El escenógrafo pionero del teatro uruguayo, Osvaldo Reyno, fue declarado ciudadano ilustre. A los 87 años, está retirado de la ambientación pero mantiene su gestión al frente de la Vieja Farmacia Solís, un teatro - túnel del tiempo sobre la calle Agraciada y que se dedica principalmente a la comedia. “En la vida hice tanto drama que ahora disfruto más de la comedia”, dice.
Con más de 60 años de carrera, Reyno ilustra su camino con cuatro cuentos reales, incluido el de un fantasma relojero que vive en la Vieja Farmacia Solís.
El día que conoció la trastienda de un teatro
Conocí el teatro por mi hermano Walter Reyno, que era unos años mayor. Él ya había empezado y yo estaba en esa edad en la que no me decidía. Había estudiado Bellas Artes y trabajaba en el Teatro Solís en el área de exposiciones. Un día, mi hermano me invitó a ir al Teatro. Vivíamos en Hocquart y Arenal Grande y para nosotros, la cultura y el espectáculo estaba en 18 de julio.
Allá nos fuimos. Caminamos hasta entrar en el Teatro Circular. “¿Querés ver una obra”, me preguntó Walter. Le dije que sí y me quedé en la sala mientras él se fue a una reunión. Vi la obra y la verdad que no me pareció gran cosa.
Pero cuando terminó, me quedé esperando a Walter y conocí el detrás. Detrás de un cortinado muy oscuro, encontré la maravilla: una percha con un pantalón, un plato de comida, escenografías.
Cuando volvió Walter, le dije que la obra me había parecido poca cosa pero el la trastienda me había maravillado. Ahí me quedé 50 años.
Cuando Susana Giménez pidió modificar la cama
Trabajé en Buenos Aires muchos años, con grandes estrellas como Alfredo Alcón o Susana Giménez. Me acuerdo que una obra protagonizada por ella había una escena “de cama” que tenía que realizar bailando encima. Yo había diseñado una cama con un cabecera muy majestuoso porque en definitiva era Susana Giménez.
Sin embargo, en los ensayos me di cuenta de que algo andaba mal. Susana es una persona más bien baja de estatura y frente a aquella cama parecía como achicada. No sabían cómo decírmelo.
En cierto momento, Susana me comentó que sería deseable bajar un poco la magnitud de aquel adorno. Lo hicimos por supuesto.
El remate con el que pretendía llegar "hasta la muerte"
En 2006, llegué un día al depósito que tenía en un sótano de la calle Agraciada y vi un cartel de que se remataba la farmacia que estaba en la planta baja. Fui al Banco República y saqué todos mis ahorros para presentarme al remate.
Comenzó la puja y terminamos mano a mano con otra persona. En cierto momento, se me acercó y me dijo: “¿Hasta cuánto pensás llegar?”. “Hasta la muerte”, fue mi respuesta. “Entonces te lo dejo”. Esa convicción, que no era tal porque ya estaba por tirar la toalla, hizo que me lo quedara.
En el retiro la gente se compra una casa en el balneario, yo preferí adaptar una vieja farmacia, de más de cien años, a un teatro. Todos los fines de semana tenemos funciones, en especial de comediantes. Tanto drama en mi vida que ahora disfruto de la comedia.
El fantasma relojero de la Vieja Farmacia Solís
Hay un fantasma en la Vieja Farmacia Solís. Un día vino Ludovica Squirru a hacer una presentación y me dijo: “Hay una persona, ahí”. Y me señaló el rincón opuesto al escenario. “¿Esto fue una relojería en algún momento?”. Por lo que yo sabía, había sido solo farmacia.
Quedó ahí la anécdota y luego vinieron unos argentinos a tirar las cartas y me hicieron las mismas preguntas sobre un relojero. Ellos tomaron con naturalidad que había una presencia.
Yo no soy de creer, pero “que las hay, las hay”, como dice el dicho.
Pasó más tiempo y un día encontré en la estantería, justo en ese rincón señalado, un pequeño reloj sin la esfera. Yo no lo puse ahí y conozco cada uno de los objetos que hay en la Vieja Farmacia Solís.
Además, le conté la historia de una chica que vino a una función y al irse para su casa, encontró en la parada del ómnibus una esfera de reloj. Me la trajo al otro. Ahí están esos objetos, junto al relojero.