Fiorella Bottaioli armó una valija ligera para una decisión pesada. Desde comienzos de febrero, la actriz uruguaya de Tan frágil como un segundo (2014) y más recientemente La uruguaya (2022), se instaló en Buenos Aires. Lo entendió como un paso natural en el curso de su carrera para salir de la penillanura de cariño que representa Uruguay para algunas profesiones que requieren la aprobación de gente, gente, mucha gente.
Montevideana de 27 años, Bottaioli tuvo inclinaciones artísticas desde niña. “Fue recibiendo estímulos: un docente me enseñó las notas musicales a los 5 años. Hice danza y llegamos a competir internacionalmente. Recuerdo que le pedí a mi padre que me grabara haciendo monólogos. Copiaba cosas que veía en la tele”, recuerda la actriz.
Cuando tenía 17 años fue seleccionada para la película Tan frágil como un segundo, de Santiago Ventura. Durante el rodaje supo que la actuación sería su motor, su trabajo y su vida. “¿Actriz en Uruguay?” “No vas a hacer un mango”, “¿Estás segura?”... Aunque el mensaje contrario “llegó por todos los medios, el amor es más fuerte”.
Al año siguiente de le película fue seleccionada por Telefé y tuvo su primer encuentro cercano con Buenos Aires. “Ingresé a un centro de formación de artistas que eventualmente iban a ser parte de proyectos de Telefé”, recuerda. Sin embargo, era joven para la “ciudad de la furia”. “De repente no estaba del todo preparada y si bien ese proceso de formación siguió, me volví a Montevideo”, relata Bottaioli.
De todos modos, por ese entonces comenzó a tejer vínculos y a componer la idea de que su vida seguiría del otro lado del charco, más cerca de los castings, del múltiples centros de formación y de una industria de cine y teatral de mayores dimensiones. En 2020 tenía todo pronto para radicarse en Buenos Aires pero llegó la pandemia.
Luego vino La uruguaya. En 2021 quedó seleccionada en el casting de la película producida por Orsai, de Hernán Casciari, con el aporte económica y creativo de 1961 socios coproductores. Aunque la película todavía no tuvo estreno oficial, ya generó repercusiones en su pasaje por los festivales de Mar del Plata y de Punta del Este, de donde se trajo premios.
“El método de financiación y producción tan diferente generó una comunidad alrededor de la película. Nos sentimos muy apoyados y contenidos”, dice Bottaioli.
El casting también tuvo sus particularidades. Los socios coproductores participaron de la selección con su voto. Les llegaban videos de las parejas de protagonistas y terminaron eligiendo por mayoría a Bottaioli y Sebastián Arzeno. “Fue una instancia de exposición grande porque sabíamos que no solo estaban los ojos de Hernán (Casciari) y el equipo de la película, sino los coproductores”.
El personaje de Guerra ya lo tenía estudiado. Había leído el libro de Pedro Mairal en que el está inspirado la película y se sentía identificada en varios aspectos con ella.
Para la construcción del personaje fue fundamental el rapado parcial de la cabeza. “Eso marcó el antes y el después. Me cambió hasta la forma de caminar”, recuerda.
Con la película, una coproducción argentina y uruguaya, Bottaioli forjó otros vínculos para un salto internacional. Acordó con un representante el manejo de su carrera en Buenos Aires.
“La uruguaya fue el impulso como para sentar cabeza y decir: bueno ya pasó un montón de agua fría por abajo del puente y es momento de salir con todo a la cancha”, asegura Bottaioli, ya instalada, sola, en un pequeño apartamento de la capital argentina.
A la manera de Natalia Oreiro y otras actrices orientales en sus primeros pasos porteños, Bottaioli está alerta de todas las oportunidades que puedan surgir. Hay proyectos pero por otra en etapas preliminares, por lo que están embargada de contarlos.
Mientras tanto sigue formándose con master class de actuación y cultiva la paciencia. Ha acudido a varios castings y espera las definiciones. De todas materias del oficio del actor, la que menos lleva es la ansiedad.