Dice que en 31 años comió más asado que tres personas de esa edad. El Gucci vivió tres décadas “de vacaciones”. Un día se subió a la balanza pensando que marcaría 130 y estaba en 166,6. Su cabeza hizo clic, cambió sus hábitos, empezó a comer sano y bajó a 137. Su meta es llegar a los 120 que le vendió a la gente. Y de a poco a las dos cifras.
El Gucci piensa que no tiene talento. Dice que no sabe cantar ni bailar. A esos que lo criticaban y decían, "este gordo no dura ni dos meses", les respondió con el eslogan "120 kilos de sabor". No se arrepiente porque esa frase le sirvió para cultivar gran parte del éxito que tiene hoy. Creó una marca y a partir de esa firma sus muletillas se pegaron muy fácil entre sus seguidores: yo te cuido, asesino, hadouken.
Pero hace dos meses su tema de conversación preferido no es la música, ni la popularidad, ni el suceso, sino el cambio de vida que inició. Recita de memoria que un manojo de maní tiene las mismas calorías que una porción de asado, que para saciar la necesidad de alimentarse basta con ingerir lo que entra en el puño de una mano. Sabe que el hombre para mantenerse saludable debería caminar entre ocho y diez mil pasos por día, pero la mayoría no supera los mil. Dice que el control remoto y el teléfono inalámbrico nos quitan 1.200 pasos por semana y en un lustro son cinco kilos de exceso.
Entró a una clínica totalmente negado. Lo empujó su hermana "Mafi". Le mandaban mensajes y él los acusaba de ser pesados. No quería sentarse a que le dijeran qué comer porque creía que ya lo sabía. Puso como plazo una semana para hacerle el gusto a Mafi y al tercer día se sentía el Capitán América.
El Gucci le tenía miedo a la balanza. No se subía. Cuando lo hizo y vio que el aparato usaba todos los seis disponibles (166,600 kilos) advirtió que era grave. Él estaba convencido de que pesaba alrededor de 130 kilos. Ese choque fue el clic que necesitaba para empezar a cambiar los hábitos: alimentación sana, no más comida chatarra y ejercicio diario. El Gucci no iba ni al almacén y ahora camina por la Rambla cuatro veces por semana y de tarde va al gimnasio.
"Más allá de las remeras, lo que gané en salud es increíble. Llego a notas más altas, tengo más caudal, más aire, no me agito, bailo, me agacho, subo escaleras y hasta en el sexo lo noto: ahora soy otro".
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La dieta del Gucci implica ingerir hasta 700 calorías diarias. Entendió que debe abstenerse de las carnes y harinas porque le despiertan "comer sin parar". El primer factor fue achicar las porciones. Una de sus novias le comentaba que su problema era que comía el plato de ravioles como si fuera la última vez. Hoy reconoce la adicción como tal y está reentrenándose.
No recuerda cuándo fue la última vez que comió un asado o una hamburguesa. Si bien lo quiere, sabe que no lo necesita. "No siento abstinencia, sino estaría diciendo, hace dos meses, tres días y ocho horas que no como". El 28 de setiembre cumplió 31 y prendió la parrilla para todos sus amigos. Compró comida como para cien Guccis: treinta kilos de carne, cinco kilos de molleja, seis pulpones. Y no probó bocado. Se armó una ensalada. No niega que el olor a asado le "excita", pero ya tuvo tres décadas de vacaciones: "No iba a entrar en el cajón el día que me muriera. Era terrible. Hoy me doy cuenta de los problemas que tenía y no puedo entender cómo llegué a esa crisis".
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Es adicto a la limpieza y asume que eso se debe a que en el liceo siempre que había mal olor lo culpaban a él por ser el gordo de la clase. Hubo un episodio que lo marcó. Una compañera se enojó con él y dibujó tres pelotas en el pizarrón y de ellas salía humo. El Gucci asegura que nunca olió mal y cargar con ese estigma lo traumó. Se baña en perfume y su rico aroma se siente a media cuadra de distancia.
Pesó 74 kilos entre los 18 y los 20 años. "Esa fue la parte de mi vida atípica". Y aún guarda ropa de esa época: tiene dos placares con talles del M al triple XL. Las prendas se las mandaba el "Tonga" Reyno de Estados Unidos o las compraba él cuando viajaba. Es que esta enfermedad crónica lo hacía subir de talle sin parar. Llegó a engancharse las camisetas en el pantalón para que no le quedara media panza afuera.
Cada vez precisaba ropa más grande, pero no quería admitir el problema y se auto convencía. "Estoy bien, estoy bien", decía. Se miraba al espejo y no se veía. "Estaba hecho mierda y no me daba cuenta. Veo notas de hace cuatro meses y me quiero morir. Era un sapo. Me cuesta creer cómo tantos niños llegaron a quererme. Espero que nadie se ofenda pero estaba desagradable".
El Gucci no toma alcohol, no fuma, ni se droga. Su padre dice que se descarga con la puerta de la heladera. "Si estoy feliz festejo con comida; si estoy triste festejo con comida; en un día normal, festejo con comida". Es más, abrir y cerrar la heladera fue su tic durante muchos años. Lo hacía apenas entraba a su casa, aunque no tuviera hambre.
Hoy "se goza" con una ensalada bien condimentada, pero hace unos meses esa hoja del menú la tenía bloqueada. Su preferida es la de camarones. Es la única persona que se va a un all inclusive y vuelve con tres kilos menos: cuando estuvo en Punta Cana el mes pasado solo comió verduras y tomó agua con limón.
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El Gucci le enseñó a la gente que la comida y él eran uno solo. Intuye que era su forma de negar la enfermedad. Y cuando le preguntaban cuánto pesaba zafaba del tema con un chiste. Siempre contestaba: "Me subo a la balanza y aparece un cartel que dice haga el favor de subirse de a uno".
No le faltaban mujeres porque era el Gucci. Eso tampoco lo ayudaba a abrir los ojos. Estuvo dos años perdidamente enamorado y su exnovia le repetía: "Tenés que hacer algo, estás engordando mucho". No la escuchaba porque su mente decía, "estoy bien" y los análisis médicos tampoco le daban valores alterados. "¿Quién te dice que uno de los factores por los que me separé haya sido ese? Nunca me enteré ni me voy a enterar".
El Gucci esperó diez años para estar con una muchacha del barrio que le gustaba. Chichoneaban pero no pasaba nada. Tenían un "amor de miradas" hasta que lo concretaron. "Llegó esa noche tan esperada por mí y fue un desastre. Estaba súper agitado. Me di vuelta, me dormí y empecé a roncar como un oso. Ella nunca más me contestó un mensaje. Y la entiendo. Ese día me enojé conmigo pero le eché la culpa a que había trabajado toda la noche".
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El Gucci sabe que por más de que baje de peso siempre será gordo de cabeza. Mantiene el tatuaje de la hamburguesa que se hizo con su amigo "El Reja" a modo de recordatorio. "Me hace tener presente esta enfermedad que me acompañará toda la vida que es la gordura". En la clínica (Elbaum) hacen hincapié en que mantengan la humildad. No se trata de decir, "pobre Gucci", pero sí de evitar creérsela. "Tengo mucho miedo de que un día la mente me juegue en contra y mi subconsciente diga: "Estás gozado, permitite una hamburguesita".
—¿Te da miedo recaer?
—Es que es algo que tengo latente, soy gordo de acá arriba (se señala la cabeza). Todo el mundo me ve y me dice: "¡qué flaco que estás!". Y si yo me lo creo, marcho. Les digo: "falta, falta todavía". Hace unos días fui a tocar a una pizzería y el olor me mató. En el show dije: "realmente hoy me siento mal". Ese viernes fue terrible la ansiedad que tuve, no la había sentido en dos meses. El lunes siguiente fui a la charla con Jorge, el endocrinólogo de la clínica, y le dije: "Casi me muero, nunca me había pasado". Pero es parte del tratamiento. Nos recomiendan que dejemos de frecuentar reuniones, cumpleaños, pero el problema lo tengo yo y yo me encargué de hacerme mierda todos estos años. Si hubiese dejado de ir al cumpleaños de mi viejo, por ejemplo, hubiese sido pagar las consecuencias de esta enfermedad. Así que en esos momentos me pongo los pantalones.
Su agenda ajetreada no le permite asistir siempre a las charlas pero todos los días se hace cinco minutos para pasar por la clínica a pesarse. Se prepara: tres horas antes de subir a la balanza no toma agua porque sabe que no podrá orinar. "Tengo que ir a ganarle a esa balanza porque estoy haciendo las cosas bien: como mi ensaladita, tomo mis caldos cero grasas y agua con limón".
El Gucci recibió más de 400 mensajes vía Facebook de personas que están en su misma situación. Contesta apenas puede.
Hace unos años se le acercó un hombre después de un show en Las Piedras, le apretó la mano, lo miró feliz y le dio las gracias porque al haber "puesto de moda las panzas" él volvió a tener sexo. "Hoy me encanta poder ser un referente para todos esos gordos que quieren arrancar y no lo logran. Es un problema que cuesta y solos no podemos salir".
UN HADOUKEN LIGHTMARIEL VARELA