Las dudas tras la explosión: ¿cuán probable es que ocurra un desastre en Uruguay y cómo enfrentarlo?

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Bomberos trabajan en la explosión del edificio en Villa Biarritz. Foto: Francisco Flores / Archivo El País

EN ALERTA

Científicos avecinan un sismo; arquitectos piden más exigencias contra incendios. Desde geólogos hasta corredores de seguros y médicos insisten en que es vital trabajar en la prevención de los riesgos

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Desde el suelo del parque Villa Biarritz resplandecen destellos fugaces a medida que uno camina. La luz del sol de este viernes, una semana después de la explosión, se refracta en los restos de vidrio que solo se ven si se los busca entre el pasto. Aún así, casi imperceptibles, su reflejo encandila. Los restos todavía están ahí, aunque en la superficie todo luzca como siempre. Los caminos, las calles, los canteros; todo está limpio y parece intacto de este lado de la valla que rodea el edificio de Leyenda Patria. Salvo que, ahora, todos levantamos la cabeza al pasar. Una mujer que pasea un caniche, el conductor de la camioneta con un altoparlante que anuncia que a las 17:43 se deben prender las velas para inaugurar el shabat, la cámara de un canal de televisión, la cámara de los celulares de la gente que pasa: todo apunta en dirección a la estructura tapiada con planchas de madera en sus aberturas.

La presidenta de la Unidad Reguladora de Servicios de Energía y Agua (Ursea), Silvana Romero, informó el viernes que hubo “un consumo excesivo de gas” en uno de los apartamentos. “No sabemos por qué: si por error quedó la hornalla mal cerrada o si se pinchó la colilla que une la cañería”, dijo Romero al ser consultada por Telemundo (canal 12). Todavía hay más preguntas que respuestas y se acumulan las conjeturas, la búsqueda de un consuelo, de escenarios peores para matizar la realidad: “Fue una desgracia, hay un fallecido, pero si esto explotaba un sábado con la feria y la gente en la casa, no quiero ni pensar”, dice a El País un vecino que se acerca a la valla a contemplar el edificio.

¿Y, si como dice el vecino, hubiese pasado un sábado, o si la fuga de gas era aún mayor? O más aún: si hay un sismo en la ciudad, si un tornado arrasa otra vez, como en Dolores en 2016, ¿qué tan preparados estamos para el desastre? ¿Cómo responderíamos a una emergencia de esas dimensiones?

En el imaginario colectivo predomina la convicción de que “acá nunca pasa nada”, referido a fenómenos como un tornado o accidentes con muchas víctimas. Lo que pasó en Villa Biarritz no suele ocurrir, lo de Dolores tampoco. Pero desde geólogos hasta corredores de seguro, arquitectos y médicos que trabajan con pacientes traumatizados o politraumatizados, insisten en que la poca cultura de prevención de riesgo, que descansa sobre ese “nunca pasa nada”, puede ser fatal cuando, efectivamente, pase algo.

Tornados y un tsunami.

Un grupo de geólogos exhortó el año pasado a elevar el riesgo sísmico para el Río de la Plata, para soportar terremotos de moderados a fuertes. Esto implicaría diseñar construcciones que soporten eventos de una magnitud de 6 en la escala Richter. La recomendación se basa en un estudio de la geóloga uruguaya Leda Sánchez, un neozelandés, Peter Baxter, y un argentino, Carlos Costa. Esa investigación fue aprobada por el Journal of South American Earth Sciences.

Para hacer este tipo de recomendaciones se tiene en cuenta la aceleración de la superficie del suelo. Ahora, ¿es posible que este suelo se mueva tanto como en otros países? ¿Cuán probable es que ocurra un terremoto que afecte Buenos Aires, Montevideo o incluso Maldonado? “Nuestros cálculos nos dicen que en un lapso de 10 a 25 años, podemos tener un evento de magnitud de 6,3 en la escala de Richter”, advierte la geóloga Sánchez.
“La historia sísmica está escrita”, agrega, y se remonta al siglo XVI.

El explorador español Álvaro Núñez Cabeza de Vaca reportó un sismo el 30 de octubre de 1542, cuyo epicentro se presume fue el río San Juan, en Colonia. Murieron 14 personas y hubo desbarrancos y árboles caídos. “Según la descripción de todos esos daños y esas muertes, tuvo que haber sido un evento de una magnitud arriba de 6,5, porque los otros eventos no dejan cicatrices en el terreno”, asegura Sánchez. Y se pregunta: “¿Y si ocurriese un evento de esa magnitud hoy? Teniendo en cuenta cómo está poblada toda la costa, Montevideo, todo el litoral oeste, la costa oriental… Sería realmente un desastre”.

Las construcciones más modernas no están preparadas para un movimiento de esas características, que al ser un movimiento de suelo, es horizontal, explica la geóloga. “Las paredes son cada vez más finas. Los edificios están pegados, uno al lado del otro. La calidad de los materiales ha disminuido si comparamos con edificios de décadas atrás”.

Más acá en la historia, el 14 de enero de 1884, un tsunami golpeó la costa sur uruguaya a las 7:30 de la mañana, según los registros de la época. El fenómeno duró unos 15 minutos. Según recogió la revista Nature, que registró el fenómeno, el tiempo era bueno, la playa estaba mansa, no había tormenta. “Varias personas se ahogaron en la costa”, dice la revista, producto de la ola que inundó parte de la ciudad de Montevideo. La prensa argentina habló de “más de 500 muertos”. No obstante, la cifra oficial dice que la única víctima confirmada es una mujer embarazada. Más allá del desencuentro en los números de muertos, lo que se sabe es que efectivamente se trató de un tsunami y que golpeó con furia la ciudad.

Según la información que recoge el Sistema Nacional de Emergencias (Sinae), hubo unos cuantos eventos más: el 9 de agosto de 1848 se sintió un temblor cuyo epicentro se estimó en la cuenca de Punta del Este, próxima a Montevideo. En los días posteriores ocurrieron réplicas del sismo que se extendieron hasta el 11 de setiembre siguiente. Crónicas de la época aseguran que el temblor se percibió en la Fortaleza del Cerro y hasta en Buenos Aires. A lo largo de los años estos fenómenos se repitieron con distinta intensidad, y el epicentro, por lo general, ha sido la costa sur o sus alrededores.

Mucho más acá en la historia hay temblores conocidos: en octubre de 2014 un sismógrafo registró un movimiento en el departamento de Lavalleja, percibido por varias personas que incluso dieron aviso a la Policía. Al año siguiente, en enero, hubo un sismo y un tsunami pequeño en Montevideo. En aquel momento, El País recogió testimonios de personas que estaban en la playa de Paso Carrasco cuando sucedió el hecho, que dijeron que el agua se retiró y después llegó una ola mucho más grande de lo común. No hubo heridos ni fallecidos.

En noviembre de 2016 hubo un sismo cuyo epicentro se produjo cerca de Sauce, Canelones. El temblor se sintió en por lo menos los barrios de Parque Posadas, Cerro, La Teja, Villa Española, Manga, Piedras Blancas, Aguada y Goes. Pero el más alarmante para los científicos fue el de Florida, el 8 de mayo del año pasado. Se trató de un sismo de 4,6 en la escala de Richter. No fue un área urbana, pero Sánchez imagina el siguiente escenario para dimensionar la magnitud del temblor: “Si el epicentro de ese temblor hubiese sido en Sauce, habría sido realmente catastrófico para Canelones y Montevideo”, dice la geóloga.

Escombros tras el paso del tornado en Dolores en 2016. Foto: Archivo El País
Escombros que dejó el paso del tornado en Dolores en 2016. Foto: Archivo El País

Hay quienes le reprochan que en Chile hay sismos de esa escala “todos los días”. “Pero en Chile se producen a 30 o 40 kilómetros bajo tierra. Acá (los sismos) se nos dan en profundidades menores de 20, 25 kilómetros. La atenuación o la amplificación de las ondas funciona diferente en las regiones intracontinentales (la región andina, por ejemplo) que en las regiones de subducción (la costa occidental de América del Sur)”, argumenta la científica. Y ese es el peligro.

¿Gasto o inversión?

Volvamos a Villa Biarritz. El edificio contaba con calefacción centralizada y gas por cañería, y se presume que todo se originó en el tercer piso. La pregunta que se hicieron muchos uruguayos que viven en edificios con esas características fue: ¿me puede pasar a mí?

Osvaldo Otero, integrante de la Sociedad de Arquitectos del Uruguay y referente de la comisión asesora de Bomberos, dice que un evento así “no es común”. Lo que sí ha visto mucho son fugas de gas provocadas por personas que se han querido autoeliminar: “Deja prendida la hornalla y esperan que explote todo”, dice.

En definitiva, los sistemas de gas en los edificios son seguros y tienen que cumplir con numerosas exigencias, agrega el especialista. Por un lado, las calderas de gas que se encargan de la calefacción están reguladas por una normativa en la que se detalla cómo debe ser el sistema de suministro de energía, los cortes, el control, las válvulas automáticas en caso de una pérdida. Este tipo de calderas, que cuentan con esos mecanismos de seguridad, se ubican generalmente en el subsuelo. Por otro lado, explica Otero, los propietarios pueden elegir tener el servicio de gas por cañería para su unidad. En ese caso, la energía recorre el edificio a través de tuberías y alimenta la cocina o el calentador de agua del apartamento. Uno de los problemas en cuanto a la prevención de riesgo es que prácticamente no existen detectores de pérdida de gas en los apartamentos que cuentan con ese sistema, señala el arquitecto.

Dice: “Si en Villa Biarritz hubiera habido una pérdida en el subsuelo, automáticamente se habría cortado el suministro. Pero en este caso, aparentemente, la pérdida fue en una parte de la conducción de las tuberías hacia los pisos. Entonces, después de esto, pensamos: ‘¿por qué no hay detectores de gas en cada apartamento?’. En muchos países es obligatorio tener detectores de monóxido de carbono. Si hay una pérdida, suena una alarma y alguien se va a enterar”.

La respuesta es simple: “la prevención se ve como un gasto”. Según las estadísticas que maneja el arquitecto, la seguridad contra incendios es un 10% de la inversión total en un proyecto de edificio construido de cero. Esa inversión cumple con lo mínimo obligatorio para tener la certificación de Bomberos. “Esto comprende rociadores, reserva de agua, un sistema de bombeo y mangueras, picos, detectores, extintores, luces de emergencia, señales de salida”, enumera el especialista.

Algo similar sucede al momento de asegurar una propiedad. Corredores de seguros dicen que en Uruguay no hay cultura aseguradora, que se ve el seguro como un gasto. En este caso, el edificio de Leyenda Patria estaba asegurado en dos millones de dólares. Uno de los apartamentos, además, tenía un seguro por lo que había dentro. Pero no es lo común.

Tapiaron fachada de edificio de Villa Biarritz y apuntalaron estructura. Foto: Juan Manuel Romero
Tapiaron fachada de edificio de Villa Biarritz y apuntalaron estructura. Foto: Juan Manuel Romero

“Los uruguayos primero aseguran el auto, después la vivienda, después la vida”, dice Ricardo Monin, consultor y exdirector de la empresa RSA. Sin embargo, aunque el orden de prioridades siga siendo ese, los números indican que en 2020 hubo un incremento significativo en la contratación de seguros de vida respecto al año anterior. El estudio “El mercado asegurador latinoamericano”, realizado por la empresa Mapfre, indica que el principal impulso del crecimiento del mercado respecto al año anterior provino del seguro de vida, con un crecimiento del 16,2% en términos nominales y 5,8% en términos reales. En el ramo de “no vida”, señala el estudio, el crecimiento fue “marginal”.

“El seguro de vida —que originalmente se llamaba ‘seguro de muerte’, pero por temas de marketing se le cambió el nombre— es importante en toda planificación familiar”, dice Monin. “Sabemos que tenemos un tiempo en la Tierra. Nacemos y morimos, pero no sabemos cuándo. En función de ello, el padre y la madre de una familia debería contar con un seguro para proteger a los que vendrán”, opina el especialista.

En cuanto al patrimonio, Monin estima que asegurar un apartamento contra incendio de contenido, robo, con cobertura de emergencia, sanitaria, vidriería y cerrajería cuesta unos 140 dólares al año. “Estamos hablando de 140 dividido 12, que se paga fácilmente a través de tarjeta de crédito o débito. De esa manera estás protegido”, agrega.

José Amorín, presidente del Banco de Seguros del Estado (BSE), dice que los seguros son “muy baratos” porque “hay muy pocos siniestros” de este tipo. Entonces, como el riesgo es bajo, “la gente no asegura” y los costos se mantienen bajos. Amorín dice que, tras lo ocurrido en Villa Biarritz, hubo gente que le consultó directamente sobre el tema y observó también un aumento de consultas a través de los asesores del banco.

Cuadrilla de Bomberos trabaja en un incendio. Foto: Archivo El País
Cuadrilla de bomberos trabaja en un incendio. Foto: Archivo El País
sinae

Sergio Rico: "el objetivo es promover una cultura preventiva en un contexto global donde los riesgos aumentan"

“’Desastre natural’ es un concepto erróneo”, aclara de entrada Sergio Rico, director del Sinae. “Por ejemplo, si el tornado que atravesó Dolores pasaba por el mar, no hubiese constituido un riesgo. Pero como pasó por una zona poblada, expuesta y con vulnerabilidades, se transformó en una emergencia”, dice. “Con esto quiero decir que el riesgo se construye de manera social: aunque el origen de la peligrosidad sea natural, todos somos parte de las acciones que derivan en que nuestras comunidades estén más o menos expuestas”.

Por otro lado, el jerarca afirma que los riesgos más frecuentes a los que nos enfrentamos los uruguayos "son, sin dudas, los hidrometeorológicos, las tormentas y vientos fuertes que derivan en afectaciones o las inundaciones", dice. "Durante la temporada estival, en cambio, el riesgo de incendios forestales aumenta considerablemente y provoca que toda la institucionalidad se prepare especialmente y se enfoque en su prevención. Últimamente hemos sido afectados más frecuentemente por el déficit hídrico, una situación que golpea muy fuerte en el sector productivo", apunta el director del Sinae.

Esa enumeración "deja muy claro que estamos muy lejos del imaginario del 'acá no pasa nada'", agrega. "De hecho, la baja percepción de los riesgos en Uruguay puede derivar, algunas veces, en que inconscientemente nos expongamos más a esos riesgos. Por eso es importante trabajar en la sensibilización, la capacitación y la comunicación de los riesgos".

Por último, hace hincapié en que uno de los objetivos del Sinae "es promover una cultura preventiva, que nos convierta en una sociedad mejor preparada y más resiliente", en un contexto en el que "los los riesgos tienden a aumentar de la mano del crecimiento de la población, del desarrollo industrial y de los efectos negativos del cambio climático".

Un sistema de emergencia.

Desde 2018 descansa en el Parlamento un proyecto de ley titulado “Sistema nacional de trauma y emergencia médica. Creación como sistema público de carácter permanente”. Fue redactado por el Sindicato Médico del Uruguay (SMU), la cátedra del Departamento de Emergencia del Hospital de Clínicas y por Gerardo Barrios, expresidente de la Unidad Nacional de Seguridad Vial (Unasev).

“El proyecto contempla las patologías tiempo-dependientes y, en particular, a los pacientes víctimas de trauma, es decir, pacientes traumatizados o politraumatizados producto de siniestros de tránsito, violencia civil o eventos naturales”, dice el expresidente del SMU Julio Trostchansky.

El objetivo es crear “un sistema de atención en el que se organicen todos los eslabones, que haya una organización que pueda enlazar a todos los actores”, señala. “Acá hay prestadores, públicos, privados, prehospitalarios, hospitalarios; hay rehabilitación, bomberos, policía. Es toda una serie de actores que están desperdigados. El 911 fue un avance, pero no se trata solo de tener un teléfono”, agrega Trostchansky.

Pone un ejemplo: “Capaz yo soy socio del prestador de salud A, pero con el concepto de llevarme en el menor tiempo posible al lugar que disponga de todos los recursos para mi atención, quizá tengan que llevarme al prestador B, que además puede estar a dos cuadras de donde surgió el siniestro. Eso requiere que el sistema esté organizado, que eso se sepa, que esté establecido que tiene que ser así, porque a veces no está claramente establecido”, apunta.

En el caso de Villa Biarritz el médico hace una observación positiva: “El paciente que lamentablemente falleció no fue llevado a su mutualista, se lo llevó directamente al Centro Nacional de Quemados. Es decir, se lo llevó al lugar adecuado, independientemente del prestador de salud del que era socio. Estaba claro que el paciente iba a fallecer debido a la extensión de sus quemaduras, pero se le dio la mejor asistencia, y de eso se trata”, explica.

Ese accionar no es la regla. Dice Trostchansky que frecuentemente se puede leer en la prensa o escuchar en el informativo que a un herido de bala en un enfrentamiento “se lo llevó al Centro Coordinador del Cerro, o se lo llevó a la Policlínica Capitán Tula”, ejemplfica. “Ahí no van a poder hacer nada, ahí lo único que estamos perdiendo es tiempo. A veces lo lleva la Policía, pero porque la Policía no sabe a dónde llevarlo, no está inserta dentro de ese sistema de atención que requiere una organización, una cabeza que organice. Eso es parte de lo que proponía el proyecto: un sistema con la capacidad de interactuar con todos los organismos”, dice el exjerarca del sindicato.

Además de lo asistencial hay una razón económica: “Existe la capacidad de disminuir las consecuencias que quedan en aquellos que sobreviven, porque por cada muerto hay seis o siete lesionados, y un porcentaje importante de otros pacientes que sobreviven pero quedan con lesiones permanentes, ya sea amputados o con lesiones encefálicas. Esto tiene una repercusión socioeconómica muy importante”, dice Trostchansky, más aún si se tiene en cuenta que las principales causas de muerte en la población menor de 40 años son los siniestros de tránsito, las heridas de arma de fuego o blanca y “la transmisión de energía externa del organismo, como pueden ser los grandes quemados o las explosiones”, explica el cirujano. Todas ellas juntas afectan a esa población, “la de mayor producción económica y de mayor repercusión social, porque muchos son el sustento de la familia”.

En suma, lo que este proyecto buscaba —y busca, porque aún no pierden las esperanzas de que se trate algún día— es que haya una organización, un sistema, “alguien arriba que está viendo el global la película, no sólo la foto”, tal como existe en varios países de la región, finaliza el médico.

La gran pregunta es cómo prevenir. Los entrevistados coinciden en que es fundamental la decisión política, tanto para mapear las zonas de riesgo sísmicas como para aumentar las exigencias en la normativa contra incendios, o generar una respuesta más efectiva a las emergencias de víctimas múltiples. Dice Leda Sánchez que no hay que conformarse con “el consuelo de tontos”. Es más: para prevenir el riesgo hay que imaginar el peor escenario, dice. “Al pensar en lo peor que puede pasar, uno puede mitigar ese escenario. Si uno dice ‘bueno acá no pasó nada, pudo ser peor’, es muy difícil prevenir después”.

Es común en los países que la creación de leyes y sistemas respecto al riesgo aumente después de que pasa algo que golpea a la población. Pero quienes trabajan con accidentados o miden el movimiento del suelo, seguirán alertando.

Otro daño

El trauma: la huella psicológica de las catástrofes

“Las experiencias extremas son traumáticas. Pueden amenazar la integridad física o psicológica, puede haber pérdidas traumáticas como los duelos inesperados”, dice Graciela Loarche, psicóloga especializada en desastre y emergencias sociales. Este tipo de experiencias hacen “cuestionar la realidad personal y la realidad del entorno”, señala. “También se quiebran las creencias básicas que hacen que nos movamos en el mundo con seguridad”, porque estos eventos “cuestionan esa estructura de confianza y el mundo deja de ser controlable y predecible”, dice la especialista.

Luis Gonçalvez Boggio, magíster en psicología clínica, dice que el estrés postraumático puede verse después de semanas o meses de la catástrofe. Además, “muchas veces existe el peligro o la tendencia de olvidarse o tratar de encubrir las secuelas del trauma psicoemocional y psicosocial. Por ejemplo, por concentrarse solo en los aspectos materiales de la reconstrucción de la región afectada”, señala. Esa “indiferencia” del trauma psicosocial “podría provocar un deterioro más profundo del tejido social de la comunidad y haría más propensos a los damnificados a que surja estrés postraumático o depresión”, advierte.

La superación, dice Loarche, consiste primero que nada en “saber que las reacciones son comunes, que lo que no es común es el evento. Eso calma mucho”. Gonçalvez considera esencial restaurar las rutinas en la medida de lo posible. Además, para la salud mental de la comunidad, es necesario “darle un sentido a lo que ocurrió desde una narrativa colectiva”.

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