El martes 10 de octubre a la tarde, el comunicador Daro Kneubuhler, integrante del staff de Telenoche, El precio justo Deluxe y relator de Reenviado en Canal 4, y parte de La Pecera de Azul FM, sufrió un accidente de tránsito en las inmediaciones de las calles Maldonado y Paraguay.
A 40 días del accidente, y a dos semanas de haber tenido el alta del Hospital Maciel para iniciar la internación domiciliaria, el comunicador habló con la revista Sábado Show.
“Siento que aprendí mucho” comenta Kneubuhler en su casa en Parque Rodó y quien pese a todo lo que le pasó, no ha perdido la risa contagiosa. “Podría haberlo aprendido un poco más suave (se ríe), con menos de violencia. Se entendió el mensaje, alto y claro”, comenta.
Daro Kneubuhler siente que el accidente que sufrió a inicios de octubre le hizo cambiar la perspectiva de las cosas. Le mostró lo importante, lo que hay que cuidar, valorar y sobre todo agradecer.
Eso quedó demostrado en la cantidad de mensaje que recibió desde que se conoció la noticia que el taxi en el que viajaba el comunicador, había chocado a otro auto, y que había requerido internación en el Hospital Maciel.
A 40 días del accidente, y a poco más de 15 días del inicio de la internación domiciliaria, Daro Knaubuhler acepta la visita de Sábado Show a su casa para charlar. Pide que vaya sin fotógrafo —por eso las imágenes que acompañan esta nota son de archivo— porque, dice, no quiere generar morbo.
En la casa vive Daro junto a su pareja, Nicole Regusci y sus dos hijas, Emma y Clara —antes vivieron en Maldonado y están en Parque Rodó hace tres años— se modificó para que el comunicador pueda tener una mejor atención. En el living, cerca de la ventana que da al frente y le permite mirar para afuera, hay una enorme cama de hospital en la que se encuentra el comunicador quien se tapa y destapa a medida que pasa el tiempo. Cerca hay un televisor (dice que está mirando muchas series y películas; había arrancado a ver Argentina, 2001) y una mesa auxiliar con varios libros, una tablet, un vaso y agua.
Ha estado leyendo mucho sobre estudios científicos relacionados con su accidente, pero también sobre salud mental; y tiene varios proyectos en mente para comenzar a desarrollar.
Dice que estar en el Hospital Maciel le mostró una realidad que desconocía. “Vivía en mi mundito del Parque Rodó, de Magnolio a Canal 4 y de ahí al Centro y de mi casa al colegio de las nenas. Pero si das dos pasos para afuera, y mirá que ando en la calle, hay cosas que ves dentro de un hospital que te vuelan la bata. Hay que ayudar”, comenta.
También dice estar sorprendido por los comentarios de la gente en las redes sociales.
“Me explotó la cabeza la cantidad de gente que me escribió”, comenta. “Un posteo tuvo 2.000 mensajes, yo pensaba: ‘en mi vida recibí tantos’, y respondí todos los saludos. Lo hice porque me hacía bien, porque es gente que no conozco, pero les salió enviarme un mensaje de aliento. Me escribió una nena de siete años que me miraba en Reenviado y me pide que me recupere pronto. Morí de amor”, comenta.
Eso, también lo hizo reflexionar sobre su vida hasta entonces. “Yo vivía preocupándome por correr de un lado al otro. Vivimos corriendo como unos giles sin saber para dónde corremos o para jefes que no nos conocen. Me explotó la cabeza el accidente”, comenta Daro.
—¿Cómo fueron los primeros días en el hospital?
—Llego al hospital, me hacen una tomografía y se dan cuenta que lo que tengo es el Atlas, o sea el hueso que une el cráneo con las demás vértebras, partido en cuatro partes. Tiene una explicación, fue por compresión. Se ve que venía con el teléfono, mirando para abajo y ahí me pegué. Me di en el medio de la cabeza y eso apretó todo para abajo. Dejé la primera vértebra en cuatro, la 4° en dos y la 5° en dos. Me dice el doctor, “está todo muy inflamado, no logramos ver bien” y me hicieron una radiografía con contraste. Ahí se dieron cuenta, el doctor se asustó más y me dejaron el collarín de la emergencia. Me lo sacaron 20 días después porque en el momento nadie se animaba a tocarlo. Después dormía una hora y media por día, y me saco el sombrero por mi mujer (Nicky Regusci) que se aguantó todo. Cuando llegué me pusieron tres ampollas de morfina y un litro de suero. Así estaba 24/7, con morfina todo el día. Si me dolía mucho te dan rescates, que es una ampolla pero en 10 mililitros de suero. El primer día me dieron cinco rescates. El segundo día tres, y fui bajando de a poco, pero me sentía mal. El doctor me decía: “levantate y mové las piernas”, porque la médula pasa por el medio de las vértebras que se rompieron, y para ayudar con la recuperación.
—¿Podés caminar bien?
—Sí, camino. Y para no inyectarme más cosas para la trombosis me hacen caminar. Igual estuve 15 días sin poder caminar. Es horrible.
—¿Te acordás del accidente?
—No me acuerdo de nada. No me acuerdo que pedí el taxi, ni la charla que tuve antes de irme. La psiquiatra me dijo que es normal, que tuve un shock y que después que ocurre, uno lo borra. Tampoco me quiero acordar. Pero resulta que cuando chocamos, encima a un auto de Interpol, alguien se baja y me va a sacar. Ahí justo había una doctora cruzando la calle y le dice: “mirá que si se pegó contra la mampara puede tener algo cervical, no lo saquen del taxi, esperen a que venga la emergencia y que le pongan el collarín adentro”. ¿Te das cuenta que si no está esa mujer yo quedo paralítico? Quiero conocer su nombre y tatuarme la espalda entera con ella y su familia. ¿Qué chances hay que te pase algo así, que alguien así justo esté cruzando la calle?
—¿Sabés cuánto tiempo más vas a tener el collarín?
—Tres meses más.
—¿Y la recuperación total?
—No sé. No tengo ni idea. Seguro que tres meses con esto puesto. Pero estoy tan contento de caminar, de estar vivo. No me corté nada. Además de todo lo de la espalda me fracturé el óptico y me astillé la mandíbula, pero no me pasó nada en el ojo. Se me podría haber desprendido la córnea. Me volví más creyente. No sé en qué, pero más creyente. Es que es muy loco. Por suerte tengo una familia que me acompañan, tengo amigos y me explotó la cabeza la cantidad de gente que me ha escrito. Es alucinante.
—¿Qué pensás del taxista?
—Mirá, como familia queremos justicia y que no le pase a nadie más lo que me está pasando hoy. Lo cierto es que eso esta en manos de abogados y son ellos quienes van a defenderme en lo legal. Es un laburante igual que yo. Después, cuando me bañaban acostado, porque no podés moverte ni hacer nada, me empecé a calentar más con él. Desconozco el tema porque hay un abogado, y prefiero no saber. Como lo de las mamparas que nos querían meter a nosotros en esa discusión de “mamparas sí” o “mamparas no”. Yo no sé, no tengo ningún conocimiento. Todos estos fenómenos que tienen fundaciones y plata para invertir en investigación que busquen la manera de hacer algo que cuide a los dos trabajadores; porque los taxistas tienen razón también, si sacás la mampara no quieren trabajar porque tienen miedo. Pero la gente también tiene miedo de andar en un taxi y que se te parta la cabeza. Y mirá que hay tantos cinturones como taxis. Te subís a un tacho y hay cinturones que calzan bien, otros que calzan abajo, otros que no encontrás. Uno en el hospital me dijo: “si llevábas el cinto te morías desnucado por el tamaño que tenés y la velocidad del golpe cuando la cabeza va para atrás”.
—Este accidente te demostró que tenés varios amigos. Muchos te fueron a ver al hospital.
—Y de todos los trabajos. A veces en el laburo decís “hermano”, “amigo” y después no hay nadie. Para mi cumpleaños fue Gonzalo Cammarota con un alfajorcito y una velita. Gustaf se disfrazó y todos me hicieron creer que venía un proctólogo. Las enfermeras, todos sabían. Incluso llamé a mi mujer y le pedí unos yogures, porque venía un proctólogo. Pero lo vi venir y me di cuenta de quién era, porque usó la misma peluca de cuando nos fuimos a Qatar por el mundial.
—Desde el accidente has tenido poco contacto con las redes sociales.
—Sí, estoy inseguro, no sé porqué. Me rompe los huevos dar lástima, o que piensen que quiero llamar la atención. Por eso no subo una foto con el collarín, ni me hago una selfie, ni hablo de cómo estoy con esto. Nada. No quería subir la foto porque me da cosa, y después dije: estoy reorgulloso de ellas, y no es por eso es porque son crá. Por eso la subí y me atajé y puse: “dudé de subirla o no”, pero la subí igual porque tiene un corazón tan lindo que lo hice por ella. Me está costando volver a ganar seguridad. Antes no me importaba nada, subía cualquier cosa, ahora las cosas las pienso tres veces.
—¿Por qué te atendieron en el Maciel?
—Porque es el que está más cerca donde pasó el accidente, y si estás en Salud Pública, te mandan para ahí. En el canal pensaron que era del Círculo Católico, y llamaron ahí pero les dijeron que no era de ahí; y a la ambulancia también tuvieron que decirle que no era de esa mutualista. Y menos mal que caí en el Maciel porque es el centro nacional de referencia en neurocirugía del país. No sabés lo que es el lugar donde estaba, las herramientas, la atención, es un hospital de primera. Es gente con vocación de servicio. Y uno que está en una cama es igual al que está en la de al lado. Respeto mucho las mutualistas, pero esa asimetría que a veces hay, termina repercutiendo en cómo te atienden. Capaz que te atienden mal porque están podridos de fumarse tipos que porque pagan, hablan mal al que está trabajando.
—¿Entonces estás en ASSE por una cuestión filosófica?
—Sí, totalmente. Mis hijas tienen mutualista, pero yo me atiendo en Salud Pública. Se habla muy mal de la Salud Pública, pero los que critican nunca se atendieron allí, y es una ironía.
—¿Cómo se tomaron tus hijas todo esto y cómo es la dinámica con ellas?
—Tengo tres turnos de acompañantes para ayudarme. Modificamos la casa para que yo pueda estar en el living. Y ellas llegan de tarde, me dan un beso, me preguntan si preciso algo, si estoy bien, y tienen cuatro años. Al otro día del accidente, mi mujer les contó lo que había pasado, que me di un cocazo en un taxi, y la chica dijo: “qué cosa este papi, eh”. La grande espera que la chica se aleje y le dice a la madre: “papá se murió, ¿no es verdad?, esos audios que pasás son viejos”. Tuvimos que hacer una videollamada porque Emma no creía que estaba vivo. Por eso son crá, porque lidiaron con cosas que yo no sé si hubiera podido manejar.
—¿Y vos entendés lo que te pasó?
—No, no termino de caer en lo que me pasó. Tengo que caer, tengo que darme cuenta de lo peligroso que pasó. Un día pensaba en volver a hacer Reenviado y la psiquiatra me dice: “ubicate en la góndola”.
—Venías con trabajos en Telenoche, Reenviado y en La pecera.
—No corro más. Y es algo recíproco, mi energía se la doy a quienes me dan de ellos. Obvio que todos tenemos que laburar porque hay que pagar cuentas, pero tengo que poder lograr trabajar de cosas que me llenen. La honestidad con uno mismo, ser honesto contigo, lo que es redifícil en nuestro laburo. Estar orgulloso de tu laburo, yo quiero lograr estar orgulloso de mi laburo. Y ser honesto conmigo para dejarle a ellas el ejemplo de la honestidad.
—Es lo que venís construyendo en tu carrera.
—Sí, pero no reparaba en eso. Yo corría atrás del mango, lo veía así. Todo para llegar a fin de mes y tener. ¿Tener para qué? Hoy tengo una mochila más livianita para tener más tiempo con mi esposa y mis hijas. Valoran más el tiempo que pasás con ellas que otra cosa, y la plata, al final la gasto en cualquier gilada. Entonces, me explotó la cabeza, me cambió la manera de ver todo, mi trabajo, mi familia, cómo me relaciono con mi vieja. Antes capaz que me cruzaba con mi madre, y porque estaba apurado o en camino a algo, ni bola le daba. Ahora freno a preguntarle cualquier cosa. Me puso un freno de mano. Es que no frenás si no te obligan. Estoy re Ravi Shankar (se ríe) y quiero contagiar eso.
—¿Cómo pensás hacerlo?
—Estoy muy agradecido con el Hospital Maciel y tengo proyectos para ayudar, aunque sean chiquititos. Hay que ir de a poquito para ayudar a la gente que labura pero también a la gente. No sabés la cantidad de gente que se muere sola, sin que nadie la visite. Yo estaba y tenía la suerte que entraban mis amigos, de a dos o de a tres, pero hay gente que se pasa el día entero y no ve a nadie. Es durísimo. Intento generar un proyecto para el Maciel, para los viejos, de acompañamiento. No quiero ni plata ni donaciones, quiero lo más caro que puede dar uno, tiempo. Regalame una hora y sentate con “Carlitos” que es “panadero” a charlar, y que te diga cuál es el secreto para los mejores bizcochos. Vos te vas a tu casa feliz y vas a hacer mejores bizcochos, y “Carlitos”, ¿sabés cómo se queda? Hay una investigación que hicieron unos científicos chinos, la publicaron hace poco, sobre la relación entre la soledad social y el riesgo de mortalidad, por todas las causas, entre dos millones de personas en muchos años. El resultado al que llegan es que aumenta un 14 por ciento las posibilidades de morir a las personas que están solas; y si a esas personas no las tocan, no les dan la mano, les tocan el hombro, la cabeza, eso sube a un 32 por ciento. O sea, tenés un 32 por ciento más chances de morirte porque estás solo y nadie te da la mano. Es un delirio que nadie evalúa, porque eso también es salud mental. Tengo varios proyectos ya en mente.
—Te dieron ganas de ayudar.
—Sí, porque no ayudamos nada. Estamos todos en nuestra rosca, queremos ayudar a la familia y a tus allegados. Pero la verdad es que hay que ayudar más, no es solo eso. Con un poco de cada uno, se puede. Siento que caigo en frases trilladas, pero reales. Pasamos por la calle y miramos todos al piso.
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