Piel de actriz

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Federica Presa

Federica Presa tiene 30 años. Se formó estudiando y actuando con importantes nombres del teatro argentino. Regresó al país y presenta el elogiado unipersonal Potencialmente Haydée.

Tanto carácter hace que Federica Presa parezca más alta de lo que en realidad es, sobre el escenario y fuera de el. Cuando habla acerca del teatro su rostro se vuelve serio, comprometido. Toda la expresividad se concentra en su manera de mirar, fija y constante, y en su voz: grave y determinada. Tiene 30 años pero podrían ser más. En una entrevista donde se le pide recordar, opinar y proyectarse sobre su vocación, separar a la Federica persona de la Federica actriz exige cierta habilidad de percepción.

Es como si los rasgos más fuertes de la personalidad de ambas se estuvieran mimetizando, lo que, tal vez, para aquellos que viven intentando convertirse en otros, sea una obviedad que siempre resulta misteriosa y sorprendente a los que somos espectadores de esa transformación. Federica tiene el espíritu de esas actrices inmortales: son personajes en su vida cotidiana sin que puedan hacer algo para impedirlo.

Cada miércoles en Montevideo también es Haydée Ponce. Volvió a su ciudad natal arrastrando un unipersonal escrito para ella en Buenos Aires, donde, según dice convencida, "estudió con quién quiso, trabajó con quién quiso y recorrió el país actuando". Cuando Patricio Ruiz, un dramaturgo, director y actor de 25 años que está bajo la lupa de los críticos más respetados, le entregó el texto final de Potencialmente Haydée, Federica figuraba en otras dos obras en cartel. Mariela Asensio, otro nombre fuerte del teatro joven argentino, le había confiado los papeles principales de Vivan las feas y Malditos (todos mis ex), de la que llegó a hacer 100 funciones. Cuando estrenó, tenía 30 minutos para pasar de ser una mujer con temor a la balanza y a la estética - que hizo llorar a alguna espectadora identificada-, a una madre avejentada, cargada de frustraciones, que siente olor a podrido constantemente, no quiere amamantar, está obsesionada con la ortografía y las palabras, recuerda su niñez con emociones de desagrado y grita de forma casi permanente los pensamientos que atraviesan su mente. "Haydée", abrevia su dueña, "es un drama en el que te tenés que reír hasta el final. Que la obra funcione está puesto puramente en la actuación".

Describe al espectáculo como "la historia de un desmadre" y para acompañarse cita pasajes de su propio personaje cuando menciona a su progenitora: "la recuerdo de las piernas para abajo", "seguir siendo nadie en casa ajena". El texto, escrito con gran puntería y ritmo, montado con un nivel de asociaciones bien logrado entre la palabra y la forma de interpretarla, exigió un gran trabajo físico para su protagonista, que cambia de registro escena a escena. El relato recorre mediante el uso de elipsis esquizofrénicas el pasado infantil de Haydée y su presente. El público funciona como un testigo mudo del testimonio atormentado de esta mujer a la que las palabras raras la hacen sentir integrada al mundo y se siente sobre calificada para el ambiente en el que le tocó crecer y vivir. Desde su asiento uno no puede evitar reír, pero con un sentimiento mucho más culposo que el de la complicidad o la condescendencia.

Ruiz contó que para escribir pensó en lo grotesco, en la opresión del encierro, en una Medea hogareña, y en un mito sobre su propia tía, Betty, quien tiró el gato de su sobrina por la ventana del baño de un ómnibus por temor a que las bajaran durante el largo viaje. "A medida que iba escribiendo íbamos ensayando. Me pasaron cosas con Haydée, no en cuanto a la maternidad pero a mí también me repele todo lo que está en dependencia. Me angustian las mascotas, nunca tuve una aunque había mascotas en mi casa; siempre me generaron una especie de amor y rechazo."

Ojos, boca, voz.

Mientras la sala de La Gringa Teatro se va llenando de gente, el personaje y la actriz están presentes. A punto de empezar, Federica mira hacia el piso y da un gran respiro profundo. Antes de la función está nerviosa y cada vez intenta un pensamiento nuevo: "se la dedico a alguien internamente, o recuerdo las interpretaciones que me hace el público. Jorge Dubatti -crítico argentino- dijo que era una Medea y a mí me sirve algunas veces pensarme una Medea. Jimena Márquez -su primera directora de teatro- me vino a ver y me dijo 'al fin hiciste tu homenaje a La Maga' (personaje de la novela de Julio Cortázar, Rayuela), y yo nunca lo había visto así. La función pasada dije 'bueno, hoy soy La Maga'". Antes de actuar dice que se comporta como una niña ansiosa, y cuando comparte esta intimidad los ojos le brillan y en los cachetes aparecen dos hoyuelos.

Haydée es pura voz. Federica siempre tiene miedo de quedar afónica. "Me preguntan, ¿es de whisky? ¿Es de cigarro?, y yo explico que desde que tenía tres años hablaba y la gente se daba vuelta para mirarme. Tengo una voz muy grave, arrabalera, y nunca la padecí. Pero a la vez que es mi herramienta es mi debilidad porque me cuesta mucha preparación llegar a niveles agudos". Ruiz le pidió que el personaje tuviera una voz chirriante y que su aspecto sea el de una mujer fea, que luciera vieja y niña al mismo tiempo. Todas las energías de Haydée, cuando recuerda usando un acento cordobés a su maestra de biología o con tono demandante a su primo malcriado, cuando pone una voz inflada para traer a escena a su padre y se ríe de su marido mediante la inexpresividad y sus problemas de pronunciación, o se dirige a Damián, su bebé, con una ternura macabra, se rematan con un cambio de las cuerdas vocales: "como si fueran golpes de platillos".

Termina agotada. "Es un desgaste emocional y mental enorme porque una buena función se logra cuando estoy presente y no pierdo concentración y contacto con el público. Para eso tengo que bloquear todo: es un desafío". El teatro argentino hijo de la escuela de Ricardo Bartís, ese en el que se nutrió y "que le interesa hablar de lo que nos pasa a nosotros los latinoamericanos, no traducir, no adaptar", se amolda a su forma de ser, o quizás ayudó a moldearla. En este teatro la presencia escénica no ignora a la persona que actúa. Por eso cuando Haydée dice "estoy cansada", esa también es Federica, que está sola durante 50 minutos en la piel de una mujer irritante. Es Federica la que observa a cada persona que llega y decide sobre quién mantener la mirada a lo largo de la obra, la que revisa qué tiene en un bolsillo o se ríe mirando hacia las butacas pensando que actuar es un poco ridículo, y más si entre esos espectadores hay muchos que la están conociendo como actriz por primera vez. "Me gusta que el actor me mire en una obra pero no por la prepotencia sino por la decisión. Me gusta sentir que sí, que soy yo, actuando, acá, y que quiero que me veas."

La primera vez que se subió a un escenario fue en El Galpón con la obra Cenemos de Jimena Márquez. Federica no miró a nadie. "Estaba tan nerviosa que no tengo recuerdos, fue como si no lo hubiera vivido". En ese momento, resume con un gesto de la mano de esos que quieren borrar, "no entendía al teatro": creía en la cuarta pared, en mantenerse dentro de la ficción. Sí puede hablar detalladamente de El bosque de Sasha, la obra que Roberto Suárez presentó en La Quinta de Santos y que la convenció "de no querer ser otra cosa". "Roberto es muy pariente de cosas del teatro que para mí son sagradas como la influencia de Tadeusz Kantor o ese parentesco con el cine. El sueño de mi vida es que me dirija Lars von Trier". Esa obra de Suárez la vio tres veces mientras era estudiante de psicología y estudiaba teatro. Luego ganó una beca para estudiar en Argentina. Si se le pide que nombre a tres maestros habla de Bartís, Alejandro Catalán y sobre todo de Pompeyo Audivert. De ellos aprendió la importancia del presente y que los ojos y la boca tienen que actuar todo el tiempo, "porque uno está vivo en la boca y en los ojos, uno se vuelve atractivo por la boca y por los ojos".

Reinstalada en un Montevideo que siente fértil y renovado, estudia con Suárez y es ayudante de cátedra de Alberto Rivero -"que es una especie de padrino"- en la EMAD, escuela que dirige Mariana Percovich. "Los papeles la eligen a una", dijo en algún momento de esta charla, y las personas también. Con las ganas nuevas que invaden cuando uno vuelve a un territorio añorado, está Federica, llena de ese carácter avasallante, decidido y poderoso que envuelve a las actrices que nunca pueden dejar de serlo, y que el tiempo y la suerte se encargan de convertir en presencias que perduran.

Equipo adaptado.

El equipo de Potencialmente Haydée lo completan Bruno Contenti (dirección adaptada y producción), Diego Valiente en diseño gráfico y luces. En arte y maquillaje Lucía Acevedo. Diseño de escenografía: Valiente y Acevedo, su realización estuvo a cargo de Alejandro Sterenstein. La obra se presenta el miércoles 1° de julio y el 8 a las 21 horas. El miércoles 15 a las 20 y a las 22, en una doble función. Costo de la entrada: $250.

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