas Blancas, en Montevideo.
Mientras su lancha regresa a la costa, abre los pescados con un corte limpio, lanzando las vísceras al agua. Lo que para él es rutina, para las aves es festín: gaviotas, garzas rosadas y hasta águilas se disputan los restos.
Con la calma que dan los años, Maldonado asegura tener cientos de historias, del agua no solo de pesca. Durante los años de la dictadura, trabajó en las alcantarillas de Montevideo como una especie de “pirata moderno”, buscando joyas extraviadas, un rastro de oro entre las sombras.
La libertad del agua
Por más de dos décadas Richar Hernández ha vivido vinculado a las aguas del Río de la Plata en la zona de Arazatí. “Hace 22 años que pesco acá en el mismo lugar”, cuenta con orgullo. Pero su relación con el río no siempre fue tan natural. “Yo trabajaba en las zonas rurales hasta que conocí la pesca. Me gustó la libertad y me quedé”.
Esa libertad que encontró no solo tiene que ver con navegar en aguas abiertas, sino con manejar su tiempo y decisiones. “En un trabajo normal tenés que cumplir horarios. Acá puedo entrar más temprano o más tarde, dependiendo de lo que pase con mis hijos. Ellos juegan al fútbol, y a mí me gusta acompañarlos. Es esa independencia lo que me hace sentir libre, sin paredes, como digo yo”.
La vida como pescador, sin embargo, no ha sido sencilla. Hace nueve años, Hernández y su familia dejaron la precaria vivienda en la costa y se mudaron a Villa La Paz, en el departamento de Colonia, tras conseguir un terreno. “Allá los chicos tienen una vida mejor. Acá era complicado: vivíamos sin agua, sin luz, y cuidar a cinco niños en esas condiciones era difícil”, dice Hernández.
Comenzó a pescar con un bote improvisado, construido con chapas de tanque, y un trasmallo que tejió a pulmón. “En ese entonces no había las herramientas ni las embarcaciones que hay ahora. Pescábamos a remo y recorríamos kilómetros en busca de cardúmenes. Hoy, nadie pesca a remo”, recuerda.
El cambio climático también ha dejado su huella. La temporada, que tradicionalmente comenzaba en noviembre, ahora se retrasa. “Antes noviembre y diciembre eran buenos meses, pero este año recién en diciembre empezó a aparecer algo. Enero y febrero son los meses fuertes, pero todo es menos predecible”.
El viento, el frío y las distracciones son los mayores enemigos en el río. “El viento es lo que provoca los accidentes. Por ejemplo, una malla que se enreda en la hélice puede hacernos caer. Todo accidente en el agua es 99% error humano”, sentencia Hernández, que además de salir a pescar trabaja para la empresa que compra el pescado, maneja el tractor que saca las emanaciones del agua, y es el mismo que después sube el pescado para ser guardado en la cámara de frío.
Fuera de la temporada de zafra, cuando la captura de sábalos merma, Hernández encuentra formas de sostenerse en su oficio. “A veces me muevo para otro puerto donde haya más pescado, o me las arreglo con especies como el patí, el mochuelo o la vieja del agua”, explica. Estas especies, aunque no generan ingresos considerables, permiten hacer “un aguante” hasta la próxima zafra.
En su auto, que describe con humor como “una carretilla”, transporta pescado, combustible y lo que sea necesario para la pesca. La precariedad no lo desalienta. Para él la pesca no es solo un trabajo, es un estilo de vida. “Siempre lo tomé como un hobby. Por eso le encuentro el gusto a la vida”, reflexiona.
Hernández también está atento a los cambios que podrían venir con la planta. Aunque aún no hay certeza sobre los efectos en la pesca, ha participado en reuniones para entender el potencial impacto. “Nos dijeron que la toma de agua no afectaría mucho, serían unos 50 metros de restricción, lo cual no nos perjudica”, dice. Y cuenta que el sistema proyectado evitaría la absorción de peces, un problema que sí ocurrió en otros lugares. “Todo avance tiene su proceso, pero parece que no habría consecuencias mayores”, opina con cierta cautela.
Sin documentos
Con una embarcación propia pero sin los permisos necesarios, Daniel Lucero se limita a pescar cerca de su zona, evitando problemas con Prefectura. “He intentado muchas veces sacar el permiso, pero es muy complicado. Sin papeles no puedo moverme como los demás”, cuenta. Eso no lo detiene: “Me meto igual a pescar, pero siempre en días lindos y acompañado de otros compañeros. Hay compañerismo, siempre andamos con las barcas separadas unos 500 o 600 metros”.
La vida de Lucero está marcada por la rutina del río. Cada mañana que el viento lo deja, a las cinco se sube a su barca para revisar las redes que dejaron en el agua la jornada anterior. “Mientras haya pescado, seguimos; cuando no hay, movemos las redes a otra zona”, explica.
Fabián Lucero, su hermano, trabaja en la zafra de la papa, en fábricas de ladrillos y en la construcción. “En lo que salga, porque uno tiene tres hijos y enseguida pienso en ellos, no les puede faltar nada”, dice.
Sobre el futuro, Carlos Lucero se muestra no muy decidido. La posible construcción de una planta genera incertidumbre. “Podría beneficiar a mucha gente por el tema del agua, especialmente en épocas de sequía como la de hace un par de años”, reflexiona. Cuando las reservas de agua del río Santa Lucía se acabaron, Montevideo y el área metropolitana casi se quedan sin agua potable.
Además, ellos consideran dos elementos clave. Por un lado, a pocos metros del área donde realizan la pesca hay dos tomas de agua utilizadas para el riego de granjas. Por otro lado, mencionan el caso de la planta de UTE en Puntas del Tigre, donde los pescadores locales recibieron apoyo económico y herramientas de trabajo, aunque eso no modificó las condiciones de la pesca en la zona.
Con la mirada fija en el horizonte desde las alturas de las barrancas y las manos acostumbradas al trabajo duro, Daniel Lucero resume lo que piensa sobre el proyecto: “Puede complicarnos, correr el pescado o hacerlo más difícil para quienes no tenemos permisos. Es un tema que tiene dos caras, porque a unos les puede dar beneficios, pero a otros nos podría perjudicar”. Pero para eso resta ver primero si hay humo blanco y se inicia la construcción. Porque, se sabe, el presidente electo Yamandú Orsi no está muy convencido.
El futuro de la planta sigue en duda
El proyecto Arazatí, conocido popularmente como Neptuno, se encuentra en el ojo de la tormenta política. A dos meses de asumir el nuevo gobierno, encabezado por Yamandú Orsi, las dudas sobre la viabilidad y conveniencia de esta megaobra se han intensificado.
La tensión entre el gobierno saliente y entrante plantea un escenario de incertidumbre. Las próximas semanas serán cruciales para determinar si el actual gobierno decide firmar el contrato o si espera a que lo haga (o no) el próximo. Ya está el visto bueno del Ministerio de Ambiente.
El presidente Luis Lacalle Pou dijo el 12 de diciembre pasado que seguirá adelante con la iniciativa. “¿Cuál es el deber del presidente si dijo que del 1º de marzo de 2020 al 1º de marzo de 2025 iba a seguir gobernando? ¿Poner freno de mano?”, preguntó en un acto en la inauguración de un puente en Montes. Tras lo cual se escuchó un cerrado “no” del público allí presente.
“Ahora si viene una sequía, ¿a quién le van a echar la culpa, a los que vienen o al que se fue que no hizo las cosas?”, agregó el presidente, quien puntualizó, no obstante, que la definición que tome el gobierno será en contacto con Orsi. “¿Eso quiere decir que no conversemos? Nos hemos pasado conversando. Porque es obvio que nosotros tenemos la legitimación para gobernar hasta dentro de 80 y pico días, pero también viene otro gobierno”, dijo.
Orsi, en tanto, declaró en rueda de prensa que en reuniones de trabajo, en el marco de la transición, se va a “pedir más información” del proyecto, sobre todo porque recibió “informes técnicos”, de la Universidad de la República, “contrarios a la decisión tomada por Ambiente”.
Una vez que estén “cotejados” ambos estudios, Orsi dijo que conversará con el presidente. Consulto sobre si se puede ir para atrás con Arazatí, retrucó: “Corregir o cambiar los términos no necesariamente es ir para atrás. Si hay inconvenientes no es ir para atrás, es al revés, es no cometer errores”, considerando que hay “mucho dinero en juego”.
El Frente Amplio siempre estuvo en contra del proyecto. En líneas generales, se pone en duda la calidad del agua que se tomará y se critica el modelo de financiamiento propuesto. Las Bases Programáticas del FA no hacen mención a la obra. Entre las “48 prioridades para gobernar” anunciadas por Orsi está la construcción de la represa en Casupá.
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