Petru Valensky se enorgullece cuando dice que es el hombre que vestido de mujer entró a más casas de desconocidos. Perdió la cuenta pero deben ser unas mil. Aunque a la mayoría de nosotros nos avergonzaría ser el centro de atención en una fiesta, él soñaba con convertirse en un invitado de honor desde que era niño y lo llamaban Fernando Enciso.
Petru Valensky se enorgullece cuando dice que es el hombre que vestido de mujer entró a más casas de desconocidos. Perdió la cuenta pero deben ser unas mil. Aunque a la mayoría de nosotros nos avergonzaría ser el centro de atención en una fiesta, él soñaba con convertirse en un invitado de honor desde que era niño y lo llamaban Fernando Enciso.
Es de ese tipo de persona que siempre quiso sentir el calor de las luces sobre su rostro, y que no encoge los ojos cuando eso sucede.
El primer escenario de Petru Valensky fue el altillo de su casa. Este comediante dice que era el espacio en el que pasaba la mayor parte del día, entre ropa vieja, espejos, y muebles que la familia prefería esconder de las visitas.
—El altillo era mi mundo y yo ahí era feliz,- repite con una sonrisa.
Se armaba disfraces con trapos, que apilaba con dedicación en un ropero viejo en el que comenzó a ensayar su obsesión doméstica por el orden. En todas las casas donde ha vivido, Petru Valensky no se permite tener nada fuera de lugar.
—Viste que a un niño le quedan cosas marcadas que luego repite por el resto de su vida, a mí me pasa que no puedo vivir en espacios grandes. Necesito que mi casa sea chica, apretada, que me contenga.
Y es que siempre piensa en volver a su hogar. Aun cuando está actuando en Nueva York. O cuando conduce un magazine televisivo. O cuando lo ovaciona un teatro entero. Hasta cuando los anfitriones de una fiesta le piden que se quede un rato más, solo un ratito, este actor agradece y se despide amablemente, mientras se imagina abriendo la puerta de su apartamento y respirando tranquilo, preparándose para el enorme placer de despatarrarse en su sofá.
***
El actor emblemático de la compañía Italia Fausta despidió a su familia un domingo de invierno. Se fueron a Paraguay. De la noche a la mañana. Cuando regresó de la terminal, llovía, había apagón, y sobre la mesa vio apiladas las cuentas que tenía que pagar antes de fin de mes. Sentado en la oscuridad, acariciando a una gata negra, pensó que tenía dos opciones: darse por vencido y abandonar la casa que tanto quería, o empezar de nuevo, ahorrando peso por peso, y terminar con las deudas.
Tenía 18 años.
—Durante mucho tiempo el almuerzo, la merienda y la cena eran galletitas con té, -dice ahora, con el rostro apretado.
Era un aficionado del café concert que trabajaba bañando perros en una veterinaria.
Pero un año después Omar Varela, un dramaturgo que quería sacudir la escena teatral, le propuso protagonizar una obra en la que tenía que vestirse de mujer.
—Para ahorrar iba caminando a todos los ensayos. Agarraba la calle Rivera desde Buceo hasta la Asociación Cristiana de Jóvenes, en el Centro. Mientras pateaba yo soñaba todo el tiempo. Soñaba con que iba a ser famoso.
¿Quién le teme a Italia Fausta? fue un éxito que en su primer mes en cartelera le cambió la vida para siempre. Si en los ensayos compartía con Jorge Elías (otro de los actores) un fainá y una coca cola, luego de las primeras funciones con entradas agotadas iban juntos a cenar a un restaurante.
Desde ese momento pasó a ser uno de los hombres más graciosos del país, y a integrar destacados elencos donde se codeó con otros cómicos importantes, como en Decalegrón.
Por eso casi mil desconocidos le abrieron la puerta de sus casas. Para que los hiciera reír, usando un vestido, tacos, y lápiz de labio.
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A Petru Valensky le gustan los domingos. Siempre fue el día más esperado de la semana. Cuando era niño porque paseaba con su familia luego de pasar a buscar a su padre por su trabajo en la portería del Estadio Centenario. En la adolescencia porque iba a las matiné del cine.
El futuro rey del café concert, veía cinco películas seguidas sin moverse de la butaca. Después volvía a su casa y se encerraba en el altillo para imitar a los personajes.
Cuando creció, por la época en que su familia tuvo que irse de Uruguay, los domingos de noche caminaba hasta Río Negro y Colonia, entraba en una casa sin identificación, cerraba la puerta con llave y se cambiaba de ropa para actuar.
En Controversia (así se llamaba el club nocturno), compartió el escenario con Rosa Luna, Laura Sánchez, Silvia Novarese, Celeste Villagrán, Fito Galli y Humberto Tortonese.
—Yo era un famoso a medias, porque en el under ya tenía seguidores, -dice.
El público era mayoritariamente gay. La casa se atiborraba. Petru Valensky, que siempre luce sonriente y despreocupado, pensaba que aquello era un peligro, porque las puertas se cerraban herméticamente para no llamar la atención de los militares en plena dictadura, y si llegaba a pasar algo no habría por donde escapar.
—También actuaba en casas de amigos, de onda. Se llenaba, porque no podíamos reunirnos y lo prohibido llamaba mucho más.
Los amigos, para verlo representar a personajes femeninos, le improvisaban vestidos con fundas de almohadas.
Una noche, mientras actuaba, lo llevaron preso. Estuvo 72 horas en una celda. En Controversia además de hacer humor se cantaban poemas de Mario Benedetti, como hacía del otro lado del río Nacha Guevara, por ejemplo. Era otro foco de resistencia política.
Como los murguistas en un tablado, los comediantes en el café concert decían por lo alto lo que en el pueblo se rumoreaba por lo bajo.
Por eso pone el mismo ejemplo que tantas veces usaron los del Carnaval:
—Decías "libertad" y aquello se venía abajo.
Unos años más tarde, después del éxito de ¿Quién le teme a Italia Fausta?, en otra obra de teatro que hizo vestido de mujer (Alcanzame la polvera), Petru Valensky siguió haciendo reír con chismes incómodos, por ejemplo revelando algunos secretos de las señoras con casa en Carrasco que usan tres apellidos.
Dice que en las fiestas que lo contrataban para actuar, los invitados le daban letra contándole rumores malignos de sus supuestos amigos de los barrios de lujosos. Después se alejaban felices, imaginando con picardía el pequeño escándalo que ocurriría el próximo fin de semana en el Teatro del Anglo.
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El viernes pasado, Petru Valensky entró en escena en la zarzuela El dúo de La Africana gritando. Su personaje es el de una mujer española desesperada en la búsqueda de un hijo. El público, desprevenido, volteó la cabeza y al reconocerlo estalló en risas. Los músicos apoyaron los instrumentos sobre sus rodillas para reír cómodamente.
Cuando se comporta como un actor, todo en él se potencia. Parecería que en su vida cotidiana y cuando conduce en Canal 10 La mañana en casa, la energía estuviera puesta en pausa, guardándose para explotar en el escenario que le toque en la noche. La voz suave, calmada y lenta, se convierte en un vozarrón potente, con una decena de registros que cambia de una escena a la otra, y que salen con la boca torcida, en forma de tubo, con los labios en pico o entrecerrados. Dice que aprendió observando a los mejores, a Antonio Gasalla, a Humberto Tortonese, a Alejandro Urdapilleta.
Petru Valensky cree que actúa con la boca, con la voz y con los ojos. Pero también lo hace con las manos y con los pies, que se mueven elegantes y graciosos sobre tacos de 10 centímetros.
En la platea, los comentarios son los mismos de siempre: "mirá esos tacos", y el clásico: "mirá esas piernas".
Las mujeres llevan años envidiándoles las piernas a Petru Valensky.
Al principio, este piropo a él le molestaba. Le daba vergüenza confesar que era un hombre que se depilaba.
—Yo respondía siempre que eran las medias, -cuenta.
Le gusta decir que si el humor lo heredó de su padre y de su abuelo (que eran mejores amigos, a pesar de que eran yerno y suegro), las piernas las heredó de su madre y de su abuela (que esperaban de brazos cruzados a que llegaran sus maridos que, además trabajaban juntos).
Aunque tiene decenas de pelucas y un estante con maquillaje, aunque el público esté acostumbrado a verlo vestido de mujer, detesta usar pelo falso y odia ponerse pintura en la cara.
—A la gente le gusta ver a un hombre haciendo de mujer por la sorpresa, porque le causa gracia darse cuenta de lo que observé en ellas.
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Es el más puntual de los artistas. Por eso le gusta coleccionar relojes. Ahora, asegura, cree que es mejor persona si es un hombre sencillo. Por eso regaló todos y solo conservó dos.
—La sencillez se trata de no tener de más, -se justifica.
Luego de que su familia se marchó, Petru Valensky construyó una vida rodeada de amigos de la que no quiso despegarse.
No se va de Uruguay aunque el éxito en Estados Unidos lo lleve a viajar cada año. Tampoco influye en su convicción un premio que recibió en Miami y ni la página de elogios que publicó el Washington Post acerca de su show Atrevidos. Esa vez, hace dos años, celebró comiendo una pizza entera y brindó con una latita de pepsi light.
Tampoco le importó que Marcelo Tinelli lo invitara a participar del Bailando por un sueño: rechazó la propuesta en una hora.
Uno enumera la cantidad de ofertas y de reconocimientos que ha tenido este actor, levanta la cabeza, y se encuentra con un hombre sencillo que asiente con ojos vivaces y sin decir una palabra.
Petru Valensky festeja los logros en privado.
—Yo necesito al público porque perdí eso que te da una familia. He estado muy solo y muy triste, pero nunca cancelé un solo show, -dice.
Por eso tiene miedo de irse y de volver a perder. Por eso nunca llega tarde a un encuentro, y abraza con cada saludo. Por eso cuenta que en la veterinaria bañaba a cada perro con esmero, y que repasaba la letra de las obras mientras los secaba y mirándolos a los ojos.
Por eso es un hombre que valora los tiempos largos, porque trabajó durante 20 años en una veterinaria, actuó durante 18 en la misma obra, ¿Quién le teme a Italia Fausta?, estuvo 14 años en Decalegrón y por 28 formó parte de la misma compañía teatral. Pasó 15 años en pareja con la misma persona.
Petru Valensky se justifica diciendo que a pesar de actuar como un transgresor, él es un tipo clásico. Hasta cuando duerme.
—Siempre tengo el mismo sueño. Sueño con una casa que no conozco. Que es chica, hay una cocina, un baño, dos habitaciones y una claraboya circular que ilumina el espacio. Siempre está vacía.
Entonces se despierta para llenar ese espacio. Y va al canal, viaja al interior a un evento, lo invitan a una fiesta, le abren la puerta de una casa que no conoce. Él ya está sonriendo, antes de dar un paso en ese mundo que se armó a imagen y semejanza de su altillo. En un país pequeño del que no quiere salir, donde se disfraza cuando quiere y su gente le celebra el desparpajo.
PETRU VALENSKY