Hace memoria y no logra recordar cuál fue la primera pelota que le regalaron: Diego Sonsol está convencido de que nació con una abajo del brazo. A los 13 años se le despertó el gusto por la música: aprendió a tocar la guitarra, canta, y hasta compuso para Cordero Revelde (sic), la banda que formó con compañeros de facultad y duró 10 años. El hijo de Alberto Sonsol tiene el corazón partido entre el fútbol y la música, y se dio lujos en ambas disciplinas: jugó en Primera División y compartió escenario con estrellas en el Durazno Rock.
El periodismo deportivo no era una opción en su vida; él solo pensaba en ser futbolista. El que se define como "un remador" no descolló y colgó rápido los botines. Le quedan dos materias para recibirse de abogado, y aunque no estudió Comunicación, siente que hizo un máster en su casa, al lado de su padre, que fue un relator insignia de Uruguay.
Tuya y mía, el programa que ideó su padre y que hoy sigue con su hermano Lali Sonsol y Jorge Seré, forma parte de la grilla de El Espectador,la emisora que desde febrero pasará a ser un multimedio deportivo. Si bien está entusiasmado con la transformación y siente que es una oportunidad de crecimiento, confiesa a El País que tiene sensaciones encontradas: "Por un lado, la alegría que genera ser parte de un proyecto tan importante, con las figuras de renombre que se suman y con el deseo de aportar desde mi lugar. Y a su vez, con cierta nostalgia por compañeros de otros programas que ya no estarán".
Su rol, asegura, no varía con el cambio en la 810: seguirá en Tuya y Mía con el mismo equipo, participará de las previas y comentará partidos en las transmisiones. "Estamos arriba de un barco que llega para ser el buque insignia del periodismo deportivo en Uruguay", afirma.
Su pendiente es salir en una murga, o al menos escribir un cuplé: "Soy un enfermo de la murga. Me decís 'la despedida de Diablos Verdes 2010' y te la canto. Ese empuje y ese coro en algún momento los voy a sentir desde arriba", asegura.
De sus pasiones, cómo fue trabajar con su padre, los consejos que le dio, el dolor por haberlo perdido, las críticas por ser hijo de y los nuevos retos, va esta charla con El País.
—¿Qué apareció primero en vos, el gusto por el fútbol o la música?
—Mi vocación por excelencia siempre fue el fútbol. Desde la escuela, el baby fútbol en Intermezzo Pocitos, en la calle con los amigos del barrio. La música surgió a los 13 años. Mi mamá me decía: "¿Por qué no tocás la guitarra, si tenés oído?”. No quería, pero cuando empecé, me encantó y vi que tenía facilidad. Tomé clases seis meses, y después fui autodidacta. Tuve una banda de rock con amigos de facultad y componía junto al bajista.
—¿Los salpicones que hacés en Tuya y mía te permiten combinar ambas pasiones?
—Sí, encontré en ellos una linda forma de unir el amor por el fútbol y la música: elijo una canción y sobre esa melodía hago una letra narrando con humor y crítica lo que pasó en la fecha. Viene de la murga, algo que adoro.
—¿Qué recuerdos te dejó Cordero Revelde?
—Fue un sueño. La pandemia y la vida nos separaron, pero duró 10 años, sacamos dos discos y están en Spotify. Tocamos en el último Durazno Rock y compartimos escenario con Once Tiros, Trotsky, Ratones Paranoicos. Me saqué el gustito, parecido a lo que me pasó en el fútbol, que llegué a jugar en Primera (Cerrito y Plaza Colonia) contra los grandes. No hice historia en ninguna de las dos, pero disfruté.
—¿Cómo viviste el momento de colgar los botines?
—Uno pelea, y cuando tenés que dejar es bravo. El jugador de fútbol nunca deja de serlo. Aunque hoy me toque estar del otro lado, es imposible dejar de lado el haber sido jugador. Con Jorge Seré, que salió campeón del mundo, siento que hablamos el mismo idioma.
—La primera vez que tu padre relató un partido tuyo fue un Cerrito - Nacional, ¿cómo lo recordás?
—Estábamos en una situación complicada, donde cada punto podía ser el descenso o salvarnos, y yo estaba enfocado en eso, pero se convirtió en una cuestión farandulera. Llegamos al Parque Central, del otro lado jugaba el Chino Recoba y me venían a hacer notas a mí. No quería dejar tirado a nadie, pero tampoco me gustaba porque tenía que estar enfocado en el partido. Mi padre lo disfrutó muchísimo, más allá de que perdimos por goleada; y yo, con el tiempo, también.
—¿Te imaginabas como periodista?
—Nunca tuve en la cabeza ser periodista. Estaba enfocado en mi carrera de futbolista y estudié abogacía. Más allá de no tener un título de periodista, siento que hice un posgrado en mi casa solo con ver a mi padre en sus transmisiones, o escuchar radio con él. Vas mamando inevitablemente. Mi hermano Lali arrancó desde chico porque tenía la vocación, y muchas veces escuchaba correcciones que mi padre le hacía de costado y las absorbía.
—¿Cómo llegaste al periodismo deportivo?
—Había dejado el fútbol, estaba trabajando en una empresa, mi padre va a El Espectador con Lali y me dice: “¿Por qué no empezás a comentar los fines de semana?”. Yo estaba en ese duelo y no quería ni mirar fútbol, pero me empezó a gustar porque era con ellos, y era una forma de seguir cerca del fútbol. Me di cuenta de que mejoraba muy rápido y que lo podía explotar.
—¿Cómo era trabajar con tu padre?
—Chocábamos mucho porque era muy exigente con todos, y con nosotros más. Yo lo respetaba como líder del grupo y por su trayectoria, pero a veces me cruzaba. Igual lo disfrutaba y me servía para aprender. Hoy reconozco algo en mí que tiene que ver con sus enseñanzas: el manejo de los tiempos radiales. Más allá de estar enfocado en una discusión, darte cuenta cuando un tema está agotado o cuando hay que mover la aguja para otro lado. Él siempre decía que había que ponerse en el lugar del oyente: "Si nosotros nos divertimos, la gente se va a divertir". Y trato de aplicarlo.
—¿Sentiste el cariño de la gente cuando falleció tu papá?
—Sentí muchas cosas, porque fue durante la pandemia y nos hizo estar separados. La última vez que lo vi fue en la radio. Estaban los que buscaban la primicia, y a mi padre lo mataron tres veces. A pesar de todo, la caravana para el velorio, los carteles con la frase de cabecera de mi padre, “la gente quiere vivir”, te llenan y te emocionan.
—Alberto le sigue haciendo falta a la gente, ¿en qué lo extrañás vos?
—En el día a día, y sobre todo en los momentos que necesito la palabra o el consejo de un padre. Cuando eso pasa, busco a un tío o un amigo de él.
—¿Fue difícil seguir con el programa sin él?
—Fue un desafío muy grande seguir el proyecto y reconvertirlo. De ser un programa donde él era la figura, pasamos a ser todos los demás los que tirábamos del carro sin él. Venir todos los días y no verlo es complicado. La radio tuvo la deferencia de nombrar al estudio "Alberto Sonsol", y es un orgullo, pero también es un recordatorio permanente.
—¿Te pesan las críticas por ser hijo de?
—Conviví con eso siempre. De chico, o cuando jugaba al fútbol, me pesaban más: quería que me juzgaran o me putearan por si jugaba bien o mal, y me gritaban por ser el hijo de Sonsol. A veces mandan mensajes, "están ahí por ser los hijos de", y aprendí a no darles trascendencia. Soy lo suficientemente autocrítico y tengo la vara demasiado alta como para que me mueva lo que diga alguien que no conozco.
—¿Tenés nuevos proyectos para el 2025?
—Hay interés para contar conmigo en algunos proyectos televisivos, a nivel deportivo y por fuera del deporte. No puedo adelantar más. Estoy en un gran momento profesional y lo quiero aprovechar al máximo.
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