—¿Cómo se dio tu llegada a Punta del Este?
—En el verano de 2017 yo estaba sin laburo y me convocó la radio Aspen para hacer un programa durante la temporada. Aunque lo mío nunca había sido Punta del Este, mi familia tiene casa en Playa Verde y yo siempre fui a Rocha, me fui quedando. Seguí en la radio durante el invierno con un programa donde presentaba música y hablábamos algo de actualidad. Así me fui quedando.
—O sea que viniste por una temporada…
—En principio sí. Luego las cosas se empezaron a complicar porque los salarios periodísticos están sumergidos en el Interior. Punta del Este no es la excepción. La actividad comercial de Maldonado en invierno es la misma que Durazno u otra capital del Interior, por lo que se hace difícil sostener propuestas de todo tipo y más en la comunicación.
—¿El club cannábico, que es hoy tu medio de vida, surgió en esa búsqueda laboral?
—Fue de casualidad en realidad. Yo fumo marihuana habitualmente desde los 18 años. No me gusta mucho el alcohol pero así como a muchos al terminar el día les gusta tomar una copa de vino o un vaso de whisky, a mí me gusta sentarme a las 7 de la tarde a mirar el informativo y fumar un fasito. Una vez que terminó la jornada laboral, eso me relaja. Durante muchos años, como todo el mundo, conseguía la marihuana en el mercado negro, metiéndome en lugares donde no quería entrar y tratando con gente que no quería tratar. Una vez que salió la ley yo me hice socio del primer club cannábico que se formó en Montevideo. Pagaba una membresía y obtenía los 40 gramos mensuales. Pero al mudarme a Maldonado, se me hacía complicado ir y venir, entonces con un amigo nos dijimos: “¿Y si armamos un club?”. Él era buen cultivador y así empezamos. Me encantó el tema de cuidar las plantas, el contacto con la tierra y todo lo que ello conlleva.
Plantación. Por razones de seguridad, Rufo Martínez prefiere no revelar dónde se cultiva el cannabis destinado al club. “En las afueras de Maldonado”, asegura. El comunicador asiste con regularidad a las plantaciones y evalúa el desarrollo de las plantas. Se ha convertido en un experto en esquejes, terpenos, flavonoides, THC y demás componentes del mundo cannábico.
Los clubes son sociedades civiles que se forman para cultivar cannabis y repartirlo entre sus socios, que pueden ser hasta 45, de acuerdo a la legislación. Según Martínez, el producto de los clubes es de “altísima calidad”, a diferencia del producido por dos empresas y comercializado por el Estado a través de las farmacias. Eso explica que la mayoría de los clubes no tenga casi lugares, como el caso del de Martínez, al que le quedan pocas vacantes para nuevos socios. “Es como el vino de elaboración artesanal y el vino en caja”, compara.
—Comenzaste a fumar en los ’80, cuando era un hábito muy mal visto. ¿Cuál fue la reacción de tu entorno?
—En mi familia fue un drama. Creyeron que me estaba arruinando la vida. Cuando me descubrieron me mandaron a psiquiatra y el psiquiatra no sabía nada. Yo tampoco en realidad. Luego el nivel de drama fue bajando, cuando vieron que podía desarrollar una carrera profesional, ser medianamente exitoso en mi trabajo o formar una familia. Ahí respiraron.
—¿En qué momento lo hablaste abiertamente en los medios?
—En 2008 en Esta boca es mía. Me convocaron un día pero no para el panel, sino como testimonio. Me vestí de traje porque si me ponía una remera de Metallica nadie me iba a tomar en serio. Ahí conté que fumaba y dije algo que sostengo: el estigma de la marihuana es cultural porque si Cristo en vez de tomar vino hubiera fumado marihuana, hoy en la misa se fumaría porro. Explotaron los teléfonos.
—La mayor crítica que se le hace a la ley es que fomenta el consumo. ¿Es así?
—El consumo estuvo, está y estará. En todas las civilizaciones hemos consumido. En el pasado lo hacíamos en condiciones más peligrosas y riesgosas desde el punto de vista de la salud. Yo considero que (José) Mujica, más allá de todo, con tres firmas de leyes nos puso en el mapa mundial. Ellas fueron: matrimonio igualitario, aborto y regulación del consumo de marihuana.
—¿No considerás que el consumo de droga es en escalera, comenzando por la marihuana y luego con otras sustancias?
—Cada uno decide eso. Hay quienes prueban marihuana y nunca más consumen otra cosa. Lo fundamental es tener la información para tomar decisiones. Para mis padres, por ejemplo, que eran intelectuales en los ’80 consideraban que yo me estaba convirtiendo en un zombie y hoy, yo puedo hablar con mi hija desde otro lugar. Ella tiene 23 años. Puedo decirle lo que le sucederá si prueba marihuana, que no es un juguete, tiene sus riesgos, pero ni se va a morir ni a volverse loca.
—La ley cumple 10 años, ¿en qué crees que puede mejorar?
—Yo integro la federación de clubes cannábicos como uno de los fundadores. Nos hemos reunido muchas veces con las autoridades y tenemos propuestas de mejora. En aquel momento, la ley fue experimental y hoy llega el momento de evaluarla y mejorarla. Si bien el presidente Lacalle Pou, por un tema generacional, está abierto a propuestas y ha dicho en alguna oportunidad que fumó, es un tema que está muy trancado a nivel de gobierno. Hay fuerzas como la de Cabildo Abierto que preferirían volver atrás, por lo que yo no veo que haya mayores cambios.
—¿En qué te parece que puede mejorar?
—Hay que ayudar a que más gente acceda legalmente hoy el mercado legal de la marihuana porque el mercado negro sigue teniendo mucho peso. Se estima que hay 200.000 personas y el sistema legal no satisface la demanda. En cuanto a los clubes, nosotros planteamos tener más socios porque en este momento está limitado a 45. Pero el gobierno, al parecer, está apostando al sistema pseudo estatal de venta en las farmacias. El Estado le compra a dos empresas la producción y luego las vende en farmacias, pero son pocas, y muchas veces el producto deja mucho que desear. Entonces la gente vuelve a las bocas. También me parece interesante fomentar así como hay una ruta del vino, hacer un circuito turístico canábico. Es una industria que mueve mucha guita por todo lo que rodea al producto desde el punto de vista cultural. Hoy, sin embargo, un emprendimiento así sería ilegal.
—Recientemente, sacaron a la venta una variedad con más THC…
—Sí, es verdad y es contradictorio. Porque al mismo tiempo sacaron una campaña con cartelería con los riesgos del consumo. Resaltan todo lo malo de la marihuana pero no dicen nada de lo bueno. Y mientras tanto, están vendiendo cannabis más potente. En el fondo, me parece que no hay un rumbo claro sobre qué pasos seguir. Se ha dicho, por ejemplo, que se podría autorizar la venta a extranjeros en farmacias pero ahí volvemos a lo del vino fino o el vino en caja. Si vas a Francia, querés probar el mejor vino, que en este caso sería el cannabis de los clubes.
—¿A tu juicio habría que legalizar el consumo de otras sustancias?
—No tengo una opinión formada sobre eso. Es difícil. Me daría miedo que la cocaína o el LCD sean legales, pero quizás sea la mejor manera de regularizar su consumo. Hay que poner en la balanza: ¿qué es peor? ¿Un mercado regulado o seguir fomentando a los grandes señores de la droga que corrompen gobiernos, instituciones y a los ciudadanos también? No tengo una respuesta. Es un debate que hay que dar, más allá de que tengo claro que hay sustancias que sí deben seguir prohibidas, porque son un veneno.
—¿No extrañás los medios de comunicación?
—Tengo un programa en las radios públicas, que no escucha nadie. Pero está muy bueno, lo recomiendo. Se titula “La canción es la misma” y lo hago hace cinco años los sábados y domingos a las 15:00 en Radio Cultura y en Radio Uruguay. No es solo presentación de temas, sino que hay un ejercicio periodístico de poner en contexto las canciones, todas de rock uruguayo. Es una lástima que no se escuchen las radios públicas, no solo por mi programa, hay muchas propuestas valiosas. Sobre la pregunta, extraño sí, por momentos, la adrenalina de estar sobre la agenda. Y no descarto volver si surge una oportunidad. Trabajé 30 años en los medios, con períodos más difíciles, pero siempre me mantuve. El momento en que se prende la luz roja tanto de la radio como de la televisión, me genera un subidón de adrenalina que no me brinda otra cosa.
—¿Y Montevideo?
—A Montevideo lo extraño menos. Voy una vez al mes a visitar a mi madre y amigos. Yo pensé que me iba a costar más la adaptación porque tenía todos mis amigos en Montevideo, me encantaba ir a conciertos. Pero la verdad que he hecho un círculo de amigos en Punta del Este y soy un maldonauta más. Te digo más: tengo hasta los vicios del maldonauta, al que no le gusta esta época del año porque los turistas nos llenan las playas. Punta del Este es una burbuja y no podemos negar eso, una burbuja con su lado bueno pero también con el lado oscuro. Es el lugar más caro de Sudamérica y si los ricos lo eligen para vivir, no es porque sean boludos. Hay algo de paraíso fiscal y aquel boom de la construcción de los años '80 y '90 tuvo un trasfondo por lo menos turbio. No podemos negar eso. Pero Punta del Este es nuestro, naturalmente es hermoso y está muy bien disfrutarlo.
—¿Cuánto ha crecido en el último tiempo con la radicación de extranjeros?
—Yo creo que desde la pandemia hay entre 2.000 y 3.000 familias nuevas en Punta del Este. Son familias de muy buen nivel adquisitivo, argentinos en su mayoría, que mandan sus hijos a los colegios y consumen. Eso ha dinamizado mucho la economía de Maldonado durante todo el año.
—¿Tuviste problemas de inseguridad en Punta del Este?
—La seguridad es un tema en todo el país. A mí me han robado en Pocitos, me rompieron el auto 500 veces, me robaron cuando vivía en Malvín y acá en Punta del Este también me han robado. Es horrible pero parece que hay que acostumbrarse. Me encantaría decir que Uruguay es un país recontra súper seguro pero no lo es y ningún gobierno ha podido solucionarlo.