Camila, de 13 años, sacó el teléfono del bolsillo sin pensar, fue un acto reflejo. No había sonado pero empezaba el recreo en el liceo, y esa era su señal para sumergirse en TikTok. En cuestión de segundos, su mundo dejó de ser el patio y los compañeros, y se transformó en una sucesión de coreografías, retos virales y mensajes que llegaban sin pausa. El timbre que anunciaba el final del descanso la sorprendió igual que siempre: distraída, como si el tiempo fuera más veloz del otro lado de la pantalla. Para Camila, como para tantos adolescentes uruguayos, las redes sociales no son solo entretenimiento. Son una extensión, de su vida.
El tema de los adolescentes y las redes sociales es en este momento centro de análisis en diferentes países del mundo. En Australia los legisladores aprobaron una ley que prohíbe el uso de estas plataformas a menores de 16 años, argumentando riesgos para su salud mental y privacidad.
En España, se prevé una media similar: elevar de 14 a 16 años la edad para tener cuenta en una red social. Una medida similar sería tomada por la Unión Europea.
En el estado de Texas en Estados Unidos se exige a las plataformas garantizar que los menores de 18 años no puedan acceder a contenido dañino u obsceno. Y en ese país catorce fiscales estatales demandaron a TikTok por ser dañina para la salud mental infantil y la acusaron de usar un sistema de contenidos adictivo para lucrarse con los más jóvenes.
Puerto Rico también decretó los 18 años como la edad mínima para que una persona pueda activar una cuenta en cualquier red social. Y, más cerca, en Colombia hay un debate sobre el acceso de menores a redes. El proyecto a estudio establece que los menores de 14 años no podrán crear cuentas sin el consentimiento expreso de sus padres o tutores.
En Uruguay esa discusión se está instalando, aunque por ahora no se piensa en soluciones tan estrictas. Tiene media sanción en la Cámara de Diputados un proyecto de ley que busca proteger derechos de niños y adolescentes en entornos virtuales. Al texto, apoyado por todos los partidos, le falta la aprobación del Senado y deberá ser puesto a consideración otra vez en la próxima legislatura.
¿Qué pasa cuando una herramienta diseñada para conectar y entretener se convierte en un factor de estrés, ansiedad o incluso adicción? ¿Está Uruguay preparado para abordar este desafío? Es un problema en todas las edades pero en la adolescencia es aún más sensible.
Para el psicólogo Juan Pablo Cibils, abordar el impacto de las redes sociales en adolescentes requiere evitar un error común: pensar que siempre son necesariamente malas. “Lo más importante es no demonizar las redes sociales, porque ahí hay un primer punto de partida clave en poder explotar la cantidad de cosas positivas que sí traen”, señala.
Sin embargo, Cibils invita a reflexionar si el problema que muchas veces se atribuye a los adolescentes no está, en realidad, impulsado por el mundo adulto. “Una de las características esperables de esta etapa es la inmediatez, la impulsividad, esa velocidad con la que reaccionan y quieren todo ya. Pero como sociedad, ¿no fomentamos nosotros mismos este tipo de dinámicas? Vivimos en un entorno guiado por la velocidad, por el vértigo, donde no se pausa ni se reflexiona antes de actuar”, explica.
En ese contexto, las redes sociales juegan un rol significativo. Su diseño, basado en la estimulación constante y el acceso simultáneo a múltiples actividades, impacta directamente en los cerebros adolescentes, que ya están predispuestos a saltar de una actividad a otra con rapidez. Según Cibils, el uso excesivo de estas plataformas puede acentuar esa falta de pausa natural en esta etapa, dificultando el desarrollo de capacidades claves como la autorregulación y la reflexión.
Pero el impacto no se limita a lo cognitivo. Las redes también influyen en la construcción de la autoestima y la identidad, procesos cruciales en la adolescencia. Según Cibils, este período es especialmente sensible porque los jóvenes comienzan a definir quiénes son y cómo quieren que los vean: “Es esperable que los adolescentes se comparen con sus pares y no con los adultos. De hecho, es saludable que empiecen a separarse de ellos. Pero en las redes, esa comparación constante con ideales inalcanzables puede distorsionar esa construcción”.
Para la psicoterapeuta Sabina Alcarraz, el uso descontrolado de redes sociales en adolescentes tiene consecuencias que van mucho más allá del entretenimiento. “Un adolescente que tiene una adicción a las redes o que se expone excesivamente a determinados contenidos va a experimentar un impacto significativo en su salud mental”, advierte.
Ese impacto, explica, puede manifestarse en niveles elevados de ansiedad y estrés, que en algunos casos podrían cronificarse y derivar en trastornos más graves, como ataques de pánico o fobias. Sin embargo, Alcarraz subraya que la forma en que estos problemas se expresan varía según el perfil psicológico de cada uno.
En contraste, aquellos adolescentes que logran utilizar las redes de forma moderada y responsable -sin desarrollar una conducta adictiva o una dependencia- no sufren este tipo de consecuencias negativas. “En esos casos, las redes se convierten en lo que deberían ser: una herramienta para el entretenimiento, la dispersión o la búsqueda de información”, señala. Pero, aclara, “ese no es el escenario más común”.
Autoestima e identidad en menores
La psicoterapeuta Sabina Alcarraz dice que un aspecto clave es la influencia que las redes sociales ejercen sobre la autopercepción de los adolescentes. Las imágenes perfectas, las vidas ideales que muestran los influencers y los filtros que alteran la realidad contribuyen a crear una visión distorsionada del cuerpo y la belleza.
“El problema no es el filtro en sí, sino la normalización de su uso”, comenta la especialista. Para los adolescentes, especialmente aquellos que están en una etapa de inseguridad, esto puede tener consecuencias devastadoras. La comparación constante con lo que ven en línea puede desencadenar problemas de aceptación corporal, lo que, en algunos casos específicos, lleva a diversos trastornos alimentarios.
El control parental
Leonardo lo intenta. Las charlas con su hijo Ismael sobre el uso de redes sociales son parte de la rutina, a veces diaria, a veces semanal. Pero comunicarse con un adolescente de 15 años no es tarea sencilla. “Él me manda un montón de reels o memes por Instagram, pero al mismo tiempo le estoy preguntando algo importante por WhatsApp y no me contesta”, relata entre risas resignadas.
Como muchos otros padres, Leonardo y su esposa se vieron obligados a darle un celular a Ismael durante la pandemia. “Estaba en la escuela y era la única forma de comunicarse con la maestra y los compañeros”, explica. Al principio intentaron usar el control parental de Google para supervisar el uso del dispositivo, pero pronto lo desactivaron: las restricciones no permitían que Ismael descargara las aplicaciones que necesitaba.
La psicóloga Alcarraz reconoce que, aunque existen aplicaciones específicas para el control parental, no se usan de forma habitual, al menos en Uruguay. “Lo que sí se usa mucho es la función de ubicación, para saber dónde están y cuánto tiempo pasan conectados”, dice. Sin embargo, incluso esas herramientas pueden ser problemáticas.
“Nosotros las usamos, pero a veces generan más sustos que soluciones”, admite Leonardo. El GPS del celular de Ismael, por ejemplo, no siempre funciona correctamente. “Si él deja el teléfono en la casa de un amigo o lo olvida, nos alarmamos por nada porque el sistema no muestra con precisión dónde está.”
A pesar de los desafíos tecnológicos, los especialistas coinciden en un punto: el diálogo es clave. Hablar, explicar y educar son las mejores herramientas para guiar a los adolescentes en el mundo digital. En la casa de Ismael esa práctica es constante, pero el joven, que estudia computación, lleva la delantera en muchos aspectos. “Se da cuenta enseguida de las imágenes creadas con inteligencia artificial; yo necesito mirarlas dos veces”, admite Leonardo.
El debate no se queda en el hogar. Según el psicólogo Cibils, la clave está en sensibilizar y educar a los adolescentes sobre el uso de herramientas digitales, en lugar de limitarse a restringir su acceso. “Prohibir sin educar deja un vacío importante: ¿cómo van a usar los dispositivos cuando finalmente los tengan?”, cuestiona.
Verificación de identidad: se puede eludir el control de apps
“No hay una forma efectiva de validar la edad del usuario, sin vulnerar su privacidad”, explica Julián Murguía, experto en ciberseguridad, sobre las iniciativas que se proyectan aplicar en varios países. Y sostiene: si un país prohíbe el acceso a redes sociales de menores, muy fácilmente se puede ingresar con un documento de identidad de un mayor, o con uno falsificado. Además, Murguía dice que si las medidas no son tomadas en conjunto por varios gobiernos, los usuarios pueden ingresar desde otro país con una VPN.
En el ámbito de la ciberseguridad, la discusión sobre restricciones también genera cautela. Un policía especializado en el tema dice a El País que medidas como las adoptadas en algunos países, donde se limita la creación de perfiles en redes sociales para menores, deben analizarse con cuidado en Uruguay. “Es una decisión política que podría tener efectos inesperados. Muchas veces el remedio es peor que la enfermedad, porque los adolescentes simplemente migran a nuevas plataformas que no controlamos”, señala.
La prevención sigue siendo un desafío pendiente. En Uruguay, el enfoque actual es reactivo: las fuerzas del orden intervienen solo cuando se denuncian casos en los que hay menores involucrados. No hay políticas claras de prevención y el país continúa buscando un equilibrio entre protección, educación y respeto por la privacidad de los adolescentes.
Para Alcarraz, regular el acceso a las redes sociales mediante una normativa puede ser una medida positiva. Sin embargo, advierte que fijar una edad específica no es sencillo. “No sé si debería ser a los 16 años, quizás podría ser antes, tal vez a los 14. Pero claro, todo depende de la maduración cognitiva de cada chico, del entorno familiar y de cuánta información tenga. Es muy subjetivo”, reflexiona.
Experiencia traumática
Avril tiene 17 años y, aunque no usa redes sociales tradicionales, se siente cómoda en los juegos en línea, en los que puede chatear con sus amigos y también hacer nuevos. Su decisión de mantenerse alejada de plataformas como Instagram, TikTok o Facebook nació de una experiencia traumática que vivió a los 12 años. Un compañero de clase editó una foto suya y la colocó en el cuerpo de una mujer adulta desnuda, para burlarse de ella. La imagen se viralizó rápido: fue compartida en grupos de WhatsApp y publicada en Instagram con mensajes en forma de meme. Aunque los padres del adolescente se disculparon y lo cambiaron de colegio, el daño ya estaba hecho.
Según cuenta la madre de Avril, los padres siempre estuvieron abiertos a hablar y pedir disculpas. “La mamá no podía creer que su hijo accediera a pornografía. Yo estaba furiosa, Avril tuvo que comenzar terapia, pero ellos no sabían ni a qué páginas entraba su hijo”, cuenta la mujer. La adolescente también terminó cambiando de colegio.
Hay una preocupación creciente en la sociedad uruguaya por la seguridad de los menores en el ámbito digital. En este período la Cámara de Diputados aprobó un proyecto de ley que busca proteger los derechos de los niños y adolescentes en entornos virtuales. La iniciativa, presentada por el Frente Amplio, fue respaldada por todos los partidos en la Comisión Especial de Innovación, Ciencia y Tecnología. El proyecto no plantea prohibir el uso de redes sociales a los menores, sino enfocarse en prevenir situaciones como la que vivió Avril, abordando problemas como la distribución de contenido sexual inapropiado para menores.
Para el diputado blanco Rodrigo Goñi, este proyecto es solo un “primer paso”. Si bien reconoce avances, dice que aún queda mucho trabajo por hacer para garantizar la implementación de medidas efectivas.
La diputada frenteamplista Micaela Melgar explica que se busca un enfoque proactivo del Estado para prevenir que Internet sea un medio para cometer delitos sexuales. Esto se lograría mediante una mejor coordinación entre instituciones y la creación de informes que guíen políticas públicas sobre conectividad y seguridad en línea.
El proyecto es algo vago pero sí establece la colaboración entre distintos organismos, como Ministerio de Educación, INAU y Ministerio del Interior para intentar eliminar los contenidos nocivos.
Los diputados se tomaron varios años para estudiar el tema y lo hicieron tan lento que no dio el tiempo para la aprobación del Senado. Goñi anuncia que el tema seguramente será una de las grandes prioridades del próximo período legislativo.
Mientras países como Australia optan por intentar prohibir el acceso a plataformas digitales a menores de edad, Uruguay sigue un camino más moderado, buscando regulaciones que protejan a los adolescentes sin imponer restricciones absolutas. Por ahora, al menos.