ENTREVISTA
El escritor lanzó el cuarto libro de su saga biográfica. Hijo de desaparecidos por la dictadura cuando apenas tenía 1 años y 9 meses, el escritor cuenta cómo procesó su propia sanación.
—La medicina del amor es el último de tus libros biográficos en los que recreas un camino de sanación, ¿por qué tiene características de cierre?
—Es el cuarto libro que cierra todo el círculo. En los primeros, más allá de la intención de la sanación, se planteaban preguntas sobre si había otra manera de vivir en la que hubiera suficiente amor bajo el sol. Este libro concreta eso. Cuenta la experiencia de vida que tenemos en las sierras de Rocha, donde hace cinco años pusimos en funcionamiento una escuela que está habilitada por Primaria. Se llama “La Colmena, construyendo un presente en paz”. Empezó con 8 niños y hoy tiene 29. Recibe a todos los niños de la zona. También existe la reserva de flora y fauna, donde trabajamos con todos los vecinos. El libro refleja esa calma de haber encontrado otra manera de vivir. Es posible una cultura de la complementariedad en lugar de la competencia. Salir de la guerra y aprender vivir en paz.
—¿Qué fue primero en tu caso? ¿La sanación o el proceso de escribirlo?
—El proceso de sanación venía primero, aunque algunas cosas ocurrieron en paralelo. En los libros anteriores yo exponía un rezo: quiero ir hacia allá. Luego las situaciones fueron sucediendo y las personas fueron apareciendo. Se necesitan muchas personas para que cada uno sea quien es. Cuando vos soñás algo lindo para vos, hay una fuerza que te ayuda. Pero cuando vos soñás algo lindo para todos, hay una gran fuerza que te ayuda. Más allá de las personas, viene siempre ese impulso. Viene de adentro... de la fuerza del amor.
—Dios, espíritu, energía, ¿cómo llamarías a ese impulso?
—Los nombres son limitantes y generan divisiones. Justamente lo opuesto a lo que hace esa fuerza, que es unirnos. Así que cada uno puede llamarla como quiera. Ese es el concepto de la medicina del amor... No se refiere al enamoramiento. Los guaraníes tienen un concepto que el amor es la fuerza que nos une. A lo que nos gusta y a lo que no nos gusta. Entonces, desde ese lugar somos todos una gran historia de amor que atraviesa, en algún momento, una injusticia. Llegó el dolor y nadie se lo merecía. Cuando no te avisan que vivir duele, que la vida es transformar dolor en canción, pensamos que ocurrió un error: se equivocó mi mamá, mi papá, yo, la religión... Pero no. El propósito del ser humano es ser una gran historia de amor en la que recibís un dolor, te defendés a tu manera y a ese sistema se le llama “yo”. El desafío implica lograr que ese “yo” deje de funcionar de forma automática y pase a un estado de conciencia desde donde atravesar el dolor y no escaparse de él. Atravesarlo y reconocer el amor del que estamos hechos.
—Tus padres fueron asesinados por la dictadura en Argentina cuando tenías 1 año y 9 meses. ¿Esa historia personal es el centro del dolor a sanar en tu vida o hay otros derivados?
—Sí. Ese es el centro de mi vivencia. Lo comparto para dar testimonio. No pongo mi manera por encima de la de nadie. Pero he querido contarlo. Yo fui a sanar las heridas de mi vida y me encontré con una “tecnología” de lo sagrado en los pueblos indígenas que me mostró un camino. Allí encontré las respuestas sobre cómo habían sido capturados, desparecidos y luego asesinados mis padres. A través de visiones confirmé datos que luego me dio el gobierno a través de la Comisión para la Paz en su momento. Eso me devolvió la conexión con el amor de mis padres y fue una experiencia tan redentora que surgió el impulso de dar testimonio en los libros.
—¿Dirías que ha sanado?
—La sanación es una elección de pureza una y otra vez. No hay una estación de destino. Hay algunas estaciones muy sufrientes y otras más con más presencia de amor y mejores sensaciones interiores. Vivir duele. Todo el tiempo puede ocurrir algo que nos duela. Pero hay un estado de gracia en el corazón que se impone más allá de lo que esté pasando afuera. Aunque esté en el velorio de un ser querido, hay una comunión interior con el amor que hace que tu vida esté correspondida.
—¿Tuviste momentos de odio?
—Sí, durante mi adolescencia y mi primera juventud, pensé en hacer justicia por mano propia con el asesino de mis padres. Se comprobó que el responsable fue el policía argentino Aníbal Gordon, hoy fallecido. Pero en ese momento estaba vivo. Yo pensé muchas veces en darle tres tiros. Incluso era probable que muchas personas me aplaudieran por ese acto de venganza, pero en realidad en cualquier decisión no se trata de lo que digan los otros. Se trata de que no merecía ir preso y sobre todo, no merecía ponerme a la altura de ellos. En ese momento no tenía hijos, pero también pensé en ellos. Mis hijos no se merecen un padre resentido. Si quiero traer vida al mundo es para decirle: “Vení que esto está bueno. Vamos a vivirlo juntos”.
—¿Crees que el dolor tiene un propósito?
—Sí, en mi caso ha sido así. Creo que es una forma que tiene la vida de decirte “por ahí no es”. Hay una frase que dice: “Cuando la tiranía es ley, la revolución se impone”. Hay mucha gente que vive en un estadio de tiranía interior y tiene que hacer la revolución, cambiar su vida. No está bien que responsabilicemos a los otros por el dolor que siento yo. De esa forma, seguí siendo víctima toda la vida. Es una elección. Ahora, si querés la libertad, el camino comienza por tomar el bastón de tu vida y decir: “El dolor es mío y más allá de lo que me hagan los otros, voy a aprender qué hacer con esto”. Si no, seguí siendo víctima, lo que no está mal. Las sociedades lo proponen, el consumo lo estimula y los estados de conciencia todo el tiempo dividen para que eso ocurra. Pero es mentira. Somos seres que venimos a recordar la unidad que somos, aunque a veces da trabajo.
—Trabaste en medios mucho tiempo, ¿verdad?
—Sí, muchos años en radio. Desde los 13 a los 32 años. Fui operador y terminé haciendo programas. Luego mi vida empezó a cambiar en cuanto me formé como hombre medicina. Estudié tanatología, que es la disciplina de acompañar a moribundos y a sus familiares. Hoy soy docente en esa disciplina, en concreto de espiritualidad y del perdón y duelo en niños. También me formé como terapeuta de niños y pareja. Soy un hombre medicina, un guía espiritual del camino indígena, con el propósito de acompañar a alguien que pueda ser aquel que su espíritu encarnó. En la vida y en la religión que quiera.