UNA ESQUINA ESTRATÉGICA
Tras un proceso de expropiación que llevó cuatro años, la IMM entró hace 15 días al histórico edificio abandonado de San José y Florida. Las opciones van desde un gran centro cultural a demolerlo.
Desde la entrada de Mayorista del Once, la añeja y lúgubre galería sobre la calle San José, se ve la parte de atrás de la Torre Ejecutiva. Está ahí, a menos de 50 metros, ese edificio vidriado que luce moderno pero que en algún momento por la década de 1960 fue un proyecto de Palacio de Justicia, estuvo parado durante décadas y después de 2005 el entonces presidente Tabaré Vázquez decidió convertir en la sede de Presidencia de la República. Más allá, el Teatro Solís y la nueva y llamativa sede de la CAF en el predio del viejo Mercado Central de Montevideo. Un poco más cerca, el Palacio Estévez y, hacia 18 de Julio, el Palacio Salvo. Es obvio: la obra que pensó el fallecido ingeniero argentino Miguel Dayán con su empresa Veroni S.A., un edificio de apartamentos y otro de oficinas junto a una galería comercial, ocupa un lugar clave en el Centro de Montevideo. Pero desde hace casi cuatro décadas también es un agujero negro en uno de los principales puntos turísticos y estratégicos de la ciudad. Algo así como una tapera que se mantiene con el paso del tiempo y que colabora con la decadencia en una zona que, por otro lado, ha mostrado ciertos impulsos de dinamismo con la ayuda del sector público.
El esqueleto de seis pisos se levanta justo en la esquina de San José y Florida. El abandono también contrasta allí con un reluciente parking ubicado enfrente y con un nuevo edificio construido a media cuadra, por San José. A la vuelta, sobre Ciudadela, ya se estrenó Alma Duç, un edificio de alta gama, y en la esquina con Soriano avanza la construcción de Alma Et, una torre de acero y vidrio de 11 pisos, destinada a oficinas.
En Mayorista del Once, en cambio, el entorno es setentoso, decadente. Los cerramientos precarios y una antena de televisión codificada en los dos primeros pisos del edificio abandonado parecen indicar que allí vive gente. Pero, ya veremos, nadie vive hoy porque la Intendencia de Montevideo (IMM) es la nueva dueña y desde hace algunos días estudia qué hacer con el lugar.
Por ahora solo hay algunos funcionarios municipales que evalúan la estructura, trabajan en poner un cerramiento “más prolijo” y en tareas de salubridad. El lugar “está lleno de ratas” y hay problemas de saneamiento, que repercuten en los vecinos, dicen fuentes de la IMM.
En planta baja hay rejas y más rejas, ventanas cerradas donde hubo algunos comercios y hasta funcionó una boca de venta de drogas, desarticulada en 2019, cuando el clima en el barrio era más complicado. Las paredes exteriores están pintadas de colores, hay grafitis y un mural donde está escrito un fragmento de un poema de Susana Soca, quien vivió en una casona vecina que aún se mantiene en pie: “La demente canturrea / dicen que no tengo nada / sin los vapores del vino”.
La galería, con su luz mortecina, tiene forma de L y une los dos edificios, uno que fue terminado y otro que no. La entrada por San José está abajo del edificio abandonado, la de Florida es vecina a un edificio que sí culminó el constructor argentino, con nueve pisos: los primeros cuatro de estacionamientos y los restantes cinco con 70 apartamentos ocupados.
Hoy se ven unos pocos locales comerciales abiertos en la galería: una relojería, dos imprentas, un lavadero, un local de reparación de PlayStation y otro donde atienden dos cubanos “curanderos”.
El movimiento es casi nulo un lunes a media tarde. Unos muchachos salen del lugar y allá al fondo dos operarios trabajan soldando algo. Hay que atravesar unos cuantos metros en Mayorista del Once antes de llegar al primer local ocupado, el taller de relojería Péndulo. Allí está Nilson Camean, que es un verdadero libro abierto sobre la historia de esta esquina. Tiene 64 años, está “en la cuadra” hace unos 40, pero ya no vende relojes, solo los arregla. Le robaron 16 veces hasta que cerró la parte de venta y dejó el taller.
Arriba del mostrador hay relojes, piezas, papeles y algunas herramientas. Se nota el entusiasmo y la pasión cuando cuenta su trabajo:
—Todavía me sorprendo de cosas que me llegan, relojes hechos hace 140 años, mecanismos que nunca vi en mi vida... Pero el oficio te da el sentido común para reparar una cosa que no conocés.
Camean habla de “el ingeniero” para referirse a Dayán, el artífice de esta esquina, como quien habla de un pariente lejano al que le tiene aprecio. Relata que murió de un infartó en Buenos Aires ya a fines de la década de 1990 pero que bastante antes se había quedado sin capital y por eso la obra quedó parada más o menos al regreso de la democracia, en 1985.
—Él pasaba semanas acá. Cada vez que se iba a Buenos Aires, me decía: Nilson, ¿le traigo una botellita de whisky? —cuenta y dispara una larga risa— Era macanudo, macanudo en el trato. Ahora, comercialmente yo no tuve vínculos.
—¿Y la intendencia les ha dicho qué harán ahora con el predio?
—Mirá... —suspira— ni ellos saben qué van a hacer. Algunos hablan de un centro cultural, pero tendrían que hacer todo de nuevo: acá lo que hay son locales comerciales.
Una oscura galería, un relojero y 70 apartamentos
El relojero Nilson Camean es uno de los pocos que quedan en Montevideo. No más de 10, asegura él. Es de esos que saben desarmar y arreglar casi cualquier reloj. Aprendió desde niño el oficio de su padre, maestro en la escuela suiza de relojería. “Ahora terminé de armar un reloj de pie que me llevó cinco días”, cuenta y dice que en ese caso cobró unos 23.000 pesos. Para un reloj de pared común “con mecanismo norteamericano o alemán simple”, explica como si cualquiera entendiera, el precio varía de 4.000 a 6.000 pesos. Su local está en el inicio de la galería Mayorista del Once por el lado de San José, más cerca del edificio sin terminar que del edificio con 70 apartamentos ocupados al cual se entra por la calle Florida, justo al lado del viejo cine Independencia.
Unos metros más al fondo está la imprenta de Andrés Flores, otro personaje de esta galería. Él se refiere al empresario como “el judío Dayán” y dice que, si bien no lo conoció como su colega relojero, sabe que “lo agarró la tablita” y por eso la obra quedó inconclusa. También cuenta la historia del dueño de una rotisería ubicada en uno de los locales de planta baja, “hasta que un día se enganchó con la pasta y se arruinó“. Tanto que allí terminó funcionando esa boca que luego la Policía tapió a fines del gobierno anterior.
—Se corre la bola que viene la división Cultura para acá —dice Flores. Baja a un sótano y vuelve con algo en la mano.
—Hoy es tu día de suerte —sonríe y entrega copias de los expedientes del trámite de expropiación y el plano de todo el predio, en el cual se basó la IMM.
—¿No los precisás?
—No.
Y se encoge de hombros.
El largo trámite.
El final está ahí, pero falta. Hace poco terminó un largo proceso de expropiación, que se había iniciado hace más de cuatro años, cuando la IMM envió a la junta departamental un proyecto de decreto pidiendo permiso para expropiar el esqueleto de 367 metros cuadrados y seis pisos (aunque los documentos hablan de siete) “con toma urgente de posesión con destino a renovación urbana”. En febrero de 2019 el entonces intendente Daniel Martínez aprobó una indemnización a pagar para concretar la expropiación, por más de cinco millones de unidades indexadas. Pero, en rigor, la operación no implicaba gasto para la intendencia, dado que se expropió por compensación de la deuda que tenía la propiedad por no pago de impuestos, cercana a los 27 millones de dólares, según informó en su momento el diario El Observador.
Recién en octubre de 2019 la IMM inició el trámite judicial y, se sabe, esas cosas llevan tiempo. Además, había que desalojar a dos familias que vivían en los primeros pisos del edificio.
Desde el año pasado, según dicen a El País en la IMM, los equipos técnicos del área social los acompañaron en el proceso de dejar el lugar. A una de esas familias, una señora con dos hijos menores de edad, se le dio un subsidio por dos años para alquilar un apartamento. Se trata de la expareja de Flores, el imprentero, quien cuenta que el monto es de unos 20.000 pesos por mes y que esperan a ver si el Ministerio de Vivienda les otorga una casa nueva. También vivía en el lugar una mujer que consiguió alojamiento y la IMM le dio subsidio por un mes.
La intendencia tomó posesión del predio hace unas dos semanas. Los funcionarios están en “etapa de evaluación técnica” sobre el estado de la estructura para decidir el destino, dicen desde la comuna. La primera impresión es que “no hay daños irreversibles pero todavía falta mayor cantidad de estudios”, afirman fuentes de la IMM, y aseguran que el edificio fue construido sin permisos.
¿Se ha aplicado la ley sobre inmuebles vacíos?
La ley 19.676 fue aprobada a fines de 2018 y reglamentada en 2019. La norma obliga a los privados a rehabilitar inmuebles vacíos y degradados por un período mayor a dos años. De hecho, si eso no sucede, el Ministerio de Vivienda y Ordenamiento Territorial (MVOT) y la Agencia Nacional de Vivienda (ANV) pueden solicitar a la Justicia civil que declare vacío y degradado cualquier inmueble. Cuando el abandono y el deterioro se comprueba, el juez da a los propietarios un plazo de un año para rehabilitar. Si no se cumple, viene el remate. ¿Se ha aplicado la ley? Desde el ministerio dicen que, acaso por la pandemia, “casi no se conocen casos concretos” aunque un funcionario recuerda el caso de un inmueble abandonado en Carrasco, que se pasó a la ANV. En la web de la agencia, en tanto, figuran un total de ocho inmuebles “vacíos y degradados” en proceso de rehabilitación.
Una historia complicada.
Ramón Méndez, exdirector de Planificación, lideró el proceso en la administración de Martínez. Cuando El País lo contacta, responde sorprendido vía WhatsApp:
—Uy, ¡qué tema ese! Me alegra saber que terminó porque era complicadísimo, una historia muy intrincada de un argentino que había iniciado una obra hace décadas y por diferentes argucias legales sus sucesores tenían todo bloqueado.
Entonces cuenta que se siguió el camino de la expropiación no porque se quisiera ese edificio en particular “para hacer algo”, sino porque no tenía sentido un lugar abandonado en un “sitio neurálgico”.
Carlos Varela, alcalde del municipio B hasta 2020 y hoy director de Promoción Económica de la IMM, también dice que todo se originó porque “dolía tener esa estructura inconclusa en un punto estratégico” y recuerda que aquello se dio en el marco de acciones similares en la zona:
—Hoy nos olvidamos pero en Requena y Brandzen había un esqueleto sin terminar y hoy es un edificio consolidado. En 18 y Tacuarembó lo mismo. El disparador fue la exmutualista Comaec en Bulevar Artigas y Maldonado.
Varela cuenta que, cuando se inició el proceso, se pensaba como opciones una incorporación al mercado privado o más bien desarrollar una “plataforma” vinculada a la cultura y el turismo. Méndez recuerda que la idea más bien era ir por un centro cultural:
—Y lo habíamos hablado con Cultura. Pero después dijimos que no había que vender la piel del oso antes de cazarlo y lo dejamos en suspenso.
Una nota de El Observador de mayo de 2021 citaba, en base a fuentes de la comuna, que el futuro del edificio estaría en manos de Cultura y que el objetivo era “integrarlo a la trama urbana a través de un edificio de calidad”. Hoy desde la IMM dicen a El País que se estudia la “lógica para devolverlo a la vida de la ciudad” pero aclaran que no hay decisión tomada.
El diagnóstico dirá si es “viable o inviable”. Si se confirma la segunda opción, habrá que demoler, sostienen las fuentes del gobierno departamental.
A pesar de la cercanía con la Torre Ejecutiva, desde Presidencia dicen que no han sido contactados por la IMM. De todos modos, un funcionario del gobierno vinculado al tema inmuebles cuenta que escuchó que la idea es crear allí el “centro cultural Tabaré Vázquez”. Esto no es confirmado ni desmentido por la IMM. “No hay decisión”, repiten desde la comuna, mientras que la directora de Cultura María Inés Obaldía contesta que “por ahora” no puede referirse al tema.
Pero hay otro hecho a sumar. A mediados de 2020 la IMM escrituró a su favor la casona donde vivió Susana Soca, lindera con el edificio, que pertenecía a ANEP y que es monumento histórico nacional. Después el lugar fue cedido hasta mayo de 2023 al espacio cultural Ánima, que realiza allí actividades.
Un referente del sector inmobiliario, quien pide no ser identificado, dice que lo más lógico es que la IMM remate el predio o haga un acuerdo con la Agencia Nacional de Vivienda (ANV) para comercializar la propiedad.
Ahora bien, ¿cuánto vale esa propiedad así como está? El País consultó a varias constructoras y hay cautela a la hora de dar cifras porque dicen que depende mucho de las patologías que tenga la estructura y cuentan que hay casos en los que vale más la pena demoler que arreglar. Aun así, el inmueble, incluyendo el terreno, tendría un valor apenas por debajo del millón de dólares. ¿Y cuánto costaría terminarlo? Entre uno y dos millones de dólares, afirman.
Un conocido desarrollador montevideano dice a El País que, más allá del destino final del lugar, lo más importante es que “la obra se termine” y que “por suerte hay cada vez menos estructuras vacías en la ciudad”. Y eso es verdad.
Un relevamiento realizado en 2014 por los arquitectos Gonzalo Bustillo y Mariana Ures identificaba 339 inmuebles visiblemente abandonados solo en los municipios B y C de Montevideo, que en total sumaban un valor de unos 25 millones de dólares. Uno de esos 339 es el edificio de San José y Florida.
Bustillo, docente e investigador de la Facultad de Arquitectura, dice a El País que en los años siguientes a aquel estudio hubo una política, desarrollada sobre todo desde la ANV, que permitió terminar algunos edificios icónicos que estaban abandonados. “Es un tema que ha tenido gran evolución” en Montevideo, afirma Bustillo, “a pesar de eso hay situaciones puntuales que siguen presentes como este edificio”.
En esa esquina, de hecho, se espera un cambio que puede terminar de lavarle la cara al barrio. O —también sería muy típico de Uruguay— la situación puede eternizarse por falta de decisión o de recursos. El tiempo dirá.
Tres ejemplos emblemáticos de inmuebles abandonados
Es “uno de los inmuebles abandonados más emblemáticos”, dice el arquitecto Gonzalo Bustillo. “Un edificio que quizás lleva décadas clausurado, en permanente y cotidiano deterioro”. En rigor el lugar nunca funcionó como hotel, aunque sí hubo varias facultades.
En febrero se cumplirán dos décadas desde que partió el último tren y el lugar sigue cerrado, en medio de un juicio entre la empresa Glenby y el Estado. “Las ruinas de Pompeya están mejor conservadas que la Estación Central”, dice el historiador Enrique Bianchi.
La Maternidad del Casmu en Garibaldi convive desde hace 15 años con una propiedad lindera abandonada. Arturo Burgos del Casmu dice que el lugar es “origen de roedores y hormigas” y, hasta que fue tapiado, “era frecuentado por personas en situación de calle”.