NOTA DE TAPA
Acudir a una grabación del show de Canal 12 se parece a una visita a la bóveda de un banco. Hay que dejar el celular y seguir estricto protocolo. Todos están obsesionados en mantener el secreto.
Si yo fuera un participante de ¿Quién es la máscara? (Teledoce), tendría instrucciones precisas los días de grabación del programa. Una camioneta se ha parado en un lugar público cercano a mi casa u hotel, yo tengo la llave para abrir la puerta trasera. A la hora acordada, entro y allí me cambio con un uniforme negro, camiseta que dice “no hables conmigo” y un casco que oculta completamente el rostro. Cuando estoy listo, ingresa el chofer que conduce hasta al canal, sin hablar una sola palabra.
El vehículo entra al estacionamiento interno de las instalaciones de Enrique Compte y Riqué y se detiene a pocos metros del ingreso lateral al estudio principal de Teledoce. En ese sector se construyeron específicamente para La máscara seis camerinos con baño privado y living amplio con sillones y escritorio. Una vez dentro de uno de ellos, en absoluta soledad, puedo quitarme el casco. Debo desconectar el bluetooth del celular ante la eventualidad de que en la señal del celular haya alguna pista sobre mi identidad.
Ninguno de mis amigos o familiares sabe dónde estoy ni lo que hago. Si era necesaria una explicación, he tenido que mentir sobre mi salida. Si vengo del extranjero, en el aeropuerto me esperaron con un cartel con un seudónimo (que hemos acordado) y me llevan al hotel, de donde no me permito salir, salvo para las grabaciones. No puedo recorrer la rambla, ni hacer una escapada a Punta del Este, ni comer en el Mercado del Puerto. Nadie me debe ver en Montevideo.
Con golpecitos en la puerta del camerino, una productora del programa me llama por el nombre de mi personaje (Cactus, Popcorn, Burro, Hueva, Rino, Tero...). Yo debo ponerme el casco para atenderla. Si hace alguna pregunta (¿necesitás algo?, ¿te traemos el almuerzo?), tomo papel y lápiz y escribo la respuesta. Nadie debe escuchar mi voz. Si me indica que es la hora de entrar en acción, salgo sin decir palabra y siempre con el casco puesto.
Exactamente detrás de la pantalla principal de ¿Quién es la máscara? hay dos camerinos celosamente custodiados, donde están los trajes que se usarán en la jornada. En uno de ellos me cambio para entrar a escena por alguno de los dos accesos al estudio.
En la mañana ensayamos el número musical. Ya con el atuendo de mi personaje, el director artístico (Tavo Carrozzoni) y el coreógrafo (Eliseo Álvarez) me dan indicaciones sobre los movimientos escénicos y me dicen dónde están las cámaras. Yo me comunico solo por señas. Mi interpretación de la canción la he grabado previamente en el estudio La mayor (a cargo de Gonzalo Moreira) pero en los ensayos se escucha con la voz distorsionada para evitar suspicacias sobre quién soy.
En la tarde, actúo en la modalidad de duelo o truelo (de tres) con otros personajes cuya identidad desconozco. La logística está prevista para que tampoco yo sepa quiénes son mis colegas enmascarados. Aunque mejorada, durante la grabación sí se escucha mi voz verdadera, cantando un tema seleccionado en acuerdo con la producción.
En la presentación de mi show han aparecido pistas sobre mi identidad (otra vez con la voz distorsionada) que elaboró un guionista en diálogo conmigo y en función de mi historia personal y profesional.
Dentro del traje hace calor. Veo y respiro por la boca o los ojos polarizados del atuendo. Pero cuidado: he visto que hay disfraces con otras aperturas, creados para engañar en la complexión física o la altura, hasta con “músculos” y “panzas” falsas. Inclusive en el género despistan... Uno ve un personaje varón pero detrás podría haber una mujer o al revés.
Finalizado mi show, reingreso a los camerinos secretos detrás de la pantalla. Allí puedo quitarme el traje y refrescarme con un poderoso aire acondicionado que se dispuso para esta ocasión. Si en algún momento tengo un problema, una duda o necesito hacer un comentario (”abreviemos porque no me da al aire” o “no sé si queda bien tal movimiento”) debo solicitar la presencia de “uno de los seis”: ellos son los únicos que conocen la identidad de los participantes del programa y pueden escuchar mi voz.
¿Quiénes son "los seis" que conocen la identidad de los personajes?
Si yo fuera “uno de los seis”, como Ana Laura González (gerente de producción) Alejandra Borques (productora ejecutiva), Gustavo Landívar (productor general), Amparo Alloza (vestuarista), Gonzalo Moreira (productor musical) o Pablo Oyhenart (guionista de las pistas), tendría la responsabilidad de mantener en secreto la identidad de los 18 participantes (ya quedan 15 tras las primeras galas) hasta las últimas consecuencias.
La máscara es uno de los formatos televisivos más exitosos y más caros de la actualidad pero su esencia es muy sencilla: famosos cantando disfrazados. No hay competencia de talentos, ni historias de vida, ni desafíos de conocimiento. La magia principal (sino la única) del programa es no saber quién está cantando y que se genere el juego de adivinanzas con los investigadores. Por eso, “los seis” son muy celosos guardianes de su secreto.
No es poco lo que está en juego. En su 60 aniversario, Teledoce hizo con La máscara la mayor apuesta de su historia en términos de inversión y de producción. Aún asumiendo el riesgo de adaptar un formato casi desconocido en Uruguay, sin antecedentes en Argentina (Telefé lo estrenará en unos meses) el canal se resolvió por este programa de entretenimiento familiar.
El trabajo de producción comenzó en octubre del año pasado. Ana Laura González firmó los contratos (sin pasar por contaduría ni recursos humanos del canal), hace ella las reservas de hotel para los extranjeros y se alteró su vida cotidiana. Si la llama “Monstruo”, “Catrina” o “Ultratón” y ella está en una salida familiar, detiene el auto. Se baja y habla. Ni su esposo ni su hijo deben saber la identidad de los enmascarados. Lo mismo vale para los otros “seis”. Todos han firmado estrictos contratos de confidencialidad.
Luego del suceso de los primeros programas, suele ocurrir que amigos de González le envíen mensajes con sus teorías sobre quién podría estar detrás de tal o cual personaje. La respuesta de ella, invariable, es: “JA JA”.
Otra de las “seis”, Alejandra Borques, es la productora que más acompaña a los participantes en el back. Junto a la vestuarista, los ayuda a ponerse los trajes y les informa de la agenda del rodaje. “Es un programa lindo de ver y lindo de hacer”, asegura Borques.
“Desde la producción, La máscara es como dos programas: uno enfocado en lo artístico y la puesta en escena. Buscamos que cada actuación del participante sea un show propio y todo lo que se ve, destaque visualmente. Pero hay otro “programa” que no se ve y tiene que ver con la logística para mantener oculta la identidad de los personajes”, comenta Gustavo Landívar.
Además de las refacciones edilicias para los camerinos y accesos “secretos”, Teledoce invirtió en pantallas e iluminación para remozar su estudio principal. La máscara también alteró la dinámica del canal entero. Cuando hay grabaciones, otros comunicadores o funcionarios no pueden pasar por determinados sitios. Teledoce incorporó cuatro guardias de seguridad para respetar estas zonas restringidas e incluso ya hubo algunas sanciones a funcionarios que estaban donde no debían.
El conductor Maxi de la Cruz y los investigadores Emir Abdul, Patricia Wolf, Fata Delgado y Sofía Rodríguez tampoco conocen la identidad de los enmascarados. Sus camerinos están en otra ala del canal y no pueden circular por la zona de los participantes. Ellos se enteran de la identidad de los personajes cuando se da el “desenmascaramiento” al final de cada grabación.
“Yo no quiero saber”, dice Maxi. “En el escenario, por la cercanía y por cómo le da la luz en la cara en ciertos momentos, podría deducir algo del rostro pero yo prefiero no mirarlos ni acercarme mucho”, añade. “Quiero jugar y sorprenderme como los demás”.
Unas 100 personas trabajan o trabajaron para La máscara. (Encabezados por Alloza, 24 especialistas fueron las responsables de la confección de los trajes, por ejemplo). El programa se graba a nueve cámaras e incorporó tecnología y nuevo software para la operativa.
Hay público en las grabaciones. Dispuestos en livings, unos 40 invitados presencian el rodaje y son quienes, junto a los investigadores, votan por cuál de los personajes prefieren desenmascarar. Pero para estar allí, previamente han aceptado un paquete de reglas y protocolos.
Un poco más cerca del secreto: una grabación por dentro
Si como periodista yo fuera invitado a una grabación de La máscara, debo aceptar algunas condiciones: dejo mi celular en una sobre lacrado antes de ingresar al estudio y firmo un contrato de confidencialidad. Esto se parece a la visita de una bóveda de un banco o alguna central de inteligencia. A riesgo de sanciones, no puedo revelar los detalles de lo que voy ver. Acepto.
La máscara se empezó a grabar a mediados de abril y terminará su etapa de rodajes a finales de este mes o a la sumo, en junio. Serán 16 programas con dinámica de “duelo” o “truelo”. Los diferentes personajes se irán desenmascarando (al ritmo de uno por capítulo) hasta que haya una final con tres máscaras para descubrir. El capítulo final tiene prevista su salida al aire para finales de agosto o comienzos de setiembre.
En el medio habrá diversas sorpresas en los shows o la participación de investigadores invitados (ups, no estoy seguro de si esto estaba incluido en la confidencialidad...)
Acudí a la grabación de un programa que se verá en algunas semanas (no puedo decir cuál, ni las máscaras participantes). Me ubicaron detrás del público junto a otros integrantes del equipo, como Leticia Piriz, host digital del programa y quien comparte contenido minuto a minuto de redes sociales. La máscara es el primer ciclo de la TV uruguaya que incorpora esta figura.
Mariana García es la productora encargada de hacer el “calentamiento” con el público. En la previo o en los cortes, desde el escenario arenga y da indicaciones sobre los momentos para aplaudir, para cantar, para ser eufóricos en la bienvenida. El director (Diego García Scheck) dice “venimos” y los movimientos de luces y la música abren el show. Maxi de la Cruz ingresa enmascarado y tras una breve coreografía con bailarines, anuncia los duelos que se vienen.
Uno a uno se suceden las entradas y shows de los personajes. Aparecen los tapes con pistas en la pantalla y se superponen los comentarios de los investigadores. (Sí, Fata seguirá diciendo “sé quién es” o “ya te tengo” incluso antes de que el enmascarado empiece a cantar).
La grabación se extiende por casi cinco horas (me cuesta el desapego con el celular). Cada show del enmascarado requiere una ambientación diferente por lo que entran y salen utileros a escena. Además, la preparación del vestuario de las máscaras también lleva su tiempo. En las pausas, De la Cruz improvisa un stand up o Mariana García se encarga de mantener arriba la energía del público. “Tendríamos que grabar esto”, comenta alguien cerca de mí. “Es un programa aparte lo que sucede en los cortes”.
Yo vi en persona a cinco máscaras y no crean que da ventajas y menos en mi caso que los tuve a unos 20 metros de distancia. Lo que puedo decir es que los “bichos”, en vivo y en directo, lucen más grandes, más brillantes y más lentos que en la TV.
Cuando ingresan a escena acompañados de los “guardias” (Rodrigo y Federico Brocal, hermanos de Lucía Brocal y las modelos Lola de los Santos y Sofía Victoria), se transforma la energía del estudio. En el público y el equipo se contagia una especie de fanatismo: se corean los nombres de los personajes a la manera de hinchada, hay “oles” mientras bailan o más tarde, se festejan sus ademanes una vez que los investigadores van dando al aire las teorías sobre quiénes podrían ser.
Al final de su actuación, uno de los participantes terminó el show agitado y salió del escenario. Se hizo un corte hasta que recuperara el aire y luego volvió para las devoluciones. En otro caso, falló la música por lo que el enmascarado salió de escena para regresar con el problema subsanado. En la grabación de La máscara, los personajes aparecen solo lo estrictamente necesario: cuando cantan o cuando los investigadores hacen sus especulaciones sobre ellos. Después se van al back celosamente custodiados.
A lo largo de este rodaje, los investigadores hacen sus apuestas y especulan con nombres de actores, cantantes, deportistas, políticos (hasta un intendente en funciones)... “Uno de los seis” se me acerca luego de una actuación y me pregunta: “¿Quién crees que es?” Le digo mi teoría. Responde con cara de póker: “Yo sé quién es y no lo voy a decir. Pero lo llamativo es que se están olvidando de alguien bastante obvio”. Camarógrafos, productores, maquilladores también intercambian sus teorías.
Se graba un capítulo por día y en el mismo orden en que saldrán luego al aire. El clímax llega en el final. Después de las votaciones (a propósito, esos celulares que tiene el público no son los personales, que están lacrados como el mío, sino que los facilita la producción y tienen la cámara anulada), se sabe a qué personaje vamos a desenmascarar. Digo “vamos” porque yo estoy ahí. Firmé para estar ahí.
Sin embargo, algo pasa. Cuando Maxi de la Cruz se dispone a descubrir al personaje, que se pone de espaldas mientras el público se desboca, parado y coreando “¡fuera máscara!”, “¡fuera máscara!”, el director dice “corten”. Termina la acción: Maxi baja del escenario y el enmascarado vuelve al back ¡todavía enmascarado!.
¿Qué pasa? “Debemos salir del estudio”. “¿Qué?” Pues sí. De acuerdo a las reglas del formato, en el momento del desenmascaramiento, solo quedan “los seis” más el conductor, los investigadores y los tres camarógrafos necesarios. Así que tras de la grabación de cada programa, el grupo selecto de “los seis” se amplía a un máximo de 15. Todos los demás (incluyéndome) tenemos que irnos.
Sin embargo y para hacer nuestra frustración más llevadera, existe el consuelo de la imaginación. Todavía no nos vamos. Sube Mariana García y pide al público que actúe una reacción de sorpresa. “Imaginen que se acaba de desenmascarar a su máximo ídolo. Pongamos esa expresión, ¡vamos!”... “Digan y gestualicen “no lo puedo creer” o “Ahora comenten con el del lado: “Sí, yo estaba seguro de que era él” o “no me lo imaginaba”, “sean expresivos”... Todas estas reacciones “espontáneas” se graban para luego montarlas, en la edición, con el descubrimiento real que se grabará después, una vez que hayamos salido, con el estudio casi vacío.
Una vez afuera, recupero mi celular y a justa distancia soy testigo de la “operación puerta”. Es el punto más tenso de la confidencialidad. En Teledoce, cuando se produce un desenmascaramiento real, la seguridad se encarga de que nadie esté cerca de las puertas del estudio. No sea cosa que el secreto mejor guardado de la TV llegue antes a oídos imprevistos.
Ana Laura González: "El canal entero está jugando"
Una vez que Teledoce adquirió el formato ¿Quién es la máscara?, el año pasado, la gerenta de producción del canal comenzó con los preparativos. Confeccionó la lista de participantes y arregló los contratos con ellos, además de conformar los equipos delante y detrás de cámaras. Aquí da detalles de los preparativos y aunque se niega a hablar de la identidad o características de los participantes, quizás, entrelíneas, puede deducirse alguna pista.
—¿Cuánto costó convencer a los 18 participantes de ¿Quién es la máscara?
—Al principio no fue fácil porque en muchos casos no conocían el formato y tenían dudas. Pero una vez que teníamos una reunión presencial y veían lo que pasó en otros países, les pareció muy divertido. En algunos casos, se imaginaban viendo el programa con sus familias y la reacción de sus hijos, por ejemplo, en el momento de la develación. Porque ellos no le cuentan ni a su familia. A los participantes les pareció divertido como experiencia personal más allá del show para el televidente.
—¿Cuántos son extranjeros?
—No lo voy a decir. Son varios.
—Hay deportistas, músicos, políticos, conductores de TV... ¿Cuántos son uruguayos?
—Tampoco lo voy a decir.
—¿Cómo se eligió el personaje para cada uno?
—Pensamos las 18 personas y luego los 18 personajes. En diálogo con ellos, fuimos designando los diferentes trajes.
—Hay dos personajes autóctonos, como Tero y Ultratón. Uno podría pensar que detrás de ellos hay personalidades más identificadas con la cultura uruguaya, ¿es así?
—No lo voy a decir.
-—No necesariamente todos los participantes eran buenos cantando, ¿cómo fue el proceso para que grabaran?
—Graban todos en el estudio “La mayor”. Van después de las 21:00 para que estén solo con Gonzalo Moreira. A los que no cantan, Gonzalo les hace un entrenamiento previo, muchas veces por Zoom en el caso de los extranjeros. Ellos van al estudio con la misma dinámica con la que llegan acá: los espera el chofer y se visten con trajes negros y cascos.
—¿La elección de temas cómo se hace?
—A sugerencia de producción y en diálogo con ellos y con Gonzalo. A veces pensamos en un tema pero la voz no les da para eso, entonces lo cambiamos. Todas las semanas graban.
—¿Hay dobles? Es decir, ¿en algún caso se recurrió a alguien con complexión física parecida?
—No, no hay dobles. El formato es estricto en eso. El famoso debe estar ahí porque forma parte de vivir la experiencia para el participante.
—Luego de los primeros programas, ¿recibís muchos mensajes para comprobar sus teorías?
—Muchísimos. Las repercusiones han sido sorprendentes. He ido a reuniones y cumpleaños en estos días y no se hablaba de otra cosa. La realidad es que todos juegan, incluso en el canal. Ni el gerente general conoce la identidad de todas las máscaras. El canal entero está jugando.