¿Qué harías si te dijeran que te queda apenas un mes de vida? Esa es la premisa de la película Casi Muerta, que desde el humor absurdo desafía la solemnidad que inspira el advenimiento de la muerte. La película (que ya está en cines) es la segunda experiencia como director de Fernán Mirás, quien casualmente hace dos años sufrió un aneurisma cerebral que tal como le ocurre al personaje lo puso cara a cara con la muerte. “Los técnicos decían que había ido a hacer trabajo de campo”, bromea sobre aquella operación. En un breve paso por Montevideo para hablar sobre el film protagonizado por Natalia Oreiro, el actor se refiere también a su trabajo en Diciembre 2001 y a la continuación de su personaje Samuel Trauman pero con otro actor en Argentina Tierra de Amor y Venganza.
¿Cómo te estás llevando con el rol de director a partir de esta experiencia filmando Casi Muerta?
-Me encanta, me vuelve loco. Se vuelve un poco adictivo. Filmaría todo el tiempo si pudiera.
-¿Cuando ves la película dirigida por vos no te dan ganas de aparecer en pantalla?
-Ni loco, que se hagan cargo ellos. En un momento pensamos si yo hacía un personaje pero preferí que no. Yo había dirigido otra película en 2017 (El peso de la ley) en la que el productor me dijo que no me la producía si yo no hacía un papel. En esta quise probar a ver qué pasaba si no aparecía. Y lo disfruté un montón.
-A la hora de dirigir, ¿cuál es el diferencial que te da ser actor por encima de otro director de más trayectoria?
-El plus que yo siento que tengo es que vi a un montón de directores dirigiendo. A veces me doy cuenta de que una escena me plantea un obstáculo, lo resuelvo y al rato digo “eso es de Doria” o resuelvo de otra forma y digo “¡Piñeyro!”. De alguna forma me queda en la mente información de situaciones en las que vi a los directores resolviendo cosas.
-¿Cómo fue dirigir a Natalia Oreiro en Casi muerta?
-Es muy talentosa. Las escenas más difíciles en las que su personaje pasa de reír a llorar y está en una especie de montaña rusa las hacía en la primera toma. Después hacíamos más para probar otras cosas, pero le preguntaba al editor cuál era la mejor y me decía que era la primera. Además es muy cómodo trabajar con ella porque te hace ganar tiempo. Te dice de una “me parece que en esta escena ella no diría eso” o te pregunta por qué lo diría, lo cual es importante en ese personaje que es tan absurdo.
-La película apela al humor negro, que es un recurso que vos utilizás en tu vida personal.
-Sí. Yo sentí en mi vida que tuve un par de situaciones en las que el humor me sirvió. Yo tenía una amiga que falleció a los 40 y me hacía los mejores chistes en el hospital. El personaje de Natalia tiene mucho de mi amiga, que me cargaba. Un día ella estaba en el hospital y yo le mostraba un video y le sobreexplicaba todo como si fuera una persona más chica. De repente me dijo “¿te podés callar? Estoy enferma pero no soy sorda”. Me ponía en evidencia lo absurdo de uno frente a la solemnidad que despierta la muerte y no saber qué hacer frente a eso. Sentí que el humor se había inventado para eso: reírnos cuando ya no se puede hacer nada.
-El personaje enfrenta el hecho de saber que le queda poco tiempo de vida, y vos en 2021 sufriste un aneurisma cerebral que te hizo ver a la muerte de cerca, ¿tomaste cosas de tu experiencia personal para la película?
-Cuando me enfermé quedé resensible y viví estados anímicos que nunca había vivido. Natalia no entendía por qué el personaje hacía o decía determinadas cosas, y yo que estuve enfermo le explicaba por qué. Lo más interesante del personaje es que puede hacer cualquier cosa: gritar, patear, llorar, quedarse dormida en cualquier momento y que le resulta gracioso cualquier cosa. Cuando estuve enfermo me pasaba algo de eso y era una locura. Muchas de las cosas que a ella le parecían muy raras a mí me parecían muy lógicas.
-¿Qué situación absurda viviste en el marco de tu enfermedad?
-Viene un médico y te dice “te vamos a operar en 20 minutos y la operación es muy riesgosa”. Y uno se pregunta “¿qué hago?, ¿voy al Obelisco y vuelvo?, ¿cuál es mi última voluntad?”. Yo estaba con mi novia y le decía que el médico me estaba cargando. Llamé a mis hijos, dejé un mensaje sin decirles lo que me pasaba pero por las dudas por si me moría, y llamé de vuelta al médico para ver si ya me podía operar: “Me quedan 15 ahora, ¿me podés operar ya?”. Me dijo que igual iba a demorar un poco.
-¿Fue casualidad que te involucres en un proyecto cuya temática abordaba algo similar a lo que habías padecido?
-Sí, yo venía trabajando desde antes en el proyecto y todas las cosas que le pasan al personaje estaban en el guión desde antes. Los técnicos de la película decían que había ido a hacer un trabajo de campo (risas). Lo loco fue que hacía dos años que venía leyendo e investigando sobre ese tema. Uno trata de leer todo lo que se escribió sobre la muerte, lo que dicen los filósofos, las otras películas que se hicieron del tema. Ya estaba cansado de ver cosas de la muerte y me pasó esto. Después de estar internado pensé que seguramente cambiaría algo del guión en función de lo que me había pasado, pero al final no: me convencí todavía más de lo bien que estaba la historia.
-¿En qué te cambió el haber atravesado por esa experiencia?
-Hay momentos en los que disfruto respirar. Antes estaba metido en la vorágine trabajando. Ahora me detengo mucho más a mirar las pequeñas cosas. Me parece fascinante despertarme y saber que hay un día más.
-Recientemente interpretaste al exvicepresidente Chacho Álvarez en la serie Diciembre 2001, ¿cómo fue meterte en ese mundo de la historia política reciente desde la ficción?
-Fue muy interesante trabajar con Benjamín Ávila. Es raro porque no era una imitación sino que la idea era que los personajes estuvieran bien actuados y el público se creyera lo que se estaba contando. Y la serie cuenta cosas interesantes que yo no sabía. Es como la parte de atrás de una época que la gente recuerda como una pesadilla, como un House of Cards nuestro.
-¿Qué visión tenés de esa época a nivel político?
-Fue una época de vacío de poder, sin brújula.La clase dirigente no estuvo muy inspirada y no la vieron venir. Cuando la vieron venir era tarde.
-Hablando de política, ¿cómo viste la definición de Sergio Massa como candidato “de unidad” del oficialismo para la próxima elección?
-Fue un poco complejo el final de esa ensalada. Yo soy progresista y nunca votaría a la derecha porque entiendo que va en contra de los intereses de la mayoría. Me parece importante que haya una opción que no sea la que plantea tanto Larreta, Bullrich o Milei que es “vamos a recortar todo”, cada uno a su manera.
-¿Pero creés que Massa representa al progresismo?
-Depende de lo que demuestre de acá a la elección. Igualmente uno en política vota lo menos peor, y para mí cualquier opción es mejor que la derecha. Yo no me arrepiento de haber votado a Alberto (Fernández) pese a que hay un montón de cosas que quedaron a menos de mitad de camino. Hubo un crecimiento económico pero sin distribución.
-Volviendo a ficción, interpretaste a uno de los villanos más icónicos de la televisión de los últimos años con Samuel Trauman en Atav, ¿cómo viste la continuidad que se le dio al personaje en esta segunda temporada?
-No lo pude ver. Lo siguió un amigo, Gustavo Belatti. Me hablaron muy bien de lo que hizo. Me pareció buenísimo que otro elenco hiciera la continuación de la historia en los 80, que es una época muy linda para contar.
-¿Cómo fue la composición de aquel personaje tan recordado de esa novela de 2019?
-Me pareció fantástico desde los libros. El personaje estaba escrito así y estaba loco como una cabra. Podía emocionarse con una canción judía y al mismo tiempo ser siniestro. Me pareció interesante cómo funciona la mente de un psicópata, que me lo puse a investigar en aquel momento. El psicópata te mete la mano en el bolsillo para robarte y cuando lo descubrís te culpa a vos. Esa era como una clave para hacer a Trauman. Siempre le echaba la culpa a los demás de lo que él hacía.