Es parte de dos obras de la cartelera uruguaya, La Pineda en El Tinglado, y El Regalo en La Candela. Charly Álvarez, además, es una conocida presencia en el circuito del Stand Up, del Carnaval y en fiestas y eventos gracias a sus monólogos de humor, aunque se reconoce más como actor de teatro que por su veta cómica. “Esta ha de ser mi obra número setenta”, dice Álvarez sobre El Regalo, donde comparte elenco con Carina Méndez, Luciana Gonzalez, Leonardo Franco y Gabriel Sanchez. En esta entrevista con Sábado Show, Álvarez habla de esta nueva obra de José María Novo, de su carrera como comediante, sus inicios en el teatro, su trabajo en SUA y el sindicato carnavalero, y cuenta algunas anécdotas de noches, fiestas, niños corriendo y empresarios de ceño fruncido.
—Estás haciendo mucho teatro. Estás en La Pineda en El Tinglado y hace poco estrenaste El regalo en La Candela, también de José María Novo. ¿A esta última obra la definirías como una comedia?
—Cuando nos hizo el planteamiento, José María Novo nos sorprendió porque en un principio iba por una comedia que creíamos iba a ser de un corte más común, y cuando nos plantea la obra entendemos que era un viaje hacia nuestra propia sensibilidad. Nos llevó a interpelarnos. Fue un proceso divino y creo que el resultado se está viendo en la gente, porque venimos agotando. Muchas veces te puede pasar que hacés lo que te gusta hacer pero no lo que el público está pidiendo, y en este caso coincidimos nosotros y el público en el producto. Eso es lo mejor que te puede pasar.
—Trabajás con viejos conocidos.
—Sí, es un elenco increíble. Con algunos compañeros vengo laburando hace pila de tiempo, lo cual te hace profundizar más en el texto y en lo que tiene que ver con el trabajo de la comedia o el drama, porque es una comedia dramática que te lleva de situaciones muy simples y jocosas a cuestionarte determinados temas de la vida que tienen que ver con la amistad. Eso es por un planteo muy fuerte que hace la pareja anfitriona a sus invitados. No voy a espoilear pero interpela las relaciones humanas. A partir de ahí, toma otros matices.
—¿Y ahí la gente también se ríe?
—Sí, pero a veces preguntándose de qué me estoy riendo. Es una obra que nos conmueve a nosotros como actores, y cuando llevás eso al escenario y lo podés transmitir a la gente, el resultado está buenísimo.
—Además de actor, tenés una carrera conocida en el stand up.
—Empecé haciendo monólogos en boliches, hace muchos años atrás. Estudié teatro y paralelamente empecé a hacer Carnaval y monólogos en boliches que era lo que más me redituaba. Pero nunca dejé de hacer teatro. También hice mucho teatro experimental que es ese donde ensayás una obra durante un año y el resultado no importa demasiado, sino la investigación. Eso lo hice durante muchos años, también di clases de teatro para niños, después empecé a hacer shows a dúo con Cachito De León y estuvimos durante diez años hasta que se retiró. Después, solo, empecé a hacer stand up y me adapté a los nuevos tiempos. El Stand Up ha sido una bandera para mucha gente que me conoce, para otros es el Carnaval, pero lo que más he hecho, increíblemente es teatro. Las caras de los actores de teatro no son tan populares como las del Carnaval o la gente que hace Stand Up, y por ahí te conocen por otras actividades que, para vos son las más comunes o a las que has puesto más corazón.
—Además, el teatro es un trabajo más colectivo.
—Sí, el teatro es lo que te forma y en El Tinglado se trabaja mucha gente. Ahora estamos en La Pineda, y somos 17 arriba del escenario. Hace un par de años hicimos Maldito y éramos 33, y ese tipo de cosas te hacen crecer muchísimo. Con el Stand Up encuentro otro diálogo con la gente que va por otros canales que tienen más que ver conmigo mismo y con lo que me interesa transmitir desde ahí. Entonces se vuelve más personal, pero no deja de ser un personaje.
—Antes de los shows en boliches, las 70 obras de teatro y los eventos en fiestas, ¿trabajabas en el aeropuerto?
—Sí, antes de todo eso trabajé en el aeropuerto. Fui agente de cargas aéreas y marítimas por muchos años. Empecé como cadete cuando tenía 16 años, a los dos años me dieron una camioneta y repartíamos los courriers de Federal Express y DHL. Después las agencias abrieron individualmente y me fui a otra agencia. Empecé a trabajar también con el puerto, la época que decíamos de las “vacas gordas” con los despachantes de aduana. Había estudiado Ayudante de Arquitecto pero no me parecía que fuera lo mío, me cambié a Quinto de Derecho, me quedaba una materia y pasé a Bellas Artes buscando qué era lo que más me movía, porque laburo ya tenía y era bueno.
—¿Y cómo llegaste al teatro?
—En Bellas Artes conocí a Arturo Restuccia, y después de dos años de haber forjado una gran amistad -con el tiempo compartimos un apartamento, fue una persona súper importante en mi vida-, y una tarde me propone porque se había suspendido un partido de Nacional de ir al teatro porque su padre, Alberto Restuccia, estaba dando clases. Fuimos a Teatro Uno y estaba dando clases Luis “Bebe” Cerminara. Ese grupo se había formado hacía empezado hacía meses y serían unas 60 personas, y nos pusimos a mirar con el hijo de uno de los profesores. En un momento me dice: “tu, para adelante”. Le dije estaba ahí para mirar y me dice: “este es mi reino y debes respetarlo. Si entrás, estás participando de la clase, así que adelante”. Mientras bajaba la escalerita pensaba, acá me la tengo que jugar de punta a punta, sino quedo repegado. Me la jugué, salió bien, me aplaudieron y creo que no la podría volver a hacer jamás. Con el tiempo me enteré que Arturo me había señalado para que me llame el Bebe y le había dicho que iba a ir con un amigo que, consideraba, tenía posibilidades.
—Y después no paraste.
—No, entré a la Troupe Ateniense, hice Carnaval, ganamos la muestra de Teatro Joven con la primer obra que escribimos con Arturo y Sebastián que es otro amigo, y no paré. Con el tiempo dejé el laburo y mi familia me decía que estaba loco. Con la plata que agarré pagué dos años de alquiler, compré un auto y empecé a laburar de esto haciendo shows y eventos. Hasta el día de hoy. Ha sido un gol para mí, porque si bien es una profesión dura, también tiene momentos alucinantes.
—También estás metido en temas gremiales de actores y carnavaleros.
—Sí, soy integrante del consejo de SUA, la Sociedad Uruguaya de Actores y también soy integrante del Sindicato Único de Trabajadores de Carnaval, fui uno de los que estuvo en el primer consejo, cuando se formó. Todo ese laburo te lleva a involcurarte desde otro lugar, buscando y defendiendo los derechos de los compañeros desde lugares diferentes que a veces tienen que ver con mejoras laborales. Ahora estamos atrás de la aplicación de la Ley de Teatro que fue aprobada por unanimidad en el Parlamento en 2019 y buscamos la reglamentación. Es otro tipo de trabajo que la gente no ve pero que también hay que hacerlo. Es muy fácil discutir en el boliche y no hacer nada. Entonces, ya discutí mucho en boliches y tocó el momento de hacerme cargo de alguna cosa más.
—Más allá de tu propia experiencia. ¿Qué te llevó a querer involucrarte en estos temas?
—Es que yo era un pibe de la noche, te soy honesto. Cuando trabajaba en la agencia de cargas, salía muchísimo y me conocí a Mateo, al Darnauchans, el Príncipe, toda esa gente que en un momento eran figuritas repetidas en la noche montevideana. La mayoría de ellos fueron reconocidos después de su muerte, y los que los conocíamos, o los tuvimos cerca desde otro lugar, al día de hoy nos da cierto recelo. Me acuerdo que Mateo estaba en la hoja. Ojalá le hubieran dado un lugar como Plaza Mateo para vivir. Esas cosas uno las pudo ver, y te hace cuestionarte la profesión. Por eso también es el tema de involucrarse desde otro lugar, para que no le pase a otra gente. Quizás no zafe yo, pero por lo menos si mi hija quiere seguir esta carrera, que tenga un lugar de dónde agarrarse. Pero hay muchos actores reconocidos, que uno admiró de chico, que terminaron en situaciones complicadas. Todavía es muy difícil, pero ya se han logrado cosas porque es un camino empedrado. Durante la pandemia fuimos un gremio muy sufrido, fuimos los primeros en cerrar las puertas, y los últimos en abrirlas. Ese tipo de situaciones nos animaron a despertarnos a muchos para darnos cuenta que tenemos que estar cubiertos desde otro lugar.
—Llegaste a hacer espectáculos por Zoom durante la pandemia.
—Fui el primero que hizo por Streaming en Uruguay. Pasó que me había quedado en bolas, en dos semanas estrenaba dos obras de teatro y tenía 16 toques marcados míos. Iba bárbaro, mucho mejor que ahora, aunque la remontada ha sido increíble de lento. Se suspendieron los teatros y los shows, y las cuentas había que pagarlas, surgió lo del streaming y durante el primer mes y medio rindió, pero después todos empezaron a hacer lo mismo y me dije: hasta acá, porque era una historia hacer streaming, no es como ahora. Se te borraba, no se subía a la plataforma, no se cargaba. Lo que sí, siempre fui guapo, eso te lo da ir a cualquier fiesta, en cualquier lado y entrar a ganarte el mango. En definitiva se trata de eso.
—Imagino que en esa carrera, te ha tocado actuar en cualquier lado.
—Sí, he hecho shows con niños corriendo alrededor mío. Ahí te metés el cassette, porque tampoco soy mago. Yo aclaro que si hay niños, con mi contenido está todo bien porque no digo nada muy grosero, hablo en doble sentido en todo caso, pero cuando te están corriendo alrededor, está bravo. Además, no es lo mismo que te llame una familia, a que te llame una empresa. Hay algunas que son divinas, y hay otras en las que todos están mirando al gerente para ver si se pueden reír. Lo he visto. No pasa siempre pero todavía quedan algunos lugares donde donde te piden que no digas tal cosa o tal otra. Pero a veces te censuran tanto que pensás, ¿y de qué querés que hable? Es buscarle la vuelta.
—¿Hay más susceptibilidad?
—Sí, hay mucha más. Yo siempre adapto mi show para no ofender a nadie, y lo que hago es ponerme yo en ridículo, para que desde mí experiencia se sientan indentificados. Entonces primero me río de mí, hablo de la pareja poniéndome en ridículo yo y no mi mujer, pero después me desquito con mi suegra, y ahí nadie se queja.