El pequeño milagro montevideano

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Dentro de cinco días se cumplirán 27 años exactos del día en que el hijo de un inmigrante italiano entraba definitivamente en la historia grande de la cultura rioplatense. Ese 10 de abril de 1976 cerraba los ojos para siempre Alberto Mastra, uno de los poetas más genuinos nacidos en Montevideo, que supo también prolongar con su voz y su guitarra el arte de los viejos cantores de nuestra ciudad del pasado. Su vida se deslizó en una eterna paradoja: supo de triunfos artísticos y del aplauso de la gente, momentos de su carrera que alternó con períodos de pobreza y de privaciones. pero nada de ello obstó- ni las buenas ni las malas-para que modificara su fuerte personalidad, su originalidad creadora y su incurable bohemia, facetas que lo acompañaron fiel y consecuentemente hasta el último momento de su existencia.

Alberto Mastracusa (tal el nombre real de Mastra) nació el 9 de noviembre de 1909 en la Aguada, justo donde comienza la calle Yí, a escasa distancia del Molino Mañé, al que evocaría posteriormente en su poema "Harina amarga". Una obra suya, "Mi viejo el remendón" en sus tres minutos de duración sintetiza magistralmente su niñez. Su padre, italiano, era zapatero de oficio y su madre murió tempranamente; el pequeño Alberto creció entonces bajo el atento control de su abuela "una tanita petiza" como dicen los versos de la mencionada canción, que entre otras buenas cosas le inculcó el amor por la música. El que puso de manifiesto muy joven todavía en los recreos del Parque Rodó, en cuyos escenarios Mastra dio sus primeros pasos de cantor y de mímico, a lo que agregaría poco después su condición de guitarrista, instrumento que aprendió a tocar allí mismo bajo la égida de Alberto Galloti. Claro que su condición de zurdo le obligó a adaptarse a la guitarra, en aquellas épocas siempre prestada, en vez de utilizar una adecuada a su característica. Y así fue que comenzó a tocar al revés de lo que lo hacen los ejecutantes diestros (lo haría toda su vida), es decir de abajo hacia arriba, lo que le permitía extraer del instrumento una sonoridad superior a la de sus otros colegas.

Las milongas del bajo montevideano y los locales frecuentados por los numerosos payadores y cantores nacionales de la época fueron testigos de los pasos artísticos inmediatos de Mastra. Su voz de poco volumen no lo distinguía mayormente del común de los artistas con los que compartía esos nuevos escenarios. Sí despertaban el interés del público su estilo interpretativo y la temática de las obras que abordaba, casi todas de su autoría. En ambos perduraban vivencias del Montevideo del siglo pasado y se notaba su parentesco con los cantores que dominaban el bajo bravío de aquellos años. La fama empezó a acariciar a Mastra después de una antológica payada que mantuviera con el argentino Enrique Boris, la que le otorgó credenciales para acompañar al mitológico Pepo (al que recordará luego en su milonga "Miriñaque") en sus recorridas musicales por otros barrios montevideanos, en las que participaban también los consagrados payadores Aníbal Melgarejo y Narciso Mederos.

Ya dueño de un considerable prestigio, Mastra viajó en 1933 a Buenos Aires, donde desarrolló una intensa actividad que prolongó por el interior argentino. En 1936 creó el "Trío Mastra", junto a Josefina Barroso y a Alejandro De Luca, con el cual realizó memorables ciclos en la capital del vecino país y con el que recorrió varios países de Sud América. Paralelamente cultivó estrecha relación con varios consagrados del ambiente porteño, como Aníbal Troilo, Pedro Laurenz y Edmundo Rivero, quienes colaborarían con él en algunas composiciones y le llevarían al disco muchas otras. En 1944 se disolvió el trío y Mastra formó otro, ahora con Eduardo Márquez y Miguel Gúrpide, también de triunfal presencia en escenarios rioplatenses y sudamericanos, hasta su disolución en 1946. Mastra entonces decidió volver al Uruguay donde siguió actuando con regularidad y con aceptación del público y donde armó nuevos conjuntos; en uno de ellos participó una espléndida cancionista nacida en Durazno, hoy consagrada en el mundo entero con el nombre de Lágrima Ríos. Pero los viajes y las radicaciones en Buenos Aires seguían siendo frecuentes; así prosiguió la vida artística de este genial intérprete de las costumbres más típicas y representativas de los habitantes de las dos urbes rioplatenses. Actuaciones en tanguerías, teatros y radios de las dos capitales y una actividad creadora que no conoció de pausas pautaron estos últimos años de la vida de Alberto Mastra. El 10 de abril de 1976 se produjo su fallecimiento. Su cuantiosa y talentosa obra, algunos discos que alcanzó a grabar y los que registraron otros grandes artistas de temas suyos le aseguran la inmortalidad en la memoria de sus compatriotas rioplatenses y lo ubican definitivamente en el sitial de creador sensible y cultor ilustre de la música de nuestra región.

Por Juan de la Mondiola

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