Un pueblo hecho set

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Otra historia del mundo

San Antonio se recorre en cinco minutos a pie. Durante el día sus calles están desiertas; solo se ven perros y se escuchan a los niños en la escuela. Los habitantes convirtieron sus casas en locaciones y, cuando pueden, trabajan como extras en el rodaje de la película Otra historia del mundo.

En la mañana del viernes 13 de noviembre, antes de que el mundo observara atónito los atentados terroristas en París, un grupo de actores y cineastas se reunió con puntualidad inglesa en una plaza de Montevideo. Se cumplían tres semanas del inicio del rodaje de Otra historia del mundo, y durante esa jornada se filmarían dos de las escenas más importantes de la película. César Troncoso, el protagonista del film, es el primero en llegar. Usa bigote y lleva el pelo revuelto. Más tarde, en plena filmación, una maquilladora y una vestuarista estarán pendientes de que sus mechones se mantengan inmóviles en una raya al costado, empapados de gel, venciendo la maldad del viento que cada vez es más fuerte y dañino.

Son las 8 y el cielo está negro. A punto de subir al ómnibus que lo llevará a la locación, Troncoso fuma y advierte que en caso de que no llueva y se filmen las escenas en el cementerio, no se sabe la letra. Nadie responde, nadie le devuelve la mirada. Sus colegas saben que al actor más internacional del cine uruguayo le gusta jugar con la inseguridad, como si fuera un ritual para asegurarse de que será otro buen día de trabajo.

En una de las primeras páginas de Alivio de luto, la novela que inspiró esta película, Mario Delgado Aparaín escribió que uno envejece más rápido permaneciendo en el mismo lugar. El director y montajista Guillermo Casanova soportó con impaciencia los 13 años que le llevó poder filmar su segunda película. El proyecto perdía cada fondo de financiamiento al que se postulaba. Cuando las posibilidades se dieron, Casanova salió de la ciudad para buscar un pueblo cercano donde ubicar su historia y sus personajes. Eligió San Antonio, uno de los más tranquilos de El Santoral. Desde hace un mes, cada día este equipo viaja durante una hora hasta el escenario de la película y envejece más lento.

Una de las casas de San Antonio convertida en la vivienda de un personaje de la ficción.
Una de las casas de San Antonio convertida en la vivienda de un personaje de la ficción.

Mientras rellena una pipa con tabaco (un nuevo vicio que lo avergüenza frente a quienes lo conocen desde hace tiempo), el director de El viaje hacia el mar (2003) dice que en Uruguay se premian guiones y que ese es un problema, porque el libreto es solo el inicio del proceso de una película: el resto es todo cambio y adaptarse a las nuevas ideas que surgen durante el rodaje. "Mientras filmo me siento en una montaña rusa. Tengo todas las puertas abiertas y eso me hace sentir vulnerable", dice y su voz retumba sobre las paredes de la capilla donde charlamos. El ligero eco le aporta al ambiente un toque de dramatismo que se ajusta al vaivén emocional que describe.

El escenario principal que indica el plan de rodaje para hoy es un cementerio. Aunque sea un viernes 13 y el aire huela a tormenta.
La lluvia es fina.
El viento congela a los actores.
Las escenas se repiten desde distintos ángulos una y otra vez.
César Troncoso recuerda sus líneas.
Dos empleados observan el rodaje apoyados sobre escobillones. Barrer las hojas es tan inútil como seguir peinando los mechones de Troncoso. Las lápidas son de mármol blanco y sobre cada una se acumula una cantidad inusual de flores de plástico de colores chillones. No son parte del decorado: "Hace poco fue el día de los muertos", explica uno de los hombres.

En la capilla en la que Casanova habló de su película, además de luces y cables hay cuatro enanos de jardín que esperan a ser utilizados. La comisaría, el Club Radial, la boutique de vestimenta Esmigata y al menos tres casas de familia, integran el circuito del rodaje. El vestuario se guarda en un comité de base del Frente Amplio. Bajo un póster de Líber Seregni hay percheros con ropa usada con la estética de fines de los años 70. El cine se coló entre la invariable rutina de San Antonio y sus pobladores se entrometen con discreción, contentos de actuar como extras, de convertir sus hogares en sets. De ser parte de algo tan distante y desconocido como la realización de una película.

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Desde la ventanilla del ómnibus el trayecto está cubierto de paisajes verdes con cadáveres oxidados de autos abandonados, casas de techos chatos que intentan embellecer sus fachadas con macetas llenas de plantas, y viñedos. A mi lado viaja Alfonsina Carrocio Alfaro, una adolescente que interpreta a Anita Striga, personaje esencial de la historia. Cada uno de los miembros del equipo le pronostica un futuro inevitable en el cine. El director de fotografía, el brasileño Gustavo Hadba, asegura que es una de las actrices más fotogénicas que filmó en su carrera, y solo en este año Hadba rodó en Japón, Australia, Argentina, Portugal y en las Islas Vanuatu. "En mi casa de Río estuve menos de un mes", dice en un buen portuñol.

Alfonsina Carrocio Alfaro interpreta a Anita.
Alfonsina Carrocio Alfaro interpreta a Anita.

Alfonsina repasa apuntes de epistemología para un parcial mientras tararea una canción de Bob Marley. De vez en cuando interrumpe el estudio para molestar a Roberto Suárez, al que llama "papá", como en la ficción. Para los espectadores Suárez será Milo Striga, un soñador con ideología de izquierda que tendrá problemas con los militares. Su arresto causará que su amigo Gregorio Esnal se encierre en una habitación durante unos meses, y elabore un plan para librar a sus hijas del maltrato del pueblo.

El ómnibus se detiene en una de las ocho esquinas que rodean una plaza con muchos árboles, algunos bancos y ningún monumento. Las casas en San Antonio no tienen número de puerta. La calle principal se llama Durante. El único panteón que hay en el cementerio tiene grabado el mismo nombre. San Antonio es un lugar detenido en el tiempo y escondido en la geografía, tal como Delgado Aparaín imaginó a Mosquitos. Una pequeñísima localidad que se recorre en cinco minutos a pie. Natacha López, productora de la película, explica que todo el rodaje se organizó en torno a la plaza. Al no utilizar camiones de traslado se ahorraron unos 30.000 dólares.

Una empresa de catering recibe al equipo con el desayuno. A pocos metros, el alcalde Dámaso Pani, un hombre de cara rojiza y ojos alegres, observa a las visitas desde la puerta del supermercado que dirige. Algún periodista montevideano se interesó en su historia porque dona la mitad del sueldo a la policlínica y a las siete escuelas que hay en el radio de su municipio, que abarca también una extensa zona rural y tiene un total de 4.800 habitantes. Es su manera de agradecerle al destino. Dámaso, que no quiere ser grabado y pide tiempo para prepararse para las preguntas, creció en un rancho de barro; hoy comparte su fortuna con las dos instituciones públicas que salvaron a su familia de las fatalidades de la miseria.

El vestuario y el maquillaje se guarda en un comité de base del Frente Amplio.
El vestuario y el maquillaje se guarda en un comité de base del Frente Amplio.

A este político de campaña, el rodaje de una película en su reino de cuatro manzanas lo tiene entusiasmado y orgulloso. Natacha López cuenta que fue él quién los acompañó a las casas y comercios que Casanova y el director de arte Eduardo Lamas transformaron en locaciones. Los presentó como sus amigos.

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Mientras los actores se cambian de ropa, Troncoso alimenta a una perra callejera con galletas dulces. Como si la estuviera entrenando, el actor le dice con firmeza y mirándola a los ojos que o come despacio o no come nada. La Rubia obedece. Cuando termine el rodaje uno de los cocineros se la llevará a Montevideo.

La primera vez que Troncoso filmó una película fue con Guillermo Casanova, en El viaje hacia el mar. En ese momento cumplía horario de oficina en un estudio contable. "Me deprimía después de filmar porque pensaba que cada película iba a ser la última. Ahora ya entendí el juego y estoy en paz", dice. En Otra historia del mundo interpreta a Gregorio Esnal, un intelectual con "andar de pájaro cauteloso", "aficionado al conocimiento de hechos inservibles de la historia de la humanidad" y ciertas emisiones radiales. Este rodaje lo volvió a reunir con su amigo y colega Roberto Suárez. Hoy filman juntos y el set es una fiesta.

Sus chistes hacen reír a todos. El fotógrafo Hadba, que trabajó con Troncoso en el film brasileño Faroeste Caboclo, me cuenta que está sorprendido: cuando actúa en Brasil este uruguayo fuma mucho y habla poco.

Este viernes 13 San Antonio parece haberse vaciado. La avenida Durante está desierta. En los jardines hay juegos de mesas y sillas de hierro esperando a sus dueños. Solo se ven perros. Este lugar abandonado podría ser el escenario de un relato de ciencia ficción. Gustavo, un actor amateur convertido en el único farmacéutico del pueblo, me explica que durante el día en San Antonio hay niños y viejos, porque el resto de la población trabaja en Montevideo o en el campo. El único momento en que el pueblo está habitado es cuando todos duermen.

Le pregunto a Gustavo, que también fue alcalde, que es lo más extraño que le tocó ver allí.

—Una matanza de perros, lanza con sus ojos azules bien abiertos.

Hace unos años San Antonio fue noticia en los informativos: alguien envenenó a los perros de la ciudad y las familias amanecieron con sus mascotas muertas. Gustavo tiene un perro con el pelaje tan sucio que parecen rastas. Los rulos negros le tapan los ojos. Duerme sobre el piso de una balanza de pie. Aunque le ofrecieron actuar como extra, él, que llegó al pueblo siendo actor, se negó.

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Hace 40 años, una de las primeras veces que pisó esta tierra, Gustavo vio cómo el pueblo ocupó la plaza durante un jueves de Carnaval con los rostros cubiertos con máscaras. Dámaso Pani explica que se trata de una fiesta típica, el "Asalto de Máscaras". Luego de desfilar por la avenida principal, el pueblo festeja en el Club Radial con un baile.

César Troncoso, Alfonsina Carrocio Alfaro y Roberto Suárez rodando una escena en el cementerio de San Antonio.
César Troncoso, Alfonsina Carrocio Alfaro y Roberto Suárez rodando una escena en el cementerio de San Antonio.

Los cineastas de Otra historia del mundo siguen coleccionando coincidencias insólitas. El guión que escribió Casanova (con colaboración de Inés Bortagaray) incluye una escena primordial en la que el pueblo usa máscaras en una noche de febrero. "Así fue con todo. Hay una continua sincronización entre lo que necesitábamos y lo que nos da el lugar", dice Eduardo Lamas.

En un principio, los interiores iban a filmarse en locaciones de la capital, pero luego de buscar sin éxito Casanova sospechó que las casas de San Antonio podían ser las ideales. Tenía razón. Ilda Santamaría, una anciana que nació en Florida y vive en el pueblo desde hace 49 años, dejó que su hogar se convirtiera en la vivienda de Esnal. Esta mañana una decena de desconocidos recorre el lugar ante sus ojos emocionados. Ilda solo tuvo tiempo para criar hijos y trabajar en el campo. No fue a la escuela y jamás vio una película en el cine. Tampoco le gusta socializar en los festejos de Nochebuena y Fin de Año que se organizan en el club, sin embargo dice que el estreno de Otra historia del mundo, que será en la plaza, no se lo va a perder.

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Aunque El viaje hacia el mar fue vista por 90.000 espectadores el único en este pueblo que conoce la película es el comisario Daniel Aguirre. Ayer aquí ocurrió un robo: entraron a una casa y se llevaron una computadora, un celular y los platos de la cocina. Aguirre todavía no pudo visitar el rodaje. Lo mantiene ocupado las funciones que cumplirá durante una semana más, luego se dedicará a su verdadera pasión y empezará a ejercer como abogado civil. Cuando estrechó la mano de Casanova, le recitó su filmografía y también la de Troncoso. Aguirre es cinéfilo. Empezó a ver películas para aprender sobre distintas realidades sociales y para tomar ideas: "los policías suelen dar malas noticias y empecé a buscar en los personajes y en los actores detalles y distintas maneras de hacerlo", cuenta.

Rodaje en el bar del Club Radial. En las paredes hay trofeos y fotos de caballos campeones de raid, otra de las actividades típicas de San Antonio.
Rodaje en el bar del Club Radial. En las paredes hay trofeos y fotos de caballos campeones de raid, otra de las actividades típicas de San Antonio.

Es una lástima que esta tarde Aguirre no esté en el cementerio, viendo cómo Roberto Suárez se prepara para poder llorar y reír a carcajadas simultáneamente en una de las escenas finales de la película. Le lleva cinco minutos. Parte del equipo, encorvado por el frío, observa desde el monitor cómo contractura los rasgos de su cara antes de que indiquen la señal de "acción". La vestuarista y la maquilladora se agarran la cabeza: el viento hizo otra de sus maldades, desabrochó un botón de su camisa y se ve el cable del micrófono. El trabajo logrado en esa toma será inútil, y Suárez deberá prepararse para manipular sus emociones algunas veces más.

Guillermo Casanova tiene la mirada vidriosa y se abraza con los actores. Es el único que aún no parece cansado. Luego de esperar 13 años, está realizando su segunda película. Mientras mastica la pipa sonriendo, imagino que tal vez con ese gesto de satisfacción esté dándole la razón a Delgado Aparaín, que en una de las páginas de su libro escribió que "todos necesitamos un pasado nuevo". La tenacidad que no lo dejó desprenderse de esta historia, mañana será una anécdota en San Antonio. Un pueblo sin fama que un día protagonizó una película a la que parecía estar destinado.

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