ENTREVISTA
El músico argentino nacido en Alaska presenta el disco "Tu ve", que grabó en Montevideo, este domingo en el Auditorio. De eso y más, esta charla.
Nació en Alaska, le pertenece a Argentina, vivió en Nueva York y una buena parte de su corazón está en Montevideo, la ciudad en la que pasó años de su adolescencia y a la que ahora vuelve para reconfirmar un amor sostenido y creciente. Kevin Johansen, un “gringo” suelto en el Río de la Plata, presentará su nuevo disco mañana en el Auditorio del Sodre y, encima, la Intendencia capitalina lo declarará Visitante Ilustre. El honor, dice el cantante, es todo suyo.
Tu ve, el álbum que Johansen lanzó este año, es el más uruguayo de todos. Grabado a un par de cuadras de la rambla en el estudio de Juan Campodónico, tiene producción del propio Campo y aportes de los músicos Nico Arnicho, Roberto Rodino, Luciano Supervielle y Pablo Bonilla, que ahora lo acompaña en los shows en vivo.
Están, además, sus colegas Ruben Rada y Jorge Drexler, entre un listado internacional de colaboraciones que incluye a David Byrne de los Talking Heads, Silvia Pérez Cruz, Natalia Lafourcade y hasta a su hija, Wiranda Johansen, también cantante.
“Una buena canción es siempre nueva, no envejece nunca, y eso es lo que siento con estas canciones que están en Tu ve”, defiende Johansen en charla con Sábado Show. “Esas traducciones estilísticas o genéricas, musicalmente hablando, son la prueba de que la arquitectura de la canción original está muy bien construida”.
Y de esas traducciones va el álbum, que reúne versiones de canciones propias y ajenas, con firmas que van de Erasure a Violeta Parra.
“Creo que es honesto en el sentido de que son temas que me vienen atravesando, y son apenas un manojo, porque los temas que te atraviesan son cientos. Y también siento que una canción tiene dos usos, porque una canción hermosa te dan ganas de escucharla, y una canción que te atraviesa también te dan ganas de cantarla. En ese sentido es honesto lo que me pasa con Tu ve: me dan ganas de escucharlas y me dan ganas de cantarlas”.
Ese repertorio honesto es el que Johansen presentará mañana, desde las 21.00 en el Auditorio Nacional del Sodre Dra. Adela Reta. Estará en formato trío, se esperan sorpresas y quedan entradas en Tickantel.
Dos días después, el martes en la Sala Delmira Agustini del Teatro Solís, se convertirá formalmente en Visitante Ilustre de la ciudad. Y como “la máquina nunca para”, dice a Sábado Show, después vendrán más shows internacionales y el proyecto de escribir, quizás, un guion de cine o una novela. Otro formato. Un nuevo desafío.
—¿Cómo es presentar en Montevideo este disco que es tan montevideano, que tiene tanto que ver con la ciudad?
—Va a ser una emoción diferente, porque el disco nuevo se grabó allá, en los estudios de (Juan) Campodónico. Traigo el disco de vuelta, digamos, y hay un miembro en el trío que tengo armado de presentación que es Pablo Bonilla, el Boni, que es parte del equipo de Campodónico. Pero sí tiene una emoción diferente, seguro, un saborcito. (...) Y Bonilla dispara varias pistas, tracks, toca percusiones encima, maneja esa mezcla de tracción a sangre con tecnología, y eso es algo nuevo para mí. Nunca lo había hecho antes y creo que lo estamos llevando con mucha gracia.
—¿En qué te sorprendió más el trabajo con Campodónico?
—Campodónico maneja lo que yo llamo “un campo-sónico”, tiene una estética musical muy definida, y trajo eso a la mesa. Me sorprendió el grado de belleza que maneja. Es muy esteta él, y yo soy más caótico, más confuso. Pero hubo muchos lugares donde nos encontramos muy a gusto, amén de que los dos tuvimos exilios, infancias en otro país. Ahí creo que hubo algo de encuentro y de compartir ese abanico muy amplio, de tres bateas que tenemos en la vida: la primera que es la de los padres, la que te toca, y suena música clásica, folclore, músicas del mundo; la de la adolescencia que es la de la identidad propia, donde vas juntando esa data y la llevás a otro lado; y después está la actual, la batea de la madurez, donde hacés el círculo completo y volvés un poco a la infancia.
—Eso de “camposónico” es una particularidad tuya que tiene que ver con renombrar las cosas, cambiar las palabras. ¿De dónde viene la obsesión con el lenguaje?
—También viene de esa primera infancia. Mi vieja era la intelectual de la casa, la melómana, la que traía esa batea de folclore, tango, rock y música clásica; una mina que terminó hablando siete idiomas. Decía algo en francés, dejaba picando una frase en portugués, y el Scrabble que jugábamos siempre era bilingüe, en inglés y castellano de cuajo. Así que supongo que algo para llamar la atención de mi vieja, el juego de palabras para hacerla reír, estaba presente. Pero los cancionistas no paramos de jugar con las palabras, y si bien es lúdico, es un ejercicio muy serio.
—En este regreso, ese vínculo que tenés con Uruguay se va a coronar con una declaración de Visitante Ilustre. ¿Qué sentís?
—Es un gran honor. Montevideo es una ciudad que me atravesó con su gente, con su música, con un momento en la vida además de mis 12 y medio a mis 14 y medio, años fundacionales donde tuve una suerte de doble vida, porque era el hijo de la profesora de Literatura del British y a la vez vivíamos en Malvín jugando al fútbol con 20 botijas y pescando con una red. Yo vivía en la calle 18 de Diciembre y es un lugar interesantísimo que visito cada vez que voy, se me queda el tiempo ahí. Estoy feliz de que me regalen esta ofrenda de pertenencia, porque siento que Montevideo es de mis tres ciudades en el mundo. Me siento muy como en casa, y esto me reconfirma todo.